HOLD A MIRROR UP TO NATURE

¿Bloody Mary, Bloody Mary, Bloody Mary? Nah, eso no es más que otra de esas leyendas urbanas que sólo sirven para asustar a adolescentes pajilleros cada Halloween. A mí nadie me cortó nunca el cabello como le hizo aquel hombre malo a Mary, ni tampoco me suicidé a posteriori, más bien todo lo contrario, mi bestia me ayudó a alcanzar la inmortalidad, una meta que yo no pretendía, para qué os voy a engañar, pero que se disfruta bien desde el más acá. Podéis decir mi nombre precedido por el adjetivo «bloody» una, dos, hasta tres veces cuando os encontréis frente a un espejo cualquiera, pero yo no apareceré, no; y si me veis cerca, no será por ese motivo, tan sólo será por una mera cuestión de hambre. Me llamo Samira y ésta es mi historia.

Todavía no había cumplido los dos años, que quedaban diez días para ese hecho. Mi padre, Silverio, trabajaba en el campo como jornalero; mi madre, Sira, regentaba una panadería junto a su hermana Sagrario, La Gárgola se llamaba, en la Calle Mayor. Mi hermano, Salvador, casi dos años mayor que yo, para contradecir la semántica de su nombre propio, decidió aquel día frío de invierno que mi cara estaría mucho más calentita encima del brasero de leña que mi abuela Socorro nos preparaba cada mañana para que no nos congelásemos en aquella lúgubre casa en la que vivíamos, al lado de un callejón que más parecía un lupanar para gatos que el atajo de acceso a la calle principal que se suponía que era. Imagino que lloré, que di unos alaridos tremendos, que la carne ardiendo duele mucho… Yo sólo recuerdo ese ruido, ese crepitar que me despierta muchas noches entre sudores incontrolables. En el colegio soporté todo tipo de burlas y desprecios, estoicamente, que yo iba a lo mío, y lo mío no incluía a aquellos seres despreciables que no merecían siquiera haber nacido de madre alguna. El día de mi décimo cumpleaños, apareció por sorpresa mi tío Saúl, que venía desde Bruselas a visitarnos por vez primera desde que hubiese emigrado muy temeroso casi veinte años atrás. «Toma tu regalo, Samira. Es un espejo que le compré a una gitana húngara el verano pasado. Te va a gustar, sobre todo si lo utilizas como es debido. No precisa instrucciones, tú sólo tienes que dejarte llevar por él.» Y me miré en él con el temor de una virgen en su noche de bodas, y me vi allí reflejada como siempre, cara marcada, surcos imposibles, ojos siempre llorosos sin pestaña alguna. Lo dejé encima de la mesa del salón mientras abría sin apenas ilusión mis otros regalos. Al llegar por la noche a mi habitación, me fijé de nuevo en aquel espejo, y lo agarré y volví a verme reflejada en él, toda mi cara quemada sin apenas reconstrucción alguna que mitigase el rechazo que provocaba en el resto de la humanidad. Cerré mis ojos, comencé a llorar, lo que me fastidiaba sobre manera, ya que mis lagrimales no estaban ya preparados para tal menester, y al volver a abrirlos, allí estaba yo, esa yo que podría haber sido, esa Samira que podía ser ahora quien habría debido ser… «Déjame hacer, déjate llevar», me dijo de repente. Y así ha sido desde ese mismo instante. Sara, que así decidí llamarla, a mi querido espejo, jamás se ha separado de mí en estos sesenta años. No envejecemos, somos inmortales. Es muy voraz, pero no me importa, que siempre encontramos carne fresca, sangre densa para ella, que no es difícil hallarla entre aquella gente que aparta su mirada de mí, que me hace un gesto denotando asco, el más inhumano de los desprecios, o que incluso me llega a llamar fea, abominación, horrible criatura del averno… Y, ya veis, ni siquiera necesitan repetir su nombre varias veces para que aparezca de repente a su vera y se convierta en su peor, en su última pesadilla. Y nadie, ningún hombre malo se ha atrevido jamás a cortarme el cabello… Aunque, bien pensado, eso no podría ser porque ya no poseo cabello alguno. Recordadlo, me llamo Samira, y si os cruzáis conmigo por la calle, un simple “buenas tardes” acompañado de una sonrisa me sirve, nos sirve a mí y a Sara, aunque ella esté sintiendo en ese momento la necesidad de calmar esa voracidad que no tiene límite alguno. La pobre, sólo quiere vuestro espíritu, devorar vuestras almas…

(No conviene olvidar aquello que aprendimos en nuestra infancia – hablo de la gente como yo, de más de cuarenta… y pico – «Bic Naranja escribe fino, Bic Cristal escribe normal», y, aunque lo tenía algo olvidado, regreso a las imágenes que cada viernes nos propone Fernando Vicente desde su blog elbicnaranja. Me llamó la atención la fuerza de chica, que parece controlarlo todo a través de su espejo mágico. El GIF es de Bill Domonkos, al cual le gusta manipular fotografías antiguas para añadirles una vida que quizá no tuvieran con anterioridad. Lógicamente, esa historia que acabáis de leer es la que a mí se me ocurrió al ver la imagen de Bill que preside esta entrada, y esta joya de vídeo realizada por Chris Cunningham para Aphex Twin se adhirió a mis neuronas según iba escribiendo… Come to Daddy!!)

FECKIN’ SIX FEET UNDER, EEJIT!!!

La primera que lo dijo fue mi abuela Rosie, apoyada en aquella barandilla de aluminio que nos llevaba al desván mientras fumaba uno de sus cinco cigarrillos diarios,  (ahora imito perfectamente la voz ronca de mi abuela, atención.) “esta niña vale para artista. Llevadla a una agencia y ya veréis como nos saca de pobres.” Pobres no éramos, pero la ambición puede cegar cualquier entendimiento por libre que éste pueda llegar a parecer. De esa manera fueron llegando un anuncio de colonia para niñas, pequeños papeles en series y en películas de toda calaña… Y ahora estoy aquí, yendo hacia esa luz, la luz verdadera, aunque yo no lo sé, eso es lo que me dicen ellos, y yo les hago caso porque ya no tengo otra alternativa, que una cosa es hacerles caso y otra muy distinta creer en ellos, en su mera existencia. Así que, LA LUZ… THE FECKING LIGHT, EEJITS!!!

(Solía ver con mi padre, un guapo irlandés de Limerick llamado Seamus, una serie, Father Ted, y me reía yo mucho con los Padres Jack y Dougal, y ahí se me pegaron ambas palabras, tanto “feck” como “eejit”, ambas al límite lo eufemísticamente correcto, pero muy divertidas cuando son pronunciadas por ellos.)

Lights out!,

He with the cap said

But I was not here,

Not anymore.

Where am I now?

What is this shite?

What is this terrible smell?

Lights out!,

His anguish made him repeat,

But no,

I was not there,

Anymore,

The light was.

Where’s the doctor?

Bring the bloody doctor, NOW!!

No Six Feet Under anymore…

The most oppresive death

Is yet to come,

A death all so, so sudden

That it will frighten

The souls out of your broken bones.

Pues sí, gente corriente que en ese mundo vuestro se ha quedado, ése era mi mejor papel hasta la fecha. Tenía que morirme al principio de un episodio de la serie “A Dos Metros Bajo Tierra”(no era una de mis favoritas, que cada episodio empezaba con una muerte cualquiera que luego quedaba relacionada con la funeraria de la familia Fischer. Mi preferida sigue siendo la de aquella mujer que confunde unas muñecas hinchables que ascienden majestuosas hacia el cielo por el efecto del helio con unos ángeles y con Jesucristo que la llaman a unirse a su ballet celestial; sale corriendo de su coche y, ¡thump!, a tomar por culo.), una de las pioneras de ese gigante llamado HBO, entre las tres mejores de la cadena, dicen muchos de esos ávidos consumidores compulsivos de series.

Al final cambiaron mi muerte por la de un bebé de pocos meses que se despedía de sus padres cerrando poco a poco sus ojos y ya no despertaba más. ¿Cómo lo llaman…? ¡Muerte súbita! ¡Eso! Que se me había olvidado el nombre. Pues sí, también da mucha pena, a pesar de la paradoja que se les presentaba aquí, unas cuantas escenas ya rodadas con una muerte real, la mía. “Pero déjenlo así, no puede haber mejor homenaje que ese”, llegó a decir mi abuela Rosie. Se llegaron a reunir y todo, y al final, pues que no, que no podía ser, que a Alan Ball no le gustaba nada, que resultaba demasiado morboso e irreverente aprovechar una muerte verdadera que no cumplía con las exigencias del guión. ¡Pues vaya! Feck you all, eejits! Nadie me ha preguntado jamás mi opinión, y aquí sigo, escondiéndome de ellos y acostumbrándome a esa mierda de luz que me tiene la cabeza completamente loca. Hace unos días, hablando con Maisie Williams, la que hace de Arya Stark en Juego de Tronos, me dijo aquello que le enseñó su maestro espadachín, “fear cuts deeper than swords”, el miedo hace cortes más profundos que las espadas. Y así es. Todo el mundo me teme, soy como el espíritu burlón del estudio. Menos mal que tengo a Maisie, que es la única que me puede ver y que habla conmigo de igual a igual. ¡Hasta me pide consejo cuando se siente insegura! Porque sabe que yo vivo aquí y que de aquí nadie me podrá echar, ¡JAMÁS!

Soy Heather Becky O’Brian, y a la mierda con esa leyenda que interpreta la cadena como Home Box Office, ¡de eso nada! HBO soy yo.

El último viernes creativo que nos proponen desde el blog elbicnaranja antes de tomarse un par de meses de vacaciones estivales. Y eso que acabáis de leer es lo que se me ocurrió, con un montón de homenajes muy, pero que muy personales.

FUCK JOYCE!!!

– Espera, cari, no pases la página que todavía voy por la mitad.

Y ahí lo supo. Ya no era la gota gorda que hubiese colmado el vaso infinito de su paciencia, es que éste había desbordado hacía ya un par de semanas, interminables como eternas lápidas de mármol. Compatibilidad y paciencia no coordinaban nunca más, muertas ambas, yacientes en el lodazal del tedio sin luz propia.

– ¿Sabes? Se acabó. No puedo más con tu actitud, con ese buen rollo de querer estar todo el día juntos, abrazados, viendo las mismas películas, las mismas series, preparando juntos esa mierda de dieta paleo que me estás imponiendo sin que yo haya sido capaz ni de meter baza, ¡que tengo que comer cachopos a escondidas, joder ya!…

– P-pero, pero es que yo… yo pensaba que te gustaba todo eso, cari.

– ¿Gustarme? ¡Y una mierda. Hasta las putas narices ya, joder!

– Tranquilízate, mi amor, tienes que eliminar toda esa tensión acumulada, el estrés… trabajas demasiado, tienes que orientar tu vida hacia un karma más positivo. Podemos ir a hablar con Jorge, que conoce una coach muy buena, una gran orientadora sentimental.

– ¡Qué les den por culo a toda esa mierda de coaches o lo que cojones sean! ¡Qué no, hostias ya! ¡Que estoy hasta el culo de tanta ñoñería, de tanto rollo cursi! Y el colmo de los putos colmos, tener que leer esa novela juntos… ¡Que no, joder, que aguante al brasas ese del Joyce su putísima madre, que yo ya no, que tengo ahí ésa de Toni Morrison esperando, que paso al lado de ella y salivo por empezar a leerla, coño! Tanto control, tanto control, joder… Si salgo un sábado con mi gente, de morros; si voy a un concierto, más morros y malas caras… ¡Que no, hostia, que se acabó! Vete a controlarle la vida a otra persona, que ésta se apea del carro.

Y se levantó, dirigió sus pasos hacia la puerta que da a la calle no sin antes coger del aparador las llaves del coche y las del trastero. Allí guardaba su maleta, la Samsonite grande que su madre le había regalado cuando tomó la decisión de irse de casa. De eso hacía ya (o puede que tan sólo) cuatro meses, y la vida en común se había consumido deprisa, como si cada día fuese una semana, un mes, o quizá un año. Mientras se abría la puerta del garaje, comenzó a esbozar una sonrisa cómplice de su conciencia. Por el retrovisor vio como la puerta del garaje se cerraba lentamente. Esperó a que esa puerta bajase del todo y salió de allí calle abajo con toda la satisfacción que el momento le producía.

“Que se joda, que es un puto imbécil de mierda… tanto buenrollismo, tanto halago todo el puto día. ¡Ya está bien!… Joder, ¿y dónde está el mierda ese del manos libres ahora? Ah, ya… a ver”

Nic, noc, tac, toc, nic, tec, pip, tec, noc… piiiiip… piiiiip… piiiiip… piiiiip. Tlock

  • Dime, hija.
  • Hola mami, ¿qué tienes hoy para comer?
  • Hizo tu padre una quiche de ésas que le salen tan bien, la de espinacas y puerros.
  • Hmmmm, pues guardadme un buen trozo, o mejor, esperadme para comer que estoy ahí en diez minutos.
  • ¿Va todo bien, hija?
  • Genial, mejor no podría ir. Ya te cuento en casa.

Pues ya hacía un mes, más o menos, que no me daba a mí por seguir el reto de asignar una historia a una imagen, como nos propone cada viernes Fernando Vicente desde su blog elbicnaranja. El pasado 12 de junio nos retó a introducir conflicto a la imagen tan idílica que ilustra esta entrada, creación de Puuung, desde Corea del Sur. No sé si lo he conseguido, lo de crear conflicto, digo, pero sí puedo asegurar que me lo he pasado en grande pensando y escribiendo este relato.

LUPA

Ana tan sólo había pedido una lupa por su cumpleaños, todo lo que le dieran estaría de más, seguro. Era el más importante hasta la fecha, 10 años, el único en el que cambiamos de una a dos cifras, por eso se había decidido a decirle a su madre que quería una lupa, una muy buena, de detective profesional, la mejor que fuese posible encontrar en la ciudad. Raúl, su hermano pequeño, todo nervio y energía, no entendía por qué su hermana mayor estaba tan Montgomery Clift In 'The Defector'empeñada en conseguir una lupa. «Pues vaya tontería», pensaba desde el prejuicio infantil que provenía de un exceso de educación tradicionalmente patriarcal y machista, marca de la casa de su padre, un trabajador por cuenta ajena que descargaba siempre que veía un leve resquicio toda su frustración vital en el interior del hogar. No sólo tenía el brazo muy suelto para repartir hostias por doquier, sino que también empleaba toda la violencia verbal que su intelecto frustrado le permitía soltar cual lastre puramente existencial para tener a todo el mundo acojonado, a su puto servicio, a sus malditas órdenes; iracundo, inflexible, vehemente, de los que sólo se ríen con sus amigotes. «Un cerdo hijo de puta», que pensaba su mujer cada vez que lo veía aparecer por la puerta. Pensaba, sólo pensaba, que el miedo la atenazaba anulando cabrón todo su ser.

Ana quedó fascinada con Sid, ese niño sádico hasta la avaricia con sus pobres juguetes, desde el primer instante en que apareció en «Toy Story». Ese placer interno tan inconfesablemente enorme como el que sintió cuando, con los ojos como platos soperos, vio a Sid lupa en mano tratando de quemar la frente de un asustado Woody. 00 SidWoodyUnderGlass«¡Quiero una lupa, para mí sola!», se gritó a sí misma en mitad de una especie de trance pirómano-festivo. Ya ha visto la película dieciocho veces.

Y ahora llegamos al día de la celebración, un 13 de mayo. Ana se levanta a toda prisa, nerviosa, ilusionada, esperando que el tiempo corra más deprisa que nunca para que lleguen cuanto antes esas cinco y media de la tarde. «¿Mami?» «Sí, hija, dime:» «¿Esta noche tienes turno en el hospital, verdad?» «Sí, un fastidio, mi amor, pero estaré en casa hasta las nueve y media, no te preocupes.» A casa vinieron sus dos amigas y su amigo. Cantaron, bailaron, Ana sopló muy fuerte esas diez velas y, por fin, llegó ese ansiado turno de los regalos. El Mario Kart 8 para la Wii U, unas acuarelas, el Libro Guiness de los Récords de este año y, ¡menos mal!, una lupa de nueve centímetros de diámetro de la marca Aventuralia. Lo demás ya no importaba. Tras ayudar a su madre a recoger los restos de sandwiches, ganchitos, patatitas y demás viandas cumpleañeras, Ana corrió a su habitación. Del cajón de la derecha de su escritorio sacó un rotulador negro de los de tinta permanente y en la parte superior del cristal de la lupa escribió RAMON, así, con mayúsculas y sin tilde en la ‘o’. Cuando su amigo y amigas se hubieron marchado, despidió a su madre a eso de las diez menos veinticinco de la noche y acto seguido jugó un ratito con su hermano al juego de la WiiU que le habían regalado hoy. Llegó su padre, «¿Qué cojones hacéis? ¡Venga pa la cama, hostias! ¡Aire, AIRE, JODER!» «Papi, espera, que ahora dan el tiempo y quería verlo, sólo son unos minutos de nada.» «Cagondiós ya… Le tomáis a uno la delantera y os creéis ya los putos amos de la casa… Venga, lo ves y ni un puto segundo más, eh, te vas cagando hostias para la cama. ¡Y acuestas tú a tu hermano, que yo estoy cansado, hostias!» «Gracias, papi.» Efectivamente, Ana confirmó lo que había visto en el telediario de las tres de la tarde, al día siguiente tocaba un sol de impresión. «Buenas noches, papi, hasta mañana.»

Cuando Rocío, que trabajaba como auxiliar de enfermería en el Hospital Central, llegó al número 27 de la Calle Ramón y Cajal se encontró a su hija Ana y a su hijo Raúl en el portal, sentados en la escalera, vestidos y con mochilas bien cargadas a sus espaldas. «Hola, mami. Vámonos ya, que todo ha terminado.» Sin decir nada, Roció salió del edificio dando la mano derecha a su ojito derecho, su hija Ana, y la mano izquierda a un asustado Raúl, que aún no comprendía muy bien qué estaba sucediendo aquella mañana de sábado tan extraña. Desde la parada del autobús, mientras Rocío permanecía sentada bajo la marquesina, relajada, sonriente, Ana y Luis observaban con la inestimable ayuda de la lupa nueva de Ana una fila de hormigas que ascendía por la pared de un edificio cercano, muy bien organizada, escucharon la sirena del camión de bomberos, ninoninoninoninoninoninoninoninoooo. Demasiado tarde, Ramón ya se había asfixiado seis minutos antes. Una pena, pensó Ana, su piel, su carne ya no podrán sufrir el angustioso contacto del fuego. «Mami querida, te quiero» «Y yo a ti, mi amor, y yo a ti.»

(Otro viernes acepto el reto creativo de elbicnaranja, en esta ocasión, un grafiti de Pejac, artista español que alegra paredes con un arte que nos hace pensar, que viaja rumbo a nuestra mente para que así nos hagamos montones de preguntas. Tanta noticia sobre asesinatos por violencia machista, esa maldita lacra, me llevó a escribir esta historia inspirándome en la imagen.)