Me gusta el fútbol. De chaval no se me daba nada mal eso de dar patadas a un balón. Pero en este preciso instante tengo la ligera impresión de estar aquí por motivos muy distintos a los del insigne deporte del balompié. No recuerdo haber sido fichado a última hora por el Kabul Deportivo… o por el Kabul ‘Football Club’, o como cojones se llame el equipo de aquí. ¡Puta resaca sexual de Dios, o del mismísimo Alá! No entiendo lo que me dicen, tampoco ellos hablan inglés o castellano, aunque por la premura de sus gestos, me parece que soy el siguiente. ¿Qué habrán hecho con ella? ¿Qué coño pretenderán hacer conmigo…? Y vaya como gritan estos condenados; hay que joderse, seguro que van ganando.
Conocí a Lucía por teléfono, en una de esas mal llamadas líneas de “amigos” en las que prevalece el sexo inmediato por encima de la aparente necesidad de una amiga (o amigo) que llene tus horas nocturnas, depresivamente muertas. Por supuesto que tengo mis amigos y amigas, pero soy un desastre para el amor en todas sus vertientes, romántica, pasional, puramente sexual y animal… Me envicié con un maldito 906, y por allí apareció un día Lucía. Estaba llamando desde una cabina de teléfono, excitada, provocando en mí una sobresaliente erección. Nos masturbamos diciéndonos, susurrándonos todas las guarradas posibles dentro de aquel contexto tan inusual. Eran las cinco de la mañana de un sábado cualquiera de cualquiera de estos últimos inviernos. Me contaba que tenía su mano derecha bajo la falda, bajo las bragas ya empapadas, que un chico al que había conocido esa noche la había puesto a cien. Yo aproveché su punta de velocidad para ensuciar mi sofá de diseño debido a mi apremiante incontinencia seminal. De fondo, como banda sonora contribuidora al clímax del momento, se podía oír como iba insertándose cada una de las monedas de veinte duros por la ranura de aquella cabina … La ranura. A pesar de suceder todo tan rápido, todavía tuve la suficiente capacidad de reacción como para intentar entablar un esbozo de conversación con ella. Durante la misma, conseguí darle (y que apuntara) mi número de teléfono. Me llamó al día siguiente. A los tres meses ya vivíamos juntos. Nuestra casa sudaba felicidad por todos sus poros. Follábamos en todas y cada una de las esquinas. Hasta que un día, en nuestro camino de rosas sin espinas, se interpuso mi trabajo…
– Pasa. Pasa y siéntate, Jorge. Hemos decidido que hay que hacer un reportaje sobre Afganistán, sobre esos cabrones de los talibanes.
– ¿Sí?
– Ahí es donde entras tú. Toma, dos billetes para Kabul, con transbordo en Ankara, para el jueves que viene. Confío en ti. Dani te lo explicará todo más en detalle, él se va contigo. Ahora, si no te importa, tengo una reunión con esos italianos de mierda… Ya sabes, se creen que lo saben todo y…
…Y allí estaba yo, volando hacia el mismo centro neurálgico del terror. (Uno de mis sueños más recurrentes y utópicos consistía en retroceder en el tiempo y vivir, cámara al hombro, la guerra de Vietnam. Ser uno más de ellos. Duro, resistente, acero puro con tabaco liado en perfecto cigarrillo despuntando en el lado izquierdo de mi boca, dándole a mi perfil un aire invencible, indestructible; y en mi casco alguno de esos lemas tan impactantes como “Born to be Wild” (Nacido para ser Salvaje) o alguno parecido. Tener alguna justificación para mis continuas depresiones… ¡Aquellos Charlies!) Mi primera reacción ante tan descabellada propuesta de reportaje fue, lógicamente, negativa. Tenía miedo. Pero Lucía me convenció de que aquella oportunidad, aquel hipotético salto a la fama no podía dejarlo pasar de largo así como así…
En este preciso instante estoy fumando mi último cigarrillo – no pretendo ser agorero, pero es que era el último de mi última cajetilla, y ahora no estoy en condiciones de ir a comprarme otra a ningún posible estanco -, pero ni llevo casco ni se me ocurre ningún lema adecuado que refleje certero mi actual situación. El griterío es ensordecedor. Más de treinta mil personas abarrotan el estadio olímpico de Kabul. No tienen nada mejor que hacer un viernes por la mañana.
El reportaje iba más que sobre ruedas, casi seis horas de imágenes todas ellas difíciles de desechar, de esas por las que hasta más intrépido de los reporteros llegaría incluso hasta a matar sin dudar un solo segundo. Dani y yo estábamos pensando incluso en la posibilidad de proponer al jefe una serie de cuatro o cinco capítulos… pero apareció “Ella”, otra vez “Ella”, y nuestros sueños… mis sueños se desvanecieron, porque “Ella” parecía actuar bajo la presión del más arriesgado de los guiones. Pensé que cuando Lucía me había dicho, medio en serio medio en broma, que intentase traer como recuerdo una prenda íntima de una mujer afgana, estaba bromeando; me lo repitió siete veces, la última en la puerta de embarque del aeropuerto de Barajas, antes de darme un beso y un apretón de despedida, al oído, como insinuando algo; algo etéreo que acabaría tomando forma. Nuestro avión despegó y yo estaba realmente excitado. Me dormí y soñé todo esto, como anticipándome premonitoriamente a los hechos. Era un reto para mí, para ella… para los dos. ¡Seré gilipollas!
“Ella” me hizo una seña y entré sin dudarlo en su morada; “Ella” me dejó filmar; no hablábamos el mismo idioma, pero eso daba igual, porque “Ella” se quitó el burka, y yo me quité mi cámara y todo lo demás. Hicimos el amor salvajemente, perdiendo sin remisión toda noción del tiempo. Pensaba yo en Lucía, en su propuesta, en que aquella mujer no llevaba nada puesto bajo su vestimenta, el burka opresor. Me quedaba irremisiblemente sin trofeo. Ella no me creería. “¡Ya lo tengo!”, me dije con el pensamiento mientras seguía moviendo acompasadamente mi pelvis, y, aprovechándome traicioneramente del profundo sueño que la invadió, que siguió tópico a su sonoro orgasmo, la filmé desnuda; me atreví con todo tipo de primeros planos… … y ahora, aquí sentado en los vestuarios de este estadio olímpico, en los del equipo visitante, por supuesto, sé que, después de todo, el trofeo se lo quedarán ellos. Acaban de fustigarla con cien latigazos; a su vera, un hombre cantaba consignas islámicas… Sé todo esto porque en este preciso momento pasa a mi lado; está totalmente exhausta… Pero, ahora que la miro bien, ¡no es “Ella”! Uno de mis perros guardianes se acerca hasta mi posición al notar mi expresión de sorpresa. Habla inglés, ¡qué extraño!, y me aconseja que le escuche solamente, que no desea que ninguno de sus compañeros talibanes sepa que conoce “la lengua del mismísimo diablo”. Me explica que según la sharia (ley islámica) una mujer adúltera soltera debe ser azotada cien veces, como ésa que acaba de pasar sin casi resuello; sin embargo una mujer casada es lapidada hasta la muerte. Entiendo y me callo. “Ella” lapidada y yo esperando veredicto. ¿Por qué ese cabrón no me ha dicho nada sobre la suerte que me espera? ¿Qué nos cuenta la sharia acerca del castigo que se debe infligir a un hombre soltero adúltero? Yo, la verdad, no pienso preguntar. Puede que al final hasta tenga suerte y todo. Dani ha podido recuperar mi cámara, también algunas cintas de vídeo. Me hizo una señal de “todo va bien” antes de que me metiesen a empujones en los vestuarios de este estadio. Estaba bien oculto entre el público que iba entrando pacientemente a ver las “actuaciones” de hoy. Bueno, vale, por lo menos Lucía sabrá que no la he defraudado, que la merezco tal y como no merezco el castigo que éstos hijos de puta me van a imponer así, a la ligera, sin juicio previo ni veredicto. Además, ya no hay tiempo para posibles soluciones mediadoras. El viernes me pillan infraganti y el mismo viernes me van a… ¿lapidar? ¿flagelar? ¡Qué sé yo, joder!
Mierda, ya llegó el momento de debutar en este estadio. Cierro mis ojos y que sea lo que Alá quiera…
“La multitud grita enfervorecida, señoras y señores. En el equipo de casa podemos ver a la formación titular al completo, cuatro cirujanos del Ministerio de Sanidad; a su lado, un soldado de Alá sostiene entre sus manos un escalpelo. ¡Que emoción! ¡La tensión es tanta que incluso podríamos decir que corta, como ese mismo escalpelo! El equipo visitante, con pocas, más bien nulas posibilidades de victoria, y formado solamente por un periodista español, se arrodilla pidiendo clemencia; pero no, los cirujanos lo tumban en el suelo, lo anestesian localmente y… ¡Lo capan, señoras y señores; le cortan sus genitales! ¡Es indescriptible, ni la policía puede siquiera contener la avalancha del fondo sur, donde se ubican todos los viernes los “Ultras Talibán”! Un guerrillero de Alá se apresura a recoger del suelo el pene y los testículos ¡y los muestra a la multitud en actitud victoriosa! Está claro que ya no habrá partido de vuelta, la eliminatoria queda sentenciada en Kabul.
Lucía, Lucía… no me cuelgues, que yo no te he defraudado… no te he defraudado.