“Quizás viajar no sea suficiente para prevenir la intolerancia, pero si logra demostrarnos que todas las personas lloran, ríen, comen, se preocupan y mueren, puede entonces introducir la idea de que si tratamos de entendernos los unos a los otros, quizás hasta nos hagamos amigos” – Maya Angelou
– Ramírez… ¡Ramírez! ¡Ramírez, coño! ¡A qué cojones estamos, eh? Venga, a su puesto que hay faena. Y vosotros, venga, a soltar ya por esas boquitas que no estoy yo hoy pa’ muchas hostias en vinagre, que tengo que llegar a casa antes de que amanezca.
– No es más que un simple malentendido, señor comisario. Deje que le explique… Es muy sencillo. Hace ya un tiempo pusimos un anuncio en una página de Internet. Se trataba de conseguir unos camellos, tres en concreto, para mí y para mis dos camaradas. Allá, donde nosotros vivimos no hay camellos… La verdad, ni siquiera hay animales de ninguna clase. Bien, pues nos contestaron muy amablemente unos señores desde Colombia. No, no nos fiábamos demasiado, pero ya sabe, las prisas y todo eso, ¿no? Esos señores, si es que así se les puede llamar, nos cambiaron nuestros sacos, nuestra mercancía. Eso es todo.
– ¿Eso es todo? ¡Eso es todo? ¡¡Cagondios!! ¡No me toquéis los cojones… No me toqueis los cojones!
– No se enfade, buen hombre, ni diga esas palabras tan feas, que allá arriba pueden enfadarse, y luego… Vamos a ver, se lo voy a explicar todo más detalladamente, para que pueda usted entenderlo. Nosotros venimos aquí – obviamente no me estoy refiriendo a la comisaría – eso, que nosotros venimos aquí todos los años, en esta misma fecha, y eso desde hace ya muchos, pero que muuuuchos años.
– Joder, acabáramos, si son los Reyes Magos de Oriente, ¡ni más ni menos! … … ¡¡¡Cagohastanlaputamadrequemeparió!!! ¡Venga, largo de aquí, a tomar por culo! ¡Ordóñez! ¡Ordoñeeeez, yastá bien de tocarse la puntalrabo, hostia! ¡Venga y llévese a estos maricones a la celda 4!
– ¡Pero… es verdad, nosotros somos los Reyes Magos! Mire, no es más que nuestra misión, la que se nos encomienda, los juguetes para los niños.
– Mirad, me estáis jodiendo la noche, pero que muy bien jodida. ¿Tengo yo cara de gilipollas? ¿Acaso tengo yo cara de gilipollas, o qué? Los juguetes, los juguetes, ¿y las sesenta mil pelas que me he gastado yo este año en los putos juguetes, que? ¿Y los del año pasao…?
– No, no, si eso es así, tal como usted lo dice; pero no se confunda usted, nosotros sólo verificamos, comprobamos, impedimos que se extravíen, que se pierdan en el vacío cósmico.
– ¿… …? (comisario con cara de póker mirando fijamente a los detenidos mientras la ceniza de su ducados cae sin remisión sobre la ficha del portavoz de aquellos, él al menos así lo cree, pirados)
– Nosotros sólo actuamos, sólo somos parte del juego… un movimiento más de la partida. Venimos de Rejatoleigikan, un planeta muy lejano, un millón de veces más grande que éste, el suyo. Somos, por decirlo de una forma entendible, su “madre patria” entre comillas. Nosotros os creamos. Dios somos todos nosotros. O, dicho de otra manera, nosotros tres no somos más que tres neuronas de lo que ustedes llaman Dios, o Alá, o lo que quieran en cada caso. Un día, en plena partida, Rimúnides IV, el jefe supremo por aquel entonces, sacó un número primo indivisible por sí mismo, y por culpa de eso les enviaron a Cristo. Fue sencillo, porque sólo hubo que buscar una mujer crédula y un hombre más crédulo aún. Aquí, mi camarada, hizo un buen papel y consiguió que aquella inocente se creyese lo del arcángel… (yo, he de reconocer que me lo pasaba mejor con los egipcios, daban mucho más juego… no sé, ¿usted juega al mus?)
– Hombre, pues sí, con mi cuñao Manolo de pareja, que…
– Pues eso, comparar a los egipcios con lo que dieron de sí los cristianos es como comparar una buena partida de mus con un simple cinquillo. Pero bueno, que me estoy yendo por las ramas. Sólo le digo que si nos encierra ahora aquí, mañana sus hijos no tendrán juguetes, ni los hijos de su vecino. Nadie recibirá sus regalos. Así que usted verá. Ya no depende de nosotros.
– Ramírez, deje de escribir. No se si matarlos directamente a hostias o dejarlos marchar, porque no sé si me estoy volviendo loco, o es que estos tíos se hacen pajas con las orejas. A ver, si no he entendido mal, me dice usted, alteza, que esos sacos cargados de coca, de una coca pura al 94 por ciento, se los han cambiado unos señores que se habían puesto en contacto con ustedes ya que ustedes habían puesto con anterioridad un anuncio en el Internet ese de los huevos pidiendo unos camellos, y en vez de darles unos camellos con joroba y todo, les dan el cambiazo, o sea, que les cambian los juguetes por farlopa de la buena, ¿no es así? Claro que ahora los niños, si no tienen juguetes, por lo menos van a pasarse la primera semanita de colegio bien despiertos, ¿no?
– Le repito, señor comisario, que nuestra labor consiste en una mera verificación. ¿Acaso pensaba usted que en tan pocos sacos podrían caber todos los juguetes? No se haga el inocente ahora, que bien sabe usted que se ha gastado sesenta mil del ala en los regalos de sus hijos. En nuestros sacos iban los códigos de comprobación: Verificar, señor comisario, verificar. Deberían estar ustedes buscando a esos ladrones y no atosigándonos de esta manera tan inhumana.
– Vaya jeta que tienen aquí los Magos estos. No, si al final tendremos que estarles agradecidos y todo. Me habéis pillado hoy de buenas, pero que de muy buenas, hombre. Voy a impregnarme de eso que llaman “espíritu navideño” y os voy a dejar marchar. Me habéis caído simpáticos al final y todo. Hala, circulando, a la puta calle los tres.
– Ese cambio de actitud no es más que una ayuda de Arriba, ya sabe. Nos vamos, pues. Si es tan amable y me entrega las llaves del camión… Muchas gracias… Ah, y dígale a Ramírez y a algunos más de sus hombres que nos ayuden de nuevo a cargar los sacos en el remolque.
– Ah, no. Eso sí que no. Los saquitos, mi Rey, se quedan donde están.
– Usted verá lo que hace. Sin los sacos, no podremos hacer el trueque. No habrá regalos. Será el caos. El fin del mundo, de su mundo… Las tinieblas por siempre jamás. No sabe usted bien el poder que tiene en este mismo momento, más del que ningún ser humano haya tenido con anterioridad. Piénselo bien…
– Joder, tío, vaya rollo que tienes. ¡Pero si se lo ha tragado todo el mamón del comisario!
– Ya te digo. Se me ocurrió sobre la marcha. Éramos tres, un camión, sacos llenos, víspera de Reyes… Cojones, y que de algo me tenía que servir alguna vez el haberme tragado todos los putos capítulos de ‘Expediente X’.
– Y ‘La Guerra de las Galaxias’
– Joder, la trilogía, y más de veinte veces. ‘La Amenaza Fantasma’ no tantas, y ya es un poco más rollo, ¿o no?
– ¿Y viste ya el trailer del ‘Episodio dos, El Ataque de los Clones’? Vaya mierda, colega, si parece un pastelazo de cuidao, que al Lucas le ha dao ahora por el ‘Love Story’, no te digo…
fui valiente
fui cobarde
me acerqué
al infierno
corriendo delante
de las porras
de la policía:
pero eso ocurrió
mucho antes
cuando tenía vida
y gratis
derramaba mi sangre
huyendo
de la escala de grises
de tu caricia.
¿Siguiente?
Yo
Cuarto y mitad del Planeta,
si me hace el favor.
Marchando…
(Y en marcha se pone
la picadora)
¿Se lo paso dos veces
que así lo podrá
digerir mejor?
Ah, sí, gracias,
muy amable.
Quiero planeta
porque rima con maleta,
bragueta,
teta,
paleta,
asceta,
probeta,
Colometa
y fañagüeta. (¡Y con «receta»!)
Si quiere
le explico yo una
con la que se chupará
todos los dedos
uno a uno,
hasta el fondo.
Yo suelo leerlo así,
crudo,
pero admito
otras opciones.
En una olla,
dos litros de orina;
llevar a ebullición
y añadir especias al gusto:
alguna hache, zeta o diptongo,
que los hiatos hoy
están muy baratos,
y la poesía
siempre se bebe fría.
Al acabar el concierto nos fuimos de allí. Había demasiada gente, gente que apuraba su superávit de adrenalina a base de más y más tragos de mezcla de refresco de cola – cualquiera servía – con una bebida alcohólica destilada. El ambiente olía a marihuana, podías respirar su aroma a cada paso que dabas. Teníamos hambre; teníamos sed… y también miedo, porque el calor y la humedad obligaban a la rápida descomposición del pobre Julio, que yacía cadáver dentro del maletero del BMW de Carlos. ¿Por qué cojones se tenía que haber muerto así, tan repentinamente, cinco horas antes del concierto, cuando estábamos tranquilamente en Llanes preparándonos para un viaje hasta Gijón a presenciar el que luego sería el conciertazo del año…?
Ocho horas antes del concierto
En la playa de Barro, al menos unas siete familias almorzaban pollos asados en el chiringuito. A pesar de ser ya el noveno día del mes de septiembre, el calor abrasaba con vehemencia, ayudado por la ausencia de nubes, que permitían al otrora (otrora querría decir en este caso ‘agosto’, el mes traicionero por excelencia)… como iba diciendo, la falta de nubes que permitían al otrora desaparecido Lorenzo desplegar zalamero todos sus recursos aduladores. Teníamos hambre, pero no disponíamos del suficiente dinero para matarla. Un poco de cerveza engañaría gentilmente a nuestros protestones estómagos. ¿Algún porro? No, no merecía la pena, que eso solo serviría para aumentar la intensidad del hambre. Nos conformaríamos con “alimentarnos” olfativamente con aquel aroma de pollo asado que otros podían gustosamente manjar. Julio sí podría, si quisiera, porque Julio era de los pijos, aunque de aquellos que viven en un estado de constante autoafirmación (no sé para qué, la verdad, porque si la vida te ofrece algunas ventajas deberías aprender a utilizarlas en tu propio beneficio. Joder, que nos estábamos muriendo de hambre y aquel cabrón sólo tenía que acercarse a Llanes y sacar unas migajas de cualquier cajero automático. Pero no, el puto orgullo de clase, de anticlase, de vaya usted a saber qué pajas mentales de las múltiples que poblaban la mente del que se había educado interno con los jesuitas… se me olvida por momentos que está muerto y ni eso soy capaz de respetar). Julio nadaba contra las olas. Julio se fumaba un peta… y otro a continuación. Vuelta a la natación. Una rayita de coca, otra de speed… Pero nada de esa nouvelle cuisine con la que en ocasiones nos daba bien la paliza. Hablemos un poco del concierto, pues. Qué poco faltaba ya, y qué poco avanzaba el tiempo, ese hijo puta que siempre va en primera cuando mas necesitas su velocidad punta. Venga, ahora una siesta tumbados boca abajo sobre la toalla, pero corta, que a ver si se nos va el santo al cielo y nos perdemos el concierto. Julio que ronca. “Que raro”, pienso yo tomando en consideración toda la coca que se había metido aquel prototipo de ser anormal en tan corto intervalo de tiempo. Carlos también duerme, pero eso en él es lo habitual, sobre todo si vamos de doblete. Me prometo no caer; me siento; me vuelvo a tumbar, esta vez boca arriba; alucino con las nubes que acaban de llegar de allende los mares y sobre todo con sus formas, hasta llego a adivinar la cara de Cate Blanchett haciendo el papel de Elizabeth I de Inglaterra… Seguro que las drogas no ayudan, y eso que soy el más recatado, el que más se corta a la hora de meterse. Ha llegado la hora de probar la fría agua del Cantábrico. Eso sí que será un buen despertador. Salgo corriendo y tiritando tras dos minutos de intenso chapoteo y ardua lucha contra las olas. Me refugio en el calor de la toalla. Sonrío al darme cuenta que una familia que acababa de irse se había olvidado La Nueva España. Me apetece mucho leer todo lo que cuenten acerca del concierto, y miro el reloj casi instintivamente. Cinco horas de cuenta atrás.
Cinco horas a. de C.
Julio ya no ronca, aunque yo ni me doy cuenta de ello. Sencillamente, leo lo que en el periódico me cuentan sobre Manu Chao. Estoy recordando aquella memorable actuación de Junio del ’90 en El Parque del Piles. Eran otros tiempos; yo estudiaba, y Manu era el líder de Mano Negra. Hasta fotos tengo de aquel glorioso día… pero Julio ya no roncaba, y Carlos se acaba de despertar, me dice que se va a dar una reparadora ducha allá al fondo de la playa. “Vale”, digo yo. “Despierta a ése”, me dice él. Pero todavía espero un par de minutos para así terminar de leer aquel interesante reportaje. Cierro la Nueva, y ya me dispongo a despertar a Julio, que, como ya se sabe, no despertará más. Mantengo la calma y espero que llegue Carlos de la ducha. Sólo pienso que el hijo puta de Julio puede que nos acabe de joder el concierto del año, lo que tantos días llevamos esperando tan ansiosamente. No es justo, y como así lo decidimos Carlos y yo por unanimidad, llegamos a la dura aunque lógica determinación de seguir adelante con lo que ya estaba planeado. Muy sencillo, Julito al maletero; mochilas en los asientos de atrás, y camino hacia Gijón, que la playa de Poniente nos estaba esperando (además, Julio seguiría estando muerto al cabo de unas horas, así que…).
Nada más justo que reconocer, ahora, con la mente ya fría, que el pobre Julio no tuvo la culpa de los hechos que paso a relatar a continuación. Era domingo, nueve de septiembre, día posterior al día de Asturias. Estábamos en Llanes… primera retención de tráfico de camino a Gijón: fiestas en Arriondas. Veinte por hora; parados; otra vez veinte por hora; de nuevo parados, y así desde cinco kilómetros antes de Arriondas hasta Lieres… La autopista nos liberó de aquel calvario. Pusimos el BMW a 140 a las once menos cinco. El concierto había comenzado a las nueve y media de la noche. Nos mirábamos Carlos y yo, y sin decir ni palabra sabíamos en aquellos momentos que Julio tenía la culpa de todo aquel desastre. Suya había sido la idea de ir a Llanes el sábado anterior por la tarde. Nos había convencido vilmente, y ahora, no sólo estaba muerto, sino que nos había jodido el concierto de nuestras vidas, el concierto del siglo. Nos habría encantado que estuviese con vida en aquel momento, porque así podríamos haberlo matado con nuestras propias manos. Aún pudimos disfrutar de tres cuartos de hora de Manu Chao. ¡Tres míseros cuartos de hora! Sí que al menos habíamos tenido suerte para encontrar aparcamiento cerca de la playa de Poniente. Incluso Julio había disfrutado de Manu desde la oscuridad del maletero del BMW de Carlos, porque dicen que los muertos pueden seguir oyendo unas horas después de haber fenecido… Qué más da ya. Tras cuatro horas de atascos, de retenciones, de acumular adrenalina dentro de un estómago vacío de comida… pues eso, no se nos ocurrió nada mejor que hacer que tirar al imbécil de Julio por el acantilado que está donde el Elogio ese del Horizonte. Es que yo había leído una vez en el periódico que allí se había suicidado una chica, por las notas creo recordar. Y nos pareció una buena idea para quitarnos literalmente el muerto de encima. Como íbamos a saber que tenía el rollo ese de la narcolepsia. Para ser sinceros, inspector, yo no me considero un homicida… Hombre, involuntariamente sí que podrá parecerlo, pero jamás habría hecho algo así de forma consciente, y creo que Carlos tampoco. No conocíamos tan bien a Julio como sus padres quieren hacerles entender… ¡Qué se yo, joder! Si lo único que me sigue jodiendo hoy en día es no haber podido ver todo el concierto. Venga, estoy ya muy cansado, dígame donde tengo que firmar… Aquí… Vale, de acuerdo. No, no hace falta, de todas formas, eso teníamos que haberlo pensado antes, que Julio está muerto, por el amor de Dios…