“Quizás viajar no sea suficiente para prevenir la intolerancia, pero si logra demostrarnos que todas las personas lloran, ríen, comen, se preocupan y mueren, puede entonces introducir la idea de que si tratamos de entendernos los unos a los otros, quizás hasta nos hagamos amigos” – Maya Angelou
limpiar tu última sangre del suelo quizá sea mi capítulo final de redención: las horas de silencio y espera que ya se torna infinita bajo la presión de un tiempo que ya no volverá a ser jamás por más que insista ese reloj de pared de manecillas tan ruidosas; la bifurcación de los seres en el ámbito uniforme de la extrema lealtad de lo humano y sus consecuencias y la acera recién arreglada con versiones alternativas de unos paseos diarios ya olvidados ese caminar eterno ahora terminado: todo eso y aún más con la cucharada a rebosar de gramos paciencia perdida de alguna riña vespertina porque decías que odiabas esta barba porque la concordancia no existía en muchas ocasiones de feliz enfrentamiento más allá del vínculo de sangre: pero la mirada prevalece y también una compresión mutua que solía viajar desde dos polos absolutamente opuestos que se abrazaban en un lugar de cariño más allá de la ciencia la familia y eso que nos obligan a llamar algo así como amor; te lo comenté en más de una conversación cuando la memoria aún no envejecida y gastada perduraba y resistía por encima de la estúpida inmediatez: prefiero la fiesta y la celebración al culto exagerado de lo tétrico y en esta casa ahora vacía todavía escucho tu voz preguntándome si estoy bien si necesito algo porque en tu caso la generosidad era norma nunca pretensión: siempre fuiste la última en atender tus escasas necesidades y te vas igual que viviste sin molestar discretamente disfrutando de la vida desde el exterior de la de los demás con esa sonrisa sincera y sin tan siquiera despedirte ni decirme como casi siempre sin enfadarte que afeitara la barba una última y definitiva vez; y me da pena muchísima pena que el baile continúe pero ya sin tus pasos
II
el último poema que leí fue la factura de la luz y no lo entendí: allí estabas tú en la penumbra de un salón en cuya lámpara solo alumbraba una bombilla de las cinco que se suponía debían hacerlo; fundidas y antiguas nada de led o luces modernas de esas que dicen gastan poco aunque en las tiendas sean mucho más caras: las paradojas del capitalismo ante la oscuridad de la noche «si ya conoces bien tu casa para qué vas a necesitar luz alguna cuando anochece» porque te encantaba igual que a tu madre mi abuela pasear pasillo arriba pasillo abajo un buen rato antes de irte a dormir: «quien mueve las piernas mueve el corazón» me decías repitiendo aquel famoso eslogan de bicicletas estáticas ay el corazón oh ma corason se cansó y dijo «ya valió» y la luz del pasillo quedó encendida toda la noche mientras el agua del cúa seguía pasando bajo el puente en dirección a su encuentro con el sil porque lo hace sin pausa porque la misma agua siempre regresa al origen de su periplo para poder leerme otra vez ese recibo de la luz hecho poema que yo inútil ser humano ni analizándolo con calma ni soy ni seré capaz de comprender
Aunque mi amiga Malin Ellisdotter haya cerrado su blog, seguimos colaborando en otros medios (Facebook e Instagram). Éste es el último poema que he escrito al que Malin a asignado esta poderosa imagen.
Though my friend Malin Ellisdotter has shut her blog for good, we are still collaborating in other social media (Facebook & Instagram). This is the last poem I have written and Malin has brilliantly matched it with this powerful pic.
IT BEGAN AT HOME
Your fake smiles do not feed my soul
and I do not trust my surface anymore:
we were swimming in the lake
the last day of that rebellion
then there came the lies
our bodies drowning
while we fiercely dispised our useless lungs:
the real nothingness of that fake oxygen;
and well_______
if they had won
why would we have shot our sons
our daughters with discomfort?
Will our wounds be already healed?
Will shallow people finally understand
the meaning of the artful noise
of broken bones?
Nobody knows
and we don’t really mind
as this human parade
is turning people blind_____
Esta mañana estaba hablando con esta gente estudiante del 1º del bachillerato de humanidades sobre los símbolos que representan a cada cultura, país, pueblo, etc. De hecho, para casa tienen que elegir el símbolo que según cada cual representa a España (o a Asturias, que también di esa alternativa). La unidad 8 del libro de texto, Trends, de la editorial Burlington, se titula Culture Shocks. Saltándome por encima cual valla de atletismo los ejercicios allí propuestos, se me ocurrió contarles mi aventura como camarero de un bar de tapas de Crystal Palace, en la zona 4 de Londres, Los Toreros.
Año 2001, nos vamos Nuria y yo a trabajar como profesores a Londres, para lo cual con anterioridad habíamos, supuestamente, hecho todas las gestiones de convalidación de títulos y demás papeleos con el fin de poder solicitar nuestro correspondiente número de QTS (Qualified Teacher Status – número de profesor cualificado), una especie de DNI indispensable, obligatorio para poder ejercer la profesión docente en Gran Bretaña. Y ocurrió lo que suele ocurrir siempre, o casi siempre, con la maldita burocracia, que exaspera a la persona más paciente con su inoperante lentitud: venga entrevistas y más entrevistas para justificar aspectos que a nosotros nos pueden parecer obvios, pero a ellos no. Valga el ejemplo que nos dice que para explicar que en España, al casarse, la mujer no pierde sus apellidos familiares originales tuvimos que ir ¡cinco veces! a entrevistarnos con las funcionarias de la Seguridad Social, que no eran capaces de entender un hecho tan sencillo como aquél; por no hablar del impreso con redacción incluida que tuve que rellenar para justificar que yo no era un tal José González que había vivido en la Isla de Mann ocho años antes, y que, al parecer, había dejado deudas por doquier. En la vorágine de este proceso, que vino a durar unos dos meses, fue cuando encontré este lugar increíble llamado Los Toreros, un bar de tapas situado en Westow Road, Crystal Palace, justo enfrente del Safeway, el supermercado más cercano que teníamos en el barrio. Un jueves, volviendo de la compra muy cargados, nos fijamos en un cartel que habían pegado en la puerta de Los Toreros, “Spanish speaking staff required” (se necesita personal que hable español), y, sin dudarlo ni medio segundo, entramos allí a preguntar, y ahí empieza una aventura que ahora, desde esta atalaya que crece con el paso del tiempo, me hace toda la gracia que maldita era por aquel entonces.
(A ver, que voy a conectar ahora mismo este traductor simultáneo… Ajá, ya. Click.)
Hola, buenas, preguntaba por ese cartel que tenéis ahí en la ventana, el que dice quese necesita personal que hable español.
¡Eh? Yo no saba nada. Preguntar Tula, dueña. Ahí datrás, restaurante. – la que me responde, de muy mala gana, por cierto, es Katya, una rusa que ejerce como manager mandamás de la zona de restaurante. Los Toreros se dividía en dos partes bien diferenciadas: el bar, justo en la entrada, y el restaurante, en la parte trasera, con 25 mesas y una barra que comunicaba con el bar, y otra a la que llegaban los platos desde la cocina.
Hola, buenas tardes, ¿Tula?
Sí, soy yo. ¿Qué deseabas?
Es por lo del trabajo, soy español y…
Puedes empezar esta noche si tienes una camisa blanca y unos pantalones negros
Eeeh, sí, claro, sin problema. ¿A qué hora tengo que estar aquí?
A las seis en punto. Cenas primero y ya te explica luego Katya lo que tienes que hacer.
Y allí estaba yo, a las seis menos cinco, un antitaurino de pro a punto de empezar a trabajar como camarero en Los Toreros, ¡ja! Al menos tenían la decencia de no abusar de la decoración basada en ese rancio mundo del toro. Aquello era un batiburrillo de fotos, figuritas varias de flamencas y de guitarras, y, ¡cómo no!, de esos sombreros mexicanos que tanto les gusta a los británicos traerse de sus viajes “culturales” a Ibiza o a Magaluf. Hispanidad en apuros, un mundo kitsch, casi de saldo. Nada más llegar, Tula, la dueña, griega oriunda de Faloraki, me presenta al resto del personal: Katya, la rusa, con la que ya había tenido “el gusto”, que me seguía mirando con demasiado recelo, como si le fastidiara que yo pudiese hablar bien inglés; Dariusz, un chico polaco de 20 años que sólo sabía decir “yes”, “table” y “hello”; Mimi, la manager del bar, de Islas Mauricio; Renato, peruano que tampoco hablaba casi inglés, y los dos cocineros: Hamed y Mulayzein, marroquí y argelino respectivamente. Impresionante. Lo primero, antes de que comenzasen a llegar clientes, cenar: una hamburguesa bastante rica con ensalada y patatas asadas. Mientras comíamos nos dijo Tula que fuésemos echando un vistazo a la carta del menú (Dariusz y Renato también empezaban a trabajar aquella tarde. Pánico en las calles de Londres… will customers hang the waiter? )
No sería jamás capaz de describir en detalle lo que suponía cada jornada de trabajo en aquel bar de tapas. En el menú, por ejemplo, ofertaban fabada entre sus múltiples opciones de platos típicos españoles, y esa primera noche me toca servir una cazuela de fabada, a 12 libras, a una pareja de enamorados que celebraba la petición de matrimonio del muchacho aquel tan colorao a una rubia muy sajona de las de minifalda con piernas a la intemperie, estábamos en pleno invierno, y tacones blancos. Ella dijo sí muy ilusionada, y nada mejor para celebrar aquel anillo tan pomposo que una tapa de ¿fabada? Ejem, eran simples fabinas de las suyas, de esas “baked beans” de HP o de Heinz, con algún trozo de salchicha roja por allí flotando despistado. Me sentí mal sirviendo aquello, no lo voy a negar… pero, ay, todavía faltaba la tortilla de patata. La tristeza se apoderaba de mí a cada paso que daba con aquella ¿tortilla? en mi mano derecha. Yo la miraba y cerraba los ojos acto seguido, porque, aparte de lo ridículo de su tamaño, el color tan rojo no aventuraba nada decente. Y así era, le habían echado pimentón…
A eso de las diez de la noche nos manda Tula a Dariusz y a mí preparar una mesa para ¡26 comensales (minerales)! Una despedida de soltero. El puto horror. Dariusz que desaparece totalmente de la escena “lost in translation”, y yo, pues a apechugar con aquel grupo tan hambriento como salvaje. Al menos me dejaron buena propina, que fui capaz de comprender a dos que me pedían ya medio borrachos una copa de “ponxavayerou”, y tras la tercera escucha llegué yo triunfal con la botella de Ponche Caballero mientras en mi cabeza sonaba el famoso Carros de Fuego de Vangelis.
Antes de irnos aquella primera noche, aparecen dos MILFs muy emperifolladas, muy rubias, de mucho volumen al hablar. Venían a esperar a los cocineros, y con ellos se fueron abrazadas a disfrutar de una buena noche de juerga en Londres.
Los sábados venía Rhys, un galés muy simpático de Llanfairpwllgwyngyllgogerychwyrndrobwllllantysiliogogogoch, Llanfair para los lugareños (aunque a mí me gusta más, me pone más, ese final apoteósico en “gogogoch”), a dar recitales de guitarra española, la cual había aprendido a tocar, como no podía ser de otra manera, en Tokio. Gran bebedor de cerveza y un fan acérrimo de Camarón y de Paco de Lucía. No lo hacía mal, pero aquélla era mi profana impresión, que yo funciono con la música por puro y duro oído.
Vi pasar muchos más camareros y camareras, cocineros, sólo aguantó Katya allí al pié del cañón torero esos casi dos meses que trabajé allí. Un viernes, ya con mi QTS, fui a decirle a Tula que se había acabado, que ya no más Toreros ni fabadas engañosas, que me iba a trabajar de profesor a Phoenix High School. “Y si eres profesor, ¿qué narices hacías trabajando aquí de camarero?”, fue su pregunta desde la más absoluta y lógica extrañeza: una griega con mentalidad anglosajona tras 29 años viviendo en el Reino Unido. “Ay, si tú supieras de qué pueden llegar a trabajar los licenciados españoles llegado el caso”, fue mi pensamiento último antes de cerrar la puerta y salir de Los Toreros para siempre.
– ¿Jose, vale la sidra como símbolo de Asturias?
– Ehh… Vaya si vale, ¡pues claro!
«Jeane,
The low life has lost its appeal
And I’m tired of walking these streets
To a room with its cupboards bare…»
Segunda cita para el segundo día del reto. Sigue todo el mundo siendo libre de sentirse seleccionado/a para continuar el reto. Esta frase de la canción «Jeane» de «The Smiths», letra de Morrissey puede ser el principio o el final de muchas vidas…
«We don´t get what we asked for, we get what we deserve» (No podemos conseguir lo que pedimos, obtenemos lo que merecemos) – From the Sleaford Mods’ «Under the Plastic and N.C.T» song
UNAS POCAS COSAS, QUE ALGUNAS SON
(poema mentiroso, aconsonante, pentafulgurante y en ritmillo Brey)
Todo, todo es falso, falso, falsete,
absolutamente falso,
salvo alguna cosa,
cosa que es lo que han publicado,
publicado lo han,
los medios de comunicación…
Y voy a tomar,
tomar una decisión.
Cosas,
cosas se han producido,
algunas cosas que no,
que no,
que no nos gustan;
pocas cosas…
Incesante
goteo;
me meo…
Y
no es cierto,
no todo lo referido
a mí,
a mis compañeros…
No son,
no lo son
46 millones
de españoles,
en fila
de a uno.
La cosa.
Pocas cosas,
algunas,
nunca más…
It’s too difficult
todo esto.
Nevermore!!
(Y el Cuervo dijo: «Nunca más.» No podrá liberarse. ¡Nunca más!)
Y ahora me poso sobre un busto de Palas y, muy en serio, os pregunto vuestros nombres.
«¿Quiénes sois?»
«So, goodbye. Please stay with your own kind And I’ll stay with mine.»
(Y el Cuervo dijo: «Nunca más.» No podrá liberarse. ¡Nunca más!)