CEREZAS – II

Segunda entrega de «Cerezas». Un buen puñado para hacer boca…

Ciclos de Mil Cabezas

II.

El día que Álvaro llegó a la estación de autobuses de Ponferrada, su hermano no se dignó a ir allí a recibirlo. “Empezamos con buen pie”, pensó el menor de los paparranes. Esperó pacientemente, cargado con todos los bultos que componían su extenso equipaje, a que saliese un autobús para su pueblo. Al llegar a Cacabelos se dirigió directamente hacia su casa, pero allí tampoco se encontraba su hermano. Dejó todas sus maletas en casa de los vecinos y se fue al bar del “barajamelnaipe” a tomar unos vinos. A pesar de la cizaña que algunos de los presentes intentaban meter – puyazos del tipo: “…parece que a los paparranes no les fue muy bien al otro lado del charco…”, o “Vaya sorpresa se va a llevar el Antonio, con lo que quiere a su hermanito del alma…” – , Álvaro no llegó ni por un solo momento a…

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RE-CUENTO, UNA PROFECÍA DE ÉXITO

nado libre entre jugos lixiviados de decepción enlatada

competiciones europeas muy de actualidad:

no se trata de decidir campeones deportivos

héroes sintácticos de balompìé milenario

que ellos son españoles,

españoles

y mucho que lo son

a pesar de las líneas continuas

de las carreteras que llevan

cadáveres que sonríen

sin querer

a un más allá

de aquel camino

preconizado por Cormac McCarthy;

el campeonato del que os hablo

es para decidir cuál de los países de esa Europa

(que ya ha muerto

ahogada en su propio miedo

en el asco

de sí misma)

es el más tonto, imbécil, gilipollas…

el Reino Unido se puso en cabeza

pero no se esperaban

la inmediata reacción patria:

ese viaje al centro

esa masa informe de caminantes blancos

portando con orgullo

paPPeletas corruptamente incorruptibles

intangibles e inmortales

impasibles

ademanes de herencias consentidas

con tintes azules

y aromas de eternos varones dandy

sólo tres días, y ya vamos ganando

otra vez

otra copa

otro euro

otra mejilla más

que poner ante vuestras sonrisas

y ya van…

ni lo sé

ni me interesa ya

hoy ya no recibo:

españa, doce puntos

de sutura

en la dignidad

de la mancha humana:

camino de efímeras glorias

nunca olvidadas

nunca recordadas

en la fiesta de la

(sueño eterno de brisas matutinas

esas que nos van despertando

a hostia limpia

en las mañanas imbéciles

de cada descubrimiento)

democracia activa:

y ya van…

ni lo sé

ni me interesa

¡YA!

CEREZAS – I

Con el capítulo 63 comienza otra historia que, a fin de cuentas, sigue siendo un estrato más del ciclo de mil cabezas…

Ciclos de Mil Cabezas

I.

Junio es el mes de la recolección de la cereza. Pero ese año la cosecha parecía ser temprana para la pandilla de José Manuel el “peidán” y sus amigos: después del colegio se dedicaban a hacer una excursión hasta la finca de Antonio el “paparrán”, donde se ponían morados a cerezas con la siempre bienvenida connivencia de Augusto, el pastor alemán que, se suponía, vigilaba la finca de gañanes roba-frutas, y que tenía lo mismo de pastor alemán que su dueño de poeta, ya que en realidad era un cruce entre un Pastor yugoslavo y una Fila brasileira, dos razas que por separado son de lo más agresivas, pero que al cruzarse daban una especie de perro de carácter apacible y algo bobalicón. Augusto siempre jugaba con todos los niños; no era rencoroso. Día tras día, olvidaba las jugarretas que le hacían sus “amiguitos”, las cuales, en época de…

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APALANC-ARSE

Apalancarse

X. APALANCarse

mi sillón, mullido

tu dignidad, hundida

mi mar, tu mar

no son el mismo:

a esa cala

en mi yate

quiero llegar:

aparta tu bote

salvavidas,

tu patera, tu propio ser

que voy con prisa.

Argus Looking Back Mods 1964

Y. apalancARSE

contamos cada noche las estrellas

si las mareas así nos dejan:

atrás, nuestro infierno;

al frente, vuestra fortificación,

y nuestras retinas

súbditas infinitas

de una intemperie jamás deseada,

por ti ignorada,

muerte demasiado ajena,

vidas olvidadas al instante

una vez apagadas

vuestras voraces pantallas.

ORSON WELLES WAS LAZY

Partimos de una premisa indiscutible, indisoluble, innegociable: no me gusta Céline Dion, ¡no la soporto! No es que la llegue a odiar, la verdad, aunque sí que existía cierto sentimiento de aversión muy visceral hacia sus vozarracas en la época aquella en la que se ahogaba Di Caprio ante la mirada fría (por la temperatura y diferente clase social) de Kate Winslet, James Cameron mediante. Estaba del “heart will go on” hasta el límite humano e intrínseco del mismo escroto duodenal. Y ahí yacía Céline, olvidada y oculta, lejos de mis límites, de mis acciones musicales cotidianas, hasta que ,¡toma hostia!, uno ve “Mommy”, la película del canadiense Xavier Dolan, joven, listo, ilusionista de sentimientos enganchados como lapas inmortales a la puta realidad, y se queda boquiabierto durante horas fruto de la emoción que a duras penas se puede contener. Esa escena, bailando libres, la personificación más emotiva de una felicidad que pudo llegar a ser pero que nunca fue. La libertad ajena al mundo de las ideas del resto de la gente, de lo que puedan llegar a pensar, decir u opinar. On ne change pas…

Porque, la verdad, no me emocionó en demasía la primera vez que la vi, tuve que revisitarla, la película, la escena (ahora ya sabiendo que era una canción de Céline Dion y, por supuesto, conociendo el final de la historia, que no destriparé porque soy enemigo acérrimo de los ‘spoilers’) y sentir toda la emoción en plena lucha contra ese interior que quiere aflorar y decir “¡que me gusta la canción, gilipollas!”, pero el corsé de aquel joven punki sigue ahí, dando por culo y haciendo que mantenga la compostura ante cualquier atisbo de rebelión contra la música de verdad, la buena, la que sólo nos gusta a unos pocos elegidos, no la que mueve a esa masa babosa e informe que sólo se fía de radiofórmulas ideadas para ser la mierda latente de los imbéciles que jamás se plantearán alguna opción distinta a la que nos mandan y obligan desde las oligarquías de las compañías discográficas. ¡Ja!… ¡La de dios es cristo, joder!

Y por eso puedo afirmar sin temor a equivocarme que Xavier Dolan es un cineasta de la hostia, de la de su puta madre, porque nunca antes (y si ocurrió así, pues no lo recuerdo en este momento) nadie había conseguido que me emocionase con una canción que, vamos a presuponer desde la semántica musical propia, odio a muerte. Y para mí eso ya es más que suficiente… casi de notable alto.

Prometo no volver a caer… (Y me estoy refiriendo a la Dion, no a Dolan, del cual seguiré fielmente cada nuevo estreno, hasta que llegue un día en el que me sorprenda y me diga a mí mismo desde la decepción de la volubilidad humana y carroñera , “¡pero qué puta mierda es ésta?”, y pase con premura al siguiente enfant terrible del cine… )

Y que no se me olvide recomendar por último este enorme alegato contra el bullying, esta canción de Indochine, College Boy, con videoclip escrito y rodado por el propio Dolan en el que el personaje interpretado por Antoine-Olivier Pilon (el Steve de «Mommy») sufre todo tipo de abusos y vejaciones, un proceso de pura y dura expiación no consentida ante ojos que se cierran, el miedo en el aire, mentes que huyen despavoridas y se niegan a ver lo que sucede por mucho que quieran intentarlo entre muecas de desagrado o lágrimas que se resumen ajenas… ¿Tintes autobiográficos? Tal vez, puede ser…

Enjoy if you can! (Es duro, muy duro de ver hasta el final, advierto)

Xavier_Dolan2

… ENCADENADA

Y llegó el último capítulo… o no, puesto que el miércoles que viene comienza la mirada al pasado: la primera de las dos precuelas.
Hoy nos despedimos de Ingrid y Pedro.

Ciclos de Mil Cabezas

LXI.

– Nunca me has contado por qué te hiciste esos tatuajes, ni qué significan para ti ‘rage’ y ‘revenge’.

– Ira y venganza, significan ira y venganza.

– Joder, que eso ya lo sé, que estudio Inglés. Me refiero a las razones que te han impulsado a tatuarte en el culo esas dos palabras, y ¿por qué en inglés?

– Mira que eres varas, tío. Me has hecho esa misma pregunta en todas y cada una de tus cartas y, como ya sabrás si has leído detenidamente mis misivas, nunca te la he contestado. No quiero, no tengo porque contestar.

– Vale, vale, tía… no hace falta que te pongas así. Sólo es por pura curiosidad… por conocerte un poco mejor… Si alguna vez yo me hago un tatuaje, lo haré porque para mí aquello tendrá un significado especial. Sólo quería saber eso, lo que significan personalmente para ti.

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GRÚAS CONTRA CRISTALES ROTOS

13087581_1175715629119600_6726704822570741187_nperdida
una lengua más 
con el mensaje de las grúas:
queremos vivir
en la penumbra
de las nubes:
en el cielo desconocido
que no dibuja
pájaros que vuelan
ni ramas de árboles 
que desafían
la gravedad imaginaria
del peso muerto
de hojas que ya no son:
lenguaje perdido
de grúas que nos hablan
de abismos imaginarios
y jaulas diseñadas
para humanos destilados: 
reserva de la especie
vicio contenido
agarrado a pliegues
de nubes
adictas a la lluvia
esa morada ajena
a todos esos globos
que presos de helio cabrón 
visitan mausoleos
alejados: fetichismo
animado 
de esporas secas
sobre ladrillos amarillos

 

13147540_1182737995084030_2348710974395801839_ocristales rotos: 
ventanas abiertas 
que forman mapas
de países inventados
mutilados por piedras
que agonizan 
sin aspavientos
en su mismo interior:
anodino y borracho
de decalitros 
de fronteras
dibujadas
a pedradas: 
en su intestino
grueso
se asienta
el reloj mancillado
el grito de rotaciones
bestiario insurgente:
lápida efímera 
de la leche condensada
de vuestra mueca infinita:
desagrado constante
de civilizaciones limpias
que viven del recuerdo andrajoso
de un par de mamadas 
a los palos cruzados 
que soportan con levedad
un peso aliviado
por la lluvia intensa
de rocas
de balas 
oxidadas
lanzadas por cañones
también oxidados: 
como no sé 
si sabes 
que lo sé: 
ya me quedo dentro
a esperar
bien ventilado
tu próximo ataque
pleno de piedras
lleno de gracia 

 

LA PROMESA

Fueron casi cinco años yendo juntos al colegio, saltando sobre los charcos cuando había llovido, o resbalando sobre ellos cuando la helada de la noche anterior había sido de las de órdago al mercurio, siempre con calor sobrante de cintura para arriba y piernas con tintes morados por culpa de aquella manía que nuestras madres tenían de ponerle pantalones cortos a los chicos hasta que éstos hubiesen cumplido la edad de diez años, como si el llegar a las dos cifras supusiese un umbral que estiraba repentinamente tus pantalones para decir de una vez por todas adiós al frío en el tren inferior. Yo salía de casa, rebanada de pan de hogaza en una mano y cartera del colegio en la otra, corriendo automáticamente en dirección a la casa de mi amigo Raúl, unos dos minutos y ‘toc, toc’, allí estaba aquel picaporte en mi mano golpeando aquella puerta pintada de verde. Ya ni contestaban, salía mi amigo Raúl directamente de su casa sin tan siquiera decir un leve adiós a su madre y a su abuela. Por las tardes, después del colegio, era él el que hacía el recorrido inverso desde su casa hasta la mía, y bajaba yo a la carrera las escaleras con mi bocadillo de chocolate o de chorizo en una mano y el balón de reglamento en la otra, a jugar a la plaza, al fútbol o a lo que cuadrase, que alternativas surgían siempre a montones.

Teníamos un pacto, una promesa hecha bajo los soportales de la plaza una tarde muy lluviosa de noviembre de 1975, justo frente a la churrería de Carmiña, por eso cuando casi cuatro años más tarde apareció aquel camión de reparto doblando la esquina de aquel cruce cercano a la plaza de abastos, supe que había quedado preso de por vida de mis palabras, de aquel escupitajo compartido que se mezcló viscoso en un estrecho apretón de manos. “Juntos para siempre, no importa lo que pase.” Ninguno de los dos había contado con que la muerte podía andar pululando muy cerca de nuestros cuellos. El balón que sale a la calzada, “Deja, ya voy yo”, y corre sin prestar otra atención diferente que a aquella que describe el recorrido firme de aquella pelota. Y yo, sin apartar mi vista, observo toda la acción, y sin ser ni consciente de mis propios pasos, me veo al instante al lado del cuerpo inerte de mi amigo Raúl, llamándolo, diciéndole que se dejara ya de chorradas y se levantara, que teníamos que acabar el partido.

Su madre, Doña Rosalía, cambiaba la foto de la tumba de Raúl cada 31 de octubre. Era la misma, el mismo negativo encargado en la tienda del Curioso, que así llamaban al fotógrafo del pueblo, porque, tras un año de lluvia, sol, frío, calor, lucía ya descolorida. Y allí estaba cada primero de noviembre el bueno de Raúl, deslumbrado por el sol, intentando mirar a cámara aún guiñando el ojo izquierdo; el pie derecho sobre un balón de fútbol, el mío; el pelo rubio y liso, que a él no le gustaba nada de nada, que muchos de los otros niños se metían con él cuando lo llevaba algo largo llamándole despectivamente “¡Rubia, tía buena!” Yo, que iba a saludarlo cada día de todos los santos, le reprochaba en vano que no había cumplido nuestra promesa, que se había separado antes de tiempo y sin venir a cuento. Así año tras año, hasta aquel 1 de noviembre de 1994. Yo ya no rezaba, pero acompañaba a mi madre al cementerio para que no estuviese sola rindiendo culto a nuestros muertos. Estaba despistado, siguiendo con mi mirada los pliegues del tronco del ciprés que está justo al lado de la tumba familiar, cuando lo vi, allí, de pie, al lado de Doña Rosalía, su madre. Me estaba saludando, indicándome con un gesto de su mano derecha que me acercase hasta su tumba. Eso hice al instante, sin dudarlo. “Hombre, Jose, qué alegría verte, hijo”, Doña Rosalía, que me saluda muy contenta antes de intercambiar los dos besos de rigor que suelen acompañar estos menesteres. “¿Sigues estudiando en Oviedo?”, me pregunta sin saber siquiera que yo me había acercado a ella debido a la indicación de su hijo Raúl, que allí seguía, detrás de su madre, haciéndole un poco de burla, de esas inocentes que provienen del cariño, de la confianza. Lógico, aunque yo acababa de cumplir veintidós años, Raúl seguía siendo un niño de nueve, con ganas de jugar, de vivir cada segundo en plena acción, juego tras juego hasta que la propia mente deje de pedir más.

– Oye, que me aburro un montón aquí, yo solo.

– No sé… qué decir… Cuando dices aquí, ¿a qué te refieres? ¿Dónde estás exactamente?

– Pues aquí, delante de ti, bobo, ¿no me ves? ¿Has traído el balón?

– Eh… no, no lo traje, no.

– Vaya… Me apetecía mucho darle unas patadas, que hace mucho que no echamos un partido de los nuestros. ¿Sigues jugando al fútbol, no?

– Algo, sí. De vez en cuando quedamos unos amigos y echamos una pachanga. Ahora juego al rugby en un equipo, ¿sabes? Te gustaría, lo sé.

– Uy, tendré que probar a ver… Porque yo me voy a ir de aquí, contigo, que ya no aguanto más este aburrimiento, a mi madre llorando todos los días, este silencio mortal…

– No sé qué decirte, Raúl.

– ¡Pues di que sí! Además, hicimos un pacto, una promesa, juntos para siempre, ¿te acuerdas?

– Me acuerdo, amigo, claro que me acuerdo… imposible olvidarlo.

Acabé la carrera. Empecé a salir con una chica que me volvía loco, casi del revés. Nos fuimos a vivir a Londres, a trabajar allí como profesores. Y Raúl conmigo, siempre al quite, a la expectativa, a asomarse a mi vida cuando nadie más interfería en ella. Era como tener un hijo que no crecía ya más, que estaba anclado en los nueve años, en 1979, sin posibilidad de actualización alguna, sesiones de leer los tebeos de Asterix, Mortadelos, y el que era nuestro favorito aquel verano, Héroes en Zapatillas. Él mismo se encargaba de traerlos, y nos tumbábamos en aquel suelo enmoquetado del piso de Crystal Palace a leerlos una y otra vez. Si yo sugería la lectura de algo posterior a aquel año, Raúl se volvía medio loco, tapaba sus oídos con fuerza y comenzaba a decir “nonononononono” mirando fijo al suelo, y se iba. Pero siempre regresaba.

Hoy, día dieciséis de febrero del año 2016, estoy aquí, en la Clínica San Rafael, en Oviedo. Esta vez llevo ya casi un año aquí encerrado. Ellos me hablan de trastorno bipolar, de comportamientos esquizoides, de múltiples síndromes que a duras penas me suenan, porque yo, la verdad, estoy muy bien, pero no les sirve, no me hacen caso alguno, y me llego a enfadar en ocasiones en las que me tratan como si yo estuviese mal de la cabeza, y no es eso, que yo les hablo de Raúl, incluso hablo con él cuando ellos están presentes, y no me creen… o no quieren creerme… Y yo sellé un pacto con mi mejor amigo cuando teníamos cinco años, en los soportales de la plaza de mi pueblo, frente a la churrería de Carmiña, ella misma lo vio, y lo podría corroborar, pero murió hace ya once años y pico y nadie más parece querer apoyarme, ni la misma Doña Rosalía, que me viene a ver a veces y me mira con una cara de pena que a mí no me hace ni pizca de gracia. Con lo sencillo que es todo, caray, que yo toda mi vida he sido un niño de palabra, y no voy a fallar a mi promesa, jamás… ¿A que no, Raúl?

Mortal souls — MALIN ELLISDOTTER H PHOTOGRAPHY

Another collaboration with my friend Malin Ellisdotter. Her images give life to my poem…

Otra colaboración con mi amiga Malin Ellisdotter. Sus imagenes, poderosas, dan vida a mis letras…

May 2 2016 – Self portraits from May 2. iPhone 5s, self timer. Yesterday I received another poem from my friend José, he was inspired by my work and I have to publish his poem. I hope you’ll enjoy the reading; Headless gentrification No, it is not our loneliness, whether they don’t mind or even […]

a través de Mortal souls — MALIN ELLISDOTTER H PHOTOGRAPHY

… DE LA VIDA LX…

Penúltimo capítulo: volvemos a un momento del pasado entre Pedro e Ingrid.

Ciclos de Mil Cabezas

LX.

Escena final: Pedro e Ingrid en una sidrería de Oviedo; es un domingo de resaca, como casi todos; ambos protagonistas discuten en perfecta simbiosis.

– No te cortes, venga, venga, más… sigue. Si quieres pido una libreta en la barra y me apuntas en ella todos tus conocimientos sobre el séptimo arte… y eso de no-sé-qué de “jot”… pero tú, ¿de qué vas? No eres más que un pedante… patético…

– Desisto. Eres imposible, sabes bien cómo joderme… pero es que vas siempre atacando con lo evidente… no hay manera…

– ¡Hala! No te desesperes… Es que me jode un montón que te las des de listo conmigo; eso mejor lo dejas para los impresentables de tus amigotes.

– ¡Nah!… No insistas; paso de seguir con esta discusión.

– Sí, anda… vámonos a casa, que tengo que tomar una pastilla para el dolor de tarro.

– ¿Pero no te…

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