LOS VIERNES, FLAGELACIÓN… ¿O AMPUTACIÓN?

Me gusta el fútbol. De chaval no se me daba nada mal eso de dar patadas a un balón. Pero en este preciso instante tengo la ligera impresión de estar aquí por motivos muy distintos a los del insigne deporte del balompié. No recuerdo haber sido fichado a última hora por el Kabul Deportivo… o por el Kabul ‘Football Club’, o como cojones se llame el equipo de aquí. ¡Puta resaca sexual de Dios, o del mismísimo Alá! No entiendo lo que me dicen, tampoco ellos hablan inglés o castellano, aunque por la premura de sus gestos, me parece que soy el siguiente. ¿Qué habrán hecho con ella? ¿Qué coño pretenderán hacer conmigo…? Y vaya como gritan estos condenados; hay que joderse, seguro que van ganando.

Conocí a Lucía por teléfono, en una de esas mal llamadas líneas de “amigos” en las que prevalece el sexo inmediato por encima de la aparente necesidad de una amiga (o amigo) que llene tus horas nocturnas, depresivamente muertas. Por supuesto que tengo mis amigos y amigas, pero soy un desastre para el amor en todas sus vertientes, romántica, pasional, puramente sexual y animal… Me envicié con un maldito 906, y por allí apareció un día Lucía. Estaba llamando desde una cabina de teléfono, excitada, provocando en mí una sobresaliente erección. Nos masturbamos diciéndonos, susurrándonos todas las guarradas posibles dentro de aquel contexto tan inusual. Eran las cinco de la mañana de un sábado cualquiera de cualquiera de estos últimos inviernos. Me contaba que tenía su mano derecha bajo la falda, bajo las bragas ya empapadas, que un chico al que había conocido esa noche la había puesto a cien. Yo aproveché su punta de velocidad para ensuciar mi sofá de diseño debido a mi apremiante incontinencia seminal. De fondo, como banda sonora contribuidora al clímax del momento, se podía oír como iba insertándose cada una de las monedas de veinte duros por la ranura de aquella cabina … La ranura. A pesar de suceder todo tan rápido, todavía tuve la suficiente capacidad de reacción como para intentar entablar un esbozo de conversación con ella. Durante la misma, conseguí darle (y que apuntara) mi número de teléfono. Me llamó al día siguiente. A los tres meses ya vivíamos juntos. Nuestra casa sudaba felicidad por todos sus poros. Follábamos en todas y cada una de las esquinas. Hasta que un día,  en nuestro camino de rosas sin espinas, se interpuso mi trabajo…

– Pasa. Pasa y siéntate, Jorge. Hemos decidido que hay que hacer un reportaje sobre Afganistán, sobre esos cabrones de los talibanes.

– ¿Sí?

– Ahí es donde entras tú. Toma, dos billetes para Kabul, con transbordo en Ankara, para el jueves que viene. Confío en ti. Dani te lo explicará todo más en detalle, él se va contigo. Ahora, si no te importa, tengo una reunión con esos italianos de mierda… Ya sabes, se creen que lo saben todo y…

…Y allí estaba yo, volando hacia el mismo centro neurálgico del terror. (Uno de mis sueños más recurrentes y utópicos consistía en retroceder en el tiempo y vivir, cámara al hombro, la guerra de Vietnam. Ser uno más de ellos. Duro, resistente, acero puro con tabaco liado en perfecto cigarrillo despuntando en el lado izquierdo de mi boca, dándole a mi perfil un aire invencible, indestructible; y en mi casco alguno de esos lemas tan impactantes como “Born to be Wild” (Nacido para ser Salvaje) o alguno parecido. Tener alguna justificación para mis continuas depresiones… ¡Aquellos Charlies!) Mi primera reacción ante tan descabellada propuesta de reportaje fue, lógicamente, negativa. Tenía miedo. Pero Lucía me convenció de que aquella oportunidad, aquel hipotético salto a la fama no podía dejarlo pasar de largo así como así…

En este preciso instante estoy fumando mi último cigarrillo – no pretendo ser agorero, pero es que era el último de mi última cajetilla, y ahora no estoy en condiciones de ir a comprarme otra a ningún posible estanco -, pero ni llevo casco ni se me ocurre ningún lema adecuado que refleje certero mi actual situación. El griterío es ensordecedor. Más de treinta mil personas abarrotan el estadio olímpico de Kabul. No tienen nada mejor que hacer un viernes por la mañana.

El reportaje iba más que sobre ruedas, casi seis horas de imágenes todas ellas difíciles de desechar, de esas por las que hasta más intrépido de los reporteros llegaría incluso hasta a matar sin dudar un solo segundo. Dani y yo estábamos pensando incluso en la posibilidad de proponer al jefe una serie de cuatro o cinco capítulos… pero apareció “Ella”, otra vez “Ella”, y nuestros sueños… mis sueños se desvanecieron, porque “Ella” parecía actuar bajo la presión del más arriesgado de los guiones. Pensé que cuando Lucía me había dicho, medio en serio medio en broma, que intentase traer como recuerdo una prenda íntima de una mujer afgana, estaba bromeando; me lo repitió siete veces, la última en la puerta de embarque del aeropuerto de Barajas, antes de darme un beso y un apretón de despedida, al oído, como insinuando algo; algo etéreo que acabaría tomando forma. Nuestro avión despegó y yo estaba realmente excitado. Me dormí y soñé todo esto, como anticipándome premonitoriamente a los hechos. Era un reto para mí, para ella… para los dos. ¡Seré gilipollas!

 “Ella” me hizo una seña y entré sin dudarlo en su morada; “Ella” me dejó filmar; no hablábamos el mismo idioma, pero eso daba igual, porque “Ella” se quitó el burka, y yo me quité mi cámara y todo lo demás. Hicimos el amor salvajemente, perdiendo sin remisión toda noción del tiempo. Pensaba yo en Lucía, en su propuesta, en que aquella mujer no llevaba nada puesto bajo su vestimenta, el burka opresor. Me quedaba irremisiblemente sin trofeo. Ella no me creería. “¡Ya lo tengo!”, me dije con el pensamiento mientras seguía moviendo acompasadamente mi pelvis, y, aprovechándome traicioneramente del profundo sueño que la invadió, que siguió tópico a su sonoro orgasmo, la filmé desnuda; me atreví con todo tipo de primeros planos… … y ahora, aquí sentado en los vestuarios de este estadio olímpico, en los del equipo visitante, por supuesto, sé que, después de todo, el trofeo se lo quedarán ellos. Acaban de fustigarla con cien latigazos; a su vera, un hombre cantaba consignas islámicas…  Sé todo esto porque en este preciso momento pasa a mi lado; está totalmente exhausta… Pero, ahora que la miro bien, ¡no es “Ella”! Uno de mis perros guardianes se acerca hasta mi posición al notar mi expresión de sorpresa. Habla inglés, ¡qué extraño!, y me aconseja que le escuche solamente, que no desea que ninguno de sus compañeros talibanes sepa que conoce “la lengua del mismísimo diablo”. Me explica que según la sharia (ley islámica) una mujer adúltera soltera debe ser azotada cien veces, como ésa que acaba de pasar sin casi resuello; sin embargo una mujer casada es lapidada hasta la muerte. Entiendo y me callo. “Ella” lapidada y yo esperando veredicto. ¿Por qué ese cabrón no me ha dicho nada sobre la suerte que me espera? ¿Qué nos cuenta la sharia acerca del castigo que se debe infligir a un hombre soltero adúltero? Yo, la verdad, no pienso preguntar. Puede que al final hasta tenga suerte y todo. Dani ha podido recuperar mi cámara, también algunas cintas de vídeo. Me hizo una señal de “todo va bien” antes de que me metiesen a empujones en los vestuarios de este estadio. Estaba bien oculto entre el público que iba entrando pacientemente a ver las “actuaciones” de hoy. Bueno, vale, por lo menos Lucía sabrá que no la he defraudado, que la merezco tal y como no merezco el castigo que éstos hijos de puta me van a imponer así, a la ligera, sin juicio previo ni veredicto. Además, ya no hay tiempo para posibles soluciones mediadoras. El viernes me pillan infraganti y el mismo viernes me van a… ¿lapidar? ¿flagelar? ¡Qué sé yo, joder!

Mierda, ya llegó el momento de debutar en este estadio. Cierro mis ojos y que sea lo que Alá quiera…

“La multitud grita enfervorecida, señoras y señores. En el equipo de casa podemos ver a la formación titular al completo, cuatro cirujanos del Ministerio de Sanidad; a su lado, un soldado de Alá sostiene entre sus manos un escalpelo. ¡Que emoción! ¡La tensión es tanta que incluso podríamos decir que corta, como ese mismo escalpelo! El equipo visitante, con pocas, más bien nulas posibilidades de victoria, y formado solamente por un periodista español, se arrodilla pidiendo clemencia; pero no, los cirujanos lo tumban en el suelo, lo anestesian localmente y… ¡Lo capan, señoras y señores; le cortan sus genitales! ¡Es indescriptible, ni la policía puede siquiera contener la avalancha del fondo sur, donde se ubican todos los viernes los “Ultras Talibán”! Un guerrillero de Alá se apresura a recoger del suelo el pene y los testículos ¡y los muestra a la multitud en actitud victoriosa! Está claro que ya no habrá partido de vuelta, la eliminatoria queda sentenciada en Kabul.

Lucía, Lucía… no me cuelgues, que yo no te he defraudado… no te he defraudado.

 

LOBA, COMO YO

Salgo a la terraza con este cenicero de plástico que había robado en aquel bar de la calle Oscura. Ahora lo tengo claro, ya no vas a seguir aquí. Me dan ganas de lanzar esta mierda de cenicero lo más lejos posible, ¡qué hostias!, lo hago, allá va… Cagonmiputamadre, casi le doy al coche del vecino, un Seat 127 que aparca en la calle, una reliquia de color verde, lo cuida mejor que a sus propios hijos, aunque creo que ni siquiera los tiene. En fin, que fue toda una sorpresa encontrarte esta tarde después de tantos años, incluso me alegré y todo, pero ahora me doy cuenta de que esto no es más que un puto error.

Llamaste a mi puerta aquel día. Estaba a punto de empezar la final, un 6 de junio del año 2015, el Barça se disponía a ganar su quinta Copa de Europa. Julio, Michi y los demás iban a venir. Todo más que a punto, ni un gramo de comida nutritiva y litros de cervezas enfriando contentas en la nevera. “¿Tú y yo? ¿A bailar? ¿Ahora?”, tres preguntas en una, el tres en uno del principio del follar para mí aquella tarde, una santísima trinidad engrasando mis juntas hasta que el líquido chorree, ahora sí que me muevo bien, joder. El futuro era esto.

Ding dong… Ding dong… ¡Ding puto dong! “¡YA VOY, JODER! ¿POR QUÉ COJONES VENÍS TAN PRONTO, PUTOS GAÑANES?”

Y abro, y ahí estás tú, sonriendo. La otra es muy vieja y fea, ni la miro, no me interesa lo más mínimo cualquier tipo de interacción con ella. Sí observo que en su mano izquierda lleva un rosario y que no para de acariciar sus cuentas bastante nerviosa.                                                                                                                 

  • Muy buenas tardes, señor. Si tiene un momento, nos gustaría poder explicarle la única verdad de este mundo.
  • Pues va a ser que no, no me interesa ninguna secta, religión o similar… Bueno, si existiese una que predicase el follar en plena libertad, y diese ejemplo en sesiones de sana liturgia, pues sí, pero resulta que aún no tengo constancia de la existencia de tal palabra divina. Adiós. – y comienzo a empujar mi puerta con esa firme decisión que la razón te da, aunque no sea yo más que otro puto gilipollas sentencioso.
  • ¡Espere, señor! – Y ahí entras tú en el terreno de juego, decidida, yo creo que te diste cuenta desde el primer instante, lo dedujiste certera en el fondo de mis ojos brillantes, sabías que yo era un lobo como tú.

“No, espere, no somos testigas de Jehová, somos monjas de la Orden de San Miguel Arcángel, nos llaman miguelianas”, con esa ese final tan sibilante entre tus colmillos. Un guasap a Julio, tu compañera de vuelta a casa, y todo listo para empezar el baile, la guerra. Tú, yo, bailando… No había futuro.

He de reconocer que yo no era un gran “explorador”, aunque follar sí que follaba lo mío como contrapunto a esa incapacidad mía como apóstol convertidor de almas. ¿Cómo podía yo convertir a nadie si ni yo mismo me creía toda esa basura? Repito, por si no ha quedado claro aún, yo sólo quería esto para follar, yo sólo te quería a ti para follar, y este imbécil pensaba que tú estabas actuando de la misma manera.

Y ya ves, queda muy poco de ti, y cuando todo se acabe, el olvido, el puto olvido que nos traga sin llegar a cagarnos nunca jamás.

Hoy vienen éstos otra vez a mi casa. Parecen contentos habiendo recuperado a su amigo, que ha salido indemne de toda esta situación tan caótica. Que Miguel Rosendo y Marta Paz se sacrifiquen por todos nosotros, que para eso eran los putos líderes de la manada. ¿Manada? No tanto, que los únicos lobos éramos tú y yo. San Miguel Arcángel, miguelianos de pro, pero sin un ápice de licantropía.

Venga, ya valió de palique, joder. Me espera una tarde muy entretenida cocinando. La carne ya está descongelada, la voy a picar y preparo unas fajitas con guacamole, verduras y queso fresco para el partido. Así es, hoy tenemos la opción de conseguir otra Copa de Europa más, la undécima. El Barça es muy superior al Chelsea, y aún le queda un último partido glorioso al bueno de Samper. Te agradezco, Sara, que me ayudases en su momento a apreciar la comida sana. Esos casi once años que han transcurrido desde aquél, nuestro primer baile, quedaron resumidos en ese encuentro casual del otro día. Vaya por dios, creía que quedaba más carne congelada. Bah, da igual, hago más guacamole y echo más frijoles, queso fresco y lechuga. Tú misma me lo dijiste el otro día, que ya no salías de noche a bailar, a cazar, y te habías quedado casi en los huesos.

UNDER THE INFLUENCE – CONMEMORACIÓN

Estúpido recuerdo, pútrido y maloliente; fantasía esquilmada y vicio de enganche que justificará odioso plagas venideras… Antes de cumplir los diez ya le decían el “triste”. No era para menos. (“¡Triste, triste, ahí viene el triste!”) Jamás una mueca similar a una leve sonrisa. Jamás un gesto de simple satisfacción tras uno de sus múltiples logros en el mundo átono y vulgar de los estudios. Paseaba siempre solo de vuelta a casa cargando casi impávido con su cartera de la escuela, tan vacía de libros como llena de ideas. Ningún amigo con quien comunicarse. Ningún padre, ninguna madre que abriese amistosamente sus brazos al final del camino andado cada jornada. (Ambos trabajaban, quizá demasiadas horas día tras día, y para el hijo sólo quedaban los momentos de cansancio postrados en un sofá frente a los estúpidos programas que pasaban por televisión.) Un peregrinar constante a vueltas consigo mismo y con los hirientes tornados de su cabeza… Hizo la primera comunión vestido con una túnica blanca cuando todos sus compañeros parecían recién sacados de la Juan Sebastián Elcano – y de Alférez p’arriba, que diría algún gracioso, que en todos los sitios abundan -. Treinta alféreces y un inmaculado peregrino escoltando a treinta y dos prototipos de católicas vírgenes vestales, con su misal a juego y todo; Simón del desierto atento a las múltiples tentaciones del mismísimo Satanás. La hostia quemaba en el paladar, lo mismo que la comunionsopa de cocido de la abuela, sólo que, a diferencia de la exquisita sopa rebosante de fideos, aquel pedazo de cuerpo de Cristo estaba frío, más frío que un polo de limón. Insípido también. Y le hacía sudar. Y allí olía a iglesia que apestaba. Y tenía unas ganas horribles de quitarse de encima aquella engorrosa túnica blanca, inmaculada y lejana como la nieve de la alta montaña. Desde el crucifijo que colgaba balanceante en su católico pecho, aquél supuestamente abocado a sufrir eternamente los dolores provocados por clavos oxidados atravesando sus pies y manos parecía mirarle a los ojos para insuflarle un poquito de fe. Tenía miles de preguntas que hacerle, pero estaba hecho de plata y no era capaz de hablar, ni siquiera de pensar. Sabía que volvería a acabar con su metálica osamenta enterrado en el cajón de algún armario ropero, que no le quedaría otro remedio que respirar ese asfixiante olor a alcanfor durante el resto de sus días, puede que incluso una pequeña eternidad condensada en unas cuantas décadas, entre algunas toallas, de esas bordadas que nunca se utilizan por resultar demasiado barrocas para ser impregnadas con nuestras diarias suciedades corporales. Dos semanas antes de recibir al mismísimo Dios dentro de su cuerpo, para que éste se mezclase definitivamente con sus glóbulos rojos, con sus plaquetas y sus propios excrementos, y así anidase incoherente en los más profundos temores que siempre perseguían al “triste”, Roberto había jugado a las canicas con otro niño. canicasPorque Roberto era su nombre verdadero, con el que había sido registrado y bautizado, y Roberto estaba ya harto de comprarse las canicas en la librería de Arturo el “exégeta”… y de jugar solo en la calle. Todos presumían de ganárselas a base de apostarlas jugando al gua. Él no podía ser menos, y en su clase había, presumiblemente, otro niño como él. Sí, como él, como Roberto García Lorenzana, el niño de la triste expresión, el de la parálisis facial libremente elegida. El incomunicado dentro de su aura, repleta de inexpresividad y carente de afecto por los demás. Pero perdió. Mala suerte. Las veinte que tenía. Y es que no es lo mismo jugar solo, contra uno mismo, como mero entrenamiento fantasioso, que hacerlo contra un rival, torpe, sí, pero acostumbrado al menos a jugar de vez en cuando con alguno de aquellos aguilillas que se sabían todas y cada una de las artimañas de todos y cada uno de los juegos infantiles. Y es que, al contrario que el “triste”, eran competitivos, siempre luchando por ganar, por ser el primero, el mejor; el más niño de entre todos los niños de la escuela. Jamás lo volvería a intentar. Para qué, si ello no haría más que ensanchar su propia celda. Hasta hacerla infinita. Hasta que pudiese perderse irremisiblemente en su lúgubre interior; aunque a él le diese la impresión de que cada vez se hacía más y más estrecha. O, ¿quizá era eso lo que estaba esperando, lo que le hacía levantarse de la cama cada mañana sin necesidad de que nada ni nadie lo despertase? Perdió veinte canicas, todas las que poseía. Nunca volvió a comprar más. Abrió la puerta de su habitación, tiró con auténtica desgana su cartera contra el suelo; sacó, a continuación, de uno de los cajones de su escritorio una peonza totalmente nueva, virgen, si se me permite la expresión, y la lanzó con rabia por la ventana. No más juegos compartidos. Autosuficiencia. A partir de ahora la autosuficiencia como método de supervivencia. Bastará con «mirarse al espejo y ser feliz.»

Ya el propio Einstein lo había predicho. Lo de los agujeros negros y todo ese rollo científico que sólo ellos son capaces de comprender. Más Allá. Jiménez del Oso. Estaba clarísimo. Algo tenía que esconderse tras toda esa capa de superficialidad que envolvía al mundo, que lo aislaba tras su aureola de papel de aluminio desde que a algún listo le dio por comenzar017 Boy with pigeons at [Circular] Quay, Sydney, 2261935  by Sam Hood “la Historia de la Humanidad”. Y el “triste” lo sabía, y como lo sabía, entró de lleno en un agujero negro, y pudo hablar con algunos de sus antepasados. Hizo amigos. Viajó y se divirtió a través del tiempo, porque Roberto, como todos los seres vivos hacemos, creció, y con él sus necesidades, incluida la de multiplicarse. Llegó hasta a enamorarse, de Albertina, la de los “curritos”. Lógicamente, ella no le hizo el menor caso, que desde hacía unos meses bebía los vientos por un chico tres años mayor que ella que la sacaba a bailar en la discoteca todos los domingos por la tarde. Pero al “triste” se le ocurrió una – él lo creyó así – brillante idea. Todos los domingos, a eso de las once de la noche, sus padres vegetaban catatónicamente frente a un programa de televisión de esa denominada, acertadamente, como basura. “¿Quién sabe cómo es el amor?”. Durante cualquiera de sus emisiones, por allí pasaban todos esos pequeños monstruos enamorados y despechados que alegraban la vida nocturna dominical de los padres del “triste” (y, al parecer, de otros tres millones de telespectadores). La parada de los monstruos, pensaba el “triste”, pasando totalmente desapercibido en una esquina del salón, ya libre de su túnica blanca de recibir-a-dios-en-tu-seno; “que si yo le pegaba unas hostias de campeonato, pero la quiero y no puedo vivir sin ella”, y viceversa, elevada ésta al infinito. Hacia ese submundo dirigió sus pasos el “triste”. Sin pensárselo dos veces. Y pasó lo que tenía que pasar, que llenó su enorme cesta con más kilos de calabazas. Y fue entonces cuando entró en el agujero negro para ya jamás salir de su interior. ¡Quién le había mandado beber de aquel extraño brebaje que los productores del mencionado programa de temática infra-amorosa ponían delante de cada invitado para que hiciese bonito ante la atónita mirada del estúpido presentador-actor de tan absurda trama celestinesca? ¿Acaso no se dio cuenta el “triste” de que aquel líquido de color azul celeste no podía contener nada bueno, nada terrenal, de este mismo mundo? De todas formas, siempre existen grandes remedios, y esa increíble capacidad mimética del “triste” logró el no va más. Se adaptó a su nueva vida en el agujero negro, su nuevo y acogedor ecosistema. Sus padres lloraron – poco, justo es reconocerlo, porque todavía eran capaces de encender la televisión después de cada jornada de trabajo, y ya había gente que se encargaba de limpiar la mierda de sus ojos desde las profundidades más abisales de la pantalla. Esta es la nueva vida de Roberto García Lorenzana: ha conocido por fin a Dios, y sabe que tiene los ojos almendrados, y que ha viajado hasta la tierra en más de una ocasión. Sabe también que hay muchos más como él y que no abundan en sentimientos, por eso los humanos se les escapan día tras día como agua entre los dedos. “Yo creo en Él… o en Ellos. Son toda mi vida, la luz que me guía sin preguntarme nada, sin pedirme nada a cambio. La verdadera religión… La vida eterna bajo un prisma distinto al terrenal, observando sus acciones, cada paso que dan, y resulta sumamente divertido visto desde aquí”. Un placaje frontal a todo atisbo de sentimiento, ahí radica el secreto de la vida eterna. Esa extraña hipocresía diaria cual barrera protectora de la propia estupidez interior. La extraña pareja se mira a los ojos al final de cada día, pero no para nadar relajado cada uno en las pupilas del otro, sino preguntándose cada uno a sí mismo: “¿por qué yo con éste?”; “¿por qué yo con ésta?”. Y todo vuelve a empezar. Y seguimos girando sin remisión hasta el final de los tiempos. No es lo mismo sin ti, aunque tampoco lo es contigo. ¿Por qué? Hijo mío, ten la bondad de explicárnoslo o nos moriremos sin saberlo. ¡Y tú, animal, apaga ya la maldita televisión, que tu hijo nos lo va a explicar! tumblr_m3nrzkf5hz1r3e62yo1_500“Puede que hubiese bebido un poco más de la cuenta… bueno, ¡qué cojones!, sí que había bebido más de lo aconsejable, mucho más. Y ella estaba cerca, tan cerca y tan frágil que yo, yo no tuve otra elección. Ya habían decidido por mí. Sólo debía dejarme llevar… Es como ir flotando suspendido en el aire a cámara lenta. No recuerdas su nombre y apenas eres capaz de atisbar sus rasgos. ¿Sería guapa, al menos? Qué más daba. Pero, es que no os dais cuenta, tan aletargados estáis dentro de vuestras inútiles vidas que no sois capaces de daros cuenta de que existen unos hilos invisibles que nos mueven. No somos más que unos putos teleñecos de mierda que vivimos vidas patéticas mientras ellos se ríen de nosotros. Cuando se hartan cambian de canal, lo que equivale a decir que, llegada la hora del The End, nos mandan a tomar por el puto culo. Ya, eso sería lo más fácil, la explicación más compasiva, pero no la verdad. Veréis… Sí, era guapa. Era simpática y comenzaba a generar en mí un ligero sentimiento parecido a la felicidad. Error. En ese instante se iniciaba la derivación visceral de todos mis porqués, todos los que yo me había planteado hasta la fecha. ¡Capullo de mierda! ¡Qué? ¡Qué? ¿Qué coño es eso de follar? ¿Qué significa eso de enamorarse? ¿Sirve acaso para empezar a morir? guatequeGracias a Él, que se encontraba a mi lado para llevarme con los demás, porque tras la luz azul se encuentra su mundo. Hablé con mi abuelo Esteban. El amor lo había matado. Sí, el amor, proclamo, porque aunque hubiesen condenado por su vil asesinato a su amigo del alma, el incombustible Nicanor el “ferrero”, no fue otro que el amor el detonante de su prematura desaparición del mundo de los vivos. No tenía porque ser nada malo, nada que hiciese enfermar a nadie, pero era mujer ajena (¿¡quién hostias sería capaz de explicar aquí y ahora y coherentemente qué significa ese concepto tan antinatural de posesión!? Ya veo, ningún voluntario…), la del propio “ferrero”, que de tanta herradura que fabricar se había olvidado de que le había tocado en suerte una hermosa mujer que ni siquiera necesitaba herraduras para…- ¿lo digo? No sé… bueno, sí, habrá que decirlo…- ser feliz. Y, claro, en el mundo azul no existen posesiones, nadie posee nada porque todos carecen… todos carecemos de sentimientos. Y se sobrevive. No me está permitido decir nada más.” No, porque es la hora de la pastilla para dormir. Roberto el “triste” debe dormir, o al menos eso es lo que dicen los médicos que estudian su caso. El Cristo de plata de su primera comunión sonríe esperanzado dentro del armario ropero. Ya no tiene brazos, ya no tiene piernas. Alguien, un buen samaritano, se las ha arrancado, y vegeta satisfecho a tres centímetros escasos de su enemiga la cruz de madera. Ya no sufre ni padece. No desea redimir a nadie porque su amo se ha ido lejos y ha perdido la fe. No desea ya salvar a ningún mortal porque ya no tiene sentimientos. Sabe que en el fondo «hay demasiado amor», aunque muy mal repartido.