PERO AQUÍ, ¿QUIÉN BOSTEZA?

  • ¿Y ahora, qué hacemos?

  • Ni puta idea, tío… No sé, para un taxi si ves alguno, que no nos queda pasta… También podemos echar a caminar y hacer dedo de paso, a ver si alguien nos coge.

  • Joder… Pues vale. Me hago el peta que nos queda y vamos tirando.

No, no, no. No me gusta un pijo cómo está quedando, y el otro anormal va y le dice al editor que ya lo tiene casi todo listo. No se me ocurre otra, que bastante tengo con lo mío como para andar cubriendo la mierda de los demás. Si ya me decía Andrés que no se me ocurriera meterme en estos fregaos, que las colaboraciones cuando esté todo bien organizado y detallado.

  • Hostia puta, tío, que son casi trece kilómetros, y yo estoy frallao.

  • No te jode, ¡y yo! Pero tenemos que estar allí a las ocho en punto, que ya sabes que este domingo va a ser el de más jaleo… y encima hace bueno, va a ir todo dios a vendimiar. No quiero ni imaginar la cola de tractores que va a haber todo el puto día. No vamos a salir de allí hasta las doce de la noche, ya verás.

  • Eres un cabronazo, joder… dando ánimos no tienes precio, cagondiós.

Venga, hijo de puta, coge el teléfono, mamón… piiiiiiiip…. Piiiiiiip… Que sé que estás en casa, que veo tu puerta desde la ventana y no te vi salir. Piiiip… piiiiip… ¡CLACK! ¡a tomar por culo, hostia! Ya lo acabo yo.

  • Yo ya paso de sacar el pulgar, tío, total, de Camponaraya a la cooperativa ya no queda nada.

  • Pues yo sigo, joder, que si no no nos da tiempo a llegar a casa y coger el mono para ir a currar.

  • Si apuras el paso y me sigues, joder, llegamos de sobra. Déjate ya de hostias y acelera, cabrón.

Pues ya está. Ni lo reviso, que creo que ha quedado la hostia de bien. Voy a abrir el correo y se lo mando ya directamente… A ver, quito el nombre de Jaime, dejo sólo el mío y pista que va el artista. Enviar. Ya… Listo. Ahora salgo a tomar un café con un sol y sombra, que me lo tengo más que merecido.

  • ¿Ves como daba tiempo de sobra, gilipollas? Anda, ya nos vemos allí en veinte minutos.

  • Vale.

  • Cambiate y tira p’allá, no te vayas a tumbar que te duermes fijo… ¿me oyes? ¡EH?

  • Sí, sí, te oigo, joder, que ya nos vemos luego, tira pa casa…

  • Venga, colega… Estuvo bien, ¿no?

  • Joder, de puta madre. Glorioso.

Spam, spam, puto spam de los putos cojones. Seguro que les llegó como spam, hostias. Voy a llamarlos a ver qué mierdas pasa… “El número marcado no existe… il nímiri mirquidi ni ixisti…” Putos cabrones hijos de su putísima madre que los parió ayer. Me cago hasta en el santísimo dios y su putísima madre… P-p-p-pero… ¿Quiénes hostias sois? Fuera, fuera de mi casa

  • ¡Qué pasa, Albino, cómo va todo?

  • Joder, Pol, vaya careto que llevamos esta mañana. La noche debió ser larga.

  • Jajajaja, más de lo aconsejable, no lo voy a negar, pero ya sabes que aquí, a bloque, sin problema, a aguantar como un puto campeón.

  • Ay, bendita juventud, rediós.

  • Oye, Albino, ¿no viste al Ciri? Igual se durmió el muy cabronazo y hay que llamarlo a casa.

  • No, no, aún no ha llegado, que acabo de venir yo del sinfín de alante y allí sólo estaba Gonzalo.

  • Jodeeeer… Voy hasta la báscula en un segundo y ya lo llamo yo.

Y siempre me hacen tragarme esa mierda; y me siento impotente total, sin poder mover ni un músculo, sin hablar nada más que conmigo mismo y nadar perdido entre mis paranoias. ¿Cuánto tiempo llevo aquí? ¿Por qué nunca me dicen nada?

  • ¡POL, POOOOOOOL!

  • ¡QUÉ PASA?

  • ¡DEJA EL FURCÓN AHÍ Y VEN HASTA AQUÍ, QUE TE BUSCAN!

Todavía siguen con ese rollo de hacerme creer que yo me cargué al Ciri, y yo no soy gilipollas, que lo dejé en la puerta de casa a las ocho menos veinte…

No son los antipsicóticos que me había recetado Don Venancio, no, que yo sé muy bien que no tuve nada que ver, y si lo atropellaron sería porque por su cuenta y riesgo decidió dar la vuelta desde la puerta de su casa, donde yo lo dejé a las ocho menos veinte, y desandar todo lo andado un par de horas antes. Y van y se inventan ese rollo macabeo de que el Ciri fue quien lo escribió todo y que yo lo maté para quedarme con todo el mérito… ¡Si a mí tres cojones me importa que vayan por la sexta edición, que yo paso, joder! Además, seguro que está vendiendo la de dios por todo el morbo que la situación está provocando….

Pol recordó aquella helada de aquel invierno de 1996. Su padre se había ido a trabajar a la fábrica de cemento bien temprano y él, como hacía siempre, iba resbalando contento sobre los charcos congelados hasta la casa de su amigo Ciri para luego tirar juntos para el colegio. Quedaban unos diez minutos para el ansiado recreo. Llaman a la puerta de 5º B. El conserje, Baldomero. “Buenos días, doña Tina, ¿pueden salir un momento Ciri y Pol?” Y en el despacho de la directora, Doña Nati, recibieron la noticia, mejor dicho, las noticias, porque si para Pol era de muerte, de cambio, de vida nueva con muchas menos sonrisas que antes, para Ciri era de un cierto alivio. Un accidente mortal. La carretera con demasiado hielo y muy poca, casi ninguna sal para mitigar su efecto devastador. Benigno, el padre de Ciri, conducía; él se había roto el esternón pero estaba fuera de peligro; José, el padre de Pol, había fallecido al instante debido a un traumatismo cráneo encefálico. A tomar por culo las tardes de los sábados viendo juntos una película de indios y vaqueros, los viajes en los veranos de domingo a la playa de Miño, las risas compartidas y las divertidas patadas a aquel balón de reglamento, el del Mundial de Alemania ‘96. Aunque el sentimiento de dolor por parte de su amigo era totalmente real y sincero, Pol nunca pudo soportar la obligada suerte de su amigo, esos momentos recurrentes en los que piensa “¡no es justo, mi padre no era quien conducía, a él no se le fue el coche, joder!”, y no podía evitar esas señales contradictorias que viajaban por toboganes interiores de neurona a neurona, de la vida a la muerte, la de Ciri, su amigo. Pero él sí sabe de sobra que no fue él quien lo empujó hacia la carretera, hacia la antigua Nacional VI, cuando un Megane gris venía a mucha más velocidad de la permitida. Otra muerte en el acto que, parece ser, a Pol se le olvidó al instante ya que siguió caminando en dirección a su casa mientras tarareaba una de las canciones favoritas de su padre, Españolito, la de Serrat, ésa del disco homenaje a Antonio Machado. “Españolito que vienes al mundo te guarde Dios, una de las dos españas ha de helarte el corazón…”

  • ¿José Pol Sernández?

  • Sí, soy yo… ¿Pasa algo, agente?

  • Acompáñenos, por favor, tenemos que hacerle unas preguntas.

EL VIEJO PROFESOR DE QUÍMICA

Las mordazas me atan. Los sinsabores del pánico me encienden cada mañana. ¿Qué? ¿A qué? ¿Por qué? No tengo ni puta idea. Mi juicio no fluye con el ritmo que yo habría deseado inconscientemente para él. Acabo de parir y no me veo con fuerzas para recuperar mi estilizada figura.”

El viejo profesor de Química acababa de publicar su primera novela, ‘La Ira de los Átomos’. Ella había consumido gran parte de su tiempo libre durante los dos últimos años, y ahora se sentía vacío, sin más ideas que plasmar sobre un papel en blanco. Y luego el calor, el maldito verano. Desde pequeño siempre había sentido como el tiempo se desvanecía entre sus manos cada vez que “perdía” una tarde de verano en la playa (maldita molicie). Hoy se sentía igual que antaño, pero con una pequeña diferencia: no estaba ya solo, su mujer y sus dos hijas, de siete y tres años, parecían estar pasándoselo en grande a su lado.

Abstraído como estaba tratando de hilvanar una especie de argumento fantástico que le sirviese como punto de partida para su segunda novela, no fue capaz de intuir que un fantasma del pasado inmediato se le iba a aparecer de repente aquella tarde: Lorena Menéndez. El viejo profesor no se había dado cuenta de que él y su familia se habían situado a tan sólo unos metros de Lorena y su chico. Los dos componían una escena de lo más rebelde y provocadora: ella llena de pendientes y colgantes por todos los rincones de su cuerpo, los visibles y los no visibles – el viejo profesor lo sabía muy bien, hasta el más mínimo detalle -; y él, un punki de cresta rizosa, enemigo acérrimo de los bañadores al uso, que se adentraba en el mar con unos desgastados vaqueros negros cortados justo por debajo de las ingles. Camisetas de Manolo Kabezabolo para ella, y de Gwar para él. Retozaban con toda la libertad del Universo en caída libre, lo que exasperaba a los más reaccionarios de entre los presentes. No al viejo profesor. No. Él estaba nervioso por otros motivos. A su depresión ‘post-parto’ se unía ahora el recuperado despecho, el sutil abandono que le había obligado a sentarse a escribir la historia de un asesino en serie que actuaba en pos de la ansiada venganza después de sentirse engañado por una chica que había succionado todas sus ansias de vida amorosa. Ese era él, la proyección de su otro yo, del esquizofrénico que cada ser humano esconde en su interior.

No es verdad, ¡no es verdad! Nunca se puede decir que lo que uno escribe sea la proyección de los trapos sucios que se esconden viscosos en cualquier conexión de su cerebro. Yo tuve aquel affaire con Lorena porque necesitaba un poco de evasión… porque me estoy haciendo viejo, y todos somos vampiros… hasta cierto punto. Todos buscamos inconscientemente la juventud perdida; y a mi mis hijas no me servían. No me entiendas mal, querido contador de historias ajenas, que yo no soy ningún pederasta. Para mi los hijos son símbolos de muerte; están ahí para avisarte de que vas a morir, tarde o temprano, pero te vas a morir y ellos seguirán caminando….. los muy cabrones.”

Lorena estudiaba COU, y Lorena buscó premeditada e intencionadamente al viejo profesor. Sabía que estaba buena, y sabía también que ese simple hecho podría darle el siempre tan difícil aprobado en química. Le sacó todos los símbolos químicos uno a uno hasta ver reflejado en su libro de notas un inesperado sobresaliente. Para ser sinceros, ella también disfrutó lo que pudo de esa relación; pero además tenía claro, muy claro, que en cuanto su nota quedase sellada en su expediente, en las actas del instituto, el nombre del viejo profesor pasaría automáticamente a engrosar la lista – amplia, demasiado amplia para la mentalidad del viejo profesor – de sus novios y amantes. Él en un tris estuvo de dejarlo todo atrás: mujer, hijas y hasta su carrera como investigador en el departamento de bioquímica de la Facultad de Biología. También pudo sentir el frío tacto del cañón de su pistola contra su sien derecha durante quince minutos que le parecieron una eternidad condensada.

Nunca llegué a pensar seriamente en el suicidio. Ni siquiera estaba cargada… Sí que sufrí; para que engañarnos. ¡Yo sí que sigo con mi vida de engaño permanente! No quiero a mi esposa… tampoco mis hijas me aportan nada gratificante. A veces pienso que tampoco las quiero…”

El día de playa era perfecto: no demasiado calor; de vez en cuando alguna nube permitía, como gran sombrilla salvadora, tomar un respiro; la temperatura del agua era la ideal: 18 grados centígrados. Pero al viejo profesor todo eso le importaba hoy un carajo. Lorena acababa de unirse a los productos de su desesperación, y eso sí que era insoportable.

La digestión de tanto crustáceo se hacía dificultosa en su interior. Se lo podía permitir. Sólo era dinero, del que a espuertas entra cada mes. Todo en esta vida iba sobre ruedas para el viejo profesor: tenía dinero, posición social… pero no tenía entre sus manos ese apetitoso bocadillo de foie-gras que su joven ex-amante se disponía a manducar con cara de hambre atrasada. Quería ser parte de aquel hígado de cerdo hecho papilla que se mezclaba con la saliva que él tanto había saboreado dos años atrás. Quería matar a aquel joven punki que osaba meterle mano descaradamente a ‘su’ joven ex-amante ante sus narices… Lorena lo vio, y le envió un gesto afectuoso con su mano izquierda antes de incorporarse para ir a saludarlo.

– Hola, profesor.

– Hola… ¿Lorena?

– Sí, eso es. Lorena Menéndez. Me dio usted clase de química hace dos años, en el instituto.

– ¡Ah, sí…! Era usted una de mis alumnas más brillantes… por no decir la que más.

– También era usted ‘mi profesor más brillante’. Pude disfrutar de sus mejores clases…

– ¡Ejem, ejem! Mire, le presento a mi esposa Laura y a mis dos hijas…

Tus oscuros pensamientos enviaban tus manos directamente a su cuello. Ya estaba muerta, muerta para ti, muerta “por su bien”. ¡Qué sufrimiento provocaba en ti su muerte! ¡Y cómo duele por dentro, cómo hurga sin compasión en nuestras vísceras más necesarias…!

En verdad, yo no pretendía haber llegado a tanto… Creo que se me fue un poco la mano. De todos modos, su muerte pasó por accidental. No fue más que eso, un accidente, un imprevisto accidente. No tengo más que decir.”

Es cierto. La muerte de Jorge, el punki de la camiseta de Gwar, se debió única y exclusivamente a su imprudencia, a su temeridad, a su “valentía” de nadar y nadar contra marea, lejos, muy lejos de la orilla. Se ahogó en sus pretensiones. El que tú estuvieses nadando lejos, también lejos, pero cerca de él, no fue más que un fruto de las incongruencias de la casualidad, de la puta casualidad de haber coincidido ese domingo en la playa, en la misma playa… y con la misma chica, Lorena Menéndez.

PENSÉMOSLO ANTES

Al acabar el concierto nos fuimos de allí. Había demasiada gente, gente que apuraba su superávit de adrenalina a base de más y más tragos de mezcla de refresco de cola – cualquiera servía – con una bebida alcohólica destilada. El ambiente olía a marihuana, podías respirar su aroma a cada paso que dabas. Teníamos hambre; teníamos sed… y también miedo, porque el calor y la humedad obligaban a la rápida descomposición del pobre Julio, que yacía cadáver dentro del maletero del BMW de Carlos. ¿Por qué cojones se tenía que haber muerto así, tan repentinamente, cinco horas antes del concierto, cuando estábamos tranquilamente en Llanes preparándonos para un viaje hasta Gijón a presenciar el que luego sería el conciertazo del año…?

Ocho horas antes del concierto

chiinguito playa de BarroEn la playa de Barro, al menos unas siete familias almorzaban pollos asados en el chiringuito. A pesar de ser ya el noveno día del mes de septiembre, el calor abrasaba con vehemencia, ayudado por la ausencia de nubes, que permitían al otrora (otrora querría decir en este caso ‘agosto’, el mes traicionero por excelencia)… como iba diciendo, la falta de nubes que permitían al otrora desaparecido Lorenzo desplegar zalamero todos sus recursos aduladores. Teníamos hambre, pero no disponíamos del suficiente dinero para matarla. Un poco de cerveza engañaría gentilmente a nuestros protestones estómagos. ¿Algún porro? No,  no merecía la pena, que eso solo serviría para aumentar la intensidad del hambre. Nos conformaríamos con “alimentarnos” olfativamente con aquel aroma de pollo asado que otros podían gustosamente manjar. Julio sí podría, si quisiera, porque Julio era de los pijos, aunque de aquellos que viven en un estado de constante autoafirmación (no sé para qué, la verdad, porque si la vida te ofrece algunas ventajas deberías aprender a utilizarlas en tu propio beneficio. Joder, que nos estábamos muriendo de hambre y aquel cabrón sólo tenía que acercarse a Llanes y sacar unas migajas de cualquier cajero automático. Pero no, el puto orgullo de clase, de anticlase, de vaya usted a saber qué pajas mentales de las múltiples que poblaban la mente del que se había educado interno con los jesuitas… se me olvida por momentos que está muerto y ni eso soy capaz de respetar). Julio nadaba Ballet Dancers on the Beach from the 1930s (2)contra las olas. Julio se fumaba un peta… y otro a continuación. Vuelta a la natación. Una rayita de coca, otra de speed… Pero nada de esa nouvelle cuisine con la que en ocasiones nos daba bien la paliza. Hablemos un poco del concierto, pues. Qué poco faltaba ya, y qué poco avanzaba el tiempo, ese hijo puta que siempre va en primera cuando mas necesitas su velocidad punta. Venga, ahora una siesta tumbados boca abajo sobre la toalla, pero corta, que a ver si se nos va el santo al cielo y nos perdemos el concierto. Julio que ronca. “Que raro”, pienso yo tomando en consideración toda la coca que se había metido aquel prototipo de ser anormal en tan corto intervalo de tiempo. Carlos también duerme, pero eso en él es lo habitual, sobre todo si vamos de doblete. Me prometo no caer; me siento; me vuelvo a tumbar, esta vez boca arriba; alucino con las nubes que acaban de llegar de allende los mares y sobre todo con sus formas, hasta llego a adivinar la cara de Cate Blanchett haciendo el papel de Elizabeth I de Inglaterra… Seguro que las drogas no ayudan, y eso que soy el más recatado, el que más se corta a la hora de meterse. Ha llegado la hora de probar la fría agua del Cantábrico. Eso sí que será un buen despertador. Salgo corriendo y tiritando tras dos minutos de intenso chapoteo y ardua lucha contra las olas. Me refugio en el calor de la toalla. Sonrío al darme cuenta que una familia que acababa de irse se había olvidado La Nueva España. Me apetece mucho leer todo lo que cuenten acerca del concierto, y miro el reloj casi instintivamente. Cinco horas de cuenta atrás.

Cinco horas a. de C.

Julio ya no ronca, aunque yo ni me doy cuenta de ello. Sencillamente, leo lo que en el periódico me cuentan sobre Manu Chao. Estoy recordando aquella memorable actuación de Junio del ’90 en El Parque del Piles. Eran otros tiempos; yo estudiaba, y Manu era eManu Chao directo Gijón 1990 - El Pilesl líder de Mano Negra. Hasta fotos tengo de aquel glorioso día… pero Julio ya no roncaba, y Carlos se acaba de despertar, me dice que se va a dar una reparadora ducha allá al fondo de la playa. “Vale”, digo yo. “Despierta a ése”, me dice él. Pero todavía espero un par de minutos para así terminar de leer aquel interesante reportaje. Cierro la Nueva, y ya me dispongo a despertar a Julio, que, como ya se sabe, no despertará más. Mantengo la calma y espero que llegue Carlos de la ducha. Sólo pienso que el hijo puta de Julio puede que nos acabe de joder el concierto del año, lo que tantos días llevamos esperando tan ansiosamente. No es justo, y como así lo decidimos Carlos y yo por unanimidad,  llegamos a la dura aunque lógica determinación de seguir adelante con lo que ya estaba planeado. Muy sencillo, Julito al maletero; mochilas en los asientos de atrás, y camino hacia Gijón, que la playa de Poniente nos estaba esperando (además, Julio seguiría estando muerto al cabo de unas horas, así que…).

Nada más justo que reconocer, ahora, con la mente ya fría, que el pobre Julio no tuvo la culpa de los hechos que paso a relatar a continuación. Era domingo, nueve de septiembre, día posterior al día de Asturias. Estábamos en Llanes… primera retención de tráfico de camino a Gijón: fiestas en Arriondas. Veinte por hora; parados; otra vez veinte por hora; de nuevo parados, y así desde cinco kilómetros antes de Arriondas hasta Lieres… La autopista nos liberó de aquel calvario. Pusimos el BMW a 140 a las once menos cinco. El concierto había comenzado a las nueve y media de la noche. Nos mirábamos Carlos y yo, y sin decir ni palabra sabíamos en aquellos momentos que Julio tenía la culpa de todo aquel desastre. Suya había sido la idea de ir a Llanes el sábado anterior por la tarde. Nos había convencido vilmente, y ahora, no sólo estaba muerto, sino que nos había jodido el concierto de nuestras vidas, el concierto del siglo. Nos habría encantado que estuviese con vida en aquel momento, porque así podríamos haberlo Manu_Chao_concert_xixonmatado con nuestras propias manos. Aún pudimos disfrutar de tres cuartos de hora de Manu Chao. ¡Tres míseros cuartos de hora! Sí que al menos habíamos tenido suerte para encontrar aparcamiento cerca de la playa de Poniente. Incluso Julio había disfrutado de Manu desde la oscuridad del maletero del BMW de Carlos, porque dicen que los muertos pueden seguir oyendo unas horas después de haber fenecido… Qué más da ya. Tras cuatro horas de atascos, de retenciones, de acumular adrenalina dentro de un estómago vacío de comida… pues eso, no se nos ocurrió nada mejor que hacer que tirar al imbécil de Julio por el acantilado que está donde el Elogio ese del Horizonte. Es que yo había leído una vez en el periódico que allí se había suicidado una chica, por las notas creo recordar. Y nos pareció una buena idea para quitarnos literalmente el muerto de encima. Como íbamos a saber que tenía el rollo ese de la narcolepsia. Para ser sinceros, inspector, yo no me considero un homicida… Hombre, involuntariamente sí que podrá parecerlo, pero jamás habría hecho algo así de forma consciente, y creo que Carlos tampoco. No conocíamos tan bien a Julio como sus padres quieren hacerles entender… ¡Qué se yo, joder! Si lo único que me sigue jodiendo hoy en día es no haber podido ver todo el concierto. Venga, estoy ya muy cansado, dígame donde tengo que firmar… Aquí… Vale, de acuerdo. No, no hace falta, de todas formas, eso teníamos que haberlo pensado antes, que Julio está muerto, por el amor de Dios…

ANTAGONISMO, 79 AÑOS HOY

No me miren asi,

Que llo no soy un animal,

Que si e echo lo que e echo

Es solo por la decencia

De esta, mi patria,

Que tiene tiera

Mas qe de sobra pa sepultar

Tanta escoria bolchevique.

Y que si lo mate,

Un rojo menos, un maricón menos,

Dos tiros en el culo                                                                                               

Pum, pum

Y a tomar por el mismo.

No me yega la escoria esa

A la altura de mi moral.

Banderas victoriosas…

¡Arrivaspaña!

Calor,

Demasiado calor el de la tierra

Que me cubre ahora.

¿Y qué culpa estoy pagando yo?

¿Qué odios son estos

Que matan sin preguntas,

Sin mano alzada

Que responda por actos

Que ellos ven deleznables?

¿Se acordarán de mí dentro de veinte años,

De cincuenta, de cien?

¿Seré el poeta olvidado

Mientras rosales ya secos

Se llevan la loa al poeta amado,

Querido y cantado por su pueblo?

Soy incapaz de despejar

De tierra mis fosas nasales.

A mi lado yacen hombres

Que ni siquiera conozco,

Y es muy tarde ya…

No hay campanas

Que toquen a muerto

Por ninguno de nosotros,

Sólo disparos, y sangre,

Más sangre que se derrama

Para que desborden de ira

Los ríos maliciosos

De vuestras caníbales conciencias…

No hay luz a lo lejos,

Y yo me apago,

Me dejo llevar

Por el arrullo de gusanos

Que se acercan golosos a mí.

Se despide un poeta de este mundo

Sin haber podido siquiera escribir

Sus últimos versos.

¡Que alguien toque para mí, por mí

Por mí ese piano de cola!