Aunque ponga ahí número 5, en realidad es la sexta entrada de esa novela añeja que decidí rescatar de un olvido imposible.
“Dios mío, no sé si estaré haciendo las cosas del todo bien. Esa chica me gusta mucho, muchísimo, y yo creo que ella también se ha fijado en mí. Ahí están mis padres, tan tranquilos, confiando en mí, como siempre, y a mí me parece que Ingrid va a drogarse… y me siento un poco arrastrado. Bueno, total, por un día no va a pasar nada. En tus manos quedo, Padre mío. ¡Madre mía!, y ahora estamos yendo al baño de las chicas…”
Ingrid echa el cerrojo; están los dos encerrados. Solos los dos. Ella saca de su cartera una papelina que contiene un polvo blanco.
– ¿Tienes un billete?
– ¡Eh?
– ¡Un billete de mil, de lo que sea!
– ¡Aaah! Sí. ¿Cuánto te tengo que pagar?
– Joder, serás bobo. Es para enrollarlo y luego aspirar por la nariz. No tienes que pagarme nada, yo…
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