“Quizás viajar no sea suficiente para prevenir la intolerancia, pero si logra demostrarnos que todas las personas lloran, ríen, comen, se preocupan y mueren, puede entonces introducir la idea de que si tratamos de entendernos los unos a los otros, quizás hasta nos hagamos amigos” – Maya Angelou
“Desde mi más tierna infancia siempre he querido ser útil sino a toda la humanidad, al menos a una parte de la misma; mi destino era ser médico. Pero esa idea inicial se tornó fuego en el viaje que los de PREU hicimos a Italia en 1964. Pompeya y Herculano cambiaron mi vida; sus ruinas causaron tal impacto en mi interior que no tuve más remedio que comenzar mis estudios de vulcanología al año siguiente – todo ello, he de reconocer, con el correspondiente disgusto de mis progenitores, que llevaban demasiados lustros mentalizados y ya me veían con bata blanca o verde recorriendo los interminables pasillos de un hospital cualquiera -. Es una mera cuestión de emociones, de ver la luz cuando te llega el momento, y a mí todas aquellas personas que murieron sin apenas darse cuenta, mientras dormían o hacían el amor, hace mil novecientos y pico años, en los más increíbles escorzos que jamás yo haya visto, encendieron todas las bombillas de mi futuro…
Hasta 1985 yo era un ser que se alimentaba día tras día de pura y simple felicidad. Era feliz. Nada más. Trabajaba con un vulcanólogo alemán, Hans Peter Briegel. Formábamos un perfecto equipo junto con nuestras compañeras hasta que un día, un maldito día no sólo para mí, sino también para otras veinticinco mil personas, todo se fue a la mierda. Yo me fui a la mierda. Se me había acabado prácticamente la vida, y mi vida, para mí, consistía en mi trabajo y en Dewi.
El vulcanismo da inmediatez, es una excepción a todo proceso geológico conocido. Un cono volcánico puede formarse en tan sólo unos días, una montaña puede explotar y ser lanzada a los confines de la estratosfera, convertida en polvo frío, en cuestión de segundos. Los volcanes pueden acabar con el verano, eclipsar por completo nuestra fuente de vida: el sol, como sucedió con el Tambora en Indonesia en 1815… El magma fundido, la lava incandescente puede dejarte sin tu pie derecho en un pispás. (Ya, ya sé que gracias al vulcanismo tenemos vida… -agua, que es lo mismo- pero no puedo evitar que todo mi resentimiento aflore a la mínima de cambio.)
En 1985, Hans, Dewi – mi compañera y amiga… (Bueno, ya mi ex en todos los sentidos… La conocí en Bandarlampung, ciudad sita en el cono sur de Sumatra, una de las islas que configuran lo que conocemos como Indonesia. Aquello para mí era todo un paraíso: ¡más de un centenar de volcanes activos! Nos enamoramos; viví siete años en Bandarlampung; llegué incluso a aprender su lengua, el bahasa indonesio… pero no contaba con su traición. Dewi, como Dewi Sukarno…); como iba diciendo, en 1985 Hans, Dewi, Britt – la compañera de Hans – y yo nos encontrábamos todos juntos y revueltos en Colombia, en la ciudad de Manizales, cerca de Armero; tal parecía que hubiésemos intuido el desastre que iba a provocar el Nevado del Ruíz… desastre para el pueblo colombiano, y mi desastre particular. Cuando el Nevado entró en erupción – actividad de tipo peleano, con lava muy viscosa que se solidifica muy rápidamente -, Hans y yo cargamos todo el equipo sobre nuestras espaldas, alquilamos un Jeep y nos acercamos lo más que pudimos a aquel gigante enfurecido que vomitaba sin tregua toda su rabia contenida. El espectáculo no podría haber sido definido ni por el propio Dante Alighieri. Todo el mundo recuerda la imagen de aquella niña atrapada en el lodazal en el que se había convertido su casa. Omayra creo que se llamaba. Sin embargo nadie recordará al vulcanólogo español cuyo pie derecho quedó atrapado en el magma fundido mientras contemplaba ensimismado aquel dios que escupía sin cesar bolas y más bolas de fuego y que, gracias a la inmediata acción de su colega alemán pudo salvar la vida… la vida, que no su vida. Ya nada volvería a ser como antes. Hans amputó mi pie derecho con su machete, justo por encima del tobillo, y allí se quedó, convertido en puto sílice… No sé por qué, pero en aquellos momentos, más que el inmenso dolor que me iba provocando la lava al contacto con mi piel, con mi carne, que estaba siendo literalmente devorada por el magma (¡¡KRRSSSHH!!), sólo podía recordar a las víctimas del Vesubio, en Pompeya, en Herculano, mientras tarareaba, entre gritos bestiales, “Olor a Carne Quemada”, canción de Gabinete Caligari, uno de mis grupos preferidos en aquellos “modernos” ochenta. Digno de loa surrealista, desde luego.
No morí. Debería agradecer ese hecho (o, mejor, “no hecho”, por no consumado al ciento por ciento) a Hans; también al doctor Escobar, que cauterizó de forma magistral mi pierna. Pero no me sale de dentro. ¡Los maldigo como a cerdos…! Por supuesto, Dewi me abandonó dos semanas después de quedarme tullido. Ya no podía trabajar. Me convertí en un puto inútil. El innecesario. Ya no me quedaba nada. Y sé que carezco de los cojones suficientes como para frenar en seco mi existencia, reducida única y exclusivamente a un camino irrefrenable hacia la más oscura de las paranoias. Mis padres ya habían dejado de respirar; no tengo hermanos o hermanas… Recordé, en mi convalecencia, que mi abuelo materno había nacido y vivido hasta los veinte años en un pueblecito de la provincia de Teruel, Foz-Calanda, y hacia allí dirigí mis cojos pasos. Compré una casita en Calanda, a unos pocos kilómetros de Foz-Calanda, y allí me encerré hasta hoy día. Con un poco de suerte podré recuperar las energías perdidas, puede que incluso hasta mi pie derecho…Hombre, Don Luis, estaba usted ahí. Pase, pase. Acérquese y cuéntenos algo…”
(Emilio Cienfuegos Guevara, el insigne vulcanólogo español, ha sufrido la brutal amputación de su pie derecho como consecuencia del rápido deslizamiento de la lava eruptada por el Nevado del Ruíz en Colombia. El Doctor Cienfuegos se hizo famoso en 1973 por el valor demostrado en la erupción del Helgafell, en la Isla Heimaey, Islandia. Especialmente impactante era aquella imagen suya a unos escasos dos metros de la lava incandescente en el puerto de Vestmannaeyjar… Afortunadamente, su vida no corre ningún peligro.)
(- Cien mil voltios de potencia / Esperan para quemar / Mis instintos de violencia / En la silla de metal…/ Olor a carne quemada / Ya me aplican la tensión, la tensión…)
¡¡¡Me cago en Dios…cómo duele…Aaarrggghh!!!
¡¡¡Hans, Hans…Qué hostias estás haciendo. Nooo!!!
“… y que quiere usted que diga. Usted es el protagonista de esta historia. Bueeeeno, ya que insiste… Yo sí que ya morí; mi corazón dejó de funcionar en el ’83, el veintinueve de julio concretamente. Tenía tantos años como este siglo: ochenta y tres. ¿Que qué hago yo aquí? Muy sencillo. Nací accidentalmente aquí, en Calanda; siempre que tenía un hueco libre me acercaba hasta este maravilloso pueblo. Ya ves, Emilio (¿puedo tutearle?), yo conocí a tu abuelo.”
– Pues yo no tuve esa suerte.
– Era muy auténtico, muy ligado a la tierra. Alguno de los personajes de mis películas estaban inspirados en él.
– ‘El Bruto’, me contó usted en una ocasión.
– Y no solamente el personaje de ‘El Bruto’. ¿Has visto ‘El Angel Exterminador’?
– No. Para ser justos, yo no iba mucho al cine. Ahora, ya ve, dispongo de tiempo a raudales, y sí que voy viendo alguna que otra película en la tele. Pero selecciono, no vaya usted a pensar…
– No, si yo no pienso nada.
– No jure usted, Don Luis, que usted piensa por dos… o hasta por tres, si me apura.
– Por cierto, no olvides responder pronto a la propuesta que te hice.
– No, no se preocupe que no la he olvidado; pero, perdone usted mi escepticismo y déjeme asimilar. Cada cosa a su debido tiempo.
“No quería quedarme allí, que, aunque mexicano de adopción, yo seguía siendo un baturro, (y español; por qué no). Y así, etéreo como el vapor, me trasladé a esta casa tan acogedora. Estaba más que dispuesto a dedicarme ya no en cuerpo, pero sí en alma (¿existe o no existe? Yo, desde luego, no lo sé), al noble arte de la Literatura. Con mayúscula. Por qué no. Un día, allá por el año mil novecientos veintiuno (mientras realizaba mi servicio militar), mi amigo Federico, que había leído algunos de mis escritos post-adolescentes, me recomendó, muy amablemente, por cierto (él, sin duda, sí que lo era), que me dedicase a otro oficio. Me dijo que todo mi fuego, toda mi ‘pasión desbocada’- palabras textuales -, todo mi imaginario, quedarían mejor reflejados en cualquier otro medio de expresión. Escogí el cine. Siempre he soñado con la Utopía, pero odio profundamente todas y cada una de las ideologías. Soy tan marxista como cristiano, tan cristiano como marxista. Amo a Jesús y odio a Marx. Amo a Marx y odio a Jesús. ¡Viva el compromiso! ¡Viva la contradicción!
El día que apareció Emilio en ésta, mi casa, en un tris estuve de vaciar en sus entrañas todo el cargador de mi revólver, (como intenté hacer en más de una ocasión con el espectro de mi padre, quien osaba aparecérseme en algunos de mis más estériles periodos de creatividad). Pero me di cuenta a tiempo de que aquel pobre hombre estaba muerto, más incluso que yo mismo. Su mirada lo proclamaba a gritos. Su pie derecho – que se había instalado en la habitación contigua a la mía dos días antes – ya no le pertenecía. Y eso le hacía morirse un poco más cada día. Permanecí casi un mes en el más absoluto de los silencios. Ya no podía ni escribir una sola frase coherente. Había perdido el fuego. ¿Por qué? Por qué no.
Mi primera visita le asustó. En la segunda ya se atrevió a hablarme. En la tercera me di a conocer. Y en la cuarta ya éramos amigos. Encendí todas mis luces. Ya no tenía que aparecerme más. Cuando terminó de contarme su vida, me di cuenta de que ese hombre conocía en realidad qué es el fuego, lo que supone. El fuego con mayúsculas: FUEGO. Fuego lava volcán incandescencia lapilli erupción cráter Indonesia Islandia Colombia magma fundido… Fundido a negro. Otra secuencia. ¿Dewi? Una auténtica zorra; como aquella joven actriz a la que yo creía en la más profunda de las virginidades, a la que yo cortejé durante meses sin jamás sobrepasarme lo más mínimo… hasta que me enteré de que se lo hacía con todo cristo y la llamé de nuevo y quedamos una noche y la llevé en mi coche al campo y la hice bajar diciéndole que ahorita mismo iba yo y arranqué y la dejé allí tirada, abandonada a su suerte. Puta. Como Dewi. Por lo menos Emilio parece haber curado esa herida. Yo no. Me gustaría poder masturbarme imaginándome a aquella joven actriz, pero no puedo… es por mi estado actual. Ya sabéis: casado… y con la muerte, que es de un celoso, la cabrona.
Total, que la vida de mi amigo Emilio se reduce al coito con los volcanes. Pero le falta su pie – ese hi de puta que me sigue rastrero a todas partes. Si no supiera yo que es un pie, nada más que un pie (y, para más inri, el derecho), pensaría que me busca solamente por el interés: para pedirme un papel en mi próxima película. Cómo si él no supiera que ya hace mucho tiempo que dejé atrás a mi ‘perro andaluz’ -. El fuego; Emilio sí que posee el fuego, y yo podría devolverle su pie. Para que deje de rascarse el vacío de una puta vez y para siempre. Pero que no regrese a Indonesia, que esas son muy putas. Si lo sabré yo.
Trueque.
Eso es.
Cambio pie derecho
por fuego.
Tú lo necesitas; yo lo necesito.
¡Ya está!
Así de sencillo…
Creo haberlo convencido. Ese cabrón de pie no quiere darse a ver. No me ayuda. Joder. Dice que él se dará a ver cuando el otro pueda enseñar su parte del trato. ¡Tiene que conseguir tan sólo un poco de magma incandescente! ¡Tan sólo! ¡Tan solo! Yo. Él. Los Olvidados. ‘Cet obscur objet du dèsir’…
(Buenas noches, señoras y señores. Hoy, día veintinueve de julio de mil novecientos ochenta y tres, ha fallecido, en México, el afamado cineasta español, Luis Buñuel. Autor de obras tan importantes de nuestro cine como ‘Viridiana’ o ‘Tristana’…)
– ¡A tomar por culo! ¡Ahora soy más español que nadie, no te jode…! ¡Acaso le gustó ‘Viridiana’ al guionista de tan bochornoso y patriobajero bodrio como ‘Raza’? ¡’mos anda!
(- No quise llegar a aquello / Sólo hacerlas disfrutar /De repente me di cuenta / de lo fácil que es matar / Olor a carne quemada / Ya me aplican la tensión / De los bornes saltan chispas / Se me para el corazón – razón…)
¡¡Hans, Hans, mi pie, que se queda ahí…!!
LA «MATANZA» DEL VULCANÓLOGO: ¡¡Dios; me voy a desangrar!!
– Vale. De acuerdo, Don Luis. Trato hecho.
– ¡Bien! Sabía que lo entenderías. Además, qué puede haber sobre la faz de la Tierra más importante que tus volcanes.
– Nada. Nada… pero todavía no me ha contado usted para qué quiere usted ‘el fuego’.
– Siempre quise escribir. Lo del cine fue algo pasajero, como una especie de estadio transitorio.
– Ya. Me lo imaginaba.
(Sucesos paranormales: Emilio Cienfuegos Guevara ha recuperado milagrosamente su pie. Es el primer caso de regeneración espontanea de un miembro en un ser humano. La ciencia no sabe qué decir. El Papa toma la palabra en nombre de Dios. Pero Emilio se declara ateo. Confusión. El conocido vulcanólogo se ha ido a vivir a la isla de Java, al pie del Kelut, uno de los volcanes más activos de Indonesia… … Cultura: Sorpresa en el mundillo literario. El autor conocido por el seudónimo de Tristán Nazario acaba de recibir el Premio Nacional de Literatura por su obra, aclamada unánimemente por toda la crítica, ‘Fuego Interno’. Esta novela narra los últimos días de un condenado a la silla eléctrica. Aunque el tal Tristán no se quiera dar a conocer, se especula con que podría ser… … … … …)
Leyendo iba yo el «Chorromoco 91» de Pepe Colubi, entretenido, riéndome en silencio y recordando gentes y lugares comunes cuando, en la segunda parada de Infiesto, sube una americana (estadounidense) seguida de un chico nativo (de por aquí).
Se sientan justo detrás de mi asiento; dejo de leer porque su conversación me empieza a parecer interesante: – ¿Y dices que no conocéis el chinchón en América? – No, no conocemos, no… – Pues te lo explico, que ye un momento; ye como mezclar el póker y el tute («¿Seguro?» – mi pensamiento intercalado)… Echamos una partida de prueba y te voy contando cómo se juega. – Vale. Y con las mismas se enfrascan en una partida explicativa de chinchón entre risa, chascarrillos lingüísticos y jolgorio. Me emociono porque pienso, «joder, cómo han cambiado las técnicas de ligue últimamente.» Sin duda, resultan muy efectivas porque, poco antes de llegar a Oviedo, ya habían quedado para cenar y salir esa misma noche. Llegamos, nos bajamos del ALSA ese chico y yo en el Milán y, mientras camino desinteresado detrás de él, en la misma dirección, veo que saca su móvil, llama a un colega y le dice, «no me esperéis esta noche para el partido, que acabo de quedar con una americana que venía en el ALSA… No, no, nada, ya te contaré… Sí, sí, buenísima, tío…» De camino a casa, me viene a la mente el final de Viridiana y luego recuerdo aquellas partidas de chinchón que echábamos mis amigos y yo en «Las Vegas» (un bar de Cacabelos, no penséis mal…)
A este rincón de recomendaciones cinematográficas llegan hoy dos estrenos que nos han impactado de verdad, que vienen a hacer todavía más grande nuestro cine. El primero es el remake de «El Resplandor», donde el terror psicológico que Kubrick bordó se eleva a nuevas cimas de pura tensión ambiental. El miedo tiene un antes y un después con la frontera que nos marca «Juntos, El ResPPlandor». No se la pueden perder por nada del mundo.
El segundo, una producción de Génova Films con la colaboración de Troika Entertainment y FMI Productions, y dirigida por Floriano de Cospedal, esa nueva promesa del cine español, es la esperadísima «Juntos con Rajoy». Sobran los apelativos, les sobrará butaca porque jamás podrán encontrar postura ante tanto desasosiego. ¡Volarán las palomitas! Vayan hoy, no esperen a mañana; y corran la voz porque una experiencia así no debería perdérsela nadie.
Ah, en la banda sonora destaca esta melodía tan certera, tan intuitiva, tan de la prolífica cosecha musical de Soraya Aguirre Pons, esa gran compositora. Les dejo aquí la letra (extraída del guión en exclusiva, de ahí las anotaciones entre paréntesis), por si van a un karaoke antes de ir al cine:
Ajusto mucho, aunque recorte a los de siempre.
Más que un amigo, eres un mago diferente (mirando con ojitos a Luis Bárcenas)
Llevar los sobres entre el tráfico,
Leer a medias “La Razón”
Colarnos juntos en el Parlament (el catalán, claro)
Contar billetes hasta quedar platónicos
Robando juntos,
Juntos por un gran país, parece mucho más que un país.
Juntos, reparto entre dos, y ajusto en buena compañía
Si tú eres así, que pena que te tengas que ir.
Juntos, mentiras para dos, mirando el IBEX 35 a medias.
Juntos, con la caja B, las cosas ya parecen serias.
Un empleo entre dos, diciendo a los sueldos dignos adiós.
Figúrate, la Espe suelta en plena calle.
El mismo despacho, y un sobre extra a media tarde.
Hacer el lunes otro ajuste más,
Si la troika llama, nosotros “¡a mandar!”
Robando juntos…
(Hay gente que habla de plagio… Sucias mentes acusadoras que mienten más que hablan. Se ve a la legua que es una composición original… Muy pegadiza, por cierto, no se la podrán sacar de la cabezaaaaaaa AAAAHAHAHA… AAAAHAHAHAAAAA!!)
Viajes al fondo del ALSA – parte II. Cuenta la leyenda que el hombre no es capaz de hacer dos cosas a la vez. Voy a contradecirlo, sé de uno que puede dormir, escuchar música y percatarse de sus propios ronquidos durante una hora larga… 6.30 am, yo mismo y sin alejarme.
Viajes al fondo del ALSA – parte III Me despierto a la altura de Nava y veo que todos los demás viajeros tienen la cara de Adolfo Suárez. Cambio de postura en mi asiento y, tras un ronquido ultrasónico, abro los ojos, compruebo la realidad: era la gente habitual. Sigo durmiendo.
Viajes al fondo del ALSA – parte IV. – Zzzzzz… Zzzzzz… Jraunmm… Zzzzzz… – Profe… ¡Profe, despierta, que ya llegamos! (Ese jueves, tan lejos, tan cerca…)
Ahora, en la Gran Bretaña los niños pueden estar en los pubs hasta las 6 de la tarde. El único inconveniente es que, si mandas al guaje a la barra a comprar patatas fritas, éste vuelve cariacontecido diciéndote que le cuentan que sólo un adulto puede pedir… («¡Cagüensuputacuadriculez!», piensas casi en voz alta)…
Al menos, vas al baño, te lavas las manos con agua caliente y un jabón que huele la mar de rico y sano, y te las secas (pero secar, secar de verdad, sin que quede una gota – por algo la maquinita se llama «airforce», digo yo), y sales del baño con cara triunfal, sin necesidad de agitar las manos o de secarlas sin disimulo a la parte trasera de tus vaqueros… «Another pint of London Pride, please!»
Mariano y su equipo de rodaje se acercan a la casa elegida.
– ¿Estáish segurosh de que esh eshta?
– Sí, sí, tranquilo, que ya está todo apalabrado y bien ensayado.
“Ring, Riiiiing”, llaman al timbre. “Riiiing, riiiiiiiing”, otra vez, con insistencia.
– ¿Quién es? – la voz de un niño contesta al otro lado de la puerta
– Somos los del PP, equipo de rodaje del anuncio… Ya habíamos hablado con tus papás. ¿Puedes decirles que vengan y nos abran?
– Mi mamá se está tiñendo el pelo, y mi papá está cagando con el periódico. Tienen para rato…
– Jejejeje, qué gracioso el niño. Anda, que el tiempo vuela y vamos muy justos.
– Bueno, os abro… Aunque mis papás me dicen que nunca abra la puerta a desconocidos. – Abre la puerta de par en par.
– ¡Hola! Eeeh, sólo venía a darosh lash graciash…
– ¿Pero qué dices, chalao? ¡Mamáááááááá! ¡Papááááááá! ¡Que aquí hay un señor que se tiñe el pelo pero no la barba que dice gracias…!
– ¡Anda, coge un euro de mi cartera, dáselo y que se largue! ¿Y por qué tienes que andar abriendo la puerta a gente extraña? ¡No te tengo dicho que no abras a desconocidos? ¡Jodeeeer, que cruz!
El niño coge un euro de la cartera de su madre, se lo da a Mariano mientras le dice “es lo que hay, no hay más”, y cierra la puerta de un portazo.
– ¡Corteeeeeen! ¡A positivar!
“Nunca en domingo”, como esa película de Melina Mercouri… El padre del niño acaba, tira de la cadena, y sale con su periódico en dirección al salón. Enciende un cigarrillo y empieza a cantar, feliz, con una sonrisa más grande que la habitual. No es un domingo cualquiera. Ese olor pútrido que nos invade empieza a decaer. Y canta, impostando la voz de Camilo Sesto, “¡te quiero, Melinaaaaaa!”
De repente, el ruido cesó. La lavadora había terminado de centrifugar. Me desperté de una de esas siestas raras que suelo dormir cada tarde sin cerrar siguiera los ojos. Corrí a la cocina contento, deseando colgar toda esa ropa recién lavada. Sí, no puedo dejar de reconocerlo. Poner lavadoras, colgar la ropa con sumo cuidado emparejando los calcetines (¡jamás se me pierde ninguno en las profundidades de uno de esos agujeros negros que habitan sigilosos en cada lavadora!), sacarla luego al sol a secar, son el epítome del más puro relax. Lo descubrí en 1988, compartiendo piso con tres compañeros de universidad. Como eran mayores que yo, observaba muy atento su comportamiento; intentaba aprender de aquellos tres “miyagis” como un buen “Jose-san”. Olía, al igual que hacían ellos, los sobacos de cada camiseta, sudadera, camisa, y si pasaban la prueba de mis pituitarias (lo cual no era nada difícil, en realidad), las tendía en una percha a ventilarse. Manchas no buscaba, que de aquella era muy punkie, y una buena mancha de grasa aportaba cierta personalidad a un pantalón. Un día de finales de abril la descubrí. La lavadora, una Otsein en perfecto estado de salud, sola y triste en una esquina de la cocina por falta de uso. Me acerqué a ella, comencé a leer e interpretar las señales que indicaban cómo lavar. ¡Las entendí! Corrí a mi habitación, aproveché que estaba solo y quité mis sábanas de la cama, saqué ropa del armario, descolgué varias prendas que bailaban en el patio de luces mecidas por una brisa loca que parecía sonar como un vals. Aquel montón, para adentro… Sabía que había detergente porque la madre de uno de mis compañeros lo había comprado allá por septiembre del año anterior. Todo correcto. En cuanto empezó a sonar ese chorro de agua chocando salvaje contra ese metal plateado, me entró una sensación de paz, de armonía hippy, tan, tan indescriptible que no me quedó otro remedio que sentarme delante del bombo la hora y cuarenta minutos que duró el programa que había elegido, ropa de color, frío, número 2. Y así seguimos. Cada vez que entro en casa miro el cesto de la ropa sucia para comprobar si ya hay una cantidad suficiente de la misma para llenar el bombo de la lavadora. Hace ya una hora me disponía a colgar un buen montón de ropa. Me acerqué al rincón donde reposan las pinzas (un gran número de ellas, de diferentes estilos y colores), entre libros, en un sitio preferencial, aunque un poco escondido. Al coger el asa de la cesta, una pinza se cayó. Dejé el resto encima del tendal, y volví a recuperarla; una pinza roja, de las grandes, de las que sirven para colgar de las barras exteriores, las más gordas. Al agacharme y extender mi brazo derecho, lo encontré, el rincón de las pinzas perdidas. Las recuperé todas, las cinco, una a una, como si fuesen soldados japoneses perdidos y olvidados durante más de cuarenta años en una isla minúscula del Pacífico. Las metí en el bolsillo derecho de mi pantalón. Ellas iban a ser las primeras en disfrutar de su misión de sujeción de ropa mojada en el tendal. Imagino que esta noche, cuando estemos todos durmiendo, sus compañeras les organizarán algún tipo de fiesta. Una “Peg Story” con baile y bebida. El fin de semana me daré cuenta de que faltan varias cervezas en la nevera. Y, aunque sepa adónde han ido y quiénes se las han bebido, disimularé con mi mejor expresión de extrañeza esperando impaciente a que se vuelva a llenar cuanto antes el cesto de la ropa sucia.
(ODA A LOS 100 METROS LISOS CON ESPECIAS, SUSTANCIAS Y UN ALIÑO FINAL DE CORRUPCIÓN)
Si tú me dices Ben,
yo digo Johnson.
No hay Tyson
que por bien no Gay.
A quien Pietro se la dé,
San Pedro se la Mennea.
No hay Jesse
que por bien no Owens.
No dejes para Marlene
lo que puedas hacer Ottey.
Aunque la Florence se vista de seda,
Griffith-Joyner se queda.
A cada Carl
le llega su San Lewis.
Por la Linford
muere el Christie.
Más vale Usain en mano,
que Bolt volando.
Quien Marita te quiere,
te hará Koch.
La pseudociencia crea una fórmula matemática cuyo resultado indica que el tercer lunes de enero es el día más triste del año. Me alegra saberlo, porque hoy me había levantado contento, con cara de emoticono gilipollas con sonrisa casi de Joker. Por descontado que he cambiado mi expresión y he buscado entre las canciones que tengo almacenadas en mi móvil aquellas que son más tristes. Hoy es un día para rebozarse uno mismo en la pocilga que nos habita al escuchar al Antony de Antony and the Johnsons, disfrutar de las letras más alegres de Morrissey (“Oh, mother, I can feel the soil falling over my head…”), salir a la calle poco abrigado, sin paraguas, caminar lento, mirando al suelo y buscar en la mirada de los demás nuestra propia miseria reflejada… ¡Y una mierda! No fucking way! En un Nuevo Orden, el “Blue Monday” se transforma, matemática inversa aplicada, en un himno a la positividad de lo nuevo frente a lo viejo. Consecuentemente, me cago en la Universidad de Wichita y en todos los estudios imbéciles que sólo sirven para llenar los días de noticias sin sentido. Sólo falta ya que quedemos “incomunicados con la Meseta.”
«¡Mecagüen toda tu putísima raza, hija de la gran puta, que parece que tienes la peste metida en lo más hondo de las entrañas!» – Una madre joven a su hija de 2-3 años.
Me bajo en la parada del Milán; duermen abrazadas; la pequeña parece feliz en sus sueños mientras mueve su boca al ritmo del chupete…