Lo pienso medio en broma, y me da la impresión de que tiene que ser así, mientras unos sufrimos de poesía, la pandemia generalizada hace que el resto padezca de una crisis galopante de “historias cortas”. Ahora ya en serio, ¿quién puede huir a conciencia de una campaña electoral? Yo lo intento con todas mis fuerzas, recurro a todas las estrategias habidas y por haber para evitar cualquier contacto directo con una sonrisa mentirosa, un apretón de manos engañoso, un tener que escuchar una retahíla de sandeces enumeradas de una en una o de tres en tres (decirlas todas qué fácil es… Restos de aquella publicidad de tiempos infantiles que perviven agazapados en rincones rarunos de mi cerebro king size.)
El sábado pasado sucumbí, sí, amigos y amigas, caí en las redes de la trampa electoral. Es el factor sorpresa, que no contamos con él porque en el fondo somos bastante gilipollas, aunque tratemos de disimular tal condición según nuestro limitado entendimiento nos da a entender. Vamos al asunto:
Sábado 9 de mayo de 2015. Bien temprano, como de costumbre, voy a la piscina de Azcárraga a nadar mis mil y pico metros, ahí, a bloque, ¡cagonrrós!. Vuelvo para casa nuevo, cansado, fresco, con un tono corporal casi perfecto para poder pasar cualquier ITV humana que se nos pueda poner por delante. Extrañamente, que es sábado como ya sabemos, hay mucha gente a la puerta de la parroquia del barrio, la de Nuestra (no la mía, por descontado) Señora de Covadonga. “¿Y por qué?”, me pregunto cuasi asombrado ya que vivo completamente ajeno a los asuntos y menesteres de la parroquia. Caminan delante de mi cuatro personas, un señor de unos cincuenta años, camisa rosa y chaqueta muy pija con coderas, de color beige, muy engominado, y sonrisa forzada rozando lo ridículo, y dos chicos y una chica de un aspecto muy similar, con ropa de esa de grandes caballos con jinetes jugando al polo, que cargan a sus espaldas con una de esas mochilas de cuerdas, éstas últimas de color azul, lógicamente, que rezan la leyenda “Populares”. “Uy, uy, uuuuuy”, pienso aceleradamente mientras imprimo más ritmo a mi paso para así poder adelantarlos cuanto antes… Pero nada, imposible, a mi derecha la carretera con coches pasando constantemente, y la acera superpoblada por familiares de esos niños y esas niñas que hoy están recibiendo a Dios en su seno por vez primera, las criaturas. Me resigno y activo el modo observador pasivo a su máxima potencia. Los cuatro jinetes “Populares” llegan a la altura de la parroquia, se paran, descuelgan sus mochilas y de su interior sacan montones de folletos con los que se disponen a castigar impunemente al personal. Se acercan a un señor de unos sesenta y pico años que fuma un farias muy concentrado. El mayor de los cuatro, imagino que el jefe del comando, toma la iniciativa:
- Buenos días tenga usted señor. Tome, coja uno.
- ¿Qué cagondiós ye esto?
- Esto ye lo que hizo el alcalde y lo que tiene pensado hacer. Hay que votarlo.
- ¿Del PP? ¡No lu quiero, meteilo donde vos quepa, cagonmiputamadre!
- Pero Agustín no ye como los del PP nacional, de hecho él no está de acuerdo con las políticas nacionales del partido, Oviedo ye otra cosa, y en Oviedo lo hace bien, ¿no? – interviene uno de los jóvenes, el más alto, que tiene pinta de dicharachero, así como de Fraguel Rock.
- ¡Hay que jodese! Entós, ¿qué coño fai el Caunedo esi en el PP si nun ta de acuerdo con ellos? Andai, a tomar por culo, quitaivos de mi vista y no me toquéis más los cojones.
Imbuido en mi despiste provocado por ese momento de puro éxtasis ensimismado, con sonrisa bobalicona como aliño especial, no reacciono a tiempo, estoy de pie en mitad de la acera entre toda esa gente “comunionante” y sin capacidad propia de acción que me haga avanzar en mi camino hacia el hogar, que ya estoy muy cerca además.
- Toma, anda, coge uno.
- Eehh, pues va a ser que no. Suscribo todas y cada una de las palabras que acaba de decir ese señor.
- Pero Oviedo va bien, ¿no?
- Mira, ahí tienes a Javier Fernández, el Presidente del Principado… ¿Lo ves, el cartel? – le señalo un cartel cercano que se balancea alegre colgado de una farola.
- Sí.
- Pues eso mismo, que te responda él. Déjame pasar, anda, que llevo prisa.
Y se hace a un lado mientras comienzo a enfilar el camino a casa. Ya son ganas de malgastar dinero en papelorrios, folletos, trípticos, carteles, mítines llenos de banderitas que son la más pura antítesis de la espontaneidad… Total, yo ya sé cuál va a ser mi voto. Fiel a mis principios desde 1986, la primera vez que voté y me disgusté como un imbécil. Era el Referéndum de la OTAN, me tocó ser vocal en una mesa electoral (un debut cojonudo, sí, de puro órdago), y las señoras venían y preguntaban, “Oye rapaz, ¿cuál es la papeleta para votar a Felipe González?” Ahí fui consciente por vez primera del verdadero significado de esta democracia nuestra. Mandan los que mandan y los demás sólo somos figurantes de una película con muchos altibajos pero siempre tirando a mala, pero mala de la muerte.
Llegando al cruce con la calle México, escucho como una megafonía a un volumen demasiado brutal aturde con alevosía a las gentes del barrio.
“¡EL 24 DE MAYO, VOTA A CIUDADANOS!”
Y entre el más puro acople de libro y el eco, nos quedamos en pleno éxtasis místico-electoral con una arrastrada terminación que se repite por triplicado, ya por suerte a un volumen más bajo, “… anos, anos, anos…” Miro hacia atrás y veo de nuevo a los cuatro miembros del comando “Populares” quietos, petrificados, como preguntándose entre sorprendidos e indignados, “¿Pero quién cojones ha dado vela en este entierro a los del Frente Judaico Popular?”