ELISA DAY’S EVICTION

Desde el blog elbicnaranja proponen cada viernes que escribamos una historia que nos inspire una determinada imagen.CREWD-2001-ed.-10-Untitled-Ophelia El viernes 10 de abril nos ofrecieron esta imagen de Gregory Crewdson, Untitled Ophelia. Nos lleva a todas las Ofelias habidas y por haber, desde la de Shakespeare pasando por mi favorita, la de la imagen de inicio de esta entrada, la del pintor pre-Rafaelita Sir John Everett Millais, que podéis disfrutar en la Tate Gallery de Londres; hasta llegar a la interpretación de Nick Cave junto a Kylie Minogue, en cuyo vídeo clip (al final de la entrada) me baso para la siguiente historia.

ELISA DAY’S EVICTION

Estaba ya harta, la verdad, de que todo el mundo me llamase Rosa, cuando yo en realidad me llamo Elisa. Rosa es mi hermana gemela (bueno, mejor diríamos que “era”, porque desapareció sin dejar rastro hace ya casi tres años, con el que aún debe seguir siendo mi marido, Eladio. Por mí, como si los aplasta un maldito meteorito.)

No paran de decir que vivíamos por encima de nuestras posibilidades, nosotros, ¡precisamente nosotros! ¡Yo! Yo que no supe lo que era jugar, que desde que alcanzo a recordar me veo con mi padre, mis hermanos y mi hermana en las viñas, podando, vendimiando, arando; cerezas, manzanas, ciruelas, sí, también teníamos fincas heredadas con todo tipo de árboles frutales; nos lo trabajamos muy duro, el sudor era nuestro compañero y aliado. La tierra es dura, mucho. De sol a sol, la espalda machacada, sin casi días libres para poder disfrutar de una simple caña bien tirada. Conocí a Eladio poco antes de cumplir los 18, un ser especial, de los que saben vivir la vida sin darse prisa nunca por nada. Muy buen amigo, mejor amante; nos casamos pronto porque queríamos estar juntos toda la vida. Nos alejamos de la vida agrícola. Sí que seguía yo gestionando junto al resto de mi familia nuestra empresa de exportación de fruta, de varios camiones diarios con trailers cargados hasta arriba de la mejor fruta imaginable; y nuestra bodega, nuestro vino estrella, Castro Bérgidum, un mencía Gran Reserva que se vendía por todo lo largo y ancho de este puto mundo, con pedidos mensuales de la Casa Real monegasca… Invertimos todo ese dinero que se duplicaba sin que apenas nos diéramos cuenta de ello porque teníamos asesores que nos lo aconsejaban. Ganamos a espuertas, pero eso sólo ocurrió al principio, en los últimos seis años el diámetro de la gotera fue creciendo y creciendo, y por ella se iba yendo el dinero a mares, arrollado por esa mierda de corrientes bursátiles. Yo no tengo ni puta idea de economía, y la gente que la tenía fue abandonando la nave frutícola y vitivinícola en proporción directa al número de nominas no cobradas. Crédito tras crédito, y uno más, así, aumentando el nivel del color rojo en nuestras vidas… Y mientras tanto, la puta de Rosa me la estaba colando doblada con el cabronazo de Eladio. ¿Y los dos hijos qué? Ahí estaban, sobreviviendo por su cuenta y riesgo a la vorágine familiar, conscientemente ajenos a toda desgracia y felices en sus mundos Nintendo y PlayStation.

Y ahí siguen, creo. Ni siquiera se han dado cuenta de que aquí abajo he abierto hace un rato todos los grifos y me he tumbado en el suelo permaneciendo nada más, sin apenas parpadear, escuchando las voces de Kylie y de Nick. Ya nadie me llamará jamás Rosa Salvaje, seguiré siendo Elisa para toda la ínfima eternidad… ¿Quién secará ahora todas estas lágrimas que resbalan por mi cara? ¿Por qué toda belleza tiene que morir? ¿Y quien vendrá ahora y pondrá una rosa entre mis dientes?

Demasiado ruido ahí fuera, que si “¡HIJOS DE PUTA, CABRONES!”, que si “¡SÍ SE PUEDE! ¡SÍ SE PUEDE!”. No he querido salir con ellos, y no es por vergüenza, creo que son más que suficientes, aunque quizá no en número ante tanta policía, ante tanto funcionario diligente… Os dejo a mis hijos, vosotros sabréis qué hacer con ellos. Yo me voy ahora, que el agua ya está llegando a mi boca, a mis orificios nasales, que los golpes suenan más alto, más cerca, pero yo ya no los puedo escuchar. Quedaos con todo, que yo ya no tengo nada.

Que os aproveche, que mi nombre era Elisa Day.

TRES ‘GES’ Y UNA ‘E’

Sigo (y seguiré, que soy muy necio) opinando que la muerte está sobrevalorada, que le damos, quizá, demasiada importancia, que no nos la tomamos con la naturalidad de antaño, que ya no quedan plañideras profesionales, malabaristas escultoras de difíciles lágrimas ajenas. Será que nos quieren hacer creer que ahora hay menos guerras, no sé… Hoy hago una excepción, voy a ser esa plañidera de pañoleta negra que entra en la casa de otra gente en pleno éxtasis gutural. Porque sí, hoy hay menos luz en este mundo incierto, tan plagado de aspavientos incómodos e innecesarios.0 GG & EG Günter Grass, que nos dijo aquello de que «en estadística, lo que desaparece tras los números es la muerte», y Eduardo Galeano, grande, muy grande siempre, «A diferencia de la solidaridad, que es horizontal y se ejerce de igual a igual, la caridad se practica de arriba-abajo, humilla a quien la recibe y jamás altera ni un poquito las relaciones de poder», nos dicen «hasta siempre»; hoy chubascos de lágrimas se vierten al suelo por vuestra culpa. Los Hijos de los Días seguimos aquí, nos echaremos a caminar en viaje de ida y vuelta de Montevideo a Lübeck, de Lübeck a Montevideo, sin equipaje que facturar y como única música un Tambor de Hojalata que resuene cercano en el eco distante de nuestras adormecidas neuronas.