CACABELOS STORIES: TRES RESEÑAS MÁS

Contraportada de Cacabelos Stories con un extracto del prólogo de Silvia Blanco Iglesias

Bueno, ya terminé #CacabelosStories de Jose Yebra o, mejor dicho, el fíu de Milita la peluquera. Mal, porque leílu nel tren y no ye lugar. Os recomiendo su lectura con una copa de vino en la mano (yo soy más de godello que de mencía😜) para disfrutarlo!!!

Porque se disfruta y se lee de un tirón. Son historias de vida que resultan familiares: la música, los colegas, la familia, la muerte, el cine, el amor…. no se si el autor se desnuda en estas páginas o se las inventa, pero hace que parezcan reales y tuyas, cualquiera podría haberlas vivido. Pero no contado con tanta gracia e ironía…

Son stories cortas, cinematográficas, entretenidas, lugares comunes donde perderse y encontrarse, con sabor a mosto de uva y juventud, a humo de la risa y amistad. Aprendizajes tempranos para niños grandes, eso que nunca dejamos de ser. Lugares comunes de la memoria colectiva, un retrato social y cultural de Cacabelos, tu pueblo y el mío.

Pilar Sánchez Vicente

Domingo 31, último día de enero, al menos hoy se ha podido disfrutar de una tarde sin lluvia para poder salir a dar un paseo en bici y luego continuar con “CACABELOS STORIES” el libro de Jose Yebra que nos hace rebobinar a nuestro pasado. En la página 99 escribe con su estilo peculiar sobre la “Bodega del Niño”, hace referencia al Camino de Santiago, ya que se encuentra en el mismo paso del Camino y al inicio de la Calle de las Angustias. Sigue contando historias ocurridas dentro de la bodega, y se para en los peregrinos y peregrinas que entran a ella. Yo le daría a esa bodega una “bula papal” con el fin de poder ganar el jubileo sin llegar a Santiago de Compostela, la misma que tiene la puerta del “Perdón” de Villafranca del Bierzo, bien es sabido de que alguno o alguna han encontrado en esta bodega sus propios ejercicios espirituales y han perdido entre sus cubas la propia “compostelana”, ese pasaporte para llegar al Pórtico de Gloria.
Recordamos otras bodegas-tabernas que fueron antecedentes de la del “Niño”, en San Roque, también en el Camino de Santiago, estaban la de “Saturno” y “Flora”. Al lado de la del «Niño» se encontraba la de “Sagrario” que sentada en su banqueta te ofrecía con el vino clarete un pincho de huevo cocido con pimentón. A unos metros la de Quino “Lence” con el ataúd y la esquela de Ángel Basante (El practicante) como elementos de su decoración y el caldero de lavar los vasos, con más vino que el propio garrafón del que manaba lo que servía, ya sabemos que eso era de no cambiar el agua, y el servicio dónde está preguntaba la clientela y a lo que Quino contestaba, a mear al huerto, al lado de los tomates, eso en verano, y de los repollos en invierno, así estaban sus cultivos tan frondosos. Luego al lado del Café Centro, la bodega de Androllo en la que se cantaba “en la bodega de Androllo, donde se asa el tocino, donde se canta tan bien, donde se bebe el buen vino….”. El mismo Café Centro era la del “Soriano”, clarete, blanco o butano, de pincho anchoa con mejillón, plato único. Más abajo la patata de “Queixiños” (igual no se escribe así, pero se pronuncia), un poco al fondo estaba Militos con las ancas de rana, era y es el “Pajarito”, dícese que en el pozo del sótano las tenía vivas, de las ranas hablamos. En el Barrio de San Isidro (antes Campo Tablado), dividían la clientela entre la de “Esther” y “La Machorra”. También, pero hace ya muchos años, en la propia Caleixa (ahora calle Cervantes) de ese mismo Barrio, tenía mi abuelo Pestaña y mi abuela Pilar Trincado una bodega de “quita y pon”, quiero decir que solamente se abría cuando el vino estaba para beber después de la vendimia, por el Día de Todos los Santos más o menos, y una vez que la cosecha propia se terminaba, se cerraba y se abría otra bodega de esas del “quita y pon”, eso era economía social colaborativa en Cacabelos. Que no se me olvidé la tasca antigua de “Ubaldo”, mejillones y riñones, se no los tenía te tocabas los cojones,
Y escribe Jose Yebra en otro capítulo del CABELOS STORIES que el baile de la “raspa” la inventó el cura de Carracedo, no le falta razón, yo siempre lo había escuchado, pero eso no es nada ante la creatividad artística de Don Antonio, cura párroco del Santuario de la Quinta Angustia. Cuentan las malas lenguas que llegaba Don Antonio en una mañana de domingo, primero de febrero, para abrir la iglesia y dar la misa de 10 h. Don Antonio era un cura como tiene que ser, sotana, boina y zapatos negros brillantes, intentando abrir la puerta sintió un golpe sobre su cabeza, un golpe seco pero blando a la vez, una enorme cagada de un cigüeña situada a más de veinte metros de altura, desde el campanario, le pintó la boina de blanco, a lo que Don Antonio exclamó “me cago en…”, así surge esa frase marxista, leninista, que sale de las trincheras y a la vez tan nuestra.
Gracias Jose por hacernos sentir estos momentos tan entretenidos.

Samuel Núñez Pestaña

Digo la verdad cuando afirmo que nunca he puesto un pie en Cacabelos. Sin embargo, si asegurara que nunca he estado allí, mentiría.
Las páginas de Cacabelos Stories no se leen, se transitan, se huelen, se escuchan, se saborean. Una abandona temporalmente el espacio físico que ocupa y se sumerge de lleno en las anécdotas que  Jose Yebra, con impecable destreza y punzante ironía, va tejiendo capítulo a capítulo.
El resultado es un curioso, divertido y heterogéneo tapiz emocional donde es imposible no acabar reconociéndose, un itinerario psicogeográfico que nos convierte en peregrinos y peregrinas descubriendo sus calles, sus plazas, bebiendo en sus bodegas, bailando en sus discotecas…poniendo en práctica esas cosas sencillas que, en las circunstancias actuales, nos parecen tan difíciles e irrealizables: Vivir hasta el hartazgo, socializar, aprender en comunidad…crecer y construirse individualmente hasta convertirse en un engranaje más, que junto al resto, dota de sentido y movimiento al todo, un todo Cacabelense, la historia de un lugar que es impensable sin la constante interacción de las personas que lo habitan.

Un particular homenaje a la raíz, la reivindicación del pueblo como principal eje narrativo alrededor del cual orbitan las experiencias vitales del autor, así como los dintintos relatos que han nutrido durante años la vida de sus gentes.
Un justo y necesario memorándum, un canto a la familia, la amistad, el amor, la música, el cine, el buen vino, la muerte, la nostalgia…y sobre todo el humor.

No, no he estado en Cacabelos, pero después de esta lectura, de la que no he salido indemne, me atrevo a asegurar que de algún modo Cacabelos también me pertenece y pienso volver, física y literariamente, tantas veces como sea posible.

Gema Fernández Martínez

Escucha la playlist de Cacabelos Stories para el programa Rock Hunters, de La Corredoria Suena.

https://www.ivoox.com/rock-hunters-episodio-216-12-11-2020-audios-mp3_rf_60336226_1.html

CACABELOS STORIES: DOS RESEÑAS

¿Se puede ser de un lugar sin haber estado allí? Nunca mis pasos me habían llevado a Cacabelos, es cierto, ni tan siquiera hasta el Bierzo, y sin embargo en los últimos días he viajado en este año que ha pasado tan extraño a muchos de los rincones de ese lugar con ese nombre tan sonoro imposible de olvidar, y me he sentido hogar, un vecino de Cacabelos más, he conocido viñedos y museos del pasado, hoteles que miran a un río y peluquerías, aulas y templos del vino como la Bodega del Niño, e incluso he volado con la imaginación sobre el que le dicen alto de Pieros donde las nubes, ciertamente, tienen un color diferente, y me he colado en las risas y en las charlas de amigos y en la vida de sus vecinos dejándome llevar, con la intención de poner mucha atención y escuchar, y todo ello gracias a ese contador de historias que es el escritor y poeta José Yebra, autor él de una pequeña maravilla titulada, no podía haber encontrado mejor título desde luego, Cacabelos Stories, un buen número de pequeños relatos sobre su pueblo llenos de mordacidad y también de veracidad, con esa forma de narrar que tiene tan tierna y a la vez tan gamberra que le dan a esas historias un sabor muy especial.

El ritmo del libro es, acorde con los tiempos que vivimos, frenético y se desborda cual si fuera un río caudaloso que nos arrastra sin remedio, y de repente se detiene y nos invita a pensar en esas pequeñas cosas que han de conformar siempre nuestra realidad. Un libro en apariencia local pero con un latir universal donde Yebra rinde homenaje a su tierra natal y a esas gentes recias y luchadoras haciendo

nuestra su historia personal, la historia de un pueblo de nombre Cacabelos que ya no podré olvidar, y del que a pesar de no haber estado nunca allí me siento casi en la distancia no un turista accidental sino un vecino más de ese lugar.

«Uno de los primeros recuerdos que habitan en el fondo abisal de mi memoria sucede en una viña, la que mis padres tenían en Fontousal, una zona de viñedos sita entre Cacabelos y Camponaraya. Era un día soleado, imagino que de finales de septiembre o primeros de octubre, supongo también que sería domingo ya que mi madre, Milita la Peluquera, había ido a vendimiar, que jamás habría dejado ella un día laboral en su peluquería por ir a cortar racimos de uvas y dejarse la espalda en el empeño»…

César Inclán

*En la imagen, portada de «Cacabelos Stories», joya editada por la editorial asturiana Más Madera, mientras un ciclista se lanza a la carrera para llegar a sus páginas, pues como dice el autor en uno de sus relatos, ¿para qué llamar por teléfono habiendo bicicletas?

Siguiendo y saboreando el libro del cacabelense Jose Yebra con el título “CACABELOS STORIES”, y digo “saboreando” como si fuese un helado de cucurucho o nuestro querido Chupa Chups, pues no me veo pegándome un atragantamiento en una tarde de invierno para hacer una lectura maratoniana. Es que Jose Yebra en este libro te mete de lleno en los recuerdos, al menos así lo estoy sintiendo yo que soy de Cacabelos. En la página 39 describe el juego de “cintalabrea”, yo que siempre le había llamado “cintoalabrea”. Rebobino a mi infancia, adolescencia y juventud en el Barrio de San Isidro (antes Campo Tablado), lugar donde viví desde los 8 años hasta que me case y me fui para el otro extremo de Cacabelos. Este juego del que habla Jose Yebra yo lo tenía como metido en el cajón oscuro, por lo que el comenta, la dureza de pegar con el cinto que te quedaban moratones por todo el cuerpo, con la hebilla algunas veces y eso que era una norma que por ese lado no se podía dar. No me gustaba nada, yo nunca elegía ese juego, pero la presión de grupo y la decisión de la mayoría te hacían ser valiente, encima en el Campo Tablado, con una espacio infinito donde no había lugar para esconderse y la rápidas carreras de aquellos que tenía algún año más que uno, te atizaban sin piedad. De esos que te llevaban las de ganar, recuerdo a Suso el “rucho”, Gelo “aira” o Hipólito el “polo”, pero aún no terminaba , al atardecer y cuando llegaban de la tareas agrícolas los veteranos del Barrio, tanto Carito el “calcón”, Gemiro o Juan el “colaso”, también se unían al juego, así que más cuero sobre el que pillaban. Gracias Jose por volvernos a sentir estas historias tan reciente de nuestro pueblo.

Eso, eso, saboreando el libro de Jose Yebra, sin atragantones, llega la parte de la fiesta, de la llegada del fin de semana y de las noches largas de verano, llega «SARAVÁ! la discoteca más emblemática del Bierzo. En «CACABELOS STORIES» la describe Jose Yebra como algo del futuro y te mete de lleno en las pistas de bailes, dos y a dos alturas, ubicada en el Barrio de San Isidro (antes Campo Tablado) y no podía ser mejor el lugar escogido, pero también habla de la otra discoteca de Cacabelos, la Marychris. Es que en música, baile y otras jotas no había quien nos ganase. Aparece otra discoteca más, la Faustin, como anterior, a esa no entraría Jose Yebra ya que por su edad no llegaría a la taquilla. Pero yo si puedo hablar de que la mejor música del Bierzo estaba en esta última, la Faustín, en la Avda de Arganza, aún queda el espacio y restos de su interior, pero esa gran música venía de la mano de uno de los mejores «pincha discos» y no «DJ ni Disc-Yockey», ya que en mi pueblo somos eso, de pueblo bastante, hablo de Fernando, y es un buen momento para recordarlo. Gracias Jose, has abierto la veda de los recuerdos y de la memoria.

Samuel Núñez Pestaña

CHUPOLATRINAS

chupolatrinas,

así como suena.

la podéis buscar en Google

podéis recurrir al 5G

incluso escuchar y leer a Miguel Bosé

y luchar a muerte contra los malditos reptilianos

pero no encontraréis esa palabra ni su significado.

y no lo haréis porque es mía,

que la he heredado de mi padre

al igual que muchas otras

que espero ir recuperando.

chupolatrinas,

así como sustantivo contable

aunque también puede ser un nombre incontable:

“ese lo que tiene es mucha chupolatrina”

decía pepe por poner un caso

cada vez que salía Fraga en la televisión.

chupolatrinas

para definir actuaciones varias:

otro ejemplo, cuando salió el rey emérito

y corrupto hablando como si pareciese compungido

tras aquel intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981:

“solo sabe decir chupolatrinas”

si me veía escribiendo en un cuaderno,

“haz algo de provecho

Y deja esas chupolatrinas”

si venía de una reunión entre la patronal y el sindicato

y yo le preguntaba cómo había ido todo:

“nada nuevo, hijo, todo chupolatrinas”

chupolatrinas,

podía escuchar esa palabra, sin exagerar,

cien veces a la semana, o más:

viendo un partido de fútbol

a la hora de la cena

disfrutando de cualquier película

(eso en mi caso, que él las odiaba casi todas)

“hay que vivir de realidades,

No de chupolatrinas”

y así un día tras otro.

chupolatrinas.

si hubiese llegado a tener alguna de estas redes sociales

y visto y analizado su funcionamento y diario devenir

yo tengo muy claro lo que iba a declarar transcurridos

menos de cinco minutos metido en las mismas:

“¡chupolatrinas, José Luis, todo esto no son más que chupolatrinas!”

TRES MICRORRELATOS PARA EL TOMA 3

Ante ustedes, tres microrrelatos propios que participaron en la segunda edición del concurso propuesto por Mónica Laga para el Toma 3 de Gijón. Un máximo de 100 palabras en cada uno de ellos.

DICEN QUE FRAY ELEUTERIO…

Yo era un niño bueno. Nunca me castigaban. Pero hubo una excepción: regresábamos de las cuevas de Valporquero cantando alegremente «Carrascal, carrascal, que bonita serenata…», y me tocó a mí rapsodiar unos versos.

Dicen que Fray Eleuterio

saltó la tapia del cementerio

y como había una losa a punto

le dió por culo al difunto

Noviembre de 1976. Recibí un buen sopapo de Don Rutilio, una gigantesca reprimenda del director. Me quedé sin paga. Tan solo mi abuela, de quien la había aprendido, se rió con ganas y me dijo: «Ya lo entenderás y te reirás bien a gusto conmigo»

LA MÁQUINA DE COSER ABANDONADA

Se largaron muy de madrugada, hace ya muchos, quizá demasiados años, y desde entonces nadie quiere ya coser conmigo, y quienes se acercan, carecen por desgracia de la materia imprescindible para poder hacerlo; me hablan, sí, me cuentan sus basuras y sus desgracias, pero no me interesan nada de nada, que yo, ni escucho ni hablo, solo busco que un exceso de excelsa concentración consiga mover mi rueda para que mi aguja vuelva a saltar feliz repartiendo hilo por telas de toda calaña. Velo constantemente por todos vuestros descosidos. Venid, acercaos, yo os puedo ayudar… porque sé que estáis rotos.

FOYO SOLO

Hace muchos años (aún estudiaba yo en el instituto de mi pueblo, Cacabelos, el Bérgidum Flavium) leí en un muro de un barrio de las afueras conocido como El Foyo, el mejor alegato independentista jamás creado: ¡FOYO SOLO!, rezaba la pintada. Siempre me quedó la duda, ¿quería esa persona que su barrio se independizarse de Cacabelos, o tan sólo estábamos ante una mera falta de ortografía y esa persona lo que en realidad pretendía era definir poéticamente su onanismo? Nunca lo llegué a saber, cuando volví al pueblo a pasar las Navidades de 1986, el mensaje, tristemente, ya había desaparecido.

DE CUANDO LO NUEVO DEJÓ DE SERLO PARA CONVERTIRSE CASI EN ANTIGUO

de cuando lo nuevo dejó de ser nuevo para convertirse casi en antiguo:

porque nadie le habló aquella mañana

y ella solo había bajado al supermercado

a comprar un cuarto de pan

y un par de doradas

que había visto en el folleto la noche anterior:

que estaban de oferta

dos por cinco euros

(las congelaría nada más regresar a casa

porque su hija mayor

le había hablado del anisakis

y le había entrado un miedo atroz

a intoxicarse con aquel parásito tan asqueroso)

olvidó la bolsa en casa

una que le había dado su vecina Engracia

muy bonita y alegre

llena de flores de colores y también muy espaciosa

y ahora tendría que gastar tres céntimos más

en la caja para comprar una de las pequeñas

qué se le iba a hacer!

y es que la gente discutía más o menos amistosamente

sobre política y sus representantes

que tocaba elegirlos de nuevo dentro de algunas semanas

para que la vida en este país siguiese su curso

y aunque ella poco entendía de todo aquello

sí que sabía a quiénes no iba a votar jamás:

a esos hombres airados que despertaban en sus entrañas

aquel pánico terrible de sus años jóvenes

de cuando “su Ramón” ordenaba y mandaba en casa

quedando para ella la posibilidad de

alguna que otra vez

escoger unos zapatos bonitos

en la zapatería de la plaza

que había un viajante de Vigo

muy guapo y con una sonrisa de esas de las de todos los dientes

escasas por aquel entonces

que traía al pueblo «la última moda de París pero hecha en Galicia»

y como el banquero don Basilio

se hacía el sueco y a veces le dejaba sacar algo de dinero

de la cuenta corriente a espaldas de Ramón

algún par de aquellos elegantes zapatos sí que iba cayendo

 

no

no

no

a esos no los votaría jamás

y no sigue siendo no

«el doce!» grita el pescadero

«yo!» se apresura ella a responder

casi con alegría y una sonrisa brutalmente honesta

y con las dos doradas bien limpias

llega a casa

y las mete directamente en el congelador;

dav

tres días más tarde

a eso de las doce menos cuarto

enciende el horno para que vaya calentando

a ciento ochenta grados centígrados

y luego saca el mandil más nuevo de un cajón

porque va a cocinar como solía hacer antes

porque este ocho de marzo

su hija Rosario viene a casa a comer con ella

porque hoy está en huelga

y tras una buena sobremesa con café y algún que otro cigarrillo

irán a manifestarse a la plaza del pueblo

juntas

del brazo

con zapatos nuevos

aunque ahora

lamentablemente

casi toda la moda de París

ya no viene de Vigo o de Coruña

porque en la lejana China

cosen y pegan muchísimo más barato.

MOTHER!!!

I

limpiar tu última sangre del suelo
quizá sea mi capítulo final de redención:
las horas de silencio y espera
que ya se torna infinita
bajo la presión de un tiempo
que ya no volverá a ser jamás
por más que insista ese reloj
de pared de manecillas tan ruidosas;
la bifurcación de los seres
en el ámbito uniforme
de la extrema lealtad
de lo humano y sus consecuencias
y la acera recién arreglada
con versiones alternativas
de unos paseos diarios ya olvidados
ese caminar eterno ahora terminado:
todo eso y aún más
con la cucharada a rebosar
de gramos paciencia perdida
de alguna riña vespertina
porque decías que odiabas esta barba
porque la concordancia no existía
en muchas ocasiones
de feliz enfrentamiento
más allá del vínculo de sangre:
pero la mirada prevalece
y también una compresión mutua
que solía viajar desde dos polos
absolutamente opuestos
que se abrazaban en un lugar
de cariño más allá de la ciencia
la familia y eso que nos obligan
a llamar algo así como amor;
te lo comenté en más de una conversación
cuando la memoria aún no envejecida
y gastada perduraba y resistía
por encima de la estúpida inmediatez:
prefiero la fiesta y la celebración
al culto exagerado de lo tétrico
y en esta casa ahora vacía
todavía escucho tu voz
preguntándome si estoy bien
si necesito algo
porque en tu caso
la generosidad era norma
nunca pretensión:
siempre fuiste la última en atender
tus escasas necesidades
y te vas igual que viviste
sin molestar
discretamente
disfrutando de la vida desde el exterior
de la de los demás
con esa sonrisa sincera
y sin tan siquiera despedirte
ni decirme
como casi siempre
sin enfadarte
que afeitara la barba
una última y definitiva vez;
y me da pena
muchísima pena
que el baile continúe
pero ya sin tus pasos

II

el último poema que leí
fue la factura de la luz
y no lo entendí:
allí estabas tú
en la penumbra de un salón
en cuya lámpara solo alumbraba
una bombilla de las cinco
que se suponía debían hacerlo;
fundidas y antiguas
nada de led
o luces modernas
de esas que
dicen
gastan poco
aunque en las tiendas
sean mucho más caras:
las paradojas del capitalismo
ante la oscuridad de la noche
«si ya conoces bien tu casa
para qué vas a necesitar luz alguna
cuando anochece»
porque te encantaba
igual que a tu madre
mi abuela
pasear pasillo arriba pasillo abajo
un buen rato
antes de irte a dormir:
«quien mueve las piernas
mueve el corazón»
me decías
repitiendo aquel famoso eslogan
de bicicletas estáticas
ay el corazón
oh ma corason
se cansó y dijo «ya valió»
y la luz del pasillo
quedó encendida toda la noche
mientras el agua del cúa
seguía pasando bajo el puente
en dirección a su encuentro con el sil
porque lo hace sin pausa
porque la misma agua siempre regresa
al origen de su periplo
para poder leerme otra vez
ese recibo de la luz hecho poema
que yo
inútil ser humano
ni analizándolo con calma
ni soy ni seré
capaz de comprender

CONA MOR

No, no se trata de una obvia referencia u homenaje al insigne Chiquito de la Calzada, no, aquí iremos mucho más allá, porque vamos a agarrar una pala de esas bien grandes y cavar un rato largo hasta llegar a 1980. Tan cerca, tan lejos – como aquel grupo danés que vi una vez en Aplauso, Mabel, que cantaba una canción titulada “We are the eighties” entre melenas rubias cardadas y poses bien aprendidas tras unos años 70 llenos de glam y heavy metal (más adelante, y gracias a La Edad de Oro, aquel mítico programa que presentaba Paloma Chamorro y que provocaba en mí toneladas de sueño las mañanas siguientes, descubrí el verdadero tema de los 80, “Eighties”, de Killing Joke).

(Inciso: no sólo es una burrada supina intentar comparar estas dos canciones, sino que, para mentes avispadas a las que les guste Nirvana, os habréis percatado de que «Eighties» tiene el riff de guitarra de «Come as you are». Una curiosidad. Prosigamos)

Son dos los tipos de sangre, dos. No hablo del RH, de tener o no tener esa proteína en la membrana de los glóbulos rojos, no, sino del acercamiento de los seres humanos a la misma teniendo en cuenta las circunstancias y de quién y por donde brotaba la misma. El mismo día de mayo de 1980, cursando yo el séptimo curso de la extinta Educación General Básica sucedió lo que paso a narrar a continuación:

Clase de matemáticas con Don Ángel en el colegio público de mi pueblo, Cacabelos, Virgen de la Quinta Angustia (desconozco cuáles fueron las cuatro angustias anteriores, quizá la quinta fuese la ansiedad que provoca la dinámica del sistema educativo en alumnado de 12 y 13 años de edad, quién sabe). Mientras intentamos resolver problemas en absoluto silencio, una niña sentada en la mitad de la fila de mi izquierda, comienza a llorar tratando de no hacer demasiado ruido. “¿Qué le pasa?”, se acerca Don Ángel, que siempre nos trataba de usted, y pregunta con cierta preocupación a la alumna. “Tengo un problema, ¿puede venir Doña Nati?” Sin mediar ninguna palabra más, el maestro de matemáticas avisa al delegado, “apunte usted en la pizarra a todo aquel que se porte mal”, y sale disparado de clase dejando la puerta abierta de par en par. Las dos mejores amigas de la niña que llora y tiene un problema se levantan de sus asientos y se acercan compungidas a consolarla. Las tres se abrazan, una de las dos amigas acaricia el pelo de su amiga con mucha ternura. El resto de la clase permanece en absoluto silencio. No sabemos qué sucede, si se trata de un problema muy grave o no y ni siquiera nos atrevemos a preguntarle a la niña qué leches le está pasando. Dos minutos más tarde regresa Don Ángel con Doña Nati, ambos entran muy serios. “Ya me ocupo yo”, le indica la maestra de lengua al de matemáticas, “puedes esperar fuera”. “A ver, niños, será sólo un momento, vais saliendo en silencio al patio con Don Ángel y ya volvéis cuando lo arreglemos. Nada, unos minutos.” Y en perfecta y armónica fila salimos de nuestra aula en dirección al patio. Estamos asustados, nos miramos unos a otros sin saber de qué va todo aquello. Mi amigo Jose olvida su chaqueta en clase y, por propia iniciativa y sin pedir permiso al maestro, regresa corriendo al aula de 7º B. Escuchamos de lejos como doña Nati le riñe airada y como consecuencia Jose corre más rápido aún hasta alcanzarnos. “Joder, está de pie hablando con Doña Nati y la silla está llena de sangre”, me susurra muy bajito a la altura de mi oído derecho. “Hostia… ¿Qué le habrá pasado?… Pobre. ¿No será nada malo, no?”, le respondo. “No sé, ni idea. Había bastante sangre”, me comenta con cara de susto. “Eso no es nada, que está sangrando por la cona, nada más”, Mari Carmen, una de sus mejores amigas, que iba justo delante de nosotros y había escuchado nuestra conversación en voz baja utilizando sus increíbles antenas parabólicas. “¿Cómo que sangra por la crica?” (Mari Carmen, hija de lucenses, utilizaba la palabra cona mientras que nosotros nos decantábamos por la acepción berciana, autóctona e intransferible, que denominaba al organo sexual femenino como crica). “Pues claro, gilipollas, ¿no sabéis que a las niñas nos viene la regla un día y eso significa que ya somos mujeres y que ya podríamos tener hijos? Si lo explicó Don Amado en clase hace un par de meses. Estaríais a uvas, agilipollaos, como siempre.”

El caso es que la niña a la que le acababa de llegar la regla por vez primera y en mitad de una clase de matemáticas estuvo después unos días un poco rara, como avergonzada por alguna maldición espontánea con la que no contaba. Y los niños la mirábamos desde la distancia, entre temor y respeto, como si aquella manzana de la que tanto nos hablaron estuviese encima de su pupitre lista para recibir un mordisco. Temor y mucha basura en nuestras cabezas.

Aquel mismo día, en el recreo, otro compañero de clase se había cortado en una pierna mientras jugaba el típico correcalles balompédico de cada recreo. No pasó nada, algo de alcohol y desinfección, y a seguir con el día escolar. De vez en cuando, volvía a brotar algo de sangre con lo que, nada más empezar la clase aquella de matemáticas con Don Ángel, decidió el propio maestro que bajase el alumno a conserjería para allí aplicarle un apósito. Pero aquella sangre era distinta, no provocaba entre los mayores sensaciones tan extrañas como la de la menstruación de la niña.

A la hora de la comida lo comenté en la mesa con mis padres y mi abuela, y nadie me supo o quiso explicar qué desconocido misterio distinguía a una sangre de la otra. Miradas, caras de extrañeza, y a cambiar de tema lo más pronto posible, que los tabúes no son tema de conversación en una comida familiar. “Joder, cómo cambian los tiempos, hostia”, fue lo único que atinó a decir mi padre al respecto mientras mi madre y mi abuela se miraban de reojo tratando de responderse preguntas la una a la otra que ya venían, probablemente, de muy atrás, de tiempos ya lejanos para ellas.

1987 – OPERACIÓN PRIMAVERA

Éste es mi relato para el recopilatorio «O. Anatomías del Antiguo». Una batallita con tistes muy autobiográficos

Si no recuerdo mal, lo llamaron Operación Primavera – sería porque tuvo lugar en la primavera de 1987. Por aquel entonces, Poch, el chico más pálido de la playa del Gros y líder de los míticos Derribos Arias, pinchaba muy buena música en el Factory y además, íbamos a escuchar buena música al Cecchini y al Channel; compartíamos jarras de cerveza (e imagino que por añadidura montones de babas ajenas) entre unos cuantos. De vez en cuando también estudiábamos, pero, no lo voy a negar, salíamos casi todas las noches con mucha más imaginación que pasta, la verdad.

Llegué a Oviedo desde Cacabelos en octubre de 1986, dispuesto a ser un filólogo especializado en la lengua inglesa. Para un chico de pueblo como yo, llegar a una ciudad como la capital de Asturias supuso un salto vital con pértiga de dimensiones considerables, a nivel de libertad personal, de puro y duro aprendizaje con todo tipo de condimentos y sin deconstrucción alguna. Primer curso como habitante el Colegio Mayor San Gregorio. Allí, por suerte, encuentro gente tan sanamente descerebrada como yo. Tras varias noches en vela plenas de música, risas, tabaco y demás materiales, huyendo en perfecto y armónico grupo salvaje de las novatadas, decidimos crear de la nada más espesa un grupo punk, ‘Bicho, Evan & The Garban Zin Band’ (Evan era yo, que me había caído ese apodo una noche de ciego total en la que, al parecer, hablaba exactamente igual que el boxeador aquél que respondía por Alfredo Evangelista). Letras guarras y comprometidas (luego por las noches, poluciones nocturnas; me hago muchas pajas y me bebo la lefa mía”, ése era el nivel). Dos conciertos, dos. Uno en la fiesta del Colegio Mayor, y un segundo, pura y devastadora improvisación, en la mencionada sala Factory de Oviedo.

Actuaban aquel jueves de abril “Los Hermanos Pinza”, un grupo rollo punk cabaretero que tenía Poch, con signos ya harto evidentes de la enfermedad crónica que acabó prematuramente con sus branquias fuera del agua, el corea de huntington. Como teloneros de los Pinza, estaban los Hipohuracanados, una banda tan numerosa como divertidamente anárquica y salvaje. Fuimos a ver los cinco del grupo etílico-punk aquel bolo de jueves. Esperamos y esperamos sin casi dinero ya, sin cerveza, la garganta seca, pero no empezaba. Se nos acerca Rubén, el de los Hipohuracanados, y nos dice ya muy alterado, oye, ¿queréis tocar conmigo, que los del grupo me han dejado totalmente colgao, los muy hijosdelagranputa?” Sin dudarlo ni un segundo, y sin mirarnos siquiera, respondemos al unísono, Sí, claro, tío.” Y allí me vi yo con el Bicho, aporreando con unas baquetas medio rotas unos cubos de la basura de los más grandes que os podáis imaginar. Cada poco le propinábamos una patada a uno de aquellos contenedores verdes y tenía yo que bajar del escenario de un salto a recogerlo a oscuras entre el público asistente que, oh sorpresa, era numeroso y nos aplaudía, ¡nos vitoreaba y todo! Me acuerdo de cantar todos juntos eso de un día cualquiera, comeré lentejas”, cutre alusión al temazo de Parálisis Permanente, “Un Día en Texas”. Grabamos una cinta que se perdió sin remisión en algún confín raruno de alguna maleta (al menos, mi copia, que sé que alguno de los otros tiene alguna cinta a buen recaudo por tierras chilenas). Hicimos, además, un corto en Super 8 dirigido por Andrés “el de Avilés” (que no se llamaba Andrés, pero como había rima consonante, pues eso, carajo, manteniendo el nivel) que se titulaba “¡Qué Pasa, Monstruo?”, una clara alusión a Enrique López, el Figuras, que de aquella andaba por allí preparando las oposiciones a juez, que siempre nos saludaba con aquella coletilla caspa-lux de precursor visionario del cuñadismo más activo cada vez que nos cruzábamos con él por algún pasillo tan interminable como aquellos del hotel Overlook, y que, hace no demasiado tiempo en una mañana madrileña no muy lejana fue pillado in fraganti en su moto guay dando una tasa de alcohol muy superior a la permitida (lo sé porque lo vi en las noticias); ay, el superjuez, ¿dónde está ahora el Consejo General del Poder Judicial, monstruo? Puro rock y puro roll, como podréis observar…

Pero, ¿y qué pasa con la dichosa Operación Primavera?, os preguntaréis intrigados. Allá va, que no sólo de anécdotas cebolleta vive el ser humano, sea éste punki o no. (Se me fue la pinza con los Hermanos… )

Salía una noche (otra más de aquellas eternas) del Cechinni con Aníbal, un punki de Colindres que contaba los chistes más surrealistas que os podáis imaginar, cuando, de repente miro al suelo y veo algo que se asemeja a una serie de papeles enrollados y sujetos con la típica goma de toda la vida de dios. Me agacho, lo recojo y “¡Hostias, Aníbal, que esto es pasta, mogollón de pasta!”; “¡pero qué dices, tío? A ver, déjame ver… ¡Joder, sí! Guárdala rápido, que anda la pasma por la calle Mon de redada, ¿no los ves?” Y eso hice. Cuarenta y cinco mil pelas del ala que nos “agenciamos” por obra y gracia de la Operación Primavera. Imagino que se le caerían a algún camello apurado ante la cercana presencia de un más que inminente cacheo. A gastar y beber cerveza de la buena.

Regresando a casa por etapas, nos sentamos un rato en la plaza del Fontán. Aníbal rebusca por sus bolsillos y encuentra una última china. Me pide un cigarrillo rubio ya que él no fuma tabaco. Se lía con su pasmosa habilidad el último porro de esa noche de primavera. Lo mira con satisfacción y se dispone a encenderlo con su mechero Bic.

– ¡Quietos paraos! – una voz bastante afectada por los supuestos excesos de una noche de sábado nos grita.

– ¡Eh, pero qué pasa? – responde Aníbal.

– ¡Policía! ¡Deme eso!

– ¡Eso, qué? Identifíquese primero.

Y con las mismas, bajo una extrema dificultad en los movimientos corporales, el señor consigue sacar una placa que lo identifica como policía secreta. No salimos de nuestro asombro. Ni siquiera nos registra, tan sólo nos pide el porro, fuego, y se va caminando en un continuo zigzag, muy despacio, y exhalando humo aromático por su boca y fosas nasales. “Ta cojonudo, joder”, le escuchamos decir antes de mirarnos el uno al otro con esos ojos que pasan de un colocón de los divertidos a un asombro alucinante. Comenzamos a reírnos con unas ganas que no van a parar en la siguiente media hora. Nos vamos a desayunar, que todavía queda mucha pasta de aquellas cuarenta y cinco mil pelas que nos encontramos al lado del Cecchinni. La Operación Primavera también requiere su parte de alimento, que no sólo de hachís va a vivir el estudiante universitario.

CINTALABREA

CINTALABREA

Aquella tarde de finales de abril llegué a casa con la espalda muy dolorida, demasiado enrojecida y casi a punto de sangrar. Aún así, me senté a la mesa a cenar como si tal cosa, con una gran sonrisa y, para ser justos, he de reconocer que el simple hecho de poder escuchar una vez más las historias de mi abuela Luisa, sus chistes, ya servía para mitigar el dolor sin casi tener que disimularlo.

Antes de irme a dormir, tras haber visto un nuevo episodio de Curro Jiménez, me encerré sigiloso en el baño y como buenamente pude me apliqué algo de alcohol en la espalda. El dolor era casi insoportable, pero no podía ni emitir un leve quejido no fuera a ser que me escucharan y se enteraran del estado tan lamentable en el que se encontraba mi maltrecha espalda.

UNAS HORAS ANTES

– Venga, somos nueve. ¿Alguien tiene un cinto? – preguntó Juan Carlos.

– Yo, yo tengo uno, pero si me lo quito se me caerán los pantalones – respondí yo demasiado convencido, muy poco previsor.

– Joder, pues vamos por un trozo de cuerda ahí donde el Pispís y te la atas – dijo presto Miguel justo antes de enfilar los nueve en dirección a la Plaza del Generalísimo (poco antes de ser ya Mayor y eliminar la ignominiosa presencia del dictador) para comprar un metro de cuerda de pita por una peseta (cuatro cicles Cheiw menos).

CINTALABREA

En el juego en sí hay tres partes implicadas:

a) la madre o persona que manda por completo en el juego y da las órdenes según su conveniencia y a su libre y subjetivo albedrío, claro está.

b) quien se las queda: como en todo juego de persecuciones, la persona que debe correr todo lo que pueda para intentar atrapar a todas las demás, en este caso con una novedad: porta un cinturón en su mano a modo de látigo con el que debe golpear al resto; es la manera tan particular de “pillar” de este juego.

c) Los que huyen del posible “castigo” a base de cinturonazos de un calibre tan berciano como salvaje.

– A ver, yo soy la madre; Peidán se las queda y los demás ¡a correr! ¿se vale? – Gabino, con su siempre particular sentido del liderazgo ya lo había organizado todo.

Todavía me encontraba yo luchando, torpeza apremia, por atarme bien la cuerda para no quedarme en calzoncillos cuando la madre gritó, “¡CINTALABREA!”, y todos echaron a correr ipso facto. Todos menos yo, que aún tardé otros dos o tres segundos en anudarme aquella cuerda nueva tan recia, justo lo que le llevó a Peidán llegar a mi altura y empezar a asestarme cintazos en toda la espalda – por lo menos, José Manuel, apodado Peidán como su padre, su abuelo, su bisabuelo y aún más arriba, era de los considerados “buenos”, de los que arreaban agarrando el cinturón por la hebilla y no al revés. Al comenzar yo a correr como un poseso con seis o siete buenos latigazos ya a mis espaldas, Gabino, la madre, chilló desde su lugar (no debe la madre moverse nunca de la posición inicial que ocupa en el juego), “¡OREJA, OREJA!” Había llegado la mía: me di la vuelta y ahora era yo quien perseguía al Peidán. En cuatro o cinco zancadas ya estaba a su altura; salté, lo agarré y cogí su oreja derecha muy fuerte con los dedos de mi mano también derecha. Con todo el dolor que sentía en mi espalda, la venganza invadió mi instinto y los tirones que propiné a su apéndice auditivo fueron tales que, asustado, Gabino, la madre, comenzó a gritar como un loco, “¡PARA, PARA, YEBRA, QUE SE LA ARRANCAS!” No obedecí. No estaba yo para obediencias y misericordias de carácter leve.

¡CINTALABREA!” Joder, ¡no! Tornas cambiadas otra vez. Me giro para escapar a toda prisa con tan mala pata que tropiezo con un adoquín de aquellos que antaño sobresalían casi en cada acera. Mínimo, mínimo, diez latigazos más… hasta que llegó a nuestra posición el resto de la pandilla y, aunque la madre ya había proclamado bien alto “¡OREJA PA CASA!” (los perseguidos llevan al perseguidor asido de la oreja ante la presencia del dios del juego de cintalabrea, la madre y ya es el final del juego), José Manuel, Peidán. Continuaba asestándome un cinturonazo tras otro como venganza a la afrenta hecha con anterioridad a su oreja diestra, que sangraba y sangraba sin parar. Entre Manolo y Robertín consiguieron a duras penas placarlo y, muy enfadados, decirle que lo dejase ya, que ya estaba bien.

– ¡Qué cojones haces, hostia!

– ¡Cagondiós, mira mi oreja, MÍRALA, que este cabrón casi me la arranca!

Y con las mismas nos pasamos José Manuel el Peidán y yo casi siete años sin dirigirnos la palabra.

En una verbena de las fiestas de Villadepalos, en estado ebrio y demás, el Peidán derramó un vaso casi lleno de cuba libre sobre la espalda (sí, otra vez “la espalda·) de un chico de Cuatrovientos, un jevi con pinta chungo miembro de una pandilla con aspecto global aún más chungo. En cuanto empezaron a darle de hostias, allí aparecimos los de Cacabelos al instante a defender al Peidán, uno de los nuestros. Como suele suceder en estas ocasiones, la noche acabó con una borrachera de órdago entre amigos, los de siempre y los nuevos, porque, a pesar de la bronca inicial con los de Cuatrovientos, terminamos mezclados con ellos proclamándonos entre cervezas y cubatas amor fraternal eterno mientras cantábamos (y destrozábamos) canciones de Barón Rojo a volumen brutal, como no podía ser de otra manera.

Desde una esquina de la barra del bar de la verbena, el Peidán me mira, se ríe y me grita cerveza en alto, “¡CINTALABREA, YEBRA, CINTALABREA!”, y a mí me da la risa y voy a su encuentro para darle el más sincero de los abrazos y decirle ya con la lengua muy trabada directamente en su oreja derecha, “¡OREJA PA CASA, PEIDÁN, OREJA PA CASA!”

1967, EL AÑO DE LA CABRA… EN CHINA

cuando las calles de mi pueblo

rebosaban de juegos

que nunca jamás se terminaban:

a saltos

a carreras

huyendo o

persiguiendo;

íbamos de un barrio a otro

olvidándonos por completo

de las prohibiciones

de las fronteras

que desde nuestras casas

nos querían construir

(sin conseguirlo

casi

nunca)

cuando en nuestros bolsillos

sólo había:

canicas

peonzas

piedras

o alguna que otra peseta

para más tarde

comprar uno o dos chicles

bazooka

rebosantes de azúcar:

pompas a granel

para sonrisas profidén;

cuando ponían banderitas

de españa

en nuestras manos

porque pasaba franco

por la nacional seis

(la avenida josé antonio

de mi pueblo): y

recuerdo haber intercambiado

saludo y mirada

con el príncipe juan carlos

(ambos desconocíamos aún

mi acérrimo republicanismo)

cuando unas cuantas heridas

de nada

no nos impedían seguir jugando

tres o cuatro horas más

al fútbol

(un mugriento envoltorio

de chupa-chups

sobre la sangre a borbotones

que manaba de mi pantorrilla

me presentó sin quererlo

a la vacuna

contra el tétanos (mucho gusto)

y las dos agujas

que pude doblarle al practicante

con sólo poner muy tenso

mi glúteo izquierdo:

no me traiga más a este niño, por dios!”

cuando tras hacer

las correspondientes dos horas de digestión

de las de reloj

íbamos al río

y pasábamos todo el rato

metidos en el agua

puede que fría

o puede que no:

protección inexistente

y morenos más allá de la intensidad coppertone;

cuando no existía el futuro

y los días duraban

mucho más de 24 horas;

cuando merendábamos

bocadillos de chocolate

y nuestros mayores

nos enseñaban a matar conejos

de un certero golpe en sus nucas;

cuando los yogures eran un producto

casi tan inalcanzable

que sólo existían en las pantallas de la tele;

cuando la carta de ajuste

establecía sus cuentas atrás

para poder luego disfrutar

de superratón

o de un globo dos globos tres globos;

cuando desde lo más alto de las obras

saltábamos sin pensarlo

sobre el montón de arena;

cuando te contaban

lo que era una paja

y tú no te lo creías;

cuando comulgábamos

sin saber ni por qué

se hacía aquello

(nunca nos atrevimos

a morder la oblea)

cuando nos daba la risa en misa

y más tarde nos reñía

muy enfadado el cura;

cuando nos dejaban ver

hombre rico hombre pobre

y casi ni parpadeábamos;

cuando nos aparcaban

las tardes de aquellos domingos

de invierno

en el cine faba:

sesiones dobles

sin criterio

y con libertad total

(a veces hasta veíamos una teta y todo)

cuando nos asustaba la muerte

y toda su parafernalia

porque nos obligaban

a besar con ternura a los muertos

ya fríos y desconocidos

algodones en sus fosas nasales;

cuando nos llevaron a ponferrada

a ver la primera de star wars

(la guerra de las galaxias que era)

y ya nunca más fuimos los mismos;

cuando nos anochecía

al final de la primavera

subidos a un cerezo:

empachos brutales ________________ y

huidas por piernas

de perros fieros

que cuidaban fincas privadas

cuando las hostias

de terence hill y bud spencer

nos hacían casi

mearnos de la risa;

cuando organizábamos inocentes guateques

y jugábamos a la cerilla

y nos decíamos aquello de

tú me gustas”:

primeros besos cautos

toma de contacto

con el despertar posterior;

cuando me sentaba al lado de mi abuela luisa

y me contaba su vida

como sólo ella sabía hacerlo;

cuando yo le leía el mortadelo o el ddt;

cuando no existía aún

al calentamiento global;

en fin___________

cuando fuimos los putos amos

de aquel mundo

que nos íbamos a merendar

casi sin eructos posteriores:

a la vida la sobrevolábamos

nosotros y nunca

nunca

dimos un solo minuto

por perdido:

y ahora estamos aquí

así que

acercaos

escuchad nuestras batallitas

antes de que perdamos

todo eso bueno que nos queda:

nuestra memoria.