MALOS TIEMPOS PARA LA HUMANIDAD: ABURRIMIENTO CIENTÍFICO PARA SOLDADOS DISTÓPICOS

MALOS TIEMPOS PARA LA HUMANIDAD: 

ABURRIMIENTO CIENTÍFICO PARA SOLDADOS DISTÓPICOS.

Natalia Menéndez

En ocasiones escribir poesía es como ir a la guerra. Escribir con el arma cargada, disparando contra la vida y también contra la muerte. Un ejército de soldados distópicos cuyos huesos se quiebran en el campo de batalla. No tienen nada que perder, pues ya no hay hogar para el regreso. 

Jose Yebra dice en el prólogo de su libro que se trata de un atrevimiento por su parte escribir estos poemas en inglés. Un atrevimiento nada inconsciente, ya que el autor posee un bagaje literario suficiente para afrontar la creación poética en lengua inglesa con destreza, con la naturalidad que proporciona haber leído y estudiados a los clásicos anglosajones, con la certeza de la que la poesía es música y la música poesía, y que el rock está siempre presente en su acto creativo. Sus versos destilan rock por todos sus poros. Son buenos tiempos para la lírica, malos tiempos para la humanidad. 

Jose Yebra suelta a su soldado distópico en un mundo desolado, y además lo hace en un producto final que combina palabra e imagen completando así en goce

estético que genera una literatura en varias dimensiones. Se trata de la osadía de un universo entrelazado en el que la simbiosis de las fotografías de Malin Ellisdotter y los poemas de Jose Yebra caminan con paso firme por el pesimismo existencial, en poemas que nos hablan de la herencia de la humanidad, de la pertenencia a un planeta devorado por nuestros descendientes, y se cuestiona los conceptos de evolución, la modernidad y la felicidad, a todas luces sobrevalorada. 

El soldado distópico sabe que la utopía ha llegado a su fin y que la lucha por un mundo mejor ya no es posible y solo nos queda sobrevivir con desesperanza. Sin embargo, el poeta no se queda de brazos cruzados, condena la inacción y hace un llamamiento a tomar partido y a asumir riesgos: “Venid, arriesgad vuestras vidas, comenzad a caminar sin rumbo fijo…”

Con versos directos que recorren lo individual y lo colectivo, en una especie de exorcismo poético la presunta modernidad de nuestra existencia es puesta en cuestión: “nunca hemos sido modernos, nunca hemos regalado a la tierra una fascinante comprensión del verdadero sentido de la vida”. Así, en ocasiones el mundo, inconveniente y gris, un planisferio con un borde abismal, se torna una pesadilla kafkiana “como un insecto aún con vida/bicharracos que se mueven en círculos dentro de vuestros estómagos”. 

Y en esa ensoñación el poeta nos presenta versos que aluden a la oscuridad y la ausencia de vida:

El mundo es gris/sin el color de tu destino.

Se trata de un ser humano que no comprende el mundo, pues el tiempo disponible se ha consumido y el tiempo actual es tiempo de construcción de muros, un contexto de guerra donde reina el sentimiento de no pertenencia, un contexto de desolación, un vagar sin rumbo por lugares abandonados: “no sale más el sol, la vida no existe (Hola oscuridad, ¿me estabas esperando?)”. Sin embargo, no está todo perdido, también hay espacio para la resiliencia. El soldado se adapta a este nuevo contexto ausente de luz, es resistente a los temores (“nos recuperamos a tiempo de nuestras perturbaciones previas”) e incluso hay lugar para la esperanza (“Otra vida, otro mundo es posible”).

Con una adjetivación abundante, las metáforas bélicas se suceden (“deshuesado ejército/ blancura masacrada/ gatillo solitario”) al mismo tiempo que las fotografías de Malin Ellisdotter acentúan el pesimismo existencial mostrando un mundo gris, un universo en blanco y negro. Las imágenes bidimensionales resultantes creadas por la combinación de poesía y fotografía se fusionan en texturas, rostros desdibujados, máscaras que ocultan nuestros verdaderos sentimientos y defectos, el paso del tiempo presente en los árboles, de la raíz a las ramas, palpable en las estrías de los troncos, en la corteza envejecida que es testigo de la rabia humana, la rabia conocida cuyo sonido emite el soldado distópico. 

En ocasiones se percibe una doble voz, tal vez la propia conciencia, como un eco que tal vez beba de fuentes literarias norteamericanas, pues recuerda en cierto modo al cuervo de Edgar Allan Poe. Ese eco recorre el poemario (anymore, nomore en vez de nevermore).

No quiero / sentir la tierra dentro de mis fosas nasales nunca más.

Tan solo eran el cebo perfecto para ellos, pero no para mí, nunca más. 

Su angustia le hizo repetir, pero no, yo no estaba allí, nunca más. 

Bajo el puente- de nuestro firme descontento nunca más.

El soldado distópico sobrevive a la contienda, pero la lucha no ha sido gratuita. Ha perdido el ojo izquierdo y ni siquiera una experta cirujana plástica como Anne Coleman podrá reconstruirlo. No obstante, el soldado ha perdido mucho más que eso, no se trata solamente de un rostro desfigurado, también ha heredado un mundo desfigurado que ya no se puede recomponer, un planeta que solo se puede habitar convertido en un fantasmal espectro. 

NO MÁS HIMNO NACIONAL

  • Todavía recuerdo como si fuese ayer aquellos 85 escaños que conseguimos en junio de 2016… Y luego, en noviembre, cuando allí ganó Trump, que nos dijeron “no os preocupéis, con naturalidad, que sólo vamos a rodar un episodio”… ¡Un episodio! La puta que los parió…

  • Eran tiempos mejores, Venancio, mucho mejores, pero ya no merece la pena, es mejor adaptarse de una vez a esta situación y olvidarse del pasado, como si ya no existiese… No existe… ya no existe más…

  • Lo sé, Emilio, lo sé, y mira que lo intento, pero estos momentos confusos me hacen recordar. Y el Charlie aquel, que insistía e insistía, quería ir un paso más allá… ¡Que mierdas de Black Mirror ni qué ocho cuartos, joder, estamos apijotaos o qué!

  • A ver, déjame que mire… Claro, tienes la batería al siete por ciento, hombre. ¿Qué es, que no te avisó?

  • Me avisó, me avisó… sólo que me gusta recrearme un rato en los recuerdos antes de avisar al encargado. ¿Tú nunca lo haces, Emilio?

  • Sí, lo hago, claro que lo hago, pero para mí es como un viaje interior, procuro no exteriorizar ni un pensamiento, nada de lo que sienta en estos momentos le interesa a nadie… Bueno, quizá sólo a ti, que eres y has sido siempre mi mejor amigo.

  • Lo sé, te lo noto en la actitud, en los gestos, y miras como antes…

  • Pero tú me lo cuentas; siempre fuiste más impulsivo. Les costó más instalarte el sistema, y tu reinicio duró casi dos días más que el mío… Aún así…

  • Aún así, no lo consiguieron del todo, ¿verdad, amigo?

  • No, no, ¡ni lo conseguirán jamás! Somos los últimos de una estirpe indomable, estamos al borde de la extinción… Observemos como hacen boom…

Hace casi 50 años, el gobierno decidió unirse al programa de regeneración ideológica propuesto por el G-20. Una vez que la gente ya estuviera familiarizada con un futuro distópico bien elaborado y alicatado, la creación de un programa ideológico único insertado en cada persona a modo de chip de memoria recargable habría triunfado, era la única opción para combatir, decían ellos, tanto el auge del terrorismo en el mundo como la nociva y pertinaz invasión ideológica, también consideraban ellos, de carácter populista, con la consiguiente influencia en la utopía de las gentes de a pie, del pueblo mismo. La inversión de las grandes empresas, cantidades ingentes de dinero, hizo imposible que los resultados positivos no llegasen uno tras otro. Nunca jamás se había visto un equipo de producción como aquel, ni tanta gente encargada de los mejores efectos especiales jamás vistos por el ojo humano. Ahora todo es sencillo y la gente vive feliz y sin preocupaciones, al menos así sucede con la ciudadanía de las Clases 1, 2 y 3, que ignora por completo las penurias de las ciudadanías que van de la clase 4 a la 10. Una simple eugenesia inducida. Tan sencillo como eso. Un transhumanismo de élites que se encargan de escoger quiénes podrán disfrutar de una vida llena de comodidades y placeres, y quiénes se dedicarán a trabajar y producir todo lo posible para que las tres primeras clases vivan cientos de años sin conocer lo que es un simple agobio. Prueba superada, selección natural a la carta. Darwinismo de inteligencia artificial y nula protesta.

Sí, aquellos 85 escaños fueron nuestro principio del fin. Caímos en picado y pactamos con ellos ley tras ley hasta llegar a consentir la creación de este imperio de pseudocyborgs tan bien seleccionados. Los pocos humanos puros que van quedando vegetan sin prisa en ciudades-geriátrico en las que no les falta absolutamente de nada… Y vino luego el otro gilipollas naranja con aquella cantinela de “hacer una América más grande”… Joer, y tanto, a menor población, más territorio y más bienes a repartir entre tan pocos… Nada nuevo, no nos engañemos… Ya no existe la traición, tampoco la empatía, todo el mundo camina de la misma manera y al mismo ritmo, y ya casi nadie folla porque han eliminado de cuajo el placer. Sólo nos queda esperar a que el Sol se muera, pero queda tanto, tanto…”

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