CONA MOR

No, no se trata de una obvia referencia u homenaje al insigne Chiquito de la Calzada, no, aquí iremos mucho más allá, porque vamos a agarrar una pala de esas bien grandes y cavar un rato largo hasta llegar a 1980. Tan cerca, tan lejos – como aquel grupo danés que vi una vez en Aplauso, Mabel, que cantaba una canción titulada “We are the eighties” entre melenas rubias cardadas y poses bien aprendidas tras unos años 70 llenos de glam y heavy metal (más adelante, y gracias a La Edad de Oro, aquel mítico programa que presentaba Paloma Chamorro y que provocaba en mí toneladas de sueño las mañanas siguientes, descubrí el verdadero tema de los 80, “Eighties”, de Killing Joke).

(Inciso: no sólo es una burrada supina intentar comparar estas dos canciones, sino que, para mentes avispadas a las que les guste Nirvana, os habréis percatado de que «Eighties» tiene el riff de guitarra de «Come as you are». Una curiosidad. Prosigamos)

Son dos los tipos de sangre, dos. No hablo del RH, de tener o no tener esa proteína en la membrana de los glóbulos rojos, no, sino del acercamiento de los seres humanos a la misma teniendo en cuenta las circunstancias y de quién y por donde brotaba la misma. El mismo día de mayo de 1980, cursando yo el séptimo curso de la extinta Educación General Básica sucedió lo que paso a narrar a continuación:

Clase de matemáticas con Don Ángel en el colegio público de mi pueblo, Cacabelos, Virgen de la Quinta Angustia (desconozco cuáles fueron las cuatro angustias anteriores, quizá la quinta fuese la ansiedad que provoca la dinámica del sistema educativo en alumnado de 12 y 13 años de edad, quién sabe). Mientras intentamos resolver problemas en absoluto silencio, una niña sentada en la mitad de la fila de mi izquierda, comienza a llorar tratando de no hacer demasiado ruido. “¿Qué le pasa?”, se acerca Don Ángel, que siempre nos trataba de usted, y pregunta con cierta preocupación a la alumna. “Tengo un problema, ¿puede venir Doña Nati?” Sin mediar ninguna palabra más, el maestro de matemáticas avisa al delegado, “apunte usted en la pizarra a todo aquel que se porte mal”, y sale disparado de clase dejando la puerta abierta de par en par. Las dos mejores amigas de la niña que llora y tiene un problema se levantan de sus asientos y se acercan compungidas a consolarla. Las tres se abrazan, una de las dos amigas acaricia el pelo de su amiga con mucha ternura. El resto de la clase permanece en absoluto silencio. No sabemos qué sucede, si se trata de un problema muy grave o no y ni siquiera nos atrevemos a preguntarle a la niña qué leches le está pasando. Dos minutos más tarde regresa Don Ángel con Doña Nati, ambos entran muy serios. “Ya me ocupo yo”, le indica la maestra de lengua al de matemáticas, “puedes esperar fuera”. “A ver, niños, será sólo un momento, vais saliendo en silencio al patio con Don Ángel y ya volvéis cuando lo arreglemos. Nada, unos minutos.” Y en perfecta y armónica fila salimos de nuestra aula en dirección al patio. Estamos asustados, nos miramos unos a otros sin saber de qué va todo aquello. Mi amigo Jose olvida su chaqueta en clase y, por propia iniciativa y sin pedir permiso al maestro, regresa corriendo al aula de 7º B. Escuchamos de lejos como doña Nati le riñe airada y como consecuencia Jose corre más rápido aún hasta alcanzarnos. “Joder, está de pie hablando con Doña Nati y la silla está llena de sangre”, me susurra muy bajito a la altura de mi oído derecho. “Hostia… ¿Qué le habrá pasado?… Pobre. ¿No será nada malo, no?”, le respondo. “No sé, ni idea. Había bastante sangre”, me comenta con cara de susto. “Eso no es nada, que está sangrando por la cona, nada más”, Mari Carmen, una de sus mejores amigas, que iba justo delante de nosotros y había escuchado nuestra conversación en voz baja utilizando sus increíbles antenas parabólicas. “¿Cómo que sangra por la crica?” (Mari Carmen, hija de lucenses, utilizaba la palabra cona mientras que nosotros nos decantábamos por la acepción berciana, autóctona e intransferible, que denominaba al organo sexual femenino como crica). “Pues claro, gilipollas, ¿no sabéis que a las niñas nos viene la regla un día y eso significa que ya somos mujeres y que ya podríamos tener hijos? Si lo explicó Don Amado en clase hace un par de meses. Estaríais a uvas, agilipollaos, como siempre.”

El caso es que la niña a la que le acababa de llegar la regla por vez primera y en mitad de una clase de matemáticas estuvo después unos días un poco rara, como avergonzada por alguna maldición espontánea con la que no contaba. Y los niños la mirábamos desde la distancia, entre temor y respeto, como si aquella manzana de la que tanto nos hablaron estuviese encima de su pupitre lista para recibir un mordisco. Temor y mucha basura en nuestras cabezas.

Aquel mismo día, en el recreo, otro compañero de clase se había cortado en una pierna mientras jugaba el típico correcalles balompédico de cada recreo. No pasó nada, algo de alcohol y desinfección, y a seguir con el día escolar. De vez en cuando, volvía a brotar algo de sangre con lo que, nada más empezar la clase aquella de matemáticas con Don Ángel, decidió el propio maestro que bajase el alumno a conserjería para allí aplicarle un apósito. Pero aquella sangre era distinta, no provocaba entre los mayores sensaciones tan extrañas como la de la menstruación de la niña.

A la hora de la comida lo comenté en la mesa con mis padres y mi abuela, y nadie me supo o quiso explicar qué desconocido misterio distinguía a una sangre de la otra. Miradas, caras de extrañeza, y a cambiar de tema lo más pronto posible, que los tabúes no son tema de conversación en una comida familiar. “Joder, cómo cambian los tiempos, hostia”, fue lo único que atinó a decir mi padre al respecto mientras mi madre y mi abuela se miraban de reojo tratando de responderse preguntas la una a la otra que ya venían, probablemente, de muy atrás, de tiempos ya lejanos para ellas.

APALANC-ARSE

Apalancarse

X. APALANCarse

mi sillón, mullido

tu dignidad, hundida

mi mar, tu mar

no son el mismo:

a esa cala

en mi yate

quiero llegar:

aparta tu bote

salvavidas,

tu patera, tu propio ser

que voy con prisa.

Argus Looking Back Mods 1964

Y. apalancARSE

contamos cada noche las estrellas

si las mareas así nos dejan:

atrás, nuestro infierno;

al frente, vuestra fortificación,

y nuestras retinas

súbditas infinitas

de una intemperie jamás deseada,

por ti ignorada,

muerte demasiado ajena,

vidas olvidadas al instante

una vez apagadas

vuestras voraces pantallas.

HABITUACIÓN, CUAL CEBOLLA RECIÉN CORTADA – PARTE VIII

VIII.

Si dejo que mis dedos se pierdan en lo intrincado de tu mundo,

si ato a mi caballo a una valla con ristras de ajos,

y si no como verduras por no ser como ellos,

entonces me habrás vencido y yo te entregaré las llaves de mi ciudad.

Si decido hacer deporte porque me veo gordo,

si como tocino frito en pura manteca de cerdo,

y si no quiero ver las películas que a ti te gustan,

al final no seré más que la flecha de un Navajo clavada en tu puto culo.

Prefiero la venganza de la Naturaleza

a la hipocresía hecha lengua, hecha habla de los humanos.

Si me pongo a nadar,

tú te encargas de variar el rumbo de la corriente.

Si muero antes que tú,

que no me entierren bajo una cruz,

que yo ni creo ni padezco,

que así nací y he de morirme con ello.

Mi cuerpo para la ciencia,

para que los estudiantes jueguen con mis nervios

sin sacarme de quicio…

para que puedas venir a verme y sentir tu culpa.

Formol inundando mis pulmones,

conservando a duras penas el tono negro de mi bofe.

Qué te puedo pedir, si mi boca no articula;

qué puedes hacer por mí, que no te cueste sufrimiento.

Venga, date la vuelta y suelta tu pelo,

antes de que llegue alguien más y te lo corte.

Desde mi ventana veía arder los árboles.

Y no podía hacer nada por ellos,

ni siquiera sentir su calor que quema,

ni siquiera poder hacer llagas de su lumbre.

Erudito entre miles de esclavos,

preso de tu mirada fulgente,

dios enano de una irritante carrera

hacia el infinito, hacia los confines de tu satisfacción.

Ahora abro mi ventana y los veo,

al fin puedo verlos,

entonces cerrar mis ojos

no resultará incomprensible,

y todo aquel humo lejano

pasará a formar parte de mi eterna respiración,

de mi sangre,

de mi pútrido futuro;

no hay futuro,

porque todos aquellos pinares

arden bajo tu indulgencia.

Ni siquiera los que lo intentan

bajo el peso de su perenne sueldo

lograrán cambiar la dirección del viento

que se lleva, que se va llevando incrédulo

toda esperanza de vida eterna,

a la vera de tu desatinada miseria.

Por favor os lo ruego,

Que la última persona apague todas las luces

(incluidas las de mi imaginación).

CONVIC©IONES

Es increíble lo que me acaba de suceder… Si hace tan solo un día, un puto y mísero día, me llegan a decir que yo podría estar sumido en este lamentable estado les hubiese mandado a tomar por culo… como mínimo.

– ¿Por qué me quieres?

– No lo sé.

– Yo no me lo creo.

– Pues te jodes, que para eso has venido, ¿o no?

– ¡Ves, ya empiezas otra vez… !

– Ya he terminado, que es distinto.

– No, no has terminado; al menos hasta que yo lo diga.

– Tú decides, como siempre.

– ¡Anda y qué te follen!

– Así me gusta, que reacciones a tiempo, como los buenos caballos cuando ven perdida la carrera. Lo nuestro puede llegar a ser como el “Grand National”.

– Me largo, ya no te soporto más…

Y se largó. Se encaminó hacia su casa donde su marido la esperaba para que hiciese la cena. (Él, su encantador esposo, el que la mimaba en exceso cuando a ella le entraban los ataques de bulimia sexual.) Con cuarenta y seis años recién cumplidos no se deben perder las bragas detrás del primer niñato de diecisiete que te mire un poco obscenamente, ni con el segundo, ni con el tercero… ni con tu propio sobrino, puede que ni conmigo. Quince años de vida desde hace tan solo dos meses, y el “éxtasis” corre por sus venas como la insulina por las de un diabético. Y tú corres tras él, no sólo por las pastillas que te dan la fuerza necesaria para seguir, sino también por probar el suave tacto de una polla recién salida del cascarón, y siempre dura y dispuesta para taladrarte por cualquier agujero. No, no seré yo el primero en criticar tus actos. Tampoco el último. ¿Recuerdas cuando me masturbaste por primera vez? Yo sí. Ocurrió en tu habitación. Ese verano yo despertaba al mundo entre cervezas, porros poco cargados y morreos insulsos en lúgubres disco-bares. Gracias a ti comencé a lanzarme sin paracaídas delante de las chicas. Y alguna cayó, vaya si cayó… Pero yo estaba deseando en todo momento volver a perderme entre tus flujos vaginales. Llegue a no lavarme el dedo anular de mi mano derecha durante días. Necesitaba ese olor como ahora necesito la maldita nicotina… Resultaba gracioso bajo la ducha con mi dedo anular protegido por un trozo de látex que yo me había ocupado personalmente de cortar de un guante de los de la consulta de mi padre…

¿Ves? ¿A qué no resulta tan complicado?

– Joder. Tú no tienes toda la pierna escayolada. Y ahora me duele, me está doliendo mogollón.

– Siempre tan quejica.

– Ya, claro. Si te conformaras con chupármela, y que, mientras, yo te frotase a conciencia el clítoris…

– Pero ya sabes que yo necesito sentirla dentro, que se vaya abriendo camino en mis entrañas…

Ni siquiera la radiación ha hecho menguar ni un ápice tus ganas de conocer, de explorar nuevos cuerpos. Maldito cáncer. Los médicos dicen que tienes muchas posibilidades de superarlo con éxito. ¡Y una mierda! Al menos a mi no me engañan… ¡No quiero! ¡No soy gilipollas, hostia!

El otro día te vi por primera vez sin la peluca. No sentí nada especial… Bueno, sí que algo de curiosidad malsana invadió por un instante mi frágil pensamiento: ¿Te has quedado sin un puto pelo en todo el cuerpo? Nunca quisiste afeitarte el coño para mí…

– A los diecinueve años me operaron de apendicitis. Por aquella época yo salía con un amigo de mi hermano. Un buen chaval, pero un poco soso, muy parado. Yo quería acción, la estaba pidiendo a gritos. Y él nada, a lo suyo: a ver películas suecas, checas, ¡qué sé yo!, en el cine-club del barrio… Me tuve que follar al enfermero de guardia una hora y media antes de que me abriesen la barriga. No te quedes con esa cara, di algo al menos…

No recuerdo lo que te dije, pero seguro que fue alguna gilipollez. Mi novia no sabe nada. Se lo hubiese contado si… ¡Mentira!, lo nuestro no puede salir de nuestras bocas. Todavía me entran ataques de risa cuando te veo intentando fumar un porro utilizando tus labios vaginales; y hasta parecía que tragabas el humo y todo…

– ¿Es más importante ese puto partido que yo?

– No, claro que no… ¡Qué cojones! Sí, claro que es más importante que tú, al menos en este preciso instante…

– ¿Sabes lo que te digo? ¡Qué te folles al puto televisor, a ver si así de paso enculas a alguno de esos malditos futbolistas…!

– Más de uno lo agradecería, no te creas…

De entre todas mis aficiones, el fútbol, con la indescriptible pasión que despierta en todo mi ser, es la única que me separa por completo de las mujeres. Nunca he sido capaz de entenderlo del todo: ¿Por qué oscura razón una mujer siempre tiene que tocarnos los huevos cuando algo realmente importante está sucediendo en cualquiera de los campos o estadios de fútbol del planeta? ¿No habrá otros momentos para echar un polvo, o para hablar de cualquier pijada intranscendente tipo ‘me he comprado esto o lo de más allá’, o ‘hay que arreglar el grifo de la bañera, que pierde’?. ¡Cagondiós, también va perdiendo mi equipo y no tengo porque arreglar yo esa situación! Tú eras especialista en estos menesteres, la mas tocacojones del hemisferio norte, la más “hay-que” de todo el hemisferio norte… pero te quería, ¡vaya si te quería…!

– Creo que me apetece comprarme un gatito para tenerlo en nuestro apartamento.

– ¿Un qué? ¿Qué has dicho?

– ¡¡Un gato, joder, un puñetero gato!! Me haría mucha compañía cuando tú no vienes… cuando sales por ahí con esa zorra de Verónica.

– No te pases, que Vero no es ninguna furcia… no como…

– ¡Como yo…! ¡Anda, dilo! ¡Ten cojones para algo más que para joderme a mí, porque lo que es a esa estrecha! Virgen a estas alturas, en estos tiempos… ¡Ay! Quién los hubiera pillado con diecisiete años.

– Mejor cómprate un pekinés, que, según tengo entendido, lamen el coño de vicio… vamos, que así no tendrías porque lamentar mis ausencias.

– ¡Eres un hijo de puta…!

Puede que tu mala hostia haya provocado la metástasis. Te vas a morir y eso me jode en el alma. Veo a Verónica y no me reconozco en ella; sin embargo te veo a ti, con casi veinte kilos menos y con esa horrible peluca, y me entran unas ganas locas de metértela por el culo… No soporto la frigidez de mi mujer. No me tenía que haber casado con esta puta cabrona, que sólo ha sabido darme hijos que yo ni siquiera quería. Me dan ganas de mandarlo todo a tomar por culo. Si el cáncer fuese una enfermedad que se pudiese transmitir sexualmente, no dudaría ni un sólo instante antes de penetrarte sin haber tomado la más mínima precaución. ¡Ójala tuvieses el puto sida y no ese jodido cáncer de pulmón!

– ¿Qué es lo que sientes justo antes de metérmela?

– No sé… supongo que deseo, amor… ¡yo qué sé!

– Pero algo sentirás, algo concreto. Yo, por ejemplo, pienso en lo guapo y fuerte que eres, y me preparo mentalmente para sentir toda dureza de tu polla, todos los movimientos…

– La última vez estaba pensando en Verónica, y el domingo pasado en lo impresionante que había sido el gol de Romario… ¿Te vale?

– Si crees que así vas a ser capaz de fastidiarme, lo tienes claro.

– No, si yo no pretendo fastidiarte ni nada de eso, lo que pasa es que me defiendo de tu continuo ametrallamiento con preguntas… gilipollas, eso es, gilipollas hasta decir basta.

– Pero yo necesito saberlo todo de ti, y tú estás ahí, siempre tan callado, siempre leyendo o viendo la tele; en tu puto mundo.

(El día que me diagnosticaron cáncer de pulmón casi me muero. Acabábamos de dejar nuestra historia pasionalmente incorrecta dos semanas antes. Ya sabes que últimamente yo no me encontraba demasiado bien: me ahogaba entre tos y sofocos siempre que follábamos más de media hora… Y tú, grandísimo hijo de perra, después de cuatro meses ni siquiera te has dignado a llamarme para interesarte por mi estado. Ya, ya sé que hablas con mi marido, con tu jefe, que él te mantiene informado sobre la evolución de mi irreversible enfermedad… Pobre, él cree que me tiene engañada; piensa que yo no sé que me estoy muriendo un poco más cada día que pasa. ¡Qué les den por el culo a las putas sesiones de quimioterapia y también a las de radiación…! O ¿acaso la vida no es más que una carrera contra – reloj, una carrera infructuosa tratando de postergar inútilmente nuestras muertes…?)

– Tu coño tiene un sabor muy especial.

– ¿Sí? ¿A qué sabe entonces?

– Joder, a qué va a saber… ¡a tu coño!

– ¡Ya lo sé idiota! Sólo lo preguntaba para ver si, por una vez en tu puta vida, eras capaz de halagarme con algo a un nivel un poco más, más… poético, eso es, poético.

– ¡Vaya por dios, ahora se nos ha vuelto ‘fisna’ la ‘madame’!

– ¿Sabes…? Mi marido me escribía poemas cuando éramos novios.

– Ya, por eso ahora follas conmigo, porque él malgastó todas sus energías pensando esas cursiladas, y ahora no se le pone tiesa…

– ¡No seas tan injusto! Ramón me quiere… Me quiere a su manera… pero me quiere.

(Ninguno de los dos conoce la doble vida de Ramón, el siempre decente Ramón. Una vez, siendo un crío, su padre le arreó de lo lindo con la hebilla del cinturón porque lo había descubierto vistiendo a una de las muñecas de su hermana Marga. Desde ese día Ramón supo que estaba ‘enfermo’ y que debía intentar una curación progresiva que, se suponía, finalizaría el día en que contrajese matrimonio. Ahora esperaba como agua de mayo a que su mujer la palmase de una vez y para siempre para poder él dedicarse a su vida, a disfrutar como loco de su ‘enorme mal’.)

– Cada vez le pones menos entusiasmo al sexo, Ramón.

– Sí, ya lo sé.

– Con saberlo no basta.

– No.

– Y, claro, no piensas poner ningún remedio.

– … Es el trabajo, sabes que me estresa muchísimo.

– ¡Pues trabaja menos y fóllame más, que si no… !

Que si no me voy a liar con Roberto, tu secretario de confianza, el hijo de tu primo Jesús, el famoso cardiólogo. Si por algo se ha caracterizado nuestra vida en común ha sido por no saber nunca terminar una frase a tiempo. ¿Por qué esa desconfianza? ¿Por qué toda esa monotonía inacabada? De todas formas, yo te sigo queriendo… Sigo siendo ‘la chica más bonita del baile’… ¿O No?

– Vero, yo ya no puedo más, o lo hacemos… o me haces una paja.

– ¡Eres un obseso, siempre estás pensando en lo mismo!

– Joder, y tú, ¿en qué piensas? Porque algo pensarás, ¿no?

– Te he dicho una y mil veces que hasta que no nos casemos nada… nada de nada.

– Me la voy a sacar. Creo que si la vieras podrías cambiar de opinión.

Por supuesto que Verónica no cambió de opinión. Yo la deseaba – he de reconocer que la muy cabrona estaba que se salía de buena -, pero tuve que esperar hasta la maldita noche de bodas. ¡Vaya un mito más gilipollas…! La postura del misionero, y a correrse dentro de toda su frigidez. Casi salimos a polvo por hijo… y tenemos tres. Por eso tuve que llamarte nada más regresar del viaje de novios; por eso no soporto que tengas que morirte ya, tan pronto.

– ¡No quiero volver a verte más! ¿Me estás oyendo hijo de puta?

– Tú te lo pierdes.

– ¿Es eso todo lo que tienes que decirme?

– Sí, no hay más explicaciones.

– Pues entonces adiós… ¡Qué te den por culo!

– Lo mismo, pero que lo haga un negro con un buen rabo, que es lo que necesitas.

Aún no sé porqué te tuve que dejar. Reconozco que discutíamos más que jodíamos… pero es que eso me daba exactamente igual. Con mi sobrino Enrique no es lo mismo; es un chaval, son tan sólo quince años… y pasa de todo, tan sólo piensa en drogarse y en andar por ahí haciendo el imbécil con su monopatín… Además, nunca aguanta más de dos o tres minutos, no como tú, que eras capaz de estar dentro de mí una hora, una hora y media… ¡Qué bien me sentía al llegar a casa con mi coño todo irritado…!

– ¿Me llamaba, Don Ramón?

– Sí, pasa, hijo, pasa. Toma asiento. Quería que supieras que mi mujer tiene cáncer, no le queda más de un año de vida. Al principio nos dijeron que había esperanzas, pero ya ves…

– Lo siento… No sé qué decir.

– No digas nada, mejor no digas nada…

¿Por qué me contaba Ramón a mí todo esto? ¿Por qué no me llamaste y me lo contaste tú personalmente…?

El otro día, durante tu entierro tuve pensamientos necrófilos… y ahora me apetece matar a mi mujer. Me da la impresión de que tardaré un tiempo en superarlo… Puede que hasta le entre a saco a tu hermana Lourdes, tan parecida a ti, y que siempre me mira con ojos lujuriosos. Si al menos la chupase como tú lo hacías… (Me has querido antes, ¿me querrás ahora?)