VIAJES AL FONDO DEL ALSA – PARTE XLII (FARTONES, A BARE FACE LIE)

– ¡Joder, y ahora va y me saca del grupo, tía!

En estos días que viran hacia ese lado oscuro de la misma abstención y su prima hermana la abstinencia en los que yo vuelvo a madrugar como un mandril del Congo, he vuelto al alsa, y en este trayecto de vuelta entre Arriondas y Oviedo, cuando ya había conseguido llegar a la etapa 3 del sueño de ondas lentas – ¡con lo que me cuesta, joder! – poco antes de entrar en Infiesto, van dos universitarias y no sólo suben a este alsa, sino que se sientan delante de mí y comienzan a hablar a viva voz; es una conversación que ya traen de la parada, por lo que puedo notar. A tomar por culo las ondas lentas: ojos aún cerrados, oídos abiertos y a ver qué me tienen que contar.

– Vaya, Sara, igual te pasaste un pelín, ¿no?

– Joder, que yo no la insulté ni nada, sólo di mi opinión, y eso se puede aún, que yo sepa…

– Ya, ya, pero ya sabes que a ella le gustan, que le hace ilusión ir, y vas tú y…

– No me jodas, ho, si ya sabe lo que pienso, a estas alturas, tía…

– Ye que dan prestigio y dinero, Sara, eso no lo puedes negar, por mucho que tú tengas tus ideas sobre los reyes y demás…

– En eso toy de acuerdo, Olaya, que los premiados son gente de mucho prestigio, pero ¿que dan pasta?… ¡venga ya! Dan pasta a los de siempre: a la familia Botín, a los de los bancos y tal, ¿pero para nosotras? ¡Nosotras que estudiamos como hijas de puta y por un puto notable de mierda nos dejan sin beca mientras esto se llena de fartones que sólo buscan su puto beneficio, que quieren mercantilizar y privatizar la universidad para saciar sus putos intereses? ¡Y una mierda, tía! Que llevan años desfilando frente al Campoamor todos estos cabrones de la Gürtel y las tarjetas Black, joder, que se ríen de nosotros a nuestra puta jeta y no hacemos nada…

– No, si en eso tienes razón, ho, claro que sí, pero ye bueno para Asturias, eso no se puede negar. Que Oviedo y Asturias sean noticia mundial por unos días nos viene muy bien, trae gente, y la gente viene, y gasta, y…

(Casi me dan ganas de intervenir en este instante al recordar aquel día del año 2002 en el que llegué yo a la sala de profesores de Phoenix High School, en Londres, comentando muy ufano que le habían concedido el Premio Príncipe de Asturias de las Artes a Woody Allen… Por descontado, nadie, salvo otras dos profesoras españolas, sabía nada de aquellos premios que yo mencionaba. Es que yo era ya muy mayor, aunque un pelín inocente aún.)

– Yo no veo un céntimo de todo eso. Somos de familias obreras, Olaya, y nos quieren quitar todo para estar a sus anchas, ¿es que no lo ves? Cada vez menos derechos, menos inversiones… A ver, unos premios como estos, sí, pero nada de fartones que vengan al Reconquista a vivir como señorones y señoronas unos días… ¡y jurados de treinta y picu persones! ¡Venga ya, joder! ¿No pueden votar por Skype y ya está? ¿Y no pueden llamase de otra manera? ¿Princesa de Asturias? ¡Homenomejodas! ¡Por haber salido de un coño “real”, por un óvulo fecundado por un pavo que se apellida Borbón? ¿Y eso ye igualdá? ¡Y una puta mierda, tía! Premios sí, pero sin fartones, joder.

– Ya, ya… pero sabes que a Ainhoa le hacen ilusión, que ya fue de azafata tres veces, que se emociona y todo, tía… Y ye tu amiga desde piquiñina, ho…

– Ya, y yo la quiero, tía, la quiero mogollón… pero que me saque así del grupo sólo por expresarme… jodeeeer.

– ¡Anda, mira, Sara, ya te metió otra vez! Espera, que ta escribiendo…

… prdona, Sara, ya sabs q me dan stos impulsos. N t nfades, q yo n me enfad. T kiero, tia!!

Y es ahí, en el momento en el que Sara centra su vista en la pantalla de su smartphone y sus ojos comienzan a llenarse de lágrimas, cuando sé que llegarán unos momentos de silencio y sollozos que procuraré aprovechar para intentar de nuevo llegar a la última etapa de un sueño de ondas lentas que se me antoja ya casi como una entelequia efímera y mentecata. Ay, estos premios, qué bonicos que son, con esa Mafalda defendiéndolos a capa y espada como si… O, esperad, ¿no será que se apropian de su imagen aún a sabiendas de lo que la misma Mafalda podría opinar sobre estos premios?

Antes de intentarlo de nuevo – lo de dormir, digo – me imagino a Sara protestando el viernes que viene en la plaza de la Escandalera, y a Ainhoa en la Calle Uría aplaudiendo a premiados, premiadas y autoridades varias, y cuando todo acabe, las veo a las dos tomándose unas cañas por el Antiguo y riéndose como eso que son, buenas amigas.

Nah, como sé de sobra que el sueño se ha largado a otros mundos, a otras gentes, saco mis auriculares de la bolsa y vuelvo a perderme en la música…

Nothing but a bare face lie…

LOS TOREROS – ADVENTURE IN CRYSTAL PALACE

Jueves, 19 de mayo de 2016

Esta mañana estaba hablando con esta gente estudiante del 1º del bachillerato de humanidades sobre los símbolos que representan a cada cultura, país, pueblo, etc. De hecho, para casa tienen que elegir el símbolo que según cada cual representa a España (o a Asturias, que también di esa alternativa). La unidad 8 del libro de texto, Trends, de la editorial Burlington, se titula Culture Shocks. Saltándome por encima cual valla de atletismo los ejercicios allí propuestos, se me ocurrió contarles mi aventura como camarero de un bar de tapas de Crystal Palace, en la zona 4 de Londres, Los Toreros.

Año 2001, nos vamos Nuria y yo a trabajar como profesores a Londres, para lo cual con anterioridad habíamos, supuestamente, hecho todas las gestiones de convalidación de títulos y demás papeleos con el fin de poder solicitar nuestro correspondiente número de QTS 20160704_025401-1(Qualified Teacher Status – número de profesor cualificado), una especie de DNI indispensable, obligatorio para poder ejercer la profesión docente en Gran Bretaña. Y ocurrió lo que suele ocurrir siempre, o casi siempre, con la maldita burocracia, que exaspera a la persona más paciente con su inoperante lentitud: venga entrevistas y más entrevistas para justificar aspectos que a nosotros nos pueden parecer obvios, pero a ellos no. Valga el ejemplo que nos dice que para explicar que en España, al casarse, la mujer no pierde sus apellidos familiares originales tuvimos que ir ¡cinco veces! a entrevistarnos con las funcionarias de la Seguridad Social, que no eran capaces de entender un hecho tan sencillo como aquél; por no hablar del impreso con redacción incluida que tuve que rellenar para justificar que yo no era un tal José González que había vivido en la Isla de Mann ocho años antes, y que, al parecer, había dejado deudas por doquier. En la vorágine de este proceso, que vino a durar unos dos meses, fue cuando encontré este lugar increíble llamado Los Toreros, un bar de tapas situado en Westow Road, Crystal Palace, justo enfrente del Safeway, el supermercado más cercano que teníamos en el barrio. Un jueves, volviendo de la compra muy cargados, nos fijamos en un cartel que habían pegado en la puerta de Los Toreros, “Spanish speaking staff required” (se necesita personal que hable español), y, sin dudarlo ni medio segundo, entramos allí a preguntar, y ahí empieza una aventura que ahora, desde esta atalaya que crece con el paso del tiempo, me hace toda la gracia que maldita era por aquel entonces.

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(A ver, que voy a conectar ahora mismo este traductor simultáneo… Ajá, ya. Click.)

  • Hola, buenas, preguntaba por ese cartel que tenéis ahí en la ventana, el que dice quese necesita personal que hable español.

  • ¡Eh? Yo no saba nada. Preguntar Tula, dueña. Ahí datrás, restaurante. – la que me responde, de muy mala gana, por cierto, es Katya, una rusa que ejerce como manager mandamás de la zona de restaurante. Los Toreros se dividía en dos partes bien diferenciadas: el bar, justo en la entrada, y el restaurante, en la parte trasera, con 25 mesas y una barra que comunicaba con el bar, y otra a la que llegaban los platos desde la cocina.

  • Hola, buenas tardes, ¿Tula?

  • Sí, soy yo. ¿Qué deseabas?

  • Es por lo del trabajo, soy español y…

  • Puedes empezar esta noche si tienes una camisa blanca y unos pantalones negros

  • Eeeh, sí, claro, sin problema. ¿A qué hora tengo que estar aquí?

  • A las seis en punto. Cenas primero y ya te explica luego Katya lo que tienes que hacer.

Y allí estaba yo, a las seis menos cinco, un antitaurino de pro a punto de empezar a trabajar como camarero en Los Toreros, ¡ja! Al menos tenían la decencia de no abusar de la decoración basada en ese rancio mundo del toro. Aquello era un batiburrillo de fotos, figuritas varias de flamencas y de guitarras, y, ¡cómo no!, de esos sombreros mexicanos que tanto les gusta a los británicos traerse de sus viajes “culturales” a Ibiza o a Magaluf. Hispanidad en apuros, un mundo kitsch, casi de saldo. Nada más llegar, Tula, la dueña, griega oriunda de Faloraki, me presenta al resto del personal: Katya, la rusa, con la que ya había tenido “el gusto”, que me seguía mirando con demasiado recelo, como si le fastidiara que yo pudiese hablar bien inglés; Dariusz, un chico polaco de 20 años que sólo sabía decir “yes”, “table” y “hello”; Mimi, la manager del bar, de Islas Mauricio; Renato, peruano que tampoco hablaba casi inglés, y los dos cocineros: Hamed y Mulayzein, marroquí y argelino respectivamente. Impresionante. Lo primero, antes de que comenzasen a llegar clientes, cenar: una hamburguesa bastante rica con ensalada y patatas asadas. Mientras comíamos nos dijo Tula que fuésemos echando un vistazo a la carta del menú (Dariusz y Renato también empezaban a trabajar aquella tarde. Pánico en las calles de Londres… will customers hang the waiter? )

No sería jamás capaz de describir en detalle lo que suponía cada jornada de trabajo en aquel bar de tapas. En el menú, por ejemplo, ofertaban fabada entre sus múltiples opciones de platos típicos españoles, y esa primera noche me toca servir una cazuela de fabada, a 12 libras, a una pareja de enamorados que celebraba la petición de matrimonio del muchacho aquel tan colorao a una rubia muy sajona de las de minifalda con piernas a la intemperie, estábamos en pleno invierno, y tacones blancos. Ella dijo sí muy ilusionada, y nada mejor para celebrar aquel anillo tan pomposo que una tapa de ¿fabada? Ejem, eran simples fabinas de las suyas, de esas “baked beans” de HP o de Heinz, con algún trozo de salchicha roja por allí flotando despistado. Me sentí mal sirviendo aquello, no lo voy a negar… pero, ay, todavía faltaba la tortilla de patata. La tristeza se apoderaba de mí a cada paso que daba con aquella ¿tortilla? en mi mano derecha. Yo la miraba y cerraba los ojos acto seguido, porque, aparte de lo ridículo de su tamaño, el color tan rojo no aventuraba nada decente. Y así era, le habían echado pimentón…

A eso de las diez de la noche nos manda Tula a Dariusz y a mí preparar una mesa para ¡26 comensales (minerales)! Una despedida de soltero. El puto horror. Dariusz que desaparece totalmente de la escena “lost in translation”, y yo, pues a apechugar con aquel grupo tan hambriento como salvaje. Al menos me dejaron buena propina, que fui capaz de comprender a dos que me pedían ya medio borrachos una copa de “ponxavayerou”, y tras la tercera escucha llegué yo triunfal con la botella de Ponche Caballero mientras en mi cabeza sonaba el famoso Carros de Fuego de Vangelis.

Antes de irnos aquella primera noche, aparecen dos MILFs muy emperifolladas, muy rubias, de mucho volumen al hablar. Venían a esperar a los cocineros, y con ellos se fueron abrazadas a disfrutar de una buena noche de juerga en Londres.

gogogochLos sábados venía Rhys, un galés muy simpático de Llanfairpwllgwyngyllgogerychwyrndrobwllllantysiliogogogoch, Llanfair para los lugareños (aunque a mí me gusta más, me pone más, ese final apoteósico en “gogogoch”), a dar recitales de guitarra española, la cual había aprendido a tocar, como no podía ser de otra manera, en Tokio. Gran bebedor de cerveza y un fan acérrimo de Camarón y de Paco de Lucía. No lo hacía mal, pero aquélla era mi profana impresión, que yo funciono con la música por puro y duro oído.

Vi pasar muchos más camareros y camareras, cocineros, sólo aguantó Katya allí al pié del cañón torero esos casi dos meses que trabajé allí. Un viernes, ya con mi QTS, fui a decirle a Tula que se había acabado, que ya no más Toreros ni fabadas engañosas, que me iba a trabajar de profesor a Phoenix High School. “Y si eres profesor, ¿qué narices hacías trabajando aquí de camarero?”, fue su pregunta desde la más absoluta y lógica extrañeza: una griega con mentalidad anglosajona tras 29 años viviendo en el Reino Unido. “Ay, si tú supieras de qué pueden llegar a trabajar los licenciados españoles llegado el caso”, fue mi pensamiento último antes de cerrar la puerta y salir de Los Toreros para siempre.

– ¿Jose, vale la sidra como símbolo de Asturias?
– Ehh… Vaya si vale, ¡pues claro!

A QUEER ONE FROM THE START

Era ésa su primera exposición importante tras haber ganado el prestigioso Premio Turner. Los carteles que habían preparado desde el Tate Modern para anunciarla no le gustaban demasiado, pero Louise se sentía feliz, con esa sensación de victoria sobre los elementos que navegaba plácidamente por su intestino delgado.

“¿Te crees mejor que los demás, eh?”, le espetó aquel día Ben Walker, el jefe de estudios que ejercía siempre como poli malo en Phoenix High School, como perro de presa acosador y abusón que saltaba como activado por un extraño resorte nada más oler sangre fresca de estudiante en apuros. “No, yo no soy mejor que nadie, tan sólo soy diferente”, le contestó Louise sin apartar sus ojos de la mirada vitriólica de los de Ben “Wanker”, un cambio de ‘l’ por ‘n’ ganado bien a pulso. Dos semanas expulsada del centro, por haber clavado uno de sus siempre bien afilados lápices en el antebrazo derecho de Mike Sutton, un bully demasiado arquetípico para ser real, tanto que años más tarde se dedicará a dar charlas por centros educativos de Londres y del condado de Kent sobre su experiencia como acosador escolar arrepentido, un exbully de pro que todavía sigue animando cada fin de semana a sus adorados Rangers del Queens Park. Que los chicos de su clase no dejaran de cantarle en tono burlón y cambiando la letra aquella canción de Human League, Louise, no le importaba en demasía, pero que hubiese el tal Mike destrozado todos sus trabajos para la clase de arte, no; eso ya no, no podía ser, y no era suficiente con el hecho de elevar una queja en jefatura, otra a la tutora, no, demasiada burocracia escolar tremendamente inútil; semejante afrenta requería una simple y diáfana acción directa: Mike está despistado, confiado, saco un lápiz de mi estuche y ¡zum! Se lo dejo clavado en el brazo antes de partirlo por la mitad y asestarle acto seguido un buen puñetazo en la mandíbula. Las lágrimas silenciosas caían al suelo una tras otra mientras Louise recogía del suelo los pedazos rotos de su busto en cerámica de Nico, la modelo alemana que tuvo el honor de ser reclutada por Warhol para cantar con la Velvet Underground. No hacía ni dos años que Louise la había visto actuar en el Preston Warehouse, tan puesta, tan colocada, todas las fiestas del mañana en una sola noche. Era 1982, seis años antes de caerse de la bicicleta en Ibiza, golpearse la cabeza e irse para siempre, Femme Fatale…

Los dibujos a carboncillo de Lou Reed y John Cale permanecían pegados a la pared del aula de dibujo, todos pintarrajeados; las caricaturas de Sterling Morrison y Mo Tucker, rotas en cientos de pedazos, como un confeti de lo más infame desparramados por el suelo. Louise lo recogió todo, con mucho cariño, con todo el amor que su pasión podía aún sublimar.

Años más tarde, cuando estaba trabajando como dependienta en el Debenham’s de la calle Oxford de Londres, no le quedó más remedio que atender a la esposa del imbécil aquel de Mike Sutton. Parecía maja, un poco barriobajera, de las de firme aspaviento y vocabulario soez entre dientes amarillos y chicle con demasiado azúcar. Mike hizo como que no la conocía, o puede que en realidad no la conociese, que Louise había cambiado muchísimo desde aquellos años aciagos de instituto. Y hoy, el día de la inauguración está ahí, entre el público, incluso se ha atrevido a enviar a Louise un leve saludo sonriente desde su posición entre aquella pequeña multitud. Eso la obligó a cambiar de estrategia. Ya no iba a dedicar tanto tiempo a leer aquel discurso tan monocorde y aburrido que había preparado junto a su manager. Era hora de actuar, tiempo de una de esas venganzas que tanto nos gustan cuando se nos presentan tan frías como de improviso.

“… En definitiva, todo lo que soy hoy en día, todo el reconocimiento por parte del público, de la crítica, de todo el mundo, se lo debo a una persona, un hombre que se encuentra hoy aquí… “, y Louise señala con el dedo índice de su mano derecha hacia la posición que ocupaba Mike Sutton, cabeza rapada como solución imposible a una alopecia que había dejado atrás lo incipiente, la misma cara y expresión de siempre. Todo el mundo clava su mirada en él, aplausos espontáneos y muy sonrientes… por poco tiempo. “Fueron cinco años de instituto, juntos, en el mismo grupo, casi las mismas asignaturas… Ufffff… aguantando sus comentarios despectivos hacia mí, hacia mi aspecto, mi aparente sexualidad ‘equivocada’; empujones, desprecios, todo tipo de insultos. ¡Muchas gracias por todo, Mike Sutton!” Silencio más allá del silencio. Dos personas despistadas comienzan a aplaudir y se paran al momento. Louise se aleja del micro, baja de esa tarima creada para el evento, y se dirige muy decidida hacia un petrificado Mike. Llega a su altura, le da un beso rápido, casi imperceptible, en sus labios; separa un poco su boca y luego le da un fuerte mordisco en su labio inferior. Mientras la sangre comienza a manar, le dice: “¿Qué se siente, Mike? ¿Qué se siente? ¿Lo sabes ahora? Y no, nunca he sido lesbiana, pero no sé si tú habrás sido o no un puto maricón en algún momento de tu vida. ¡Jódete! Espero que tu vida hasta este momento haya sido una puta desgracia tras otra… ¡Adiós, y no vuelvas a interponerme en mi camino, cerdo hijo de la gran puta!”

19 de noviembre de 1984, 12.35 pm, comedor de Phoenix High School, The Curve, Shepherd’s Bush, London, W12 0RQ

– Hey, you , Louise! Have you listened to the new Human League song? Hello, Louise, suck it to me? (¡Eh, tú, Louise! ¿Has escuchado la nueva canción de Human League? Hola, Louise, ¿me la chupas?) La letra de la canción decía “Remember me?” (¿Te acuerdas de mí?) en vez de “Suck it ro me?” (¿Me la chupas?)

Todas las expectativas, las esperanzas de una adolescencia masacrada por culpa de gente cuyo sadismo se convertía en pura basura, reflejo de una vida propia demasiado triste e inútil… Y ahora está aquí otro lunes, y te despiertas sabiendo que hay que ir al instituto…

NO MEANS NOPE!

No.

Me dices no,

Y es no,

Porque su semántica, implícita,

La propia del no,

Indica que no es no,

Y ni la mierda

Que sobrevuela

Las nubes

De aquellos peinados

Podrá cambiar un no

Por nada indiferente

A la explicativa

Negación del no.

“¡No quiero no saber!”

Ahí sí, joder,

La doble negación

Afirmando lo innegable.

“Sir, I didn’t do nuffink!”

Me decían a veces

En la high school llamada Phoenix,

White City, un barrio de Londres,

Y ya cayeron unos años desde aquello,

Y yo les decía,

Desde mi “tarima” aun sin ser nativo,

“¡Ajá, malandrines,

Que os he pillado!

¡Que sí, cabrónazo,

Que has sido tú,

Que a mí no me la das!”

¿Con queso?

“No puedo no comer”

Definitivamente,

El negar la existencia

Del yo inexpugnable

Es tarea ingrata

De superhéroes de papel reciclado.

No puede no hacer calor,

Y en este instante…

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Arde la puerta,

La manilla de aluminio

Que quema al contacto.

Demasiadas horas al sol, sí,

Sin un dedo amigo

Que la empuje al desconcierto

De una apertura inesperada.

Dentro, en el mismo portal,

Ya hace fresco,

Y las personas se pueden sentar

A respirar sin intervalos

Sentadas en los dos escalones

Previos al primer descansillo,

El de la puerta que da al sótano,

La de la gatera sin gato,

El preludio de las tinieblas,

Presente desde hace ya

Muchos lustros, no olvidados.

Aún tiemblo al verla,

Que era ella el umbral

Del territorio de castigo,

De alaridos a oscuras

Entre ratoncitos juguetones

Que gustaban de acariciar

Tobillos a la intemperie,

Media hora interminable,

A veces una entera.

Quizá habría roto un vaso,

O dado un pelotazo a un cuadro,

O pintarrajeado la pared del salón,

O simplemente habría corrido

Sin tiento alguno

A lo largo de aquel pasillo

Que, por aquel entonces,

Me parecía de longitud interminable.

Todavía escucho el toc… toc… toc…

Del bastón de mi abuela,

Que paseaba largo rato por él,

Cada noche, a oscuras,

Como si fuese ciega,

Porque “la luz no la regalan”,

Me decía si con ella me tropezaba

Antes de darme un abrazo

Que expiaba con serenidad

La pila inerte de la composición familiar.

Pongo mi mano derecha en la barandilla

Aún pintada de aquel marrón,

Un marrón mierda

Que digamos que desmerece

Con tan poca luz.

En vez de bajar saltando escalones,

Solía hacerlo dejándome resbalar,

Colocando mi sobaco izquierdo

Justo encima de su lisa

Y brillante superficie color mierda.

“¡Cagondiós, qué haces?”

Se escuchaba gritar dos segundos antes

De sentir la fuerza

De un tortazo imponente,

De los de otra época.

“Mal calculado”

Pensaba yo,

Porque sabía perfectamente

A qué hora volvía de trabajar.

Ya salgo.

La luz me ciega,

El calor te da hostias

Por toda la superficie,

Aun estando avisado,

Y sin brisa alguna que te acaricie,

Beso casi con lengua

Ese ardor puro, sin destilar.

Era la puerta que daba al mundo exterior,

Lejos de sótanos y de tortazos.

¡Ahí están mis amigos!

Hoy toca cintalabrea, fijo.

Seguro que sorteamos quien es la madre

A pares o nones.