“Quizás viajar no sea suficiente para prevenir la intolerancia, pero si logra demostrarnos que todas las personas lloran, ríen, comen, se preocupan y mueren, puede entonces introducir la idea de que si tratamos de entendernos los unos a los otros, quizás hasta nos hagamos amigos” – Maya Angelou
Yo no quería disfrazarme, era el punto cardinal más lejano a mis intenciones aquel carnaval de un año que no recuerdo de los primeros de la década de los 70 del siglo veinte. Me daba mucha vergüenza, ese sentido del ridículo que de niño te atenazaba y te dejaba paralizado sin un mínimo de reacción posible, pero comencé a ver desde la galería de nuestra casa, en plena Avenida del Generalísimo, como desfilaba alegre toda la chavalada en dirección al Cine Litán, felices dentro de sus disfraces de soldados, de princesas, de brujas, de monstruos, de trogloditas, de indios y vaqueros, de vampiras sanguinarias. ¡Maldición!, me grité así como interiormente justo antes de dirigirme absolutamente decidido hacia el teléfono, uno de aquellos negros antiguos que ni números para poder marcar tenía.
– Hola, ¿me pones con la casa de Jose Segundo?
– Voy… ¿Eres el hijo de Milita, la Peluquera, no?
– Sí, señora. – la curiosidad universal de Toñita, la de Teléfonos, no conocía límites. Seguro que escuchaba todas y cada una de las conversaciones que por sus oídos pasaban.
– Hola, ¿sí?
– Hola, soy José Luis, ¿está Jose en casa?
– Sí, sí, ahora mismo se pone… toc… Hola, ¿no bajas al baile de carnaval?
– Si me dejas algo para disfrazarme, voy.
– Claro. Ven a mi casa, que ya apañamos algo.
Y de allí salí yo veintidós minutos más tarde con la cara bien pintada al estilo vampiro saludable, una garra de goma con unas uñas larguísimas llenas de sangre pintada, y una capa negra sobria, de las que no brillan nada de nada (había sido de Segundo, su abuelo, un afamado bodeguero en los años 40 y 50).
El baile consistía en un tocadiscos y unos altavoces bastante potentes en el que un señor iba poniendo un single tras otro sin pararse siquiera a mirar qué canción venía acto seguido, si era bailable o no. Aún así, bailamos sin pausa a la antigua usanza, las madres sentadas alrededor de la improvisada pista de baile, sillas plegables que movían a su maternal antojo; los padres, ausentes, haciendo la típica ronda de bares del pueblo de Cacabelos (en ella se recorren todos los bares en grupos de amigos tomando un vino o corto de cerveza en cada uno de ellos). Nos divertíamos casi sin querer; el tiempo avanzaba lento, muy lento, y es que hubo una época en la que en mi pueblo, por increíble que este hecho pueda llegar a parecer, había dos cines, que lo mismo servían para sesiones dobles de domingos por la tarde, que para bailes de fiesta.
«Here had we now our country’s honour roof’d, Were the graced person of our Banquo present; Who may I rather challenge for unkindness Than pity for mischance!»
P-p-pero… ¿Quién es usted? ¿Por qué osa vuecencia despertarme de esta quietud? ¿Quién le ha entregado vela para mi entierro? ¿Con qué atrevimiento de ínfulas reales se atreve usted a entrar en mis aposentos sin previo aviso? ¿Y por qué me habla en esa lengua no autóctona? ¿Por qué deduce usted que yo sé inglés?
Shall I compare thee to a summer’s day? Thou art more lovely and more temperate…(¡Mierda, cojones de dios, que no era ése! A ver, a veeeer… el 18, no, el 21… ¡Éste, el 23!)
Acabáramos. Si ya me parecía a mí que tenías pinta de gilipollas. Dime lo que me tengas que decir y lárgate con esa ventisca fresca de abril que tanto parece gustarte…
As an vnperfect actor on the ſtage, Who with his feare is put beſides his part, Or ſome fierce thing repleat with too much rage, Whoſe ſtrengths abondance weakens his owne heart; So I for feare of truſt,forget to ſay, The perfect ceremony of loues right, And in mine owne loues ſtrength ſeeme to decay, Ore-charg’d with burthen of mine owne loues might: O let my books be then the eloquence, And domb preſagers of my ſpeaking breſt, Who pleade for loue,and look for recompence, More then that tonge that more hath more expreſt. O learne to read what ſilent loue hath writ, To heare wit eies belongs to loues fine wiht…Y eso es todo, un regalo del maestro en exclusiva para usted en esta madrugada temprana del día 23 de abril…
¿Tú sabes lo que yo madrugo, cabrón? ¿Y quién cojones eres, que pareces un personaje sacado del Ministerio del Tiempo?
Soy Banquo, fantasma de fantasmas, me dedico a joderle la vida al hijoputa cabrón de Macbeth. También represento formal y legalmente a todos y cada uno de los fantasmas literarios habidos y por haber.
¡Anda la hostia! Pues nada, pírate por donde has venido que todavía me quedan dos horitas de sueño que no pienso desaprovechar. Dile a tu maestro, que aún tengo yo dudas sobre la autoría de sus obras, que me da a mí que todo aquéllo lo escribió Cristopher Marlowe, que se largó a Italia para que no lo mataran y cogió al William como portador se sus obras. Es que a mí me van mucho todas las teorías de la conspiración, ¿sabes? también habidas y por haber. Soy un conspiranoico de libro, como tu rey, el escocés ese, Macbeth.
Vale, vaaaale. No te pongas así, que no hay por qué enfadarse, hombre. Ah, que dice mi creador que si ya es definitivo lo de los huesos de Don Miguel de Cervantes, que él hizo una apuesta muy fuerte por el NO y se juega mucha pasta ahí.
Le dices a tu creador que se puede ir a tomar por culo, que yo tengo sueño… Pero, ¿qué es lo que suena? ¿Esa música?
Soy yo, que llevo los cascos y se me olvidó quitar la música. Es Wuthering Heights, la canción de Kate Bush… Heathcliff, it’s meeee–Cathyyyy. I’ve come home now. I’m so coooold! Let me in-a-your windoooow. Deformación profesional, ya sabes.
No, yo no sé nada… ¡Cállate y lárgate de una puta vez, hostia, que tengo sueño!
Y Banquo se va, sale raudo de la estancia sin atreverse siquiera a utilizar la puerta. Su siguiente visita, la Biblioteca Municipal: tiene que devolver El Vizconde Demediado, de Italo Calvino, antes de las 9 de la mañana. Da gracias cada día a esa persona que le enseño a leer un día ya muy lejano en aquellos inviernos medievales de las Tierras Altas de Escocia.
Querido Scrooge de nuevo cuño, necesitas saber cómo funciona esto, y éste es un buen viaje sin transbordo alguno en el libro de instrucciones del tiempo.
1) EL FANTASMA DE LAS CORRUPCIONES PASADAS. Felipe III, la María Cristina aquella que nos quería gobernar; el estraperlo promovido por el franquismo; Matesa, Sofico, aquel chabolismo vertical tan horrorosamente hermoso. La transición, ay, la transición, su aceite de colza para aliñarla bien; el cambio, la rosa, con Rumasa, Filesa, Juan Guerra, los GAL, el Petromocho astur, tan de frotarse las manos agrietadas con aquellos miles de millones que iban a venir levitando desde el mundo Saudí; un ánsar de grandes alas sobrevuela el terreno ahora, Gestcartera, César Alierta compra acciones de Tabacalera… Es que estoy Malaya, muy Malaya…
¡Qué cagalera!
“El Señor de los Ladrillos”, Mortadelo y Filemón explicando la alta rentabilidad de la arcilla cocida…
Nos teletransportamos, huimos de todo esto. ¿Lo ves? ¿Pasó algo? Nada, aquí seguimos, no sufras, que el amor de tu vida no estaba aquí, o puede que sí… Quizá sean sólo paparruchas sin más. Sigamos. Toma mi mano.
2) EL FANTASMA DE LAS CORRUPCIONES PRESENTES. Pokemon (X, Y, Mega Evolution), Hasta la Gürtel y más allá; Bárcenas, que tiene un asunto entre manos que, si sale bien, mojáis todos; siguen los Borbones sacando de su burbuja las manos a pacer. Tarjetas Black, opacas sin más, Cajas abiertas al desperdicio, preferentes del infierno… Púnica, una guerra lejos de Roma y Cartago, los mercenarios de las comisiones ilegales… Todo es verdad, salvo algunas cosas, que son las que publican los medios de comunicación, en directo, en diferido, con alevosía matutina y cachondeo vespertino. ERE tú como el agua de mi fuente (¡y tú más!). Gira la puerta gira, en el despacho infinito, con sobres que ahora llegan, con sobres que se han ido… ¿Lo vas viendo? ¿Te compensa tanta honradez, Scrooge del pijo? Agárrate bien ahora, que nos vamos al futuro. Vamos a decirle cuatro cosas bien dichas a aquella chica de Neutrex, la de la peluca blanca, la que malgastaba oxígeno en un puto detergente…
3) EL FANTASMA DE LAS CORRUPCIONES FUTURAS. Se ve todo muy gris, ¿verdad? Ya no existe la corrupción como significante, ahora se denomina actuación inherente en interés de la población (las cosas de la semántica pura, ya sabes). Ves, en aquella fábrica guardan todas las variedades de oxígeno que Neutrex ha ido creando, todas las patentes. Ya no hay agua gratis, la limpieza ya no se estila, sobrevaloramos su necesidad en el pasado, dicen… Ahora, suelta mi mano ya y… “No me mires, no pienses más; no preguntes, no quiero hablar. No te arrastres, ¡te gustará! Es mejor dejarte llevar.”
Recuerdo que, nada más salir de su casa, nosotros, el Aníbal y yo, esperábamos en el portal, y no subimos porque íbamos con mucha prisa, que quedaba sólo media hora para que empezara el partido y ya se sabe, los atascos de última hora y todo eso… Sí, sí, al grano, al grano, vale. Pues eso, que no hizo más que llegar abajo, y va y nos dice, el Antonio, ya saben, el otro colega, “¡hostias, si me he dejado las llaves puestas por dentro!”. Claro, no había tiempo para intentar lo de la tarjeta y todo eso, y menos para andar esperando allí a que llegase algún cerrajero de urgencias, de esos de veinticuatro horas. Ya trataríamos de solucionarlo a la vuelta del partido, que la UEFA nos estaba esperando y estábamos realmente nerviosos. (partidazo, sí. Un ambiente como nunca se vio. Saca el corner Lacatus y gol de Bango… 1 – 0).
Lacatus saca el corner
Para celebrarlo en condiciones, y aprovechando que era San Mateo, ¡qué cojones!, decidimos irnos de copas, y como estaba todo hasta arriba de gente, más de diez mil del Génova, nos metimos en un bar en el que nunca antes habíamos entrado. Nos emborrachamos con unos cuantos desconocidos hasta casi perder el control. (Las copas, ay, las copas, que una acabada llama urgente a la siguiente; tienen imán las muy cabronas, que lo sé yo). Pero no es éste el momento de la venganza, y menos aún cuando, al parecer, me encuentro entre los sospechosos. No recuerdo casi nada, pero sí sé que yo no lo hice… Intentaré hacer memoria.
Nada. Es como ese lenguaje que utilizan los yonquis cuando viajan en un autobús urbano cualquiera en busca de su particular botín. Nada. Se vuelven trascendentes, filosóficos, casi gritando a los cuatro vientos su tremenda impotencia vital. Atemorizan inconscientemente a las señoras que vienen cargadas de la compra.
Kurt Cobain & William S. Burroughs
Lo dicho, nada; nada de nada. De pequeño, tendría yo unos once o doce años, fui al cine de mi pueblo con unos amigos – la costumbre de todos los domingos, no importaba la película, que a esas edades todavía carecíamos de vanas pretensiones cinéfilas – a ver ‘Nueva York bajo el Terror de los Zombis’. Puro masoquismo visual que me impidió dormir en condiciones más de una semana. Recuerdo una escena en la que un zarrapastroso muerto viviente agarraba fuertemente por el cuello a una indefensa chica mona, que gritaba realmente asustada, para acercar su ojo – no recuerdo si el derecho o el izquierdo, y, la verdad, este dato no tiene relevancia alguna, pero es que yo soy muy tiquismiquis con estas pijadas – … eso, a lo que iba, que acercaba su ojo a una astilla que sobresalía amenazante del marco de una desvencijada puerta, lentamente, recreándose en todo aquel inhumano sufrimiento. La astilla se clavó hasta lo más hondo de su globo ocular. El cabrón del zombi, sabiéndonos ya con los ojos desorbitados, con el pulso a más de ciento cincuenta y las pupilas dilatadas por el terror más absoluto, dio marcha atrás al cuello de la bella señorita hasta desencajar por completo aquel ojo azul – vaya, ese detalle sí que lo recuerdo. Es curioso… -. Pues eso, a lo que iba, a lo de los yonquis. ¿Que a cuento de qué viene todo este rollo? Déjenme explicarme, que llegar llegaré, seguro. Un poco de paciencia. ¿Podrían darme otro cigarrillo? Gracias, muchísimas gracias. Lo estaba dejando. Es más, ya llevaba nueve días sin encender un puto cigarrillo, pero ahora, no sé, la tensión, la ansiedad que me provoca esta extraña situación. ¿Saben?, mañana tendría que hacer un examen en la facultad… Ya, ya, ya lo sé… Al grano. Ya voy… Cogimos el autobús para ir al campo. Todo el mundo con sus bufandas, con sus banderas y camisetas del equipo, preparados para disfrutar de nuestra primera comparecencia europea. Y allí estaban aquellos tres. Todo dios callado y atento al colmo del surrealismo que manaba de su conversación. Que si el Julio se había comprado unos playeros de cincuenta talegos – ¡ja! -. Que si la última vez estaba demasiado cortada. Que si el peluco del Matías era de oro, aun así el temblor me obliga a sentarme, que llevo día y medio sin ponerme. Recordé la escena de la astilla en el ojo de aquella chica rubia de ojos azules. Cerré los ojos e imaginé por un momento que aquel autobús no pararía nunca, y que aquellos tres heroinómanos se iban a comer todas nuestras vísceras mientras nuestro equipo ganaba por goleada a esos malditos italianos – no es que tenga nada en contra de los italianos, pero, como ya sabrán, esos malditos cabrones siempre ganan todas las putas competiciones europeas, que si el Inter, el Milán, la Juve, el Parma… qué sé yo -, y, eso, nosotros sin hígado, sin cerebro, sin páncreas… sin poder haber visto el partido. El Aníbal me despertó de mis ensoñaciones – mi padre siempre me decía que me pasaba todo el día soñando despierto – de un codazo en mi antebrazo; “mira a ése, tío”, me dijo sonriendo. Uno de los yonquis se acababa de sentar en el suelo, ¡en el puto suelo del autobús! “Qué gentuza”, pensé yo, “no son capaces de tener ilusión por nada, con todo lo que se estaba jugando nuestro equipo y ellos allí, a su bola, sólo pendientes de conseguir su dosis del día, luego a dormir, y al día siguiente más de lo mismo”.
Creo que fue Antonio el que propuso lo del puti-club, y digo ‘creo’ porque no estoy del todo seguro. Todo se había vuelto oscuro, muy oscuro. Es como esa niebla que repentinamente se instala frente a tu campo visual y a duras penas te deja seguir tu camino. A pesar de la borrachera, aún no había encendido un solo cigarrillo. Ni siquiera me había acordado de comprar tabaco, ni de pedirle algún pitillo al Aníbal, que fumaba compulsivamente uno tras otro, como cada vez que salíamos de marcha. Lo estaba consiguiendo, pensé yo de repente mientras nos dirigíamos los cinco a la parada de taxis más cercana. (No fumar, no verme atado al puto tabaco. ¡Demasiao!) Sí, éramos cinco, aunque ahora no recuerdo el nombre de aquellos dos que se nos unieron al salir del bar… Esperen… Sí, Pepe, me parece que uno de ellos se llamaba Pepe, bajito, pelo cano, con barba de varios días. Sí, sí, Pepe… Nos venía contando que su mujer era enfermera, y que esa noche tenía guardia en el hospital, lo que aprovechaba él para salir por ahí a su aire. Tenía bastante coca, y un mogollón de pasta en la cartera. ¿Que cómo lo sé? Porque preparé unas rayas en los aseos del bar, y él me entregó su cartera para que yo cogiese un billete e hiciese un canutillo para luego esnifarlas. Sólo había allí billetes de cinco y diez mil pelas. Un buen taco, bien gordo. Pagó, ahora lo recuerdo, la cuenta del bar, la de todo dios, y dijo que también pagaría él lo del puti-club. ¿Que si me suelo meter coca? No, no, qué va. Casi nunca tengo pelas, y sólo lo hago muy de vez en cuando, cuando alguien invita. Además, aquella noche, entre los tres… el Aníbal, el Antonio y yo, no debíamos tener más de tres o cuatro talegos para gastar. Ya saben, la dura vida del estudiante, del eterno estudiante. ¿Puedo?… Gracias. Ya le compraré un paquete de Winston cuando salga de aquí, que se lo estoy fumando yo todo.
Fuimos al puti-club en dos taxis. Debían ser casi las cuatro de la madrugada, o por ahí. Era la primera vez que yo entraba en aquel club, y me fijé muy bien en todo. Era un día de semana, y había más putas que clientes a esas horas de la noche. Tenían puesto en las pantallas de televisión un canal de esos musicales, y me senté en un taburete a ver un video-clip de Skunk Anansie… es un grupo inglés, con una cantante negra llamada Skin que se rapa la cabeza al cero… Ya, ya, pensé que igual les interesaría, o que quizá me preguntarían… qué sé yo.
El club no era demasiado grande, el espacio, me refiero, aunque eso ya lo sabrán ustedes. No, no, yo no estoy insinuando nada, jefe, sólo supuse que ustedes habrían tenido que actuar allí en alguna que otra ocasión, no sé, alguna redada, alguna pelea, y así me ahorraría yo las descripciones y todo ese rollo. Ya, es verdad, igual veo demasiadas películas… Perdón, lo siento… procuraré no pasarme de listo. Entendido. ¿Las putas? La mayoría eran sudamericanas, muy jovencitas, algunas se podría decir que casi niñas. La cocaína me había despejado un poco el pedo, aun así, casi no podía beber la copa de ron que amablemente me había traído Pepe. Tragos muy pequeños para luego olvidarla casi conscientemente sobre la mesa. Se nos fueron acercando algunas chicas. Al Aníbal se le veía tremendamente animado con una. Estábamos justo al lado de la entrada a las habitaciones. (Lo sé porque de aquella puerta no hacían más que salir señores acompañados de chicas.) Una, llamada Andrea, supongo que sería su nombre de guerra, ¿no?, se acercó a hablar conmigo. Me dijo que era de Colombia, y cada vez se iba insinuando un poco más, pero yo no tenía ni las ganas ni el dinero suficientes como para irme con ella a la zona reservada al folleteo, aunque, como tampoco había muchos clientes, parecía estar a gusto charlando conmigo. Pepe se ma acercó y me dijo que no me preocupase, que si tenía ganas de tirarme a aquella tía él pagaría. Le respondí que no, que estaba bien allí tomándome mi copa – le di un trago para así ratificar mi respuesta -, y él se metió allá adentro con una brasileña de grandes tetas. Transcurridos diez minutos, me di cuenta de que yo era el único de los cinco que no había sucumbido a la tentación de follarme a alguna de aquellas putas. No sé, me estaba dando un poco el rollo ese de lo políticamente correcto, que si la explotación de aquellas pobres chicas y todo eso. Andrea, que se había largado unos minutos antes a hablar con uno de los camareros, regresó a mi lado y continuamos con nuestra anterior conversación. Me puse en plan periodista – pura curiosidad, no se crean -, y ella parecía contestar gustosa a todas mis preguntas. Me contó que ella no estaba allí a la fuerza, que era una forma fácil de hacer dinero, y que gracias a ella su familia en Colombia comenzaba a prosperar, a salir de la puta miseria en la que habían vivido generación tras generación. Se fue al baño un momento, y se me acercó una brasileña, sin contemplaciones, “¿quieres follar conmigo?”; “no”, le respondí yo muy seguro de mi mismo; “no serás maricón, ¿verdad?”, prosiguió ella mientras Andrea regresaba ya del servicio dirigiéndose otra vez a mi posición. No me dio tiempo a contestar a semejente insinuación, ya que la propia Andrea le envió a la brasilera una de esas miradas asesinas que son capaces de alejar a cualquiera. Eso me hizo sentirme bien. No me molaría nada tener que esperar allí yo solo a que mis cuatro colegas nocturnos acabasen cada uno de ellos con sus respectivos polvos. En ésas estaba cuando la vi. Salía del reservado con un paisano de unos cincuenta y pico años. Se me vino todo el mundo encima. Tenía que pensar algo, y rápido. No sé, acercarme a ella y decírselo directamente, para que se ocultase. Pero ella no me había visto, y ahora estaba tomando una copa invitada por el señor que acababa de salir con ella del reservado, tan tranquila. Andrea notó mi repentino nerviosismo, y yo no sabía qué decirle. Joder, ya no hubo tiempo para más, el Aníbal salió de allí con su puta y, para más inri, va y se dirige hacia la barra con ella… y se da de bruces con su madre, que se suponía estaba cuidando por las noches a una señora inválida desde hacía siete meses. Mi amigo salió disparado en dirección a la calle, su madre, Teresa, detrás de él, y yo a continuación, sin saber todavía por qué, ni para qué. Una reacción instintiva, supongo. Yo no la maté, y pondría la mano en el fuego por mi amigo Aníbal. Sí, sí, estaban discutiendo afuera, a gritos. Hacía bastante frío y ella estaba allí, en bragas y sujetador, frente a su hijo, diciéndole no sé qué sobre su hermano. Yo no sabía siquiera que el Aníbal tuviese un hermano… Ya estaba a punto de llegar a su altura, sin saber todavía qué coño hacer, en plan pacificador para tratar de evitar que aquella discusión materno-filial derivase hacia otro tipo de violencia más explícita, pero una mano me agarró fuerte de mi hombro derecho obligándome a darme la vuelta. Era uno de los matones. No me dio tiempo ni a abrir la boca, porque el tío aquel me soltó una hostia de campeonato; con esa aún fui capaz de levantarme, no así con la segunda, que me dejó ya inconsciente para un buen rato. Y ya no recuerdo nada más. Tan sólo pude hablar con el Aníbal ayer, diez minutos, aquí, en comisaría, antes que que el entrase para que lo interrogaran. Su hermano, un heroinómano que vivía en Madrid, estaba desintoxicándose en una clínica privada que costaba un huevo y la mitad del otro… Lo que yo decía, el terror de los zombis, lo del ojo de aquella chica rubia y la astilla… una puta mierda… ¿Creen que podré estar fuera para las ocho y media? Es que hoy es el partido de vuelta de la UEFA. Ya, ya sé que es casi imposible que pasemos, a pesar del uno a cero, pero siempre queda la posibilidad del milagro, aunque en Italia, ya se sabe, los árbitros que se acojonan y barren para casa, además de esa puta suerte que tienen siempre pegada a su puñetero culo. ¿Le importa que le coja otro cigarrillo?
Los tonos blanco y negro, ese viaje cromático en pendiente hasta los grises más profundos… ¿Por que siempre decían, cuando yo era pequeño, que los sueños eran en blanco y negro? Como me dio por trasnochar un poco, con tan sólo 14 años de nada, para poder ver cada noche Cine-Club en La 2, llegué incluso a pensar que los sueños no eran más que películas dirigidas por Ingmar Bergman, o por Kurosawa, hasta que hice una parada plano-secuencia en Berlanga. Desde ese instante, empecé a dormir a pierna suelta
Tinky Winky, Dipsy, Lala, Po… they walk in silence and don’t walk away… in silence.
Through the streets, every corner abandoned too soon… but, you know, in Benidorm there are melons, and they are called Fiesta Melons, for no reason at all, just because they are from fucking Benidorm, mates!!
Fiesta Melons by Sylvia Plath
In Benidorm there are melons, Whole donkey-carts full
Of innumerable melons, Ovals and balls,
Bright green and thumpable Laced over with stripes
Of turtle-dark green. Choose an egg-shape, a world-shape,
Bowl one homeward to taste In the whitehot noon :
Cream-smooth honeydews, Pink-pulped whoppers,
Bump-rinded cantaloupes With orange cores.
Each wedge wears a studding Of blanched seeds or black seeds
To strew like confetti Under the feet of
This market of melon-eating Fiesta-goers.
(Is this your confusion or just my illusion?
DON’T YOU SEE THE DANGER, YOU PRICK!!??)
Anyway, at the end of the day, it’s a beautiful one, indeed… Absofuckinglutely!!
El cuerpo me pide aprender japonés. Viajar, ver mundo. ¿Para qué cojones sirven unas vacaciones si no? Pero no, no es a Japón precisamente. Estos chicos rusos que se parecen bastante a los que cantan más arriba, y que responden por el nombre de Motorama, os dan una pequeñísima pista.
(Budapest in your eyes, blinking through the night.)
Tan sólo llevo dos míseros meses como blogger. Poco tiempo es, la verdad, pero soy afortunado. Me explico, en este tiempo me han seleccionado para seis premios (que, en realidad son tres, ya que, casualidades estelares, me han otorgado la misma distinción dos bloggers distintxs en cada categoría.) No tenía nada claro qué era esto de los premios, en qué consistía, para qué servía. Tras informarme, observar, leer, digerir, veo que estos premios son aún mejores que los oficiales. sirven para conocernos, para que nos leamos y conozcamos nuestras letras, afinadas o no. ¿Que puede haber mejor que eso, no? Sé que si éste fuese un premio oficial que me tuviese que entregar, no sé, el ministro Wert, por ejemplo, lo rechazaría al instante, como mucha otra gente inteligente y digna ha hecho con anterioridad. Eliminada esa pátina de hipocresía de los premios al uso, paso ahora a enumerar cada uno de ellos y a seleccionar a camaradas bloguerxs en aras de distinguirlos también. Vamos por orden cronológico:
BLACK WOLF BLOGGER AWARD
Me seleccionaron con tal distinción dos bloguerxs a los que sigo con pasión casi reverencial, Andrés Cifuentes, versátil y certero desde su Ojo Crítico; y, dos días más tarde, bellaespíritu, desde Argentina para el resto del mundo; de la cual aprendo casi cada día.
NORMAS
La distinción conlleva agradecer al blog del que proviene
Publicar el logotipo del premio
Nominar a su vez a quince blogs de WordPress a los que debe notificarse debidamente.
(Por descontado, nada es obligatorio, faltaría más. Más que normas, serían puras recomendaciones opcionales)
Pues nada, difícil elección. ¡Enhorabuena a todxs!
Next in line… PREMIO DARDOS
En esta caso, tuve el honor de haber sido seleccionado por dos blogueras de lujo, Zcoer, desde su hermosa sensibilidad, y La Sabrosona, bipolaridad Spanglish en toda su extensión, a veces divertida, en ocasiones seria y siempre un placer leerla. Para las reglas, una fotaca… y en inglés, que no se diga.
Y, por último… VERY INSPIRING BLOGGER VERSIÓN CHANGUITO-FLOWER
Al parecer, fui «very inspiring» para dos grandes escritorxs, Danielagzn, valiente, arriesgada… toda una aventura para los sentidos poder leerla; y Daniel Centeno, cuyo universo es altamente recomendable para cualquier persona de bien que aprecie el arte de escribir. (Curiosamente, coinciden en nombre, uno masculino y el otro femenino, claro, y también en nacionalidad. Parece que el ALSA conectó directamente con tierras mexicanas.)
Mi labor, ahora, consiste en otorgar esta distinción a diez personas, lo cual paso a hacer acto seguido:
SELECCIONADXS (ORDEN SIN IMPORTANCIA,NO ES UNA CLASIFICACIÓN, REITERO)
Una mención especial a Icástico, que me había mencionado en un post sobre un premio (creo que era Liebster Awards o algo similar) y que creó una disertación brillante sobre lo que significan (y no significan estos premios). Seguidlo, merece mucho más que la pena.
And that’s been all for now, folks!! Dura tarea la de tener que elegir entre tanto horizonte tan bien aprovechado… Os dejo con este tema del siempre atento Aviador Dro. Ya sabéis, bloguear es nutritivo, no lo dejéis. Nos vemos y nos leemos.
La única vez que me echaron de clase, con toda la razón de las galaxias, he de reconocer, fue en una lección de Filosofía. Yo, hasta aquellos días, había sido un niño la mar de bueno, el más obediente de mi casa (poco mérito, no penséis mal, que siempre he sido hijo único) – llegados a este punto, justo sería reconocer que nunca fui un empollón o un pelota, o un mísero chivato, al contrario, era capaz de llevar la omertá hasta el infinito de mi pueblo y más allá del Pajares…
A lo que iba, que divago, que miro por la ventana y estoy viendo al santo saludándome desde una nube con forma de avestruz.
Estábamos ya en la última evaluación, 3º de BUP, repasando algo de Ética con Charo, una profesora interina (por aquel entonces creo que se llamaban penenes por PNN – Profesores No Numerarios) muy joven, muy maja, muy buena, muy divertida dando clase. Como tengo más bien poca familia, a pocas bodas había ido hasta entonces, a lo sumo tres o cuatro, pero aquélla fue un despertar, un gigantesco paso del umbral. (¿Me sigo perdiendo, verdad? Do not worry, que al final todo concuerda en este puzzle tridimensional.) Acelero. El fin de semana anterior me había ido yo solo, sin padres vigilantes, a Briviesca, un pueblo de Burgos, que allí se casaba Fernando, un primo de mi madre, con una lugareña muy hippy, demasiado libre para los estándares de 1983, que no todos veíamos La Edad de Oro, rediós. Volví de aquel evento, lógicamente, siendo otro tras haber pasado las madres putativas de todas las resacas inventadas hasta aquella fecha, tras haber probado todo lo que se me ofrecía sin dudarlo ni un instante siquiera. Llega el lunes. Ni me molesto en desayunar porque mi estómago aún seguía en la fase de centrifugado. Voy a clase. La primera hora pasa casi desapercibida, que el de Lengua también estaba resacoso y nos dijo, “¡hala, a repasar, que hay mucho que poner al día!”, y con las mismas bajó la persiana que estaba al lado de su mesa, se sentó en su silla y se durmió en cuestión de segundos. No le hicimos ni puto caso, claro. Dormimos al igual que él, con nuestros ojos abiertos, intercambiando algún gesto cómplice entre los más afines. Segunda hora. Filosofía, Charo, con el sobrenombre de Charito Muchamarcha por culpa del Un, dos, Tres. Demasiada ética para una hora tan temprana. La bestia humana. Morir o matar.
Lo supe porque se había instalado un bichito macarra dentro de mí, alguien o algo me lo había contagiado en Briviesca el fin de semana previo. Diez minutos de clase pasaron y yo ya iba camino del despacho del Jefe de Estudios, Julio. Sí que nos daba miedo aquel hombre. Su gesto, su manera de hablar tan pausada, mirándote fijamente a los ojos sin pestañear siquiera nos acojonaba a todos. Llego a la puerta de su despacho en actitud “antes de que tú me mates, prefiero matarme yo.” Toc, toc. No hay respuesta, “¡bien, joder, que no está!” Repito un segundo “toc, toc”, esta vez más confiado, creyendo de veras que no se encontraba Julio, el enterrador, en su despacho.
¿Sí? Pase, pase.
Eehhh… Hola, bue-buen-nos días. – un hilillo de voz tenue, muy tenue.
Hombre, Yebra, ¿a qué se debe su visita? – cara y tono de sorpresa.
Es que… Bueno, es que, a ver… Es que me ha dicho Charo que viniese aquí.
Pero, ¿pasa algo? ¿Algún problema?
Bueno, no… Sí, sí. Es que… es que me acaba de echar de clase.
… … … – uno de esos silencios que pueden incendiar un pueblo entero.
Es que me puse a tararear una canción.
Siga, siga…
Óscar, el de mi clase, que me dejó la semana pasada el disco ese, Tubular Bells, de Mike Oldfield, y no me lo puedo sacar de la cabeza.
¿Y?
¿Y?
¿Que qué más, que sólo por eso no creo que le haya expulsado de clase?
Bueno, no sé… Sólo le dije “chao, Mayra”… dos… o tres veces.
¿Y le parece bonito? ¿Cree usted que ella desconoce el mote que ustedes le han puesto? ¿Que yo desconozco el mío?
No, no. Claro que no. Es que se me escapó, de verdad… No lo vuelvo a hacer más, lo juro.
Me parece muy bien. De momento se queda usted en el recreo aquí conmigo, que le voy a dar tarea.
Es que…
¡Ni “es que” ni nada! Una frase que empieza con “es que” es siempre una excusa. Venga, le veo luego. Cierre la puerta al salir.
Sigo su orden al pie de la letra. Antes de soltar el pomo de la puerta, escucho asombrado como empieza a tararear él mismo ese “tititninininoninoninonini” del Tubular Bells, ¡incluso dice impostando su voz, “grand piano”! “Joder, si hasta es un cachondo y todo”, pienso antes de irme de allí con una sonrisa gilipollas en mi cara.
La excusa del último “es que” era que teníamos partido de baloncesto, de los del campeonato interno por grupos que nosotros mismos organizábamos. Me lo perdí. Mi castigo consistió en ayudarle a ordenar papeles en su despacho. Para que la labor fuese más llevadera, puso el Tubular Bells en su tocadiscos estereofónico marca Cosmo (sí, así es, tenía uno en su despacho, y varios discos en una estantería). Pocas frases intercambiamos. No era necesario. A veces los gestos, las actitudes también sirven como consejo, como exorcismo incluso, que la banda sonora aportaba ese plus tan divertido como innecesario.
Me lo encontré años más tarde una mañana gris de invierno cuando ya estaba yo cursando tercero de Filología Inglesa. Por entonces él ya vivía en Oviedo, que había pedido el traslado desde Cacabelos un año antes. Nos tomamos un café y charlamos muy distendidamente entre el humo apestoso de varios Ducados, sin la distancia lógica de aquellos días de instituto.
Me alegra que te vaya también, Jose.
Bueno, podría ir mejor, para qué nos vamos a engañar.
Pero vas remontando, y acabarás la carrera, seguro.
Eso espero.
Un apretón de manos, y adiós para siempre. Nunca más me volví a cruzar con él. Se ha quedado olvidado entre los surcos del Tubular Bells. Hasta tenía cierto parecido físico con Mike Oldfield… ¿O era con el Padre Karras?
Julio, el Jefe de Estudios, ¿habrá cavado un túnel desde Asturias al infierno…? ¿Se reirá ahora como un disidente?
Si los de Mecano hubiesen conocido el refresco que se creó en mi pueblo, Cacabelos, hace ya muchos, muchos años, su rima consonante en aquella canción, ripio legendario donde los haya, habría cambiado poco, la verdad; si acaso, el jamón por la bebida autóctona de zarzaparrilla, más conocida como ColaYork.
“Me voy a Nueva York,
y los refrescos son de ColaYork.”
Antonio Díaz “Guerra” sí que la podía haber tarareado mientras paseaba a buen ritmo por la Quinta Avenida.
Puede que Antonio Guerra fuese el único habitante de todo El Bierzo que viajaba habitualmente a Nueva York en los años 20 y 30 del siglo pasado. Era de aquélla un viaje largo, muy pesado, de varias semanas de aburrida travesía marítima. Me lo puedo imaginar en medio de aquella locura que supuso la enmienda XVIII a la Constitución de los Estados Unidos de América, la Ley Seca, moviéndose como pez en el agua entre las mafias de Nueva York, de Chicago, de Atlantic City. Cuenta el escritor Raúl Guerra Garrido (cuyo padre era primo segundo del propio Antonio Guerra) lo que leyó una vez hojeando un cuaderno de la familia, «En el cuaderno del abuelo, con una letra más menuda de lo habitual, un inesperado informe sobre una por entonces exótica bebida llamada Coca-Cola: es zarzaparrilla. Refresco de zarzaparrilla que si llaman de cola es en virtud de un aditivo.” Entonces, ¿se hizo Antonio Guerra con ese aditivo, con la fórmula secreta de la Coca Cola? A mí me gusta pensar que así fue. Puedo imaginarme al señor Guerra haciendo negocios con un Al Capone o un Lucky Luciano cualquiera y, tras varias intentonas, con engaños y sobornos varios, guardando en el bolsillo interior de su abrigo de lana la tan codiciada fórmula… O no, puede que sea tan sólo mi imaginación cinematográfica, y que en Cacabelos diesen con una fórmula casi exacta a la del propio gigante americano (no conviene olvidar que el propio Antonio Guerra era un industrial farmacéutico con una gran visión de futuro, lleno de ambición.)
Julio de 1958, oficina de J. Paul Austin, todavía Vicepresidente ejecutivo de la corporación de exportaciones de Coca-Cola – un año más tarde llegaría al puesto de Presidente.
¿Y cómo dice que se llama?
Antonio Guerra, señor. Bodegas Guerra, en Cacabelos…
¡Cacabelos? ¡Qué cojones…? Hmmm… ¡Qué cabrón! ¿Y me dice usted que nadie ha sido sobornado?
Nadie, señor. Hemos investigado a conciencia a todos los nuestros, interrogado desde el primero hasta el último de los ejecutivos que conocen el secreto de la fórmula, y nada.
Pues venga, me da igual. Llame inmediatamente a mis abogados y que empiecen a preparar una demanda contra la ColaYork esa. Guerra… Guerra… Si quiere guerra, la va a tener, vaya si la va a tener – El tal J. Paul Austin hablaba perfectamente castellano y francés, además de inglés, lógicamente.El gran gigante, Coca Cola, se prepara a conciencia para demandar a Antonio Guerra, propietario de las Bodegas Guerra de Cacabelos, por comercializar una bebida, ColaYork, cuyo sabor es sospechosamente idéntico al de la Coca-Cola. Temen que en uno de sus múltiples viajes a Nueva York, el propio Antonio se haya hecho de manera ilegal (o no) con la deseada fórmula del refresco más famoso (y más mentiroso también) del mundo. El gran coloso tiembla, y con un ligero estornudo acabará de un plumazo con ColaYork.
Cuando era pequeño mi madre siempre me contaba que antes de ser peluquera (se fue a Vigo con 18 años a aprender el oficio en una peluquería de unas amigas de mi abuela) había trabajado en las Bodegas Guerra lavando botellas. El agua fría dejaba sus manos entumecidas en aquellos inviernos tan duros de Cacabelos. Yo recuerdo los inviernos de mi infancia. Salir de casa en dirección al colegio corriendo y, siempre que había ocasión, resbalando con puro equilibrio y precisión sobre los múltiples charcos congelados que me encontraba de camino. Las piernas amoratadas, que de cintura para arriba iba muy bien abrigado, incluso con verdugo y bufanda, pero, ¡ay!, el pantalón era corto, demasiado para la temperatura bajo cero que dominaba casi todo el invierno. Entre otras muchas razones, mi meta era llegar a los diez años de edad para poder llevar pantalones largos con el fin de que mis pobres piernas no quedasen nunca jamás negativamente discriminadas ante el frío.
Siendo yo muy pequeño, recuerdo haberme cruzado con el señor Antonio Guerra, muy elegante su gabardina de cinto y su sombrero de fieltro, ya encorvado, muy sonriente y siempre con un saludo amable para mi madre o mi abuela y un pellizco en los mofletes para mí. Recuerdo también las vías que recorrían gran parte del pueblo hasta terminar en su destino final, las Bodegas Guerra (hoy en día un supermercado de la cadena Familia). Había carteles de los de contrachapado con la leyenda ColaYork en muchos bares de Cacabelos. Ya no se podía vender, pero allí seguían (y siguen hoy en día), como recuerdo altanero de lo que pudo haber sido pero jamás fue, o si lo fue, tan sólo lo fue por un espacio de tiempo demasiado corto…Al final, hace ya más de 50 años, Bodegas Guerra fue denunciada por plagio nada más y nada menos que por la central de Coca-Cola en Estados Unidos. Los yanquis decían que el refresco berciano ColaYork tenía el mismo sabor que la Coca-Cola original. ¿Qué pasó, pues? Lo que siempre ocurre en estos casos, que el gigante trata de eliminar al pequeño “advenedizo” de un certero pisotón, y tras varios pleitos, la gran compañía no logró su objetivo de machacar al señor Guerra y su Colayork. Se podría incluso decir que Coca-Cola sólo logró en parte su objetivo al conseguir que la Justicia condenara al bodeguero berciano «por el uso de un envase similar al de Coca Cola», pero no «por el refresco en sí». Un, a la postre, pingüe triunfo moral. Sí, la Colayork dejó de comercializarse, pero no como se cree por el hecho de que la Coca-Cola hubiese ganado los juicios, sino por el simple hecho de que Antonio Guerra se arruinó, sin más.
Hace año y pico leí con agrado la noticia que contaba que Bodegas Guerra, desde hace un par de décadas dentro de la Sociedad Cooperativa Vinos del Bierzo, S. A. de Cacabelos, estaba estudiando la posibilidad de recuperar a medio plazo el ColaYork (ya han vuelto a poner en el mercado el vermú Guerra, con una gran aceptación e incluso recibiendo premios internacionales de cierto prestigio), el refresco de zarzaparrilla que tanto asustó a la monstruosa multinacional americana. Es bien sencillo, ColaYork, “La Coca-Cola de aquí”, tiene sello propio, y la fórmula para su fabricación sigue siendo propiedad de la bodega, que la tiene bien guardada bajo custodia. Ya no hará falta viajar a Nueva York, y aunque los jamones sigan siendo de York, el refresco de cola ya no necesitara esa ‘coca’ delante para definirlo, bastará con añadir ‘York’ justo a continuación de ‘Cola’.
Aquellos trayectos Ponferrada – Oviedo de finales de los 80 pasado ya el puente del Pilar, tras finalizar la vendimia en Cacabelos. Hasta con ganas de estudiar llegaba a mi destino…
Como no éramos modernos, no utilizábamos tijeras, sino unas navajas pequeñas en forma de hoz. Los cortes en los dedos eran más que habituales. Un poco de jugo de uva, un trozo de hoja de vid y a seguir, tal y como me había enseñado mi abuela. Mi tío Amador, que hacía de cachicán, el que manda mucho y trabaja poco, una especie de capataz, me decía que lo mejor era mear directamente sobre las heridas. Él lo hacía, pero yo no me veía chorreando mi “lluvia dorada” sobre la carne recién abierta, llena de sangre que no paraba de manar, no era de “Milana” y menos de “bonita.” Ocho horas, diez, doce, catorce… puro agotamiento. Recuerdo aquellas empanadas de pulpo, de sardinas, de carne… que mi abuela cocinaba la noche anterior. Un buen trozo ente dedos pegajosos, negros, mezcla de sangre y zumo de mencía. Buscar cada tarde un rincón para cagar de campo, una placentera sensación que se veía enturbiada al final por la rugosidad de las hojas de vid al limpiarse una vez expulsadas todas las sobras del cuerpo…
Luego estaba el trabajo en la Cooperativa Vinos del Bierzo, el cual desempeñé durante cinco años en época de recolección de la uva. Ganarse un buen dinero para pagar parte de los estudios en Oviedo… (bueno, y para disfrutar bien de la noche, para qué nos vamos a engañar.) Las orujeras, a cinco metros bajo tierra, aquella peste insoportable cuando llegabas a las ocho de la mañana y bajabas por aquella escalera de madera, con una mascarilla puesta, y ver caer por aquella trampilla hora tras hora todos aquellos restos de los racimos, a toda velocidad, sin pausa, y tú corriendo a hacer montones para luego apilar toda aquella masa de una manera más o menos uniforme… A veces bajaban paquetes de tabaco, plásticos, guantes… pero como nos decía el jefe, “da igual, que de todo se saca orujo al fermentar.” El trabajo en la bodega era mucho más cómodo, la verdad, esperar pacientemente a que se llenase una cuba y cambiar la manguera para que se empezase a llenar la siguiente… Al llegar cada noche a casa, una cena ligera y a ver un poco la tele en modo zombi (sólo dos canales, recordad… y, en mi caso, sin mando a distancia). La apagaba de muy mala hostia cuando salía aquel anuncio que rezaba “por fin llegó la cosecha, llegó la cosecha hermano, que ya parieron sus frutos, regadíos y secanos”, porque me parecía ofensivo, atentaba contra mi dolor de espalda, de brazos, de piernas…
Recuerdo ahora mi último viaje de Ponferrada a Oviedo tras finalizar una campaña de vendimia: un autobús vacío, ya parado en la estación, y un conductor dándome voces, “¡chaval, que ya llegamos!”… “Imposible, si me acabo de subir”, y mirar acto seguido mis manos y pensar, “¿cuánto tiempo tardarán en volver al modo estudiante?”
Empieza la vendimia en mi pueblo. “¡Viva el vino!” (del Bierzo, que se le olvidó decirlo…)