CACABELOS STORIES: TRES RESEÑAS MÁS

Contraportada de Cacabelos Stories con un extracto del prólogo de Silvia Blanco Iglesias

Bueno, ya terminé #CacabelosStories de Jose Yebra o, mejor dicho, el fíu de Milita la peluquera. Mal, porque leílu nel tren y no ye lugar. Os recomiendo su lectura con una copa de vino en la mano (yo soy más de godello que de mencía😜) para disfrutarlo!!!

Porque se disfruta y se lee de un tirón. Son historias de vida que resultan familiares: la música, los colegas, la familia, la muerte, el cine, el amor…. no se si el autor se desnuda en estas páginas o se las inventa, pero hace que parezcan reales y tuyas, cualquiera podría haberlas vivido. Pero no contado con tanta gracia e ironía…

Son stories cortas, cinematográficas, entretenidas, lugares comunes donde perderse y encontrarse, con sabor a mosto de uva y juventud, a humo de la risa y amistad. Aprendizajes tempranos para niños grandes, eso que nunca dejamos de ser. Lugares comunes de la memoria colectiva, un retrato social y cultural de Cacabelos, tu pueblo y el mío.

Pilar Sánchez Vicente

Domingo 31, último día de enero, al menos hoy se ha podido disfrutar de una tarde sin lluvia para poder salir a dar un paseo en bici y luego continuar con “CACABELOS STORIES” el libro de Jose Yebra que nos hace rebobinar a nuestro pasado. En la página 99 escribe con su estilo peculiar sobre la “Bodega del Niño”, hace referencia al Camino de Santiago, ya que se encuentra en el mismo paso del Camino y al inicio de la Calle de las Angustias. Sigue contando historias ocurridas dentro de la bodega, y se para en los peregrinos y peregrinas que entran a ella. Yo le daría a esa bodega una “bula papal” con el fin de poder ganar el jubileo sin llegar a Santiago de Compostela, la misma que tiene la puerta del “Perdón” de Villafranca del Bierzo, bien es sabido de que alguno o alguna han encontrado en esta bodega sus propios ejercicios espirituales y han perdido entre sus cubas la propia “compostelana”, ese pasaporte para llegar al Pórtico de Gloria.
Recordamos otras bodegas-tabernas que fueron antecedentes de la del “Niño”, en San Roque, también en el Camino de Santiago, estaban la de “Saturno” y “Flora”. Al lado de la del «Niño» se encontraba la de “Sagrario” que sentada en su banqueta te ofrecía con el vino clarete un pincho de huevo cocido con pimentón. A unos metros la de Quino “Lence” con el ataúd y la esquela de Ángel Basante (El practicante) como elementos de su decoración y el caldero de lavar los vasos, con más vino que el propio garrafón del que manaba lo que servía, ya sabemos que eso era de no cambiar el agua, y el servicio dónde está preguntaba la clientela y a lo que Quino contestaba, a mear al huerto, al lado de los tomates, eso en verano, y de los repollos en invierno, así estaban sus cultivos tan frondosos. Luego al lado del Café Centro, la bodega de Androllo en la que se cantaba “en la bodega de Androllo, donde se asa el tocino, donde se canta tan bien, donde se bebe el buen vino….”. El mismo Café Centro era la del “Soriano”, clarete, blanco o butano, de pincho anchoa con mejillón, plato único. Más abajo la patata de “Queixiños” (igual no se escribe así, pero se pronuncia), un poco al fondo estaba Militos con las ancas de rana, era y es el “Pajarito”, dícese que en el pozo del sótano las tenía vivas, de las ranas hablamos. En el Barrio de San Isidro (antes Campo Tablado), dividían la clientela entre la de “Esther” y “La Machorra”. También, pero hace ya muchos años, en la propia Caleixa (ahora calle Cervantes) de ese mismo Barrio, tenía mi abuelo Pestaña y mi abuela Pilar Trincado una bodega de “quita y pon”, quiero decir que solamente se abría cuando el vino estaba para beber después de la vendimia, por el Día de Todos los Santos más o menos, y una vez que la cosecha propia se terminaba, se cerraba y se abría otra bodega de esas del “quita y pon”, eso era economía social colaborativa en Cacabelos. Que no se me olvidé la tasca antigua de “Ubaldo”, mejillones y riñones, se no los tenía te tocabas los cojones,
Y escribe Jose Yebra en otro capítulo del CABELOS STORIES que el baile de la “raspa” la inventó el cura de Carracedo, no le falta razón, yo siempre lo había escuchado, pero eso no es nada ante la creatividad artística de Don Antonio, cura párroco del Santuario de la Quinta Angustia. Cuentan las malas lenguas que llegaba Don Antonio en una mañana de domingo, primero de febrero, para abrir la iglesia y dar la misa de 10 h. Don Antonio era un cura como tiene que ser, sotana, boina y zapatos negros brillantes, intentando abrir la puerta sintió un golpe sobre su cabeza, un golpe seco pero blando a la vez, una enorme cagada de un cigüeña situada a más de veinte metros de altura, desde el campanario, le pintó la boina de blanco, a lo que Don Antonio exclamó “me cago en…”, así surge esa frase marxista, leninista, que sale de las trincheras y a la vez tan nuestra.
Gracias Jose por hacernos sentir estos momentos tan entretenidos.

Samuel Núñez Pestaña

Digo la verdad cuando afirmo que nunca he puesto un pie en Cacabelos. Sin embargo, si asegurara que nunca he estado allí, mentiría.
Las páginas de Cacabelos Stories no se leen, se transitan, se huelen, se escuchan, se saborean. Una abandona temporalmente el espacio físico que ocupa y se sumerge de lleno en las anécdotas que  Jose Yebra, con impecable destreza y punzante ironía, va tejiendo capítulo a capítulo.
El resultado es un curioso, divertido y heterogéneo tapiz emocional donde es imposible no acabar reconociéndose, un itinerario psicogeográfico que nos convierte en peregrinos y peregrinas descubriendo sus calles, sus plazas, bebiendo en sus bodegas, bailando en sus discotecas…poniendo en práctica esas cosas sencillas que, en las circunstancias actuales, nos parecen tan difíciles e irrealizables: Vivir hasta el hartazgo, socializar, aprender en comunidad…crecer y construirse individualmente hasta convertirse en un engranaje más, que junto al resto, dota de sentido y movimiento al todo, un todo Cacabelense, la historia de un lugar que es impensable sin la constante interacción de las personas que lo habitan.

Un particular homenaje a la raíz, la reivindicación del pueblo como principal eje narrativo alrededor del cual orbitan las experiencias vitales del autor, así como los dintintos relatos que han nutrido durante años la vida de sus gentes.
Un justo y necesario memorándum, un canto a la familia, la amistad, el amor, la música, el cine, el buen vino, la muerte, la nostalgia…y sobre todo el humor.

No, no he estado en Cacabelos, pero después de esta lectura, de la que no he salido indemne, me atrevo a asegurar que de algún modo Cacabelos también me pertenece y pienso volver, física y literariamente, tantas veces como sea posible.

Gema Fernández Martínez

Escucha la playlist de Cacabelos Stories para el programa Rock Hunters, de La Corredoria Suena.

https://www.ivoox.com/rock-hunters-episodio-216-12-11-2020-audios-mp3_rf_60336226_1.html

CACABELOS STORIES: DOS RESEÑAS

¿Se puede ser de un lugar sin haber estado allí? Nunca mis pasos me habían llevado a Cacabelos, es cierto, ni tan siquiera hasta el Bierzo, y sin embargo en los últimos días he viajado en este año que ha pasado tan extraño a muchos de los rincones de ese lugar con ese nombre tan sonoro imposible de olvidar, y me he sentido hogar, un vecino de Cacabelos más, he conocido viñedos y museos del pasado, hoteles que miran a un río y peluquerías, aulas y templos del vino como la Bodega del Niño, e incluso he volado con la imaginación sobre el que le dicen alto de Pieros donde las nubes, ciertamente, tienen un color diferente, y me he colado en las risas y en las charlas de amigos y en la vida de sus vecinos dejándome llevar, con la intención de poner mucha atención y escuchar, y todo ello gracias a ese contador de historias que es el escritor y poeta José Yebra, autor él de una pequeña maravilla titulada, no podía haber encontrado mejor título desde luego, Cacabelos Stories, un buen número de pequeños relatos sobre su pueblo llenos de mordacidad y también de veracidad, con esa forma de narrar que tiene tan tierna y a la vez tan gamberra que le dan a esas historias un sabor muy especial.

El ritmo del libro es, acorde con los tiempos que vivimos, frenético y se desborda cual si fuera un río caudaloso que nos arrastra sin remedio, y de repente se detiene y nos invita a pensar en esas pequeñas cosas que han de conformar siempre nuestra realidad. Un libro en apariencia local pero con un latir universal donde Yebra rinde homenaje a su tierra natal y a esas gentes recias y luchadoras haciendo

nuestra su historia personal, la historia de un pueblo de nombre Cacabelos que ya no podré olvidar, y del que a pesar de no haber estado nunca allí me siento casi en la distancia no un turista accidental sino un vecino más de ese lugar.

«Uno de los primeros recuerdos que habitan en el fondo abisal de mi memoria sucede en una viña, la que mis padres tenían en Fontousal, una zona de viñedos sita entre Cacabelos y Camponaraya. Era un día soleado, imagino que de finales de septiembre o primeros de octubre, supongo también que sería domingo ya que mi madre, Milita la Peluquera, había ido a vendimiar, que jamás habría dejado ella un día laboral en su peluquería por ir a cortar racimos de uvas y dejarse la espalda en el empeño»…

César Inclán

*En la imagen, portada de «Cacabelos Stories», joya editada por la editorial asturiana Más Madera, mientras un ciclista se lanza a la carrera para llegar a sus páginas, pues como dice el autor en uno de sus relatos, ¿para qué llamar por teléfono habiendo bicicletas?

Siguiendo y saboreando el libro del cacabelense Jose Yebra con el título “CACABELOS STORIES”, y digo “saboreando” como si fuese un helado de cucurucho o nuestro querido Chupa Chups, pues no me veo pegándome un atragantamiento en una tarde de invierno para hacer una lectura maratoniana. Es que Jose Yebra en este libro te mete de lleno en los recuerdos, al menos así lo estoy sintiendo yo que soy de Cacabelos. En la página 39 describe el juego de “cintalabrea”, yo que siempre le había llamado “cintoalabrea”. Rebobino a mi infancia, adolescencia y juventud en el Barrio de San Isidro (antes Campo Tablado), lugar donde viví desde los 8 años hasta que me case y me fui para el otro extremo de Cacabelos. Este juego del que habla Jose Yebra yo lo tenía como metido en el cajón oscuro, por lo que el comenta, la dureza de pegar con el cinto que te quedaban moratones por todo el cuerpo, con la hebilla algunas veces y eso que era una norma que por ese lado no se podía dar. No me gustaba nada, yo nunca elegía ese juego, pero la presión de grupo y la decisión de la mayoría te hacían ser valiente, encima en el Campo Tablado, con una espacio infinito donde no había lugar para esconderse y la rápidas carreras de aquellos que tenía algún año más que uno, te atizaban sin piedad. De esos que te llevaban las de ganar, recuerdo a Suso el “rucho”, Gelo “aira” o Hipólito el “polo”, pero aún no terminaba , al atardecer y cuando llegaban de la tareas agrícolas los veteranos del Barrio, tanto Carito el “calcón”, Gemiro o Juan el “colaso”, también se unían al juego, así que más cuero sobre el que pillaban. Gracias Jose por volvernos a sentir estas historias tan reciente de nuestro pueblo.

Eso, eso, saboreando el libro de Jose Yebra, sin atragantones, llega la parte de la fiesta, de la llegada del fin de semana y de las noches largas de verano, llega «SARAVÁ! la discoteca más emblemática del Bierzo. En «CACABELOS STORIES» la describe Jose Yebra como algo del futuro y te mete de lleno en las pistas de bailes, dos y a dos alturas, ubicada en el Barrio de San Isidro (antes Campo Tablado) y no podía ser mejor el lugar escogido, pero también habla de la otra discoteca de Cacabelos, la Marychris. Es que en música, baile y otras jotas no había quien nos ganase. Aparece otra discoteca más, la Faustin, como anterior, a esa no entraría Jose Yebra ya que por su edad no llegaría a la taquilla. Pero yo si puedo hablar de que la mejor música del Bierzo estaba en esta última, la Faustín, en la Avda de Arganza, aún queda el espacio y restos de su interior, pero esa gran música venía de la mano de uno de los mejores «pincha discos» y no «DJ ni Disc-Yockey», ya que en mi pueblo somos eso, de pueblo bastante, hablo de Fernando, y es un buen momento para recordarlo. Gracias Jose, has abierto la veda de los recuerdos y de la memoria.

Samuel Núñez Pestaña

MALOS TIEMPOS PARA LA HUMANIDAD: ABURRIMIENTO CIENTÍFICO PARA SOLDADOS DISTÓPICOS

MALOS TIEMPOS PARA LA HUMANIDAD: 

ABURRIMIENTO CIENTÍFICO PARA SOLDADOS DISTÓPICOS.

Natalia Menéndez

En ocasiones escribir poesía es como ir a la guerra. Escribir con el arma cargada, disparando contra la vida y también contra la muerte. Un ejército de soldados distópicos cuyos huesos se quiebran en el campo de batalla. No tienen nada que perder, pues ya no hay hogar para el regreso. 

Jose Yebra dice en el prólogo de su libro que se trata de un atrevimiento por su parte escribir estos poemas en inglés. Un atrevimiento nada inconsciente, ya que el autor posee un bagaje literario suficiente para afrontar la creación poética en lengua inglesa con destreza, con la naturalidad que proporciona haber leído y estudiados a los clásicos anglosajones, con la certeza de la que la poesía es música y la música poesía, y que el rock está siempre presente en su acto creativo. Sus versos destilan rock por todos sus poros. Son buenos tiempos para la lírica, malos tiempos para la humanidad. 

Jose Yebra suelta a su soldado distópico en un mundo desolado, y además lo hace en un producto final que combina palabra e imagen completando así en goce

estético que genera una literatura en varias dimensiones. Se trata de la osadía de un universo entrelazado en el que la simbiosis de las fotografías de Malin Ellisdotter y los poemas de Jose Yebra caminan con paso firme por el pesimismo existencial, en poemas que nos hablan de la herencia de la humanidad, de la pertenencia a un planeta devorado por nuestros descendientes, y se cuestiona los conceptos de evolución, la modernidad y la felicidad, a todas luces sobrevalorada. 

El soldado distópico sabe que la utopía ha llegado a su fin y que la lucha por un mundo mejor ya no es posible y solo nos queda sobrevivir con desesperanza. Sin embargo, el poeta no se queda de brazos cruzados, condena la inacción y hace un llamamiento a tomar partido y a asumir riesgos: “Venid, arriesgad vuestras vidas, comenzad a caminar sin rumbo fijo…”

Con versos directos que recorren lo individual y lo colectivo, en una especie de exorcismo poético la presunta modernidad de nuestra existencia es puesta en cuestión: “nunca hemos sido modernos, nunca hemos regalado a la tierra una fascinante comprensión del verdadero sentido de la vida”. Así, en ocasiones el mundo, inconveniente y gris, un planisferio con un borde abismal, se torna una pesadilla kafkiana “como un insecto aún con vida/bicharracos que se mueven en círculos dentro de vuestros estómagos”. 

Y en esa ensoñación el poeta nos presenta versos que aluden a la oscuridad y la ausencia de vida:

El mundo es gris/sin el color de tu destino.

Se trata de un ser humano que no comprende el mundo, pues el tiempo disponible se ha consumido y el tiempo actual es tiempo de construcción de muros, un contexto de guerra donde reina el sentimiento de no pertenencia, un contexto de desolación, un vagar sin rumbo por lugares abandonados: “no sale más el sol, la vida no existe (Hola oscuridad, ¿me estabas esperando?)”. Sin embargo, no está todo perdido, también hay espacio para la resiliencia. El soldado se adapta a este nuevo contexto ausente de luz, es resistente a los temores (“nos recuperamos a tiempo de nuestras perturbaciones previas”) e incluso hay lugar para la esperanza (“Otra vida, otro mundo es posible”).

Con una adjetivación abundante, las metáforas bélicas se suceden (“deshuesado ejército/ blancura masacrada/ gatillo solitario”) al mismo tiempo que las fotografías de Malin Ellisdotter acentúan el pesimismo existencial mostrando un mundo gris, un universo en blanco y negro. Las imágenes bidimensionales resultantes creadas por la combinación de poesía y fotografía se fusionan en texturas, rostros desdibujados, máscaras que ocultan nuestros verdaderos sentimientos y defectos, el paso del tiempo presente en los árboles, de la raíz a las ramas, palpable en las estrías de los troncos, en la corteza envejecida que es testigo de la rabia humana, la rabia conocida cuyo sonido emite el soldado distópico. 

En ocasiones se percibe una doble voz, tal vez la propia conciencia, como un eco que tal vez beba de fuentes literarias norteamericanas, pues recuerda en cierto modo al cuervo de Edgar Allan Poe. Ese eco recorre el poemario (anymore, nomore en vez de nevermore).

No quiero / sentir la tierra dentro de mis fosas nasales nunca más.

Tan solo eran el cebo perfecto para ellos, pero no para mí, nunca más. 

Su angustia le hizo repetir, pero no, yo no estaba allí, nunca más. 

Bajo el puente- de nuestro firme descontento nunca más.

El soldado distópico sobrevive a la contienda, pero la lucha no ha sido gratuita. Ha perdido el ojo izquierdo y ni siquiera una experta cirujana plástica como Anne Coleman podrá reconstruirlo. No obstante, el soldado ha perdido mucho más que eso, no se trata solamente de un rostro desfigurado, también ha heredado un mundo desfigurado que ya no se puede recomponer, un planeta que solo se puede habitar convertido en un fantasmal espectro. 

PARA PODER VER LA PUERTA

«No quiero saber nada…

Ni de esa luz incierta

que retrocede vaga

ni de esa nube limpia

con perfiles de cuento.

Tampoco del magnolio

que quizá aún perfume

con su nieve insitente…

No saber, no soñar,

pero inventarlo todo»

Ernestina de Champourcín, poeta, (1905-1999)

“Tell her where the rain will fall
Tell her where the sun shines bright”

(Dile donde caerá la lluvia

Cuéntale donde el sol brilla con fuerza)

Alice, canción de The Sisters of Mercy

«Es la cuarta vez que tengo que cambiar esta bombilla este mes, joder », susurró enfadada Paulina sin percatarse siquiera de la presencia de esa insistente molestia de ese nudo que se había instalado cabrón en la boca de su estómago desde que su hija Lucía y ella misma se habían mudado a este pequeño estudio del barrio madrileño de Chamberí, en el número uno de la calle Ramiro II, un quinto piso la mar de coqueto y apañado, económicamente más asequible que el anterior.

“Alice pressed against the Wall

so she can see the door

in case the laughing strangers crawl

and crush the petals on the floor”

(Alice, aprisionada contra la pared para que así pueda ver la puerta, por si la gente extraña que se ríe se arrastra y aplasta los pétalos contra el suelo)

Da igual que en la habitación de Lucía suenen los Sisters of Mercy a todo volumen, que ya no hay ni hermanitas de la caridad ni hostias en vinagre. Porque llega otra noche y en la oscuridad que alivia nuestra vigilia ella volverá a aparecer, la cara pegada al asfalto, la sangre brotando en oleadas desde su interior, abriéndose camino a través de su boca, de sus fosas nasales, incluso desde sus oídos. Lucía siempre la ve, pero nunca la saluda, solo da media vuelta, deja escapar otro suspiro más de fastidio e intenta conciliar el sueño.

Lucía no sirve, no es válida.

Quizá por el hecho de ser gótica, que eso siempre supone un estadio de empatía con todo lo desconocido. Lo intentará pues con Paulina.

Por la mañana, al tratar de encender la luz del baño, volverá a escuchar como estalla otra bombilla más. No hay LED que resista. Hace pocos días, un electricista amigo revisó a conciencia toda la instalación y no le quedó otro remedio que el de concluir que todo estaba bien y en perfecto orden. Por si acaso, cambió todo el cableado y también los portalámparas para, acto seguido, enroscar en cada uno de ellos la que él mismo definió como  «la bombilla infalible, ¡mínimo veinte años!»

Paulina siempre anda con prisa. La velocidad de la vida actual nunca le da un simple respiro. Necesita pagar el alquiler y todo trabajo es poco, aunque debería estar muchísimo mejor pagado, eso seguro.

«Mañana, en cuanto regreses del trabajo, vamos a ir las tres a tomar un café aquí al lado, con unas porras y una buena conversación entre amigas, ¿os parece?», y Paulina, sin darse casi ni cuenta, responde con un leve «sí, será un placer» mientras se seca el pelo frente al espejo.

«Alice in her party dress

she thanks you kindly,

so serene…»

(Alice con su vestido de fiesta te da las gracias con amabilidad, muy tranquila…)

«¡Dios, joder…. Luci, quita esa música, hostia, que son las siete de la mañana! », pero Lucía no hace ni caso y Paulina, su madre, sale del baño con un cargamento muy potente de mala leche en dirección a la habitación de su hija, abre la puerta de golpe y ve que Lucía duerme profundamente, no hay música alguna. Andrew Eldritch no nos quiere decir nada porque él nada tiene que ver con esto.

«Joder, me voy a volver loca aquí.»

Vuelve a no desayunar porque ese nudo hoy aprieta mucho, demasiado. El metro, la nueva oficina, las pijas de Sara y Meli, un café solo a las once y veinte acompañado de un generoso trozo de bizcocho de naranja, varios cigarrillos y muy pocas conversaciones. De nuevo el metro, esta vez de vuelta a casa. Lucía ya ha regresado de estudiar con su amiga Tania. Se saludan con un beso rápido y fugaz y un «¿qué tal?» que no espera respuesta alguna.

“Alice in her party dressed to kill

she thanks you turns away

she needs you like she needs her pills

to tell her that the world’s OK”

(Alice vestida de fiesta para matar, te da las gracias y te da la espalda, te necesita así lo mismo que necesita sus pastillas para decirle a ella que el mundo está bien)

Ahora sí. Esperan a que termine la canción. Se abrazan mirándose a los ojos. «Todo va a ir bien», dice Lucía. Y las tres, bien agarradas de la mano y luciendo sus mejores galas, se acercan a la ventana, la abren, miran abajo sin miedo y sonríen. La furgoneta de siempre sigue ahí abajo, aparcada. Saltan sin pensárselo ni medio segundo, incluso se podría decir que felices. Le dirán a Alicia donde va a llover, que el sol luce brillante esta noche, que el mundo volverá a estar a sus pies. Esperarán la inminente llegada de nuevas inquilinas para así, las tres juntas, poder compartir toda esa sangre que un día dejó de circular por todo el interior de sus cuerpos desahuciados.

26 de noviembre de 2018

El titular rezaba “Se suicida cuando iba a ser desahuciada”.

Alicia, mujer de 65 años, se quitó la vida lanzándose desde la quinta planta de su vivienda en el distrito madrileño de Chamberí. Llevaba tres meses sin poder pagar el alquiler.

La Constitución española de 1978.

Título I. De los derechos y deberes fundamentales

Capítulo tercero. De los principios rectores de la política social y económica

Artículo 47

Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación. La comunidad participará en las plusvalías que genere la acción urbanística de los entes públicos.

Relato publicado en el libro colectivo «Miedos», publicado por la editorial asturiana Más Madera, 2019.

CACAHUÉS PASADO

poesía

Espasa

espesa

se pasa

escasa

se casa

se basa                en

                                         una

masa               con

guasa

poesía

rasa

rebasa                  y

abrasa                  a

la NASA

poesía

descompasa            y

desengrasa

esto

             no

                         es

                                     poesía                    dice

                                  pues

dale

                            al

                                                    intro                  y

estafa

                                      polimerasa