Esta mañana llegué pronto al lugar de encuentro con mis compañeras. “Shotgun!*”, grité yo para mis adentros, y me senté en el asiento del copiloto. Otras veces me gusta más ir detrás, a mi aire, con mis pensamientos, dejándome llevar por el sopor que me produce el traqueteo del coche. Pocos viajes al fondo del alsa he hecho a lo largo y ancho de este curso académico, es cierto. He ahí el motivo de mi contenida emoción al ver hoy ese autocar conducido por la misma persona que lleva haciendo esa misma ruta al menos cuatro años. Lo miro sonriente a través del espejo retrovisor derecho del coche de mi compañera, saludo tímidamente, así con un gesto de mano bastante gilipollas, siendo consciente del hecho irrefutable que nos explica que los objetos ahí reflejados pueden estar más cerca de lo que pueda parecer, y sin recibir contestación alguna. También soy consciente de que todo lo que estoy observando en esa pantallita está detrás de nosotros. Hasta ahí casi llego yo solito incluso.
Viajando ahora hacia ese punto difuso y lejano que alcanza mi memoria a recordar, sé que siempre he tenido cierto miedo a los espejos. El del armario de mi habitación, que me devolvía la imagen de aquel Geyperman barbudo cada noche cuando pasaba un coche y sus luces recorrían la estancia atravesando hijas de puta los resquicios de la persiana, la cortina también, y llegando al fin hasta la mesa, donde aquel hombre de acción (con un atuendo un poco raro ya que mi abuela le hacía casi toda la ropa para así ahorrarnos dinero en nueva equipación; jerseys de lana, pantalones de tergal; terrible) se adhería al espejo con su gesto tan serio y me miraba como diciéndome «no te duermas, que si no acabo con tu vida en un momento». La cabeza bajo las sábanas; la respiración entrecortada. Media vuelta y a intentar conciliar el sueño tramando una buena venganza. Sí, al final le rompí el Turbocopter al muy cabrón.
Años más tarde, me contaron la historia de Bloody Mary y yo, que si soy más bobo nazco ya con el traje de Spiderman puesto, pues voy y lo hago una noche. “Bloody Mary. Bloody Mary. Bloody Mary”, dije las tres veces de rigor frente al espejo del baño impostando la voz del Doctor Jiménez del Oso. Me doy la vuelta y… “¡Cagondióss bendito, vete pa la cama de una puta vez!”, mi padre, al que creía ya profundamente dormido (hasta había escuchado dos de esos ronquidos suyos tan característicos, “¡JRRRUOOMM! ¡JRRAAAAUMMSCH!”), que tenía que madrugar mucho y no estaba por la labor de consentir mamarrachadas de adolescente en plena época de amor-reverencial-por-lo-misterioso. Efectivamente, ese verano, el de 1984, nos pasó de todo: vimos ovnis, hicimos psicofonías en el cementerio una noche de luna llena (“cacofonías” como las llamaba Ramonín; los demás, muy listillos que nos creíamos ya y tal, le tomábamos el pelo con aserciones del tipo “fui a Bélgica y Italia” o “no sé si coger éste o otro”. Él, que ya no había ni ido al instituto, nos miraba con lástima diciéndonos con esos ojillos suyos, “pero cómo se puede ser tan gilipollas”). No llegamos a grabar nada que pudiese pertenecer a inframundo alguno, tan sólo una retahíla de pedos y eructos digna de Bluto en “Desmadre a la Americana”, la película de John Landis, uno de nuestros referentes más socorridos por aquella época.
Por eso me venía fijando con extrema atención en la imagen en el espejo retrovisor de ese alsa en movimiento. “¡Qué raro?”, pienso casi llegando a Arriondas, “¿dónde está ese paisano tan serio que siempre se sentaba en el asiento al lado del pasillo en la primera fila de la izquierda?” Porque siempre iba ahí, con su bolsa del tentempié bajo el asiento, tieso como una vela, sin apenas girar el cuello más de lo necesario, sin hablar con nadie ni saludar a persona alguna. Sin ningún atisbo de nerviosismo, ilusión o fastidio al ir acercándose a su parada. Sólo se incorporaba una vez que el conductor acababa la maniobra de estacionamiento en su parada, la del Hospital del Oriente de Asturias en Arriondas. Un único movimiento muy certero, sin apoyar siquiera una mano como mera ayuda en el acto de incorporación. Era como un pequeño salto imperceptible. ¡Zum! Y arriba, la vertical completa. “Igual es que se murió en este tiempo que ya no voy en alsa”, pensé con un poco de tristeza. Craso error. El alsa nos adelanta poco antes del desvío a la derecha que nos lleva al centro de Arriondas. Luego hace su correspondiente parada frente al hospital. Me fijo con toda la concentración a la que la poca luz de la mañana nublada me permite llegar. ¡Hostias, ahí estaba el tío, sentado donde siempre! ¡La madre que lo parió! ¿Cómo es posible? Ahora baja del autocar tan parsimonioso como de costumbre, recto, erguido, mirando al frente como si la vida que le rodea fuese tan sólo un plano de una película ajena a él. Amago con un balbuceo casi imperceptible un principio de conversación con mis compañeras para contarles el descubrimiento que acabo de hacer, pero de vuelta a su realidad, me doy cuenta que no viene al caso, que están de risas comentando historias varias del instituto en el que trabajamos.
Ay, los espejos, los putos espejos… Casi se me olvidaba un hecho fundamental de su funcionamiento específico: los vampiros jamás se reflejan en ellos.
* En inglés cuando varias personas van a viajar en el mismo coche, la que grita la palabra “shotgun” es la que tiene derecho al asiento al lado del conductor, el del copiloto. Son las normas, no las he inventado yo.
Me he reído con la aparición del padre poniendo fin al experimento extrasensorial del espejo.
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Mi padre podría haber salido en cualquiera de las películas de Berlanga y no desentonar. Las tiene de todos los acentos y colores 🙂
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Ha sido como ir recordando partes de mi propia juventud, a parte claro de las risas provocadas por las escenas… un placer leerte de verás. Saludos
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Todos tenemos hechos comunes, compartidos en nuestra más temprana juventud, sí.
Muchas gracias Kike, y el placer es mutuo, sin duda.
Un abrazo.
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¿Quién no ha hecho espiritismo alguna vez?, y lo peor de todo es que hasta te lo creías. Me ha gustado mucho leer tus historias.
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Aquellos momentos Oui-ja, impresionantes, que hasta creíamos que el vaso se movía solo. Muchas gracias, Sensi. Un placer leerte y seguirte a ti también.
Un abrazo.
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«No llegamos a grabar nada que pudiese pertenecer a inframundo alguno, tan sólo una retahíla de pedos y eructos digna de Bluto en “Desmadre a la Americana”, la película de John Landis, uno de nuestros referentes más socorridos por aquella época.» jajajajajaja. Te digo, hombre, que uno se va metiendo en emoción tenebrosa y de repente una horda de eructos me ataca.
Anda tú, ¿has visto un vampiro? Debiste pedirle un autógrafo… o que te convirtiera en uno, ahora que aún eres joven.
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Me da cierto miedo pedirle un autógrafo, que siempre lo veo muy de madrugada y no creo que esté para muchas tonterías… Eso, y que aprecio mucho mi cuello y mi vida como mortal. 🙂
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No sé, no sé. Nada más le pediría que me dé tiempo de ponerme en forma para conservarme inmortal con figura seductora. Aunque la sangre sabe asquerosa.
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Bueno, hecha en plan crepe con un poco de azúcar no está mal del todo (lo digo con conocimiento de causa… De pequeño, en mi pueblo, cuando nos juntábamos en el barrio para la matanza del cerdo, a finales de noviembre, las mujeres mayores aprovechaban la sangre de aquella manera.)
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Pero qué bueno, que risa. Malditos «no viene a cuento», se creen muy adultos y estropician momentitos jugosos.
Confieso que me repeluso un poco cuando veo mi alsa circular por ahí sin ir yo dentro. Y también amago un saludo con la mano…
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No sólo me produce cierta nostalgia verlos circular, sino que me dan ganas de saludar a todos los que van dentro como si fuese una despedida definitiva.
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Qué buen tema para despertarse!
La lectura, como siempre, caralluda 😉
Que tengas un buen fin de semana xx
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Muchas gracias, Montserrat. El fin de semana va viento en popa. Espero que el tuyo también esté siendo de los buenos.
Un abrazo.
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Muy chulo, me ha encantado y no se porque pero me ha alegrado saber que el buen señor sigue haciendo el mismo camino sentado en el mismo asiento y bajándose en la misma parada.
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En el fondo, a mí también. Era para mí un referente mañanero indispensable. Estoy más que seguro de que es un buen paisano. La historia se me ocurrió porque es casi demasiado serio para ser real 🙂
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Jajajajajajajajajajajajajajja. Te acabo de descubrir y nada más leer ese «cagondiooooosssss bendito» supe de dónde eras. Será porque mi padre usa algo similar… «cagonnnndiooooos que lo parió» xDDD. No podía ser de otra manera. Vengo para quedarme. Un besucu. Gloan.
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El «cagondioooos que lo parió» es otro clásico de la comarca. Habrá que ir haciendo un glosario.
Otro besucu, Gloan. Yo también me quedo en tu refugio 🙂
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Pues sí!!! Un día hacemos un post conjunto si quieres jajjajaja tenemos expresiones pa dar y tomar 😀😀😀.
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Pues trato hecho. Hay que ir organizándolo 🙂
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Cuando usted guste 😀
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Los espejos… Qué bueno estuvo este relato. Me gustó mucho. Besos.
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De ésos que me inspiran mis viajes al trabajo, el origen mismo de los Viajes al Fondo del Alsa.
Besos
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Sí, capté el origen de los viajes. Excelente!
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