“Quizás viajar no sea suficiente para prevenir la intolerancia, pero si logra demostrarnos que todas las personas lloran, ríen, comen, se preocupan y mueren, puede entonces introducir la idea de que si tratamos de entendernos los unos a los otros, quizás hasta nos hagamos amigos” – Maya Angelou
Siempre me gusta llegar con un buen margen de tiempo a las estaciones de autobuses, tomar un café, leer algún periódico para cubrir mi ración de enfado del día, y eso mismo hice hoy… Aunque, ¡maldición!, periódicos ocupados, no queda alternativa: observemos qué acontece a nuestro alrededor (I want to see people and I want to see life)
Dos chicos y una chica de unos 20 años hablan de música mientras gestionan la ingesta de sus cocacolas. Comentan conciertos de Los Planetas, de Lori Meyers, de los Chemical Brothers; festivales que van del Primavera Sound al Summer Fest, hasta que llega el desliz, «los mejores en directo, sin duda, son Taburete», comenta muy serio el chico. Las dos chicas lo corroboran con entusiasmo. El pasmo inicial me lleva a una conclusión espontánea: Tabarnia existe, gentes de bien, y Taburete compondrá su himno celestial con letra de Loreto Sesma en su línea «poética» de pop tardoadolescente, paja mental permanente.
Abandono sin remisión a este grupo y muevo mi periscopio en busca de nuevas sensaciones. Dos señores con el volumen a todo trapo, ya a vinos a las 11.40, se explican el uno al otro en perfecto espejo reflexivo por qué habría que legalizar la prostitución; «necesidad la va a haber siempre, y mujeres que quieran ser putas, también, pues, hala, contrato legal y a cotizar como todo dios», sermonea el hombre de palillo plano en la comisura derecha de su boca. Me gustaría en ese momento preciso poseer poderes y convertir a ese hombre en puta de club de carretera, de los más sórdidos, y teletransportarlo allí sin billete de vuelta. Le dejo el palillo como recuerdo de su vida anterior.
Una señora habla por teléfono. Está algo afónica imagino que debido a los excesos de estos días. Discute con alguien de confianza. Que si era él, que si no era él. Que si cómo es él y en qué lugar la cortejó. «que no, Antonia, que no es ésa, que la confundes con la prima del de la granja de Carracedelo. No, no, es la otra hermana, la que está con el negro… Claro, boba, ésa… Pues no sé de por ahí abajo, de los que vienen en patera…» Y ya viajo a esa cena de Nochebuena, esa blanca Navidad para ese chico venido del África subsahariana, rodeado de cuñados, primos, suegro, tíos, etc. envuelto en una vorágine etílico-catalana, futbolera, ni de izquierdas ni de derechas, villancico va zambomba viene, hasta que: «… y va el tío y se levanta a recoger platos y largueros… Ya, ya, alucinante, y la Pepi no le decía nada, allí, tan ricamente, con el culo pegao a la silla… Sí, sí. Menos mal que se arremangó mamá y le dijo que de eso nada, que habiendo allí tantas mujeres que qué pintaba un hombre recogiendo…» La fiesta, para quién se la trabaja, pensé ipso facto. Al pobre chico no le quedaban salidas posibles, y sin comodines que gastar, ya lo vislumbraba yo puro en boca, copa de coñac en la mano aguantando con estoicismo Jedi el resto de horas de aquella velada.
– Papi, ya es casi la hora, vamos hasta el andén.
Y con este crudo despertar al que me somete repentinamente mi hijo pequeño, dejo las vicisitudes ajenas para centrarme en las mías propias. Este café y este tiempo ha huido volando en nivel supersónico… casi, casi como el año 2017, que ni nos hemos enterado, oiga. menos mal que, según ese ser que preside (desgraciadamente) este país, nos vamos hacia el año 2016. Igual ganamos alguna medalla más en las Olimpiadas de Río y todo.
Desde, ¡cómo no!, el fondo del alsa, asiento 53, en este viaje de Oviedo a Ponferrada me fijo – hacía ya años que no lo hacía – en un cartel muy grande que anuncia goloso MANTECADAS ALONSO, y vuelve a mí aquel sabor y aquella textura tan empalagosa de las mantecadas que me traían de niño el tío Juan y la tía Bernarda cada vez que regresaban de aquel pisito que se habían comprado a principios de los 70 en Villajoyosa. No recuerdo con exactitud si eran dos o tres veces al año, pero era llegar ellos al pueblo en primavera o en otoño (todos unos pioneros pre-Imserso) y decirme mi abuela rauda y preparada ya para una visita más, “José Luis, saca la botella de anís y las pastas, que vienen Juan y Bernarda de visita”, y ya visualizaba yo aquella caja de Mantecadas Alonso, y sabía que durante unos días tenía el desayuno asegurado y organizado, ¡hasta luego al pan duro mojado en leche recién hervida!
Guarda mi madre en una caja rectangular, grande, que en otra vida fue mero contenedor de cubiertos varios, un montón de cartas y postales de los últimos 60 años, y allí están todas aquéllas que enviaban los tíos desde Villajoyosa… o “Billajoyosa”, con B, como ellos mismos lo escribían en cada remite. Para compensar, cuando yo, escribano oficial de la familia desde los 8 años, tenía que contestar cada postal recibida me obligaban a cambiar el nombre de la tía, de la destinataria, y Bernarda se convertía en “Vernarda”, “que así se escribió toda la vida de dios, carallo”, me decía mi abuela al borde del enfado. Y yo, obediente a la par que necio, convertía lo mejor que podía y sabía aquella be mayúscula en una uve pelín rococó. Quid pro quo, justicia ortográfica.
Juan era el hermano pequeño de mi abuelo Martín, uno de los misterios peor guardados de la familia. Rojo compulsivo, hombre de campo, comunista y orgulloso de serlo, del que, el miedo siempre adherido a los tuétanos de mi madre, se me contaron varias versiones de su muerte, siendo la más evidente la que siempre se obviaba.
Juan y Bernarda no tuvieron hijos, pero compensaron esa ausencia rodeándose de montones de sobrinos y sobrinas que, al parecer, suplían aquella carencia tan, tan grave, o eso se contaba en mi casa, porque a mí me parecían la mar de felices y dicharacheros sin una prole a la que mantener. Sabían vivir y transmitir su alegría de vivir… a pesar de su empeño por las mantecadas, y me alegra recordarlos ahora que este autocar maniobra para salir despacio de la estación de autobuses de Astorga mientras observo sin siquiera pretenderlo esa maravilla de Gaudí que sirve como palacio obispal (una pena la devoción religiosa del arquitecto), al fondo del alsa, en el asiento 53.
No sé bien qué es lo que sucede este curso que casi todos los viajes en alsa están siendo la mar de aburridos… (¿Todos? ¡No! Que los viernes en el trayecto de regreso de Arriondas a Oviedo siempre ha lugar a la sorpresa.)
Silencio. Total. Hasta llegar a Infiesto. Ahí suben dos polluelos de esos de camiseta justinbieberesca y gorra de las que tratan de ganar diez centímetros de altura hablando a voces. Parece que han fumado algún que otro cigarrillo de la risa a lo largo de la mañana. Llegan al fondo, última fila, y se sientan justo detrás de mí. (Como acto de rebeldía cuarentañera, dejo mi asiento abatido, que se jodan con menos espacio por haberme despertado.) Son estudiantes de algo que se me antoja cercano a la temática de su conversación. Vamos:
– Yo voy con mi chorba a una fiesta de jalogüín, que alquilamos un local entre todos los colegas, y allí mismo me la voy a follar.
– No jodas, tío, ¿pero con todos allí?
– Joder, claro, y si sale una orgía, pues mejor, ¿oíste? Jajajajajajaja.
– Jajajajajajajajajaja, ¡qué cabrón, tío, mazo cabrón! Bah, pero no te va a salir, fijo, que para que salga eso tiene que haber mucho convencimiento, y las chorbas no son como nosotros, que quieren estar de tranquis y románticas con sus novios y no andar coméndose pollas de otros.
– Joder… la verdad ye que no mola la idea de ver a la mi chorba comiéndole ahí la polla a un colega…
(Una señora que iba sentada cerca de nosotros aprovecha la ocasión de una parada y se larga con la cara más que desencajada hacia la parte frontal.)
– ¿Y entonces fuiste al Estilo – mítica discoteca del barrio de Pumarín de Oviedo que suele amenizar las veladas con orquestas varias, con un ambiente de treinta y cinco años para arriba – este fin de?
– Sí, ho, con mi madre, con mi tía Puri y una colega de mi tía… Espera, que te enseño una foto de la pava…
– Joder, está buena, pero mazo de buena, tío… ¿y te la pinchaste?
– ¡No, joder, qué va! Si es que…
– Pues ni lo pienses, tío, que las treintañeras, aún siendo viejas, tienen mucha experiencia, y yo el verano pasado en el pueblo me follé a una que hasta tenía la piel estirada y todo…
– No, bueno… yo si se deja, me la follo.
– Pues claro, ho, no seas gilipollas… ¿Te liaste ya el peta?
– Sí, sí, ho. Ya lo encendemos namás bajar del alsa.
(Miro medio de reojo y veo que se acaban de liar un petardo king size; seguro que los de la mañana en el instituto han sabido a bien poco.)
– ¿Seguimos jugando la partida?
– Espera, tío, que conecte el móvil.
Y allí que se ponen los dos a jugar a un juego bastante ruidoso que, por lo que puedo llegar a distinguir a nivel auditivo, debe ser de fútbol. El canuto puede esperar, y mis ansias de seguir escuchando semejante conversación, también. Como tiendo inconscientemente a relacionar casi todo con la música, viene a mi mente (“after shaking the thing for a sound”) Sing Me Spanish Techno, de los New Pornographers, puede que sea por el videoclip o por tener que escuchar una misma canción demasiado tiempo seguido (“listenin’ too long to one song”), esa cantinela de reminiscencias machopirulares que sigue ahí generación tras generación, ay, ay…
En estos días que viran hacia ese lado oscuro de la misma abstención y su prima hermana la abstinencia en los que yo vuelvo a madrugar como un mandril del Congo, he vuelto al alsa, y en este trayecto de vuelta entre Arriondas y Oviedo, cuando ya había conseguido llegar a la etapa 3 del sueño de ondas lentas – ¡con lo que me cuesta, joder! – poco antes de entrar en Infiesto, van dos universitarias y no sólo suben a este alsa, sino que se sientan delante de mí y comienzan a hablar a viva voz; es una conversación que ya traen de la parada, por lo que puedo notar. A tomar por culo las ondas lentas: ojos aún cerrados, oídos abiertos y a ver qué me tienen que contar.
– Vaya, Sara, igual te pasaste un pelín, ¿no?
– Joder, que yo no la insulté ni nada, sólo di mi opinión, y eso se puede aún, que yo sepa…
– Ya, ya, pero ya sabes que a ella le gustan, que le hace ilusión ir, y vas tú y…
– No me jodas, ho, si ya sabe lo que pienso, a estas alturas, tía…
– Ye que dan prestigio y dinero, Sara, eso no lo puedes negar, por mucho que tú tengas tus ideas sobre los reyes y demás…
– En eso toy de acuerdo, Olaya, que los premiados son gente de mucho prestigio, pero ¿que dan pasta?… ¡venga ya! Dan pasta a los de siempre: a la familia Botín, a los de los bancos y tal, ¿pero para nosotras? ¡Nosotras que estudiamos como hijas de puta y por un puto notable de mierda nos dejan sin beca mientras esto se llena de fartones que sólo buscan su puto beneficio, que quieren mercantilizar y privatizar la universidad para saciar sus putos intereses? ¡Y una mierda, tía! Que llevan años desfilando frente al Campoamor todos estos cabrones de la Gürtel y las tarjetas Black, joder, que se ríen de nosotros a nuestra puta jeta y no hacemos nada…
– No, si en eso tienes razón, ho, claro que sí, pero ye bueno para Asturias, eso no se puede negar. Que Oviedo y Asturias sean noticia mundial por unos días nos viene muy bien, trae gente, y la gente viene, y gasta, y…
(Casi me dan ganas de intervenir en este instante al recordar aquel día del año 2002 en el que llegué yo a la sala de profesores de Phoenix High School, en Londres, comentando muy ufano que le habían concedido el Premio Príncipe de Asturias de las Artes a Woody Allen… Por descontado, nadie, salvo otras dos profesoras españolas, sabía nada de aquellos premios que yo mencionaba. Es que yo era ya muy mayor, aunque un pelín inocente aún.)
– Yo no veo un céntimo de todo eso. Somos de familias obreras, Olaya, y nos quieren quitar todo para estar a sus anchas, ¿es que no lo ves? Cada vez menos derechos, menos inversiones… A ver, unos premios como estos, sí, pero nada de fartones que vengan al Reconquista a vivir como señorones y señoronas unos días… ¡y jurados de treinta y picu persones! ¡Venga ya, joder! ¿No pueden votar por Skype y ya está? ¿Y no pueden llamase de otra manera? ¿Princesa de Asturias? ¡Homenomejodas! ¡Por haber salido de un coño “real”, por un óvulo fecundado por un pavo que se apellida Borbón? ¿Y eso ye igualdá? ¡Y una puta mierda, tía! Premios sí, pero sin fartones, joder.
– Ya, ya… pero sabes que a Ainhoa le hacen ilusión, que ya fue de azafata tres veces, que se emociona y todo, tía… Y ye tu amiga desde piquiñina, ho…
– Ya, y yo la quiero, tía, la quiero mogollón… pero que me saque así del grupo sólo por expresarme… jodeeeer.
– ¡Anda, mira, Sara, ya te metió otra vez! Espera, que ta escribiendo…
– … prdona, Sara, ya sabs q me dan stos impulsos. N t nfades, q yo n me enfad. T kiero, tia!!
Y es ahí, en el momento en el que Sara centra su vista en la pantalla de su smartphone y sus ojos comienzan a llenarse de lágrimas, cuando sé que llegarán unos momentos de silencio y sollozos que procuraré aprovechar para intentar de nuevo llegar a la última etapa de un sueño de ondas lentas que se me antoja ya casi como una entelequia efímera y mentecata. Ay, estos premios, qué bonicos que son, con esa Mafalda defendiéndolos a capa y espada como si… O, esperad, ¿no será que se apropian de su imagen aún a sabiendas de lo que la misma Mafalda podría opinar sobre estos premios?
Antes de intentarlo de nuevo – lo de dormir, digo – me imagino a Sara protestando el viernes que viene en la plaza de la Escandalera, y a Ainhoa en la Calle Uría aplaudiendo a premiados, premiadas y autoridades varias, y cuando todo acabe, las veo a las dos tomándose unas cañas por el Antiguo y riéndose como eso que son, buenas amigas.
Nah, como sé de sobra que el sueño se ha largado a otros mundos, a otras gentes, saco mis auriculares de la bolsa y vuelvo a perderme en la música…
Indalecio sabe más que de sobra que, si se pusiese en serio a ello – y a las pruebas se remite, sería muy capaz de aprobar “The Knowledge”, ¡y con nota! Y os preguntaréis, si es que no lo sabéis ya, “¿qué narices es eso de ‘The Knowledge’?” Pues no es más que una manera como otra cualquiera de acortar “The Knowledge of London Exam”, un examen acerca del conocimiento de Londres y sus múltiples calles y vericuetos que toda aquella persona que quiera ser taxista allí tiene que aprobar para poder conducir uno de esos taxis antaño negros, tan tradicionales, y que ahora lucen llenos de publicidad.
Ahead of The Knowledge
Estuvo a punto de irse a vivir a Londres cuando su amigo Lemmy insistió e insistió y volvió a insistir para que estuviese cerca de él, que confiaba plenamente en Indalecio y en sus dotes como conductor, que no se le ocurría un chófer más apropiado. La pena era que el propio Lemmy pasaba cada vez más y más tiempo en Los Ángeles y, al final, Indalecio permaneció fiel a sus alsas.
Aún así, porque le dio la más real de las ganas, se estudió las diez primeras hojas de “The Knowledge”, y consiguió todas las rutas a la primera en un test aleatorio que él se hizo a sí mismo hace dos veranos cuando estuvo en Londres de visita. No es por chulería ni porque ya no viva ninguna de sus abuelas, pero él sabe sin dudarlo que no es más que otro “Ace of Spades”, el puto amo, que se diría por aquí.
Esa sensación que produce el retorno, pleno de matices y del recuerdo de momentos ya vividos con anterioridad: vuelvo a Arriondas y vuelvo al alsa, al fondo, a abatir el asiento y tratar de cerrar mis ojos para intentar dormir un poco. Hoy es viernes, 16 de septiembre de 2016, son las 6.30 a. m.
Entro al autocar saludando muy feliz, con esa cara bobalicona de un “decíamos ayer”, pero todo el mundo, como es lógico, pasa de mí en este año olímpico; ya nadie me recuerda, y el conductor es un ente extraño que me mira como preguntándose, “pero, ¿quién es este gilipollas?”
Nada, lo dicho, al fondo, a intentar recuperar ese sueño que se pierde cada noche antes de irse a dormir.
“… y allí estaba la tía, tumbada en el sofá, sorbiendo por la pajita de un vaso de plástico tan grande como ella; y así lleva unos días… no, no, no, si desde que dejó al mozu (que eso ye lo que ella diz) y volvió a casa nun fai otra cosa… Si ya le digo yo, fía, ‘recoge tu habitación, limpia, cocina, ¡fai algo!’, pero no hay manera. Y va y me dice la Puri el otro día que vaya bien que tenía la casa cuando taba con Raúl, que aquello hasta brillaba y todo de limpio que taba… Ya, ya… ya lo sé, fía… ¡Con lo bien que taba yo!”
Llegados a este punto, ya sé que ese menester de echar un pigacín mañanero no va a poder ser. Resignado, abro bien mis oídos y me dispongo a disfrutar del relato con toda la atención que esta mañana tan temprana merece (por cierto, ¿a quién se le ocurre llamar a una amiga o familiar a estas horas? Ni idea. La verdad está aquí adentro.)
“… Ye que ya nun toy yo acostumbrada, boba, que fueron casi cinco años de paz, de vivir en mi casa a mis anchas, a mi puta bola… ¡Si es que ni el Sálvame puedo ver en mi sofá, en mi salón, que ta t’ol día viendo series en el rollo ese del Netflix!… Claro, claro, boba, como ta cobrando el paro aún, diz que son sólo ocho euros al mes y que se lo paga ella… Muy esplendida, sí… ¡Toy del Pablo Escobar esi hasta la punta’l coño, joder!… Ay, no, no, que sal casi todos los días hasta les tantes… Ay, ya sé, si lo sé, boba, que ye fía mía y tengo que querela, pero me tien hasta’l ratu, fía… No, no, qué va… Nun te lo pierdas, ho, que p’al día de San Mateo voy dir con Rosi, Lupe y la mi prima Mari a comer el bollu al Naranco, y nun pienso dejale ni un putu bollu pa ella, que baje y se lo compre, coime, que yastá bien de vivir con la fañagüeta en horizontal t’ol putu día… Sí, sí, bajóme en la Pola ahora… Claro, ho, dame tiempu pa un cafetín, o dos… jajajajajajajajaja. Eso, eso. Venga, cuca, vémonos ahora en un ratín. Chao, chao.”
Ay, la maternidad, que compleja se vuelve cuando una menos se lo espera. La señora baja del alsa en Pola de Siero, y ahora sí que, observando el panorama triste y tranquilo del interior de este autobús, puedo volver a esa dura tarea de la siesta ante meridiem. Busco en mi bolsa los auriculares de emergencia y de vuelta al modo aleatorio en el reproductor de música. A veeeeer… Bueno, vale, OK, los Sisters of Mercy, no está mal eso de escuchar el rugido de una gran máquina que me pueda llevar rauda a ese ansiado estado alfa.
La reina Choni extiende este mediodía las alas de su amplia sabiduría horizontal por todos los dominios conocidos del Alimerka del barrio.
La reina Choni ha dejado su carrito Rolser de flores en la entrada, suelto, sin necesidad de meter una moneda de cincuenta céntimos para atarlo a una de esas cadenas, que está en el barrio y confía en la gente, porque es su gente.
La reina Choni va saludando por doquier, se para a hablar al lado de las gaseosas con una señora recién salida de la peluquería con el pelo tan cardado que parece que va a cantar de un momento a otro «Total Eclipse of the Heart», pero la versión literal del vídeo clip: «¿qué tal la comunión de la nieta, Maruja?» «¡vaya fartura, fía, una cantidad de comida…!»
Tras sacar número para el pan, pedir dos cuartos, uno de ellos integral, va a la pescadería: número 69. Casualidad. El pescadero, siempre dicharachero y mordaz desde la escama misma, grita, «EL 69»; «yo», responde la reina Choni. Una vez exteriorizada la evidente carcajada, el pescadero le dice que quién si no lo iba a tener, que si quiere almeja, que la tiene fresca, y ella, la reina Choni, dice que no la hay más fresca que la suya, aunque sabe que hoy no se ha cambiado de bragas, que total, para salir de compras por el barrio no hace falta demasiada higiene corporal.
En la frutería se cambia el calabacín por la almeja. El tamaño del mismo provoca el nervioso jolgorio de las señoras que rodean a la reina Choni, pero ella no se ríe con tantos aspavientos aunque sí al mismo volumen que el resto del grupo. La situación está bajo control. «¡Quién pillara uno así!»; «JAJAJAJUJUJUJIJIJIIIII»
La reina Choni mete en su carrito cuatro tetra bricks de Don Simón, del tinto, que a su Manolo ya se le está acabando y casi no queda ya en la nevera para sus tres vasos de la comida de hoy. Para ella, una de Lambrusco, el que está de oferta, que no soporta el Don Simón, se está volviendo muy pija, piensa con un jajajajajajaja introspectivo que retumba frondoso en toda su cavidad craneal.
Combina la reina Choni la charcutería y la carnicería, que están la una al lado de la otra; práctica habitual. Aunque el charcutero es nuevo – tan sólo lleva nueve días trabajando en este Alimerka -, la reina Choni sabe no sólo su nombre, sino también el de su novia y que a su padre le acaban de poner un bypass: «¿Y cómo está tu padre? … Sí, sí, así está bien, ni muy fino ni muy gordo, como le gusta al mi Manolo, que ye muy quisquillosu.» Con el kilo de pechuga de pollo que compra en la carnicería le regalan una hogaza de pan. Regreso a la panadería. Una panadera sale al café en ese preciso instante. «Oye, Cuca, ¿me cuidas este carru, que salgo a echar un pitu con Yoli?», pregunta la reina Choni a la panadera que se queda atendiendo al público ahora. Sin problema. Salen las dos apuradas y sacando ya cada una el Winston de sus respectivas cajetillas. «Vaya sustu, que creíamos que la Aroa se nos había quedao preñada»; «Joder, llévale paquetes de esos de Dúrex que tenéis al lado de la caja, que no haga el bobo», le aconseja a Yoli la reina Choni.
La reina Choni se dirige por fin a caja mientras revisa cada rincón del carro. No necesita nota alguna, que ella sabe bien qué tiene que comprar. No falta nada, en principio. «¡Hostia, la nocilla del guaje!», le suelta a Indalecio, el conductor de Alsa, que está justo delante de ella en la cola. «No te preocupes, ho. Vete a pillala que yo te cuido el carru», le dice Indalecio con su seca amabilidad de siempre. Corre la reina Choni tanto a la ida como a la vuelta. Ha sido rápida. «Gracies, Inda», «de nada, ho, a mandar»
Y ahí aparezco yo, con mi barra de pan, y me sitúo justo detrás de la reina Choni, en la caja número 4, la única que está abierta en este momento. como ya se ha formado cierta cola ante dicha caja, Minerva, la cajera, toca el timbre avisando así a una de sus compañeras para que ocupe su puesto en una de las otras tres cajas que permanecen cerradas. Llega Bea, «por la dos en orden de cola», y toda la gente que hace cola tras de mí se traslada en orden a la número 2. Yo no me muevo de la 4, porque la reina Choni me acaba de dejar pasar por delante de ella con la vehemencia justa como para que yo obedezca sin rechistar y sin quitar ojo de todas esas pulseras de Gold Filled tan sumamente musicales: «anda, Jose, pasa, pasa, ho, que yo voy muy cargada», «muchas gracias, Vanesa, ¿qué tal todo?»
Lógico, yo solo entré al Alimerka a comprar pan, y tuve suerte, no sólo porque la reina Choni me dejó pasar, sino porque, aunque hay días en los que todo sale mal, nadie me enseñó el Corán, y ni siquiera ningún Ayatolá tuvo la osadía de intentar tocarme la pirola.
Barrio sin luz y cristales, señoras temerarias apurando las frenadas con carritos de la compra llenos de fruta de la frutería, de carne de la carnicería, de pan de la panadería, de un par de caprichos azucarados para los nietos; señores con cayados que empiezan su ronda mañanera, serán tan sólo cinco o seis vinos, en vaso de sidra, medio lleno; equipos que ganaron, equipos que perdieron, y el Real Oviedo, ahí, al acecho de una nueva alegría de ésas de orgullo, valor y garra, como cuando salí a la calle con doscientas pesetas aquel día de junio de 1988 en el que el Oviedo había empatado a cero en Mallorca y ascendía a la añorada Primera División; tenía examen al día siguiente, de Literatura del Siglo de Oro, pero me eché a la calle igualmente, con esos cuarenta duros en mi bolsillo y la compañía de Íñigo, un vasco de Bilbao que, aunque no compartía piso conmigo, siempre venía a estudiar con nosotros. La borrachera fue tan brutal como el suspenso en aquella asignatura: Colocón de Oro, Siglo de Mierda. No pasaba nada, que a la gente rezagada siempre nos quedaba septiembre. O febrero… O junio otra vez… O…
Sonó esta mañana el despertador, uno plateado digital que nos regalaron hace unos años con la renovación de la suscripción a la revista Time, que es ella como uno más de la familia y se ha convertido en un fenómeno paranormal y curioso en nuestra casa, ya que la revista sigue apareciendo en nuestro buzón sin que nadie haya pagado por ello en los últimos seis años. Pipipipi… pipipipi… pipipipi… pipipipi… y arriba. Ducha, vestirse, desayuno y comprobar que todo lo necesario está listo para un nuevo día. Escuchar la radio y cagarse mentalmente en demonios siempre ajenos. Y David Hockney, que me mira desafiante desde la pared cada mañana, y yo que, por mera costumbre, siempre le hago un gesto que contesta ese desdén tan de autorretrato del que se sabe un genio en lo suyo: Feck off, David!! Hoy le saco la lengua; ayer le hice una peineta muy estética.
La gente de siempre en la parada del autobús: dos señoras cerca ya de la jubilación que fuman cada cigarrillo como si fuese el último de sus vidas, exhalando el humo con tanta vehemencia que a veces pienso que van a escupir un trozo de pulmón en el intento, y el barrendero, que anda muy cerca, que seguro que teme lo mismo que yo temo; un grupo de estudiantes de la ESO, primero o segundo, no más, con el uniforme de las Ursulinas, siempre hablando con el volumen a tope, riéndose de las típicas pijadas de las que hay que reírse cuando uno tiene 13 o 14 años, que la vida es risa a esa edad, y si no lo es, algo raro sucede. Subimos. Siempre dejo que pase todo el mundo porque mi prisa nunca es motivo de avasallamientos ajenos. No sabemos hacer colas como la gente británica, tan bien organizada para esos menesteres, y a la hora de llegar al punto de destino, surgimos de cualquier esquina hasta apelotonarnos sin control alrededor de la puerta del F1. Dejo hacer, pago mi 1,20 € y me siento al fondo, siempre al fondo. Son las 7.30 a. m. y miro como el día va adquiriendo luz a pesar de las nubes que siguen ahí, como diciéndonos “hey, no os confieis, que en breve escupiré sobre vuestras cabezas, panda de mortales creídos y confiados.” Y yo sin paraguas, pero me da igual, porque yo para eso de los paraguas parezco irlandés, que nunca me gusta llevarlo, y si llevo uno, siempre lo pierdo y luego digo que no me gusta llevarlo para no quedar como un gilipollas por haberlo extraviado, y así la gente te ve más interesante, más cool y más guay, porque da igual lo que digamos, nos gusta ser guays y que la gente nos vea como seres molones, seres que levitan unos milímetros por encima de los demás, espiritualmente hablando, pero sin darse un mísero pijo de importancia, quiero decir, si es que eso que denominan como espíritu existe, que yo creo que no, que nos hemos inventado dioses porque somos vagos y es más fácil que nos den todo hecho que tener que estudiar e investigar por nuestra cuenta.
Llego al IES Monte Naranco. Los amaneceres desde el departamento de inglés son espectaculares, de postal, de subir a Instagram y que la gente que te sigue comente, “qué maravilla de amanecer, qué luz tan espectacular!”, y tú contestes, “Así es @pimiento_amarillo, estos días de primavera dan unos amaneceres deslumbrantes. Muchas gracias por tu comentario”, y luego miras a ver quién narices es @pimiento_amarillo, porque ni te suena haber interaccionado antes con esa persona. Anda, otra escritora pesada, como yo. Somos legión. Bien.
Los pronombres relativos, luego los verbos que rigen gerundio y/o infinitivo, y para finalizar, vocabulario relacionado con las nuevas tecnologías en la página 65 del libro de texto, tan obsoleto como un MP3. Dos alumnas se encargan de actualizar todo ese vocabulario entre risas y chascarrillos. Dedos llenos de tiza, odiosa tiza, que tarda en desaparecer bajo el agua del grifo. Una buena meada; la cisterna del inodoro del medio sigue estropeada, con ese ruido que indica que siempre está cargando y echando agua. Café mediano al recreo acompañado de uno de esos pinchos vegetales con jamón cocido y queso mientras comento con una compañera lo poco que queda ya para que empiece la sexta temporada de Juego de Tronos, con lo que, así, a lo bobo, repasamos la quinta temporada incluso comparando serie y saga, que ambos hemos leído las novelas también, y en la emoción del momento, entre compañeros y compañeras que nos miran como si fuéramos frikis (que igual es así, ¡quién sabe? Si es que parecen todos unos Greyjoy la mar de sospechosos), suena el timbre que indica el final del primer recreo. Todo el mundo para clase. Yo no. Tengo hora de guardia, de las buenas, porque no falta nadie a cuarta hora. Cojonudo. Tiempo para corregir trabajos en la sala de profesores… o no, porque coincido con un compañero que me cuenta acerca de la amonestación que le acaba de poner a un alumno que tenemos en común, una de esas joyas con las que hay que saber lidiar tanto desde la pedagogía activa como desde la simple comprensión humana. Y yo, que soy un poco bocazas, comento sonriente aquella vez que me echaron de clase de filosofía. Hacia mí confluyen miradas reprobatorias desde todos los ángulos posibles de la sala de profesores. “¿Nunca os echaron de clase? ¿En serio?” Joder, pues que así es, en el serio más serio de entre el mundo de la ideas de los serios… Me siento, ahora sí, a corregir. Saco de mi bolsa molona mis auriculares chachis y busco música de esa especial para corregir. Portishead está bien. Ante mí, varias composiciones escritas, unas quince. No, No puede ser, que Beth Gibbons siempre me hace cantar con ella: es ese poso de desesperación en su voz, que me obliga sin intención alguna por mi parte a ayudarla en sus miserias del corazón, a darle fuego si hace falta, a seguir sus caminos retorcidos hacia el límite del dolor. Stop. Busco algo más adecuado… ¡Ya está! La Música Acuática de Haendel, nadie canta, como mucho puedo imaginarme escuchando la misma en un barquito sobre el Támesis, al lado de Jorge I, el rey Hannover… Obertura-Largo Allegro. Play. El tema de esa composición escrita, nivel 4º de ESO, una discusión que tiene como fin decidir qué invento es mejor, internet o los libros. ¡Venga ya, editoriales! Porlagloriademimadre… El boli verde se me escapa de las manos por momentos. Mi cabeza no está para estos trotes y desconecto el día. Goleada: internet 15 – libros 0. No esperaba otro resultado, ni siquiera el del honor.
“¿Sabéis que Shakespeare inventó unas 1700 palabras de la lengua inglesa?” (Estoy ahora en el aula 204, con el primero de bachillerato de humanidades) “Pues no, Jose, ni idea.” Aprovecho la tangente, y nos dedicamos hoy a buscar palabras que el inglés deba al bardo conocido como William Shakespeare. El alumnado se encarga de ir creando una lista con las que más les gusten. “Swagger!”, grita emocionada una alumna de primera fila. Claro, tía, el Wills tenía “swag”, joder, como dejó bien claro en la escena I del acto III del Sueño de una Noche de Verano:
“What hempen home-spuns have we swaggering here, so near the cradle of the fairy queen?” – Puck
Y si no existe la palabra, pues la inventamos, ¡qué carajo! ¡Viva Swagspeare! Al menos la última clase del día consigue un cierto poso de satisfacción en mi labor como docente: uno de esos días de salir de clase señalándote el nombre en la parte trasera de la camiseta mientras corres por los pasillos mirando con superioridad a… nadie, como mucho esos trabajos de diversas materias que lucen lustrosos en las paredes del centro.
Vuelvo a casa y David (Hockney) me sigue mirando mal. Paso de él, prefiero mil veces a Frida Kahlo. Creo que voy a preparar un buen batido de fresas para toda la familia. Pero antes, como siempre que llego el primero al hogar, un poco de buena música al altu la lleva. Como no lo tengo nada claro, sigo la táctica habitual para estos instantes de indecisión musical: cierro los ojos y, tras hacer unos círculos con el dedo índice de la mano derecha, señalo un CD. Pues ha salido el Siamese Dream de los Smashing Pumpkins. Vale, hace un montón que no lo escucho. A veeer, uno, dos y tres. Play:
Y subió al alsa aquel día tan típico de orbayu veraniego astur un chico muy salao y con un aspecto harto saludable, de los de mejillas coloradas y perenne sonrisa profidén. Provenía de ese pequeño país escandinavo que es conocido como Islas Feroe, municipio de Vágur en la isla de Suðuroy, la más meridional de todo el archipiélago,e iba acompañado de un autóctono de esos que hablan demasiado alto e intentan utilizar el pretérito perfecto compuesto a la mínima ocasión sin tener ni puta idea de cuándo se debe usar adecuadamente, como por otro lado es costumbre en Asturias: “ayer he comido verdinas con langostinos.” (Pues chachi pa ti, chaval.)
Los dos visten como si fuesen a una larga expedición al Aconcagua, y portan mochilas de esas que van a reventar de llenas y con todo tipo de objetos colganderos que van realizando diferentes coreografías según lleven ambos el paso. Las han dejado en el maletero, como es lógico.
– Dos de ida a Llanes, por favor.
– Son 21, 70.
Y se sientan juntos justo detrás de Indalecio.
– Adoro a Warren Buffet y a Bill Gates, donar ese 99 por ciento a la caridad me parece sencillamente espectacular.
– ¡Qué grandes son, sí! Eso necesita el mundo, emprendedores como ellos.
Indalecio hace una mueca y sube acto seguido el volumen de la radio, sintonizada siempre en Radio 3 cuando es él quien está al mando. No soporta Indalecio la indolencia de esos seres humanos que sufren pasivamente, y no precisamente en silencio, de esa condición que él denomina de manera muy personal como “magnatismo” (esa manía suya de mezclar palabras como recurso semántico para ajustar definiciones.) «Y lo que nos queda con la puta LOMCE y esa mierda de la iniciativa personal y el emprendimiento. ¡Cómo si no supiésemos todo que casi siempre ‘emprendedor’ no es más que un eufemismo para ‘explotador’. ¡Putamierda!», piensa para sus adentros Indalecio con el gesto ya pelín contrariado mientras va enviando miradas fulminantes por el retrovisor a esos dos pipiolos. Al menos desde el dial parecen comprender su presente inmediato y parecen insuflarle algo de ánimo… “¡Ánimo, valiente!”
Indalecio lee por tercera vez en la prensa del día, esa maldita manía suya de leer más allá de los titulares, la palabra miríada. “¡Su puta madre, panda de pijos pretenciosos!”, se dice a sí mismo antes de dar el último trago al segundo café solo de la mañana.
“De entre esa miríada de palillos, voy a escoger uno para luego hurgar azaroso entre mis sucios dientes”, comenta al aire, en voz baja, esbozando una sonrisa cómplice de su propia autoindulgencia…
La televisión, de fondo, emite una frase: “es tiempo de politólogos…”, dice una periodista con cara de interesante estreñimiento. “¡Oh, no, cagondiós ya!”, brama Indalecio, “hasta los putos cojones. Eso se merece un poema.”