POR COJONES, UN SONETO

¡Y lo que nos reímos en aquella clase de lengua con el Zanca, cuando estuvo explicándonos lo de la sinalefa, y Peseto, que estaba medio dormido, como siempre, va y dice todo serio: “¿sin la lefa?”? Y todos en clase venga “jajajajajajajajajajajajajajajaja”… hasta el Zanca no podía parar de reírse!

– Joder, fue tremenda aquella clase, sí, vaya descojono… Anda que no nos reímos bien en el instituto, ¿eh?

– Como auténticos hijos de puta, sí. Ay, la hostia…

– Pero aprendimos a contar sílabas, y bien…

– Yo ni me acuerdo ya… ¿Qué cojones era aquello de la ‘sinalefa’, ‘sin la lefa’?

– Al contar sílabas de un verso, si una palabra acaba en vocal y la siguiente empieza por vocal, se juntan dos sílabas en una sola. Por ejemplo, “de aquellos años”, si contamos, de y a forman una sola sílaba.

– Aaaaah, sííííí… joder, vaya rollo. Aunque tiene que ser jodido, ¿no? Tú, que eres un poeta de ésos, tienes que saberlo, lo jodido que es… aunque, claro, como tú escribes como te sale de los huevos, sin rimar ni contar sílabas ni pollas en vinagre, pues lo tienes más fácil…

– Es que la poesía es libre, tiene que serlo. Si quieres rimas, bien, y si no las quieres, pues también. Así de sencillo.

– Ya, pero, ¿a que no eres capaz de hacer un soneto como aquellos, con las rimas, las sinalefas y versos todos con las mismas sílabas, eh?

– Capaz soy, pero paso…

– Ya, ya, excusas…

– Que no t

– Que sí, que sí… que te comprendo, Hombre, Yebra… Excusas.

– ¡Cagondiós! Mañana mismo te traigo un soneto en endecasílabos a-b-b-a a-b-b-a c-d-c d-c-d…

– Oye, no te pongas así, joder, que no hacd falta q

– ¡Me pongo como me sale de los cojones! Aquí, a las cinco para la partida, como siempre, y te traigo ese puto soneto.

Con qué facilidad se puede retar a un poeta, a ese ego que se ve un poco mancillado por la sencillez de la mente objetiva de los que piensan rectilíneo. Por supuesto que le llevé ese soneto. Aquí está:

que no encuentro tu paz donde hubo hastío

en bolsas de humo, cavernas vacías,

mentes sucias en porros de maría:

mil pedazos de mundo medio frío:

sigo aquí nadando free style del mío

bestia de agua: goteras filtraría:

dame boca abierta, pulso y apatía

salmones saludan mi desvarío:

y esa canción que doy no es cachondeo:

acústica sin tiempos de tu misa

a mil por hora cerca del mareo

y bailar como gato en la repisa:

brazos marcados, balas de fogueo

mueca endiablada en mangas de camisa

 Y ahora que le busque el significado, si quiere…

… DE LA VIDA LIV…

Recuerdos, amores que no pudieron ser, amistades que perduran entre fenómenos eléctricos y curiosos… Capítulo 55, el final se acerca.

Ciclos de Mil Cabezas

LIV.

Tengo por norma ir una vez al mes, como mínimo, a mi pueblo. No es que lo necesite, pero sí que me reconforta salir de mi burbuja, de mi absorbente rutina de estudiante universitario. En la actualidad, con mis padres todo va fenomenal; nada mejor que la distancia para enriquecer una relación paterno-filial que se mantenía bajo mínimos, que transcurría agitadamente discusión tras discusión dentro de un círculo vicioso del que resultaba difícil escapar. Tampoco puedo dejar de mencionar lo que supone de revitalizador para mi vacía despensa una de estas visitas: jamón, chorizos, botillos, conservas de pimientos, de tomate frito… vamos, que suministran parte de mi alimentación a base de productos porcinos y ricas hortalizas de la tierra berciana. (¿Alguien ha mencionado la palabra ‘colesterol?)

Después de lo de Madrid y de lo ocurrido con Gloria sentía en mi interior una aparente necesidad de calma existencial, con…

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A LA LUZ DEL DÍA LOS SUEÑOS SE VUELVEN POLVO

Barrio sin luz y cristales, señoras temerarias apurando las frenadas con carritos de la compra llenos de fruta de la frutería, de carne de la carnicería, de pan de la panadería, de un par de caprichos azucarados para los nietos; señores con cayados que empiezan su ronda mañanera, serán tan sólo cinco o seis vinos, en vaso de sidra, medio lleno; equipos que ganaron, equipos que perdieron, y el Real Oviedo, ahí, al acecho de una nueva alegría de ésas de orgullo, valor y garra, como cuando salí a la calle con doscientas pesetas aquel día de junio de 1988 en el que el Oviedo había empatado a cero en Mallorca y ascendía a la añorada Primera División; tenía examen al día siguiente, de Literatura del Siglo de Oro, pero me eché a la calle igualmente, con esos cuarenta duros en mi bolsillo y la compañía de Íñigo, un vasco de Bilbao que, aunque no compartía piso conmigo, siempre venía a estudiar con nosotros. La borrachera fue tan brutal como el suspenso en aquella asignatura: Colocón de Oro, Siglo de Mierda. No pasaba nada, que a la gente rezagada siempre nos quedaba septiembre. O febrero… O junio otra vez… O…

Sonó esta mañana el despertador, uno plateado digital que nos regalaron hace unos años con la renovación de la suscripción a la revista Time, que es ella como uno más de la familia y se ha convertido en un fenómeno paranormal y curioso en nuestra casa, ya que la revista sigue apareciendo en nuestro buzón sin que nadie haya pagado por ello en los últimos seis años. Pipipipi… pipipipi… pipipipi… pipipipi… y arriba. Ducha, vestirse, desayuno y comprobar que todo lo necesario está listo para un nuevo día. Escuchar la radio 20160424_202234y cagarse mentalmente en demonios siempre ajenos. Y David Hockney, que me mira desafiante desde la pared cada mañana, y yo que, por mera costumbre, siempre le hago un gesto que contesta ese desdén tan de autorretrato del que se sabe un genio en lo suyo: Feck off, David!! Hoy le saco la lengua; ayer le hice una peineta muy estética.

La gente de siempre en la parada del autobús: dos señoras cerca ya de la jubilación que fuman cada cigarrillo como si fuese el último de sus vidas, exhalando el humo con tanta vehemencia que a veces pienso que van a escupir un trozo de pulmón en el intento, y el barrendero, que anda muy cerca, que seguro que teme lo mismo que yo temo; un grupo de estudiantes de la ESO, primero o segundo, no más, con el uniforme de las Ursulinas, siempre hablando con el volumen a tope, riéndose de las típicas pijadas de las que hay que reírse cuando uno tiene 13 o 14 años, que la vida es risa a esa edad, y si no lo es, algo raro sucede. Subimos. Siempre dejo que pase todo el mundo porque mi prisa nunca es motivo de avasallamientos ajenos. No sabemos hacer colas como la gente británica, tan bien organizada para esos menesteres, y a la hora de llegar al punto de destino, surgimos de cualquier esquina hasta apelotonarnos sin control alrededor de la puerta del F1. Dejo hacer, pago mi 1,20 € y me siento al fondo, siempre al fondo. Son las 7.30 a. m. y miro como el día va adquiriendo luz a pesar de las nubes que siguen ahí, como diciéndonos “hey, no os confieis, que en breve escupiré sobre vuestras cabezas, panda de mortales creídos y confiados.” Y yo sin paraguas, pero me da igual, porque yo para eso de los paraguas parezco irlandés, que nunca me gusta llevarlo, y si llevo uno, siempre lo pierdo y luego digo que no me gusta llevarlo para no quedar como un gilipollas por haberlo extraviado, y así la gente te ve más interesante, más cool y más guay, porque da igual lo que digamos, nos gusta ser guays y que la gente nos vea como seres molones, seres que levitan unos milímetros por encima de los demás, espiritualmente hablando, pero sin darse un mísero pijo de importancia, quiero decir, si es que eso que denominan como espíritu existe, que yo creo que no, que nos hemos inventado dioses porque somos vagos y es más fácil que nos den todo hecho que tener que estudiar e investigar por nuestra cuenta.

20151030_075649Llego al IES Monte Naranco. Los amaneceres desde el departamento de inglés son espectaculares, de postal, de subir a Instagram y que la gente que te sigue comente, “qué maravilla de amanecer, qué luz tan espectacular!”, y tú contestes, “Así es @pimiento_amarillo, estos días de primavera dan unos amaneceres deslumbrantes. Muchas gracias por tu comentario”, y luego miras a ver quién narices es @pimiento_amarillo, porque ni te suena haber interaccionado antes con esa persona. Anda, otra escritora pesada, como yo. Somos legión. Bien.

Los pronombres relativos, luego los verbos que rigen gerundio y/o infinitivo, y para finalizar, vocabulario relacionado con las nuevas tecnologías en la página 65 del libro de texto, tan obsoleto como un MP3. Dos alumnas se encargan de actualizar todo ese vocabulario entre risas y chascarrillos. Dedos llenos de tiza, odiosa tiza, que tarda en desaparecer bajo el agua del grifo. Una buena meada; la cisterna del inodoro del medio sigue estropeada, con ese ruido que indica que siempre está cargando y echando agua. Café mediano al recreo acompañado de uno de esos pinchos vegetales con jamón cocido y queso mientras comento con una compañera lo poco que queda ya para que empiece la sexta temporada de Juego de Tronos, con lo que, así, a lo bobo, repasamos la quinta temporada incluso comparando serie y saga, que ambos hemos leído las novelas también, y en la emoción del momento, entre compañeros y compañeras que nos miran como si fuéramos frikis (que igual es así, ¡quién sabe? Si es que parecen todos unos Greyjoy la mar de sospechosos), suena el timbre que indica el final del primer recreo. Todo el mundo para clase. Yo no. Tengo hora de guardia, de las buenas, porque no falta nadie a cuarta hora. Cojonudo. Tiempo para corregir trabajos en la sala de profesores… o no, porque coincido con un compañero que me cuenta acerca de la amonestación que le acaba de poner a un alumno que tenemos en común, una de esas joyas con las que hay que saber lidiar tanto desde la pedagogía activa como desde la simple comprensión humana. Y yo, que soy un poco bocazas, comento sonriente aquella vez que me echaron de clase de filosofía. Hacia mí confluyen miradas reprobatorias desde todos los ángulos posibles de la sala de profesores. “¿Nunca os echaron de clase? ¿En serio?” Joder, pues que así es, en el serio más serio de entre el mundo de la ideas de los serios… Me siento, ahora sí, a corregir. Saco de mi bolsa molona mis auriculares chachis y busco música de esa especial para corregir. Portishead está bien. Ante mí, varias composiciones escritas, unas quince. No, No puede ser, que Beth Gibbons siempre me hace cantar con ella: es ese poso de desesperación en su voz, que me obliga sin intención alguna por mi parte a ayudarla en sus miserias del corazón, a darle fuego si hace falta, a seguir sus caminos retorcidos hacia el límite del dolor. Stop. Busco algo más adecuado… ¡Ya está! La Música Acuática de Haendel, nadie canta, como mucho puedo imaginarme escuchando la misma en un barquito sobre el Támesis, al lado de Jorge I, el rey Hannover… Obertura-Largo Allegro. Play. El tema de esa composición escrita, nivel 4º de ESO, una discusión que tiene como fin decidir qué invento es mejor, internet o los libros. ¡Venga ya, editoriales! Porlagloriademimadre… El boli verde se me escapa de las manos por momentos. Mi cabeza no está para estos trotes y desconecto el día. Goleada: internet 15 – libros 0. No esperaba otro resultado, ni siquiera el del honor.

¿Sabéis que Shakespeare inventó unas 1700 palabras de la lengua inglesa?” (Estoy ahora en el aula 204, con el primero de bachillerato de humanidades) “Pues no, Jose, ni idea. Aprovecho la tangente, y nos dedicamos hoy a buscar palabras que el inglés deba al bardo conocido como William Shakespeare. El alumnado se encarga de ir creando una lista con las que más les gusten. “Swagger!”, grita emocionada una alumna de primera fila. Claro, tía, el Wills tenía “swag”, joder, como dejó bien claro en la escena I del acto III del Sueño de una Noche de Verano:

What hempen home-spuns have we swaggering here, so near the cradle of the fairy queen?” – Puck

swagspeareY si no existe la palabra, pues la inventamos, ¡qué carajo! ¡Viva Swagspeare! Al menos la última clase del día consigue un cierto poso de satisfacción en mi labor como docente: uno de esos días de salir de clase señalándote el nombre en la parte trasera de la camiseta mientras corres por los pasillos mirando con superioridad a… nadie, como mucho esos trabajos de diversas materias que lucen lustrosos en las paredes del centro.

Vuelvo a casa y David (Hockney) me sigue mirando mal. Paso de él, prefiero mil veces a Frida Kahlo. Creo que voy a preparar un buen batido de fresas para toda la familia. Pero antes, como siempre que llego el primero al hogar, un poco de buena música al altu la lleva. Como no lo tengo nada claro, sigo la táctica habitual para estos instantes de indecisión musical: cierro los ojos y, tras hacer unos círculos con el dedo índice de la mano derecha, señalo un CD. Pues ha salido el Siamese Dream de los Smashing Pumpkins. Vale, hace un montón que no lo escucho. A veeer, uno, dos y tres. Play:

Tinoninoninoninononinoninoninoninononinoninoninoninononino pause ninoninoninononino…

Today is the greatest day that I’ve ever known…

EL PACTO Y LA META VOLANTE

IMG_20160302_153514No me pactes, que no te veo. El pacto en un día gris para el pacto en un día gris para el pacto…
En un día
Gris
Y oscuro…
La suma de los factores
No altera el pacto
En un día gris
para el pacto…
Gris…
Grease?
You’re the one that I want…
Or the one that I wank,

innit?
Gris era el día para
pactar…
para pastar, el prao de los colores:
naranja,
rojo leve…
Gris para pactar,
un día es…
Mientras tanto,
los otros, grises
siempre,
engañar,
en gañán
da ese perfil…
articulando democracia,
Gris y obscena.
Para pactar
Un día gris,
Hundía gris…
Hungría Grease,
Orban footwear…
I got chills!
Not refugees…

Lost I am now

La foto, como se ignoran
en este día gris,
porque es gris,
un día gris para pactar
tar… tar… tar… tarrrrrr.

IMG_20160304_094547la meta volante:
el barrio
respira
con sus gentes
atentas
al pulso
a las mañanas
en paro
a la intención
de ir pronto
a comprar el pan
el periódico
o un café cargado
de rutina y hastío:
el asfalto
un espejo
y nuestros pasos
la misericordia ajena
al devenir finito
de neumáticos
en movimiento
centrifugando
el asco fresco del día
con magnetismo de volantes
imperiosamente escépticos:
la meta volante
otro sprint más:
y no se ve cercano aún
ese añorado final
de etapa.

… DE LA VIDA LIII…

Una hoja perdida vuelve a su lugar en la novela. Salman Rushdie puede estar tranquilo, los Hijos de la Medianoche vuelven a estar al completo.

Ciclos de Mil Cabezas

LIII.

No he preguntado a nadie, porque me tomarían por loco. Después de transcurridos unos días desde mi particular periplo investigador, y tras dejarme arrastrar por la corriente del no-quiero-ya-saber-nada-más-del-tema, reencontré la hoja número nueve del libro de Salman Rushdie, la que había encontrado en el interior de la guantera de aquel coche. La había guardado posteriormente en el cajón de mi mesilla de noche – el día aquel en que desapareció de mi vida la foto de Ingrid, la única que podría haber mantenido intacto mi recuerdo sobre ella; me refiero al recuerdo físico: de sus rasgos, de su tipo, de su mirada… es como si se fuesen difuminando en mi interior con el transcurso del tiempo… – Y entonces vi la luz y, ayudado invisiblemente por los ‘monstruos de mil cabezas’, me di cuenta de que aquella hoja había sido arrancada de mi libro, de mi propio…

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VIOLENTO

Puede que al final de todo hasta me de un poco de lástima haberlos matado. A todos. Puedo también, en este preciso instante, dejar de hacerme el duro y sincerarme hasta llegar a exteriorizar todo lo que siento. Pero nunca dejar de matar, de ganarme el pan. Es mi trabajo, y no sé hacer otra cosa. El avestruz, cuando huele el peligro cerca, esconde su cabeza dentro de un agujero excavado en el suelo. Yo no soy – ni por supuesto, ni por encontrarme ahora ante vosotros contextualizando mi palabra – un avestruz, pero sí que me oculto dentro de mi agujero, porque yo soy mi propio agujero, mi zulo y mi cripta, negra e interminable… y quizá esté deseando poder salir ya de él de una puta vez.

Era demasiado joven cuando empecé. Permití, como todos hacemos en algún momento de nuestras vidas, que me lavasen el cerebro a conciencia. Mi barrio fue mi escuela, y yo uno de sus alumnos más aventajados. (Qué tópico, ¿verdad?) Por encima de toda cualidad, prevalecía la inteligencia en su vertiente más picaresca, egoísta hasta decir basta, (aunque todos nos decíamos “colega” con la boca rebosante de intensa sonoridad cada vez que nos veíamos por la calle). He de reconocer que a mí también me favoreció el físico, mi imponente presencia de uno ochenta y siete y noventa y pico kilogramos, capaz de atemorizar, en soberbio cóctel con mi acusadora y profunda mirada, al más gallito de entre los gallitos. Me zambullí de lleno en el “grupo” apenas cumplidos los catorce años. Antes de los quince ya había matado a uno en una pelea cargada de ira. A golpes, a hostia limpia, con un par de cojones, como “los hombres de verdad”. El miedo hacia mi persona se extendió por todo el barrio, como esa niebla repentina que súbitamente nos impide ver con claridad. Comencé a recibir encargos después de pasar mi prueba de fuego: asesinar a sangre fría al vecino de mi tía Rafaela, un solterón empedernido, huraño, con muy malas pulgas. Su delito consistió en toquetear con sus sucios dedos el sexo aún dormido de la sobrina nieta del jefe, la angelical Lisa, que por aquellos tiempos aún no habría llegado ni tan siquiera a la edad de recibir su primera comunión (que no su primera “hostia”). Tiro en la nuca, rematándolo en el suelo con otro en la sien. Limpio y rápido. Y sin testigos. Había superado con éxito mi salto del umbral, ya nunca más un niño ante los ojos de nadie, ni siquiera ante los de mi propia madre.

Odio la violencia gratuita. Yo siempre cobro, y mis cuotas siempre han ido en progresivo aumento…, al menos hasta el momento presente. Mi vejez está más que asegurada ya que dinero no me falta, pero temo no poder llegar a viejo, a cojear apoyado en mi bastón con mango de nácar cada vez que pasee a orillas del lago, a dar de comer a las putas palomas que todo lo cagan. ¡Tengo que salir de aquí como sea!

Me armé por completo de valor, y fui a hablar con el jefe, cara a cara, como lo deben hacer los hombres, mirándose a los ojos, casi sin parpadear, con la mano derecha apuntando de cerca y en todo momento – y de manera inconsciente – en dirección a la cartuchera de mi Smith & Wesson, bien resguardada bajo mi chaqueta negra de corte clásico, mi uniforme de trabajo. “He pensado dejarlo”, le dije justo después del obligado “buenos días” a nuestro bien amado capo. “Está bien. No hay problema”, me respondió el jefe antes de sacar del bolsillo interior de su americana – acto que me puso inmediatamente alerta, que ya estaba yo sintiendo urgente el tacto del gatillo sobre la epidermis de mi dedo índice – un sobre que contenía unos cuantos billetes de los grandes. Me tendió su mano y me dijo adiós; adiós a una historia de respeto mutuo bajo el yugo de la muerte por contrato. Después de todo, no parecía mala persona, tan sólo era cuestión de suponer que la suerte le había permitido ocupar ese lugar; (no sé si buena o mala, la suerte, pero por lo que a mí respecta, sí que ella me había regalado un futuro sin que yo hubiese tenido que luchar excesivamente por él.) Un obrero, en una cadena de producción cualquiera, no sabe después de muchos años cuántas piezas habrá atornillado, engrasado o manipulado. A mí me ocurre lo mismo. No puedo acordarme de todos los que me cargué, tampoco recuerdo la suma total… No es saludable, no se debe uno dejar atrapar las veinticuatro horas del día por los problemas que genera el trabajo. Mi familia es feliz, yo soy feliz. Ellos son mi refugio, los que, sin comerlo ni beberlo, me han quitado mis enormes orejeras, que yo ya me siento viejo y necesito un cambio de aires, otro trabajo, poder llamar “compañero” a alguno de los que trabaje a mi lado, sin que haya desconfianzas mutuas. Supongo que eso será sencillo.

Acabo de cumplir cuarenta y cinco, (el día veinte del mes pasado, concretamente). Llevó tres semanas en mi nuevo trabajo, y me gusta; no necesito esconder ya mi rabia en algún oscuro rincón de mi memoria. No necesito fingir, ni manipular más mis egos. Puedo hasta llegar a pasarme alguna que otra tarde jugando con mis hijos, con sus pistolas de juguete, siendo consciente de que de ese cañón de plástico jamás saldrá una bala de verdad… No sé, la primera vez que el pequeño me sorprendió agazapado tras la puerta del trastero me dio un vuelco el corazón. Por unos instantes, dos, tres segundos, creí que había llegado mi última hora. Luego abracé a mi hijo y lloré en silencio sobre él. Durante casi cinco lustros de mi vida, nunca antes me había nadie sorprendido; ni el más profesional de entre los más cualificados del ramo de asesinos a sueldo me había hecho subir las pulsaciones a más de noventa. Y mi hijo me había matado. “Pum, pum, pum. Forajido, estás muerto”, y su padre casi se muere, sí, pero del susto. Me senté a consolarme conmigo mismo, pensando en la cantidad de ocasiones en las que habría estado a punto de caer en una emboscada (como la que me acababa de tender mi propio hijo pequeño, de tan sólo cinco años) sin ser para nada consciente del peligro intrínseco que mi sucia labor conllevaba… Pero yo no estoy hecho para el pensamiento profundo, me da dolor de cabeza, y éste no me permite luego pensar, concentrarme a fondo. Extraña contradicción, realmente.

En la planta embotelladora me siento realmente a gusto. He descubierto incluso que soy capaz de mantener una conversación con otra persona utilizando más de una o dos palabras en cada intervención. Ayer mismo, sin ir más lejos, estuve riéndome sin parar, como todos los demás, durante unos minutos. Fue verdaderamente gracioso lo que le ocurrió al encargado de la bodega. Venía el hombre corriendo a traernos un aviso sobre un pedido importante de la Presidencia, cuando comenzó a resbalar, a deslizarse sobre las gastadas suelas de sus zapatos uno, dos, tres y hasta cuatro metros, yendo a chocar violentamente contra Mel “la Fudre”. Joder, acabó con su calva cabeza entre los enormes pechos de “La Fudre”, mujer de unos ciento veinte kilos, más o menos, que gasta una mala hostia descomunal, y que, en buena lógica, devolvió semejante afrenta con un tortazo de los que duelen más por su sonido que por el daño físico que puedan llegar a provocar. Esa noche me dolieron mucho las mandíbulas (debe ser la falta de costumbre). Quizá por esa razón, puede que también entre muchas otras, yo había envejecido más aprisa… por no haberme reído apenas. La verdad es que hasta me costaba horrores forzar una sonrisa en Navidades, cuando por norma debes sonreír y desear el bien a tus semejantes, al menos a los que no tenías que cargarte antes de que pudiesen decorar el abeto rodeados de su familia, de sus hijos. ¡Pum, pum! (Navidad, Navidad, dulce Navidad…¡a tomar por culo!)

Mañana cumple el renacuajo siete años. Quería comprarle un juego nuevo para su ordenador, uno de esos que dicen que desarrolla tu intelecto, tu capacidad de deducción. Yo ésa ya la he perdido. He perdido el instinto de supervivencia. Ni siquiera llevaba conmigo mi antes inseparable Smith & Wesson… (Oh, Dios, toda esta gente… no saben bien cuánto me están agobiando, me roban el aire que es mío… y en este instante lo necesito más que nunca.) No lo vi venir. Seguramente me estaba siguiendo desde la fábrica. Salí de trabajar, fumé un cigarrillo con dos de mis compañeros (ya casi amigos, además), y me despedí, no ya hasta mañana, como todos los días, sino hasta después de pasado el día de Navidad. (Joder, esto duele… y no sé si mañana llegará, o, mejor dicho, si yo llegaré a él.) Era un chico joven, de no más de veinte años. Se acercó de frente a mí, decidido, mirándome con rabia a los ojos, profundamente, buscando el miedo, el pánico en ellos. Me quedé quieto, totalmente inmóvil, facilitándole la tarea. Un segundo antes de que me disparase a bocajarro, a mi cerebro llegó la imagen nítida de mi ahora añorada Smith & Wesson, como un plano de una película de cine negro, la pistola sola dentro de un cajón abierto, pero ninguna mano se acerca para empuñarla, y pronto se oirán tres disparos. “Esto de parte de mi padre, cabrón”, me soltó en un tono muy bajo, aunque vocalizando despacio, muy despacio cada sílaba, intentando multiplicar por mil su contenido semántico. Tres balazos en mi abdomen. Estoy perdiendo mucha sangre, y la ambulancia está tardando mucho. Creo me estoy yendo al infierno. Pero, ¿quién cojones sería el padre de ese muchacho? Vaya una pregunta más gilipollas, lo sé. Sólo es un resto, un poso de mi trabajo anterior, de alguno que quedó a medias por no registrar a conciencia el entorno. No sería, desde luego, el primer niño al que habría tenido que matar sin una pizca de compasión. No es que me guste especialmente la violencia, lo que ocurre es que no veo cuál es la diferencia entre apretar un gatillo o encorchar una botella de tinto; y ya puestos, qué más da encorchar una botella Gran Reserva o una de cosecha; qué diferencia hay entre apretar el gatillo ante una cabeza de treinta o ante una de diez años. Ninguna, porque el trabajo supone el mismo esfuerzo en ambos casos. Ya puedo oír la sirena de la ambulancia. Puede que incluso hasta tenga un poco de suerte y todo.

VIAJES AL FONDO DEL ALSA – LAS MICROAVENTURAS DE INDALECIO, EL CONDUCTOR – PARTE XII, GOD SAVE LEMMY!

– ¡Cagonsandiós bendito, que no domino yo eso de conducir por la izquierda! Pa que lo sepas, manguán, yo conduje un autobús de esos de dos pisos por todo Londres hace ya unos cuantos años.

– Hostia, ¿sí? Cuenta, cuenta…

Tarde de abril, de lluvia y partida de mus en el pueblo con los de siempre. Indalecio, entre chascarrillos varios, cuenta a sus amigotes que en dos semanas le toca llevar a Inglaterra a un grupo de estudiantes de un instituto de Oviedo, a Margate, concretamente, esa ciudad en la costa este que fue punto de encuentro y desencuentro entre mods y rockers allá por los años 60 del siglo pasado, y luego seguir como chófer por allí ocho días, que si un día a Canterbury, dos a Londres, otro a Cambridge, un no parar de conducción por el carril izquierdo, ningún problema para Indalecio. Pero escuchemos su historia, que si no empiezo a divagar y no paro (luego me riñe Indalecio, que me dice que, literalmente, “soy un cuentista, que charro más de lo aconsejable, que un día ve meteme un par de hosties bien daes”)

– ¿Te acuerdas, Milio, cuando fui a Hamburgo con el pobre Lolo – que en paz descanse, puta droga – a ver a los Motörhead, que andaban de gira con los Judas Priest?

– Hostias, sí, que yo nun pude ir, cagonmimadre… ¿En el 98 o 99, no?

check_out_bastards_beer– Sí, octubre del 98. Un conciertazo de la de su puta madre… Pues luego nos fuimos Lolo y yo a quemar Hamburgo, a la zona de San Pauli, y entramos en un local con una música cojonuda… joder, nun recuerdo el nombre… Bah, da igual; tamos allí con nuestras birras cuando de repente me dice Lolo, “Cagondiós, Inda, ¿no ye aquel el Lemmy?” Y miro yo así, ajustando bien los ojos y, “¡Su puta madre, que ye él, sí!” Y con un par nos fuimos a saludarlo… y con el inglés de Lolo y lo simpaticón que yera el jodío, pues que nos liamos por ahí con el Lemmy hasta las tantas…

– Mi maaadre, cabronazo, ¿pero todo eso qué tien que ver con lo de conducir pol otro lao?

– Calla, ho, calla y escucha, castrón, que yes muy impaciente, hostia. Pues a ver, que Lolo le dijo al Lemmy que yo era conductor de autobús, y el pavo va y nos dice que necesitaba un conductor de autobús pa rodar un vídeo en junio del año siguiente, que si yo quería, que taba contratau. Claro, íbamos muy pedo, pero el Lemmy fizo una seña y apareció allí un tío que apuntó todos mis datos y me dijo que firmara. Y allí fui, pa Londres en junio del año 99, a rodar el vídeo de la versión del “God Save the Queen”; un puto desfase, la doble de la reina, la xente saludándonos por todo Londres, ¡la de dios! Por eso te digo yo que lo de conducir por la izquierda, ta chupao, joder, ¡chupao!

– Entós, ¿cuando me dixo el Julio que había visto a Lemmy por el pueblo hace unos años, yera verdá? ¡Qué cabrón yes, qué cabrón, bien el Lemmy a vete y tú sin decir nada a los colegas!

– Anda, colega, colega… tate a lo que tas, joder, y mete órdago, manguán.

ICE, ICE LADO

Aislado,

otro caso,

de mano,

Granada, hoy,

aislada,

aislamientos unidos,

revestimientos sanos.

Unos son honoris,

los otros son causa,

y todos unidos

generan otro caso

aislado,

pura burbuja

de metacrilato.

Uno ahora,

otro mañana,

también aislado,

solo en este desconcierto

de geografía inusitada,

economía y crecimiento,

lejano,

también aislado.

Y un gotero sin suero

que vomita nombres

uno, dos, tres, cuatro…

y otro más, aislado.

¿Y yo?

Pues yo… “I want to believe”

¡Quiero creer,

crecer aislado!

Y la semántica,

recia, huidiza,

que no me ayuda, joder.

Aislado es, sí, solitario,

independiente y profano,

hereje de misa diaria,

y el resto va caminando,

aislado,

y piando a la vez,

en castellano,

pío, pío, pío;

en inglés,

“tweet, tweet, tweet”

¡Gentuza, gentuza…!

¡… uza, uza!

Aislada, aislada…

… lada, lada.

(¿Para cuándo

un “En tu Talego

o en el Mío”?

Pero con vuestra pasta,

la emigrante,

no con la nuestra,

aislada, sí,

pero sólo

por ser casi inexistente.)

 

(YOU, TWATS!!!)

… DE LA VIDA LII…

Una relación inesperada y espíritus que siguen dando guerra…

Ciclos de Mil Cabezas

LII.

Vaya revuelo había esta noche en casa de mis vecinos, de los padres de Javi. Como casi todas las noches, me estaba costando un huevo coger el sueño, ya no sabía si levantarme y estudiar, o si hacerme una paja para conseguir, al menos, un mínimo de desgaste físico que diese paso a un estado tal de relajación que pudiese disipar mi no deseada vigilia. Por pura y simple eliminación opté por la segunda alternativa, con lo que, automáticamente, di cuerda a mi variada selección de mujeres inaccesibles imaginándomelas rendidas a mis pies y sometiéndose a todas mis sanas perversiones. En éstas estaba – me la estaba chupando Jennifer Tilly, una actriz que últimamente me pone de un burrooo…- cuando un grito seco, aterrador, proveniente de la garganta de una mujer, me sobresaltó. Como consecuencia de ese auténtico aullido, perdí la concentración y dejé mis prácticas de autosatisfacción…

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VIAJES AL FONDO DEL ALSA – LAS MICROAVENTURAS DE INDALECIO, EL CONDUCTOR – PARTE XI – UNA DIOSA ALETARGADA

Presumía orgulloso Indalecio de muy chaval de su gran capacidad para aguantar y gestionar el miedo, lo cual le permitía hacer chanzas a sus amigos en aquellas tardes invernales de domingo cuando tocaba una de terror en el cine del pueblo. Con una sonrisa nostálgica, se acuerda de todo lo que se rió de su pandilla señalándolos a todos al mismo tiempo con el índice de su mano derecha aquel día que estrenaron Viernes 13; «sustos finales a mí…», pensaba él muy altivo desde su prepotencia.
Pero un día apareció ella, Karen Quinlan, en un telediario de los de las tres de la tarde, la foto ocupando toda la pantalla, el presentador explicando muy hierático los excesos de aquella joven en blanco y negro que la habían llevado sin remisión a un prolongado estado de coma. Se coló en sus sueños, se apoderó de sus miedos y ahí se quedó porque ahora vive con él, Karen, que es ella la dueña del sudor de sus pesadillas, e Indalecio no lucha ya, la deja vivir ahí para que le recuerde que da igual lo que haga o dejé de hacer, que al final todo se parará y él se acabará apeando de esa consciencia del ser que supone la misma vida… Por eso Indalecio nunca fue capaz de soportar a The Mamas & The Papas y soñaba (ya no) con irse un día a las Cíes a matar jipis con el añorado Germán Coppini.