CACABELOS STORIES: TRES RESEÑAS MÁS

Contraportada de Cacabelos Stories con un extracto del prólogo de Silvia Blanco Iglesias

Bueno, ya terminé #CacabelosStories de Jose Yebra o, mejor dicho, el fíu de Milita la peluquera. Mal, porque leílu nel tren y no ye lugar. Os recomiendo su lectura con una copa de vino en la mano (yo soy más de godello que de mencía😜) para disfrutarlo!!!

Porque se disfruta y se lee de un tirón. Son historias de vida que resultan familiares: la música, los colegas, la familia, la muerte, el cine, el amor…. no se si el autor se desnuda en estas páginas o se las inventa, pero hace que parezcan reales y tuyas, cualquiera podría haberlas vivido. Pero no contado con tanta gracia e ironía…

Son stories cortas, cinematográficas, entretenidas, lugares comunes donde perderse y encontrarse, con sabor a mosto de uva y juventud, a humo de la risa y amistad. Aprendizajes tempranos para niños grandes, eso que nunca dejamos de ser. Lugares comunes de la memoria colectiva, un retrato social y cultural de Cacabelos, tu pueblo y el mío.

Pilar Sánchez Vicente

Domingo 31, último día de enero, al menos hoy se ha podido disfrutar de una tarde sin lluvia para poder salir a dar un paseo en bici y luego continuar con “CACABELOS STORIES” el libro de Jose Yebra que nos hace rebobinar a nuestro pasado. En la página 99 escribe con su estilo peculiar sobre la “Bodega del Niño”, hace referencia al Camino de Santiago, ya que se encuentra en el mismo paso del Camino y al inicio de la Calle de las Angustias. Sigue contando historias ocurridas dentro de la bodega, y se para en los peregrinos y peregrinas que entran a ella. Yo le daría a esa bodega una “bula papal” con el fin de poder ganar el jubileo sin llegar a Santiago de Compostela, la misma que tiene la puerta del “Perdón” de Villafranca del Bierzo, bien es sabido de que alguno o alguna han encontrado en esta bodega sus propios ejercicios espirituales y han perdido entre sus cubas la propia “compostelana”, ese pasaporte para llegar al Pórtico de Gloria.
Recordamos otras bodegas-tabernas que fueron antecedentes de la del “Niño”, en San Roque, también en el Camino de Santiago, estaban la de “Saturno” y “Flora”. Al lado de la del «Niño» se encontraba la de “Sagrario” que sentada en su banqueta te ofrecía con el vino clarete un pincho de huevo cocido con pimentón. A unos metros la de Quino “Lence” con el ataúd y la esquela de Ángel Basante (El practicante) como elementos de su decoración y el caldero de lavar los vasos, con más vino que el propio garrafón del que manaba lo que servía, ya sabemos que eso era de no cambiar el agua, y el servicio dónde está preguntaba la clientela y a lo que Quino contestaba, a mear al huerto, al lado de los tomates, eso en verano, y de los repollos en invierno, así estaban sus cultivos tan frondosos. Luego al lado del Café Centro, la bodega de Androllo en la que se cantaba “en la bodega de Androllo, donde se asa el tocino, donde se canta tan bien, donde se bebe el buen vino….”. El mismo Café Centro era la del “Soriano”, clarete, blanco o butano, de pincho anchoa con mejillón, plato único. Más abajo la patata de “Queixiños” (igual no se escribe así, pero se pronuncia), un poco al fondo estaba Militos con las ancas de rana, era y es el “Pajarito”, dícese que en el pozo del sótano las tenía vivas, de las ranas hablamos. En el Barrio de San Isidro (antes Campo Tablado), dividían la clientela entre la de “Esther” y “La Machorra”. También, pero hace ya muchos años, en la propia Caleixa (ahora calle Cervantes) de ese mismo Barrio, tenía mi abuelo Pestaña y mi abuela Pilar Trincado una bodega de “quita y pon”, quiero decir que solamente se abría cuando el vino estaba para beber después de la vendimia, por el Día de Todos los Santos más o menos, y una vez que la cosecha propia se terminaba, se cerraba y se abría otra bodega de esas del “quita y pon”, eso era economía social colaborativa en Cacabelos. Que no se me olvidé la tasca antigua de “Ubaldo”, mejillones y riñones, se no los tenía te tocabas los cojones,
Y escribe Jose Yebra en otro capítulo del CABELOS STORIES que el baile de la “raspa” la inventó el cura de Carracedo, no le falta razón, yo siempre lo había escuchado, pero eso no es nada ante la creatividad artística de Don Antonio, cura párroco del Santuario de la Quinta Angustia. Cuentan las malas lenguas que llegaba Don Antonio en una mañana de domingo, primero de febrero, para abrir la iglesia y dar la misa de 10 h. Don Antonio era un cura como tiene que ser, sotana, boina y zapatos negros brillantes, intentando abrir la puerta sintió un golpe sobre su cabeza, un golpe seco pero blando a la vez, una enorme cagada de un cigüeña situada a más de veinte metros de altura, desde el campanario, le pintó la boina de blanco, a lo que Don Antonio exclamó “me cago en…”, así surge esa frase marxista, leninista, que sale de las trincheras y a la vez tan nuestra.
Gracias Jose por hacernos sentir estos momentos tan entretenidos.

Samuel Núñez Pestaña

Digo la verdad cuando afirmo que nunca he puesto un pie en Cacabelos. Sin embargo, si asegurara que nunca he estado allí, mentiría.
Las páginas de Cacabelos Stories no se leen, se transitan, se huelen, se escuchan, se saborean. Una abandona temporalmente el espacio físico que ocupa y se sumerge de lleno en las anécdotas que  Jose Yebra, con impecable destreza y punzante ironía, va tejiendo capítulo a capítulo.
El resultado es un curioso, divertido y heterogéneo tapiz emocional donde es imposible no acabar reconociéndose, un itinerario psicogeográfico que nos convierte en peregrinos y peregrinas descubriendo sus calles, sus plazas, bebiendo en sus bodegas, bailando en sus discotecas…poniendo en práctica esas cosas sencillas que, en las circunstancias actuales, nos parecen tan difíciles e irrealizables: Vivir hasta el hartazgo, socializar, aprender en comunidad…crecer y construirse individualmente hasta convertirse en un engranaje más, que junto al resto, dota de sentido y movimiento al todo, un todo Cacabelense, la historia de un lugar que es impensable sin la constante interacción de las personas que lo habitan.

Un particular homenaje a la raíz, la reivindicación del pueblo como principal eje narrativo alrededor del cual orbitan las experiencias vitales del autor, así como los dintintos relatos que han nutrido durante años la vida de sus gentes.
Un justo y necesario memorándum, un canto a la familia, la amistad, el amor, la música, el cine, el buen vino, la muerte, la nostalgia…y sobre todo el humor.

No, no he estado en Cacabelos, pero después de esta lectura, de la que no he salido indemne, me atrevo a asegurar que de algún modo Cacabelos también me pertenece y pienso volver, física y literariamente, tantas veces como sea posible.

Gema Fernández Martínez

Escucha la playlist de Cacabelos Stories para el programa Rock Hunters, de La Corredoria Suena.

https://www.ivoox.com/rock-hunters-episodio-216-12-11-2020-audios-mp3_rf_60336226_1.html

MALOS TIEMPOS PARA LA HUMANIDAD: ABURRIMIENTO CIENTÍFICO PARA SOLDADOS DISTÓPICOS

MALOS TIEMPOS PARA LA HUMANIDAD: 

ABURRIMIENTO CIENTÍFICO PARA SOLDADOS DISTÓPICOS.

Natalia Menéndez

En ocasiones escribir poesía es como ir a la guerra. Escribir con el arma cargada, disparando contra la vida y también contra la muerte. Un ejército de soldados distópicos cuyos huesos se quiebran en el campo de batalla. No tienen nada que perder, pues ya no hay hogar para el regreso. 

Jose Yebra dice en el prólogo de su libro que se trata de un atrevimiento por su parte escribir estos poemas en inglés. Un atrevimiento nada inconsciente, ya que el autor posee un bagaje literario suficiente para afrontar la creación poética en lengua inglesa con destreza, con la naturalidad que proporciona haber leído y estudiados a los clásicos anglosajones, con la certeza de la que la poesía es música y la música poesía, y que el rock está siempre presente en su acto creativo. Sus versos destilan rock por todos sus poros. Son buenos tiempos para la lírica, malos tiempos para la humanidad. 

Jose Yebra suelta a su soldado distópico en un mundo desolado, y además lo hace en un producto final que combina palabra e imagen completando así en goce

estético que genera una literatura en varias dimensiones. Se trata de la osadía de un universo entrelazado en el que la simbiosis de las fotografías de Malin Ellisdotter y los poemas de Jose Yebra caminan con paso firme por el pesimismo existencial, en poemas que nos hablan de la herencia de la humanidad, de la pertenencia a un planeta devorado por nuestros descendientes, y se cuestiona los conceptos de evolución, la modernidad y la felicidad, a todas luces sobrevalorada. 

El soldado distópico sabe que la utopía ha llegado a su fin y que la lucha por un mundo mejor ya no es posible y solo nos queda sobrevivir con desesperanza. Sin embargo, el poeta no se queda de brazos cruzados, condena la inacción y hace un llamamiento a tomar partido y a asumir riesgos: “Venid, arriesgad vuestras vidas, comenzad a caminar sin rumbo fijo…”

Con versos directos que recorren lo individual y lo colectivo, en una especie de exorcismo poético la presunta modernidad de nuestra existencia es puesta en cuestión: “nunca hemos sido modernos, nunca hemos regalado a la tierra una fascinante comprensión del verdadero sentido de la vida”. Así, en ocasiones el mundo, inconveniente y gris, un planisferio con un borde abismal, se torna una pesadilla kafkiana “como un insecto aún con vida/bicharracos que se mueven en círculos dentro de vuestros estómagos”. 

Y en esa ensoñación el poeta nos presenta versos que aluden a la oscuridad y la ausencia de vida:

El mundo es gris/sin el color de tu destino.

Se trata de un ser humano que no comprende el mundo, pues el tiempo disponible se ha consumido y el tiempo actual es tiempo de construcción de muros, un contexto de guerra donde reina el sentimiento de no pertenencia, un contexto de desolación, un vagar sin rumbo por lugares abandonados: “no sale más el sol, la vida no existe (Hola oscuridad, ¿me estabas esperando?)”. Sin embargo, no está todo perdido, también hay espacio para la resiliencia. El soldado se adapta a este nuevo contexto ausente de luz, es resistente a los temores (“nos recuperamos a tiempo de nuestras perturbaciones previas”) e incluso hay lugar para la esperanza (“Otra vida, otro mundo es posible”).

Con una adjetivación abundante, las metáforas bélicas se suceden (“deshuesado ejército/ blancura masacrada/ gatillo solitario”) al mismo tiempo que las fotografías de Malin Ellisdotter acentúan el pesimismo existencial mostrando un mundo gris, un universo en blanco y negro. Las imágenes bidimensionales resultantes creadas por la combinación de poesía y fotografía se fusionan en texturas, rostros desdibujados, máscaras que ocultan nuestros verdaderos sentimientos y defectos, el paso del tiempo presente en los árboles, de la raíz a las ramas, palpable en las estrías de los troncos, en la corteza envejecida que es testigo de la rabia humana, la rabia conocida cuyo sonido emite el soldado distópico. 

En ocasiones se percibe una doble voz, tal vez la propia conciencia, como un eco que tal vez beba de fuentes literarias norteamericanas, pues recuerda en cierto modo al cuervo de Edgar Allan Poe. Ese eco recorre el poemario (anymore, nomore en vez de nevermore).

No quiero / sentir la tierra dentro de mis fosas nasales nunca más.

Tan solo eran el cebo perfecto para ellos, pero no para mí, nunca más. 

Su angustia le hizo repetir, pero no, yo no estaba allí, nunca más. 

Bajo el puente- de nuestro firme descontento nunca más.

El soldado distópico sobrevive a la contienda, pero la lucha no ha sido gratuita. Ha perdido el ojo izquierdo y ni siquiera una experta cirujana plástica como Anne Coleman podrá reconstruirlo. No obstante, el soldado ha perdido mucho más que eso, no se trata solamente de un rostro desfigurado, también ha heredado un mundo desfigurado que ya no se puede recomponer, un planeta que solo se puede habitar convertido en un fantasmal espectro. 

MOTHER!!!

I

limpiar tu última sangre del suelo
quizá sea mi capítulo final de redención:
las horas de silencio y espera
que ya se torna infinita
bajo la presión de un tiempo
que ya no volverá a ser jamás
por más que insista ese reloj
de pared de manecillas tan ruidosas;
la bifurcación de los seres
en el ámbito uniforme
de la extrema lealtad
de lo humano y sus consecuencias
y la acera recién arreglada
con versiones alternativas
de unos paseos diarios ya olvidados
ese caminar eterno ahora terminado:
todo eso y aún más
con la cucharada a rebosar
de gramos paciencia perdida
de alguna riña vespertina
porque decías que odiabas esta barba
porque la concordancia no existía
en muchas ocasiones
de feliz enfrentamiento
más allá del vínculo de sangre:
pero la mirada prevalece
y también una compresión mutua
que solía viajar desde dos polos
absolutamente opuestos
que se abrazaban en un lugar
de cariño más allá de la ciencia
la familia y eso que nos obligan
a llamar algo así como amor;
te lo comenté en más de una conversación
cuando la memoria aún no envejecida
y gastada perduraba y resistía
por encima de la estúpida inmediatez:
prefiero la fiesta y la celebración
al culto exagerado de lo tétrico
y en esta casa ahora vacía
todavía escucho tu voz
preguntándome si estoy bien
si necesito algo
porque en tu caso
la generosidad era norma
nunca pretensión:
siempre fuiste la última en atender
tus escasas necesidades
y te vas igual que viviste
sin molestar
discretamente
disfrutando de la vida desde el exterior
de la de los demás
con esa sonrisa sincera
y sin tan siquiera despedirte
ni decirme
como casi siempre
sin enfadarte
que afeitara la barba
una última y definitiva vez;
y me da pena
muchísima pena
que el baile continúe
pero ya sin tus pasos

II

el último poema que leí
fue la factura de la luz
y no lo entendí:
allí estabas tú
en la penumbra de un salón
en cuya lámpara solo alumbraba
una bombilla de las cinco
que se suponía debían hacerlo;
fundidas y antiguas
nada de led
o luces modernas
de esas que
dicen
gastan poco
aunque en las tiendas
sean mucho más caras:
las paradojas del capitalismo
ante la oscuridad de la noche
«si ya conoces bien tu casa
para qué vas a necesitar luz alguna
cuando anochece»
porque te encantaba
igual que a tu madre
mi abuela
pasear pasillo arriba pasillo abajo
un buen rato
antes de irte a dormir:
«quien mueve las piernas
mueve el corazón»
me decías
repitiendo aquel famoso eslogan
de bicicletas estáticas
ay el corazón
oh ma corason
se cansó y dijo «ya valió»
y la luz del pasillo
quedó encendida toda la noche
mientras el agua del cúa
seguía pasando bajo el puente
en dirección a su encuentro con el sil
porque lo hace sin pausa
porque la misma agua siempre regresa
al origen de su periplo
para poder leerme otra vez
ese recibo de la luz hecho poema
que yo
inútil ser humano
ni analizándolo con calma
ni soy ni seré
capaz de comprender

CONA MOR

No, no se trata de una obvia referencia u homenaje al insigne Chiquito de la Calzada, no, aquí iremos mucho más allá, porque vamos a agarrar una pala de esas bien grandes y cavar un rato largo hasta llegar a 1980. Tan cerca, tan lejos – como aquel grupo danés que vi una vez en Aplauso, Mabel, que cantaba una canción titulada “We are the eighties” entre melenas rubias cardadas y poses bien aprendidas tras unos años 70 llenos de glam y heavy metal (más adelante, y gracias a La Edad de Oro, aquel mítico programa que presentaba Paloma Chamorro y que provocaba en mí toneladas de sueño las mañanas siguientes, descubrí el verdadero tema de los 80, “Eighties”, de Killing Joke).

(Inciso: no sólo es una burrada supina intentar comparar estas dos canciones, sino que, para mentes avispadas a las que les guste Nirvana, os habréis percatado de que «Eighties» tiene el riff de guitarra de «Come as you are». Una curiosidad. Prosigamos)

Son dos los tipos de sangre, dos. No hablo del RH, de tener o no tener esa proteína en la membrana de los glóbulos rojos, no, sino del acercamiento de los seres humanos a la misma teniendo en cuenta las circunstancias y de quién y por donde brotaba la misma. El mismo día de mayo de 1980, cursando yo el séptimo curso de la extinta Educación General Básica sucedió lo que paso a narrar a continuación:

Clase de matemáticas con Don Ángel en el colegio público de mi pueblo, Cacabelos, Virgen de la Quinta Angustia (desconozco cuáles fueron las cuatro angustias anteriores, quizá la quinta fuese la ansiedad que provoca la dinámica del sistema educativo en alumnado de 12 y 13 años de edad, quién sabe). Mientras intentamos resolver problemas en absoluto silencio, una niña sentada en la mitad de la fila de mi izquierda, comienza a llorar tratando de no hacer demasiado ruido. “¿Qué le pasa?”, se acerca Don Ángel, que siempre nos trataba de usted, y pregunta con cierta preocupación a la alumna. “Tengo un problema, ¿puede venir Doña Nati?” Sin mediar ninguna palabra más, el maestro de matemáticas avisa al delegado, “apunte usted en la pizarra a todo aquel que se porte mal”, y sale disparado de clase dejando la puerta abierta de par en par. Las dos mejores amigas de la niña que llora y tiene un problema se levantan de sus asientos y se acercan compungidas a consolarla. Las tres se abrazan, una de las dos amigas acaricia el pelo de su amiga con mucha ternura. El resto de la clase permanece en absoluto silencio. No sabemos qué sucede, si se trata de un problema muy grave o no y ni siquiera nos atrevemos a preguntarle a la niña qué leches le está pasando. Dos minutos más tarde regresa Don Ángel con Doña Nati, ambos entran muy serios. “Ya me ocupo yo”, le indica la maestra de lengua al de matemáticas, “puedes esperar fuera”. “A ver, niños, será sólo un momento, vais saliendo en silencio al patio con Don Ángel y ya volvéis cuando lo arreglemos. Nada, unos minutos.” Y en perfecta y armónica fila salimos de nuestra aula en dirección al patio. Estamos asustados, nos miramos unos a otros sin saber de qué va todo aquello. Mi amigo Jose olvida su chaqueta en clase y, por propia iniciativa y sin pedir permiso al maestro, regresa corriendo al aula de 7º B. Escuchamos de lejos como doña Nati le riñe airada y como consecuencia Jose corre más rápido aún hasta alcanzarnos. “Joder, está de pie hablando con Doña Nati y la silla está llena de sangre”, me susurra muy bajito a la altura de mi oído derecho. “Hostia… ¿Qué le habrá pasado?… Pobre. ¿No será nada malo, no?”, le respondo. “No sé, ni idea. Había bastante sangre”, me comenta con cara de susto. “Eso no es nada, que está sangrando por la cona, nada más”, Mari Carmen, una de sus mejores amigas, que iba justo delante de nosotros y había escuchado nuestra conversación en voz baja utilizando sus increíbles antenas parabólicas. “¿Cómo que sangra por la crica?” (Mari Carmen, hija de lucenses, utilizaba la palabra cona mientras que nosotros nos decantábamos por la acepción berciana, autóctona e intransferible, que denominaba al organo sexual femenino como crica). “Pues claro, gilipollas, ¿no sabéis que a las niñas nos viene la regla un día y eso significa que ya somos mujeres y que ya podríamos tener hijos? Si lo explicó Don Amado en clase hace un par de meses. Estaríais a uvas, agilipollaos, como siempre.”

El caso es que la niña a la que le acababa de llegar la regla por vez primera y en mitad de una clase de matemáticas estuvo después unos días un poco rara, como avergonzada por alguna maldición espontánea con la que no contaba. Y los niños la mirábamos desde la distancia, entre temor y respeto, como si aquella manzana de la que tanto nos hablaron estuviese encima de su pupitre lista para recibir un mordisco. Temor y mucha basura en nuestras cabezas.

Aquel mismo día, en el recreo, otro compañero de clase se había cortado en una pierna mientras jugaba el típico correcalles balompédico de cada recreo. No pasó nada, algo de alcohol y desinfección, y a seguir con el día escolar. De vez en cuando, volvía a brotar algo de sangre con lo que, nada más empezar la clase aquella de matemáticas con Don Ángel, decidió el propio maestro que bajase el alumno a conserjería para allí aplicarle un apósito. Pero aquella sangre era distinta, no provocaba entre los mayores sensaciones tan extrañas como la de la menstruación de la niña.

A la hora de la comida lo comenté en la mesa con mis padres y mi abuela, y nadie me supo o quiso explicar qué desconocido misterio distinguía a una sangre de la otra. Miradas, caras de extrañeza, y a cambiar de tema lo más pronto posible, que los tabúes no son tema de conversación en una comida familiar. “Joder, cómo cambian los tiempos, hostia”, fue lo único que atinó a decir mi padre al respecto mientras mi madre y mi abuela se miraban de reojo tratando de responderse preguntas la una a la otra que ya venían, probablemente, de muy atrás, de tiempos ya lejanos para ellas.

EL CHOPO T-REX Y BOWIE EN PELUCHE

chopo-cacabelosla locura no consiste
en ver un T-rex
en el tronco de un árbol
mientras paseas al atardecer
bajo el frío sol de un invierno
agotado de esperar
su propia temperatura,
no;
la locura viaja y vibra
dentro de nuestras vísceras
sin interesarse apenas
por seres que dejaron de serlo
muchos millones de años atrás;
la locura, en definitiva,
tan sólo radica en creer
que todavía pueda existir
un rex o «similárico» ejemplar
que por haber salido a este mundo
por el coño de una madre señalada
alce su cabeza,
su busto parlante,
lector aburrido
poco electrizante,
por encima de las sombras
del resto de las gentes;
sub… sub… y sub
sin ditto lo cual
me traslado al árbol siguiente
para ver si no me habla
de criaturas ya extintas…
o, en su de(fuck)to,
de aquéllas que sin duda
sólo merecen la más absoluta
y regia
extinción
(sin excepción)

bowie-pelucheEsos días en los que paseo
por galaxias paralelas
noto como tu ojo izquierdo
nos observa sin intentar
ni por un instante controlarnos
porque tú no eres uno de esos grandes hermanos
que todo lo quieren vigilar,
tan solo eres, y lo proclamó aquí
sin anestesia alguna
desde mi atea atalaya,
lo más parecido a un dios
que jamás habré venerado;
por eso a veces «emigro»
a otras galaxias cercanas,
fumo sin fumar un montón de cigarrillos
y comparto un par de chutes
con el mayor Tom,
abusando complacido
de su eterna sonrisa
de dientes perfectamente imperfectos.

LA MANSIÓN DE LOS ANIMALES HERVÍBOROS Y UN TOBOGÁN DE VIDES

arriondas-indiano-houseyo quiero vivir
en la mansión
de los animales
herbívoros
y alimentarme
sólo de hierba
y con su humo
crear neblinas eternas
cada mañana
y no preocuparme
por significado alguno;
respirar lejos,
muy lejos
de la semántica misma;
a saber:
comer, cagar y follar
y alimentarme
sólo de hierba
como los animales
herbívoros.

vina-de-cacabelostobogán de vides
y ese monstruo que preside
que vigila
la caída de las hojas
el crecimiento de los racimos
el grado de la mencía
como se poda
como se sulfata
si hace falta arar este año
o no:
la puta vendimia… ese monstruo
que no lo vemos
y ahí sigue
pensando cada día
que tan sólo somos
una banda de imbéciles
que matamos nuestro tiempo
manejando a nuestro antojo
la naturaleza viva
para poder disfrutar
de unos vasos de vino… y él se descojona: «que trabajen otros
a mí
con cara de sumiller
gilipollas
que me pongan otra copa
que el vino no es
para quien pisa una viña
es para quien sonríe
y aprieta bien las manos
de los verdaderos
titiriteros…»

VIAJES AL FONDO DEL ALSA – LAS MICROAVENTURAS DE INDALECIO, EL CONDUCTOR – PARTE XIII – VETUSTA BLUES

Y volvió a ocurrir, porque sucede cada cierto tiempo, es un tópico demasiado típico como para que la gente que sólo es capaz de pensar repitiendo lo que va escuchando se olvide de él. Se encontraba ese miércoles Indalecio en Cacabelos (de vez en cuando le cambia el turno a Nacho para poder hacer la ruta Oviedo-Ponferrada), almorzando como un campeón en La Moncloa de San Lázaro, fuera, en la terraza, con una temperatura ideal, 22 grados. En la mesa de su izquierda, dos chicas y un chico no dejaban de hablar de “el producto, la productividad, lo que aporta el trabajo en equipo, la variabiilidad del mercado, el target, el briefing, el branding, los community managers, el spammer…”, en fin, de toda esa pedantería económica tan de moda en este siglo de coachings, runners y gilipollas tan variopintos y pintorescos como una tribu de replicantes en una película de temática apocalíptico-futurista, aunque sin intención distópica de ningún tipo.

– … es como cuando voy a Oviedo, que me gusta salir en vaqueros, playeros y camiseta, pero es una ciudad tan, taaaan pija, que la gente te mira mal, y te acabas sintiendo como el culo… – sentenció el chico del terceto de al lado desde su traje ajustado, su media melena rubio oscuro, barba de tres o cuatro días y dientes nuevos macerados en un Vitaldent cualquiera.

“Ah, no… no, no y no, ¡cagondiós!”, pensó Indalecio, “otra vez con la puta cantinela ésa de que Oviedo ye pijo. Hasta ahí.”

– Chssst, CHSSSST, TÚ, EH… VOSOTROS. – suelta de sopetón Indalecio tras masticar aprisa y tragar acto seguido un buen trozo de botillo.

– ¿Nosotros? – responde el pipiolo de la economía medio boquiabierto y hasta asustado casi se podría decir.

– A ver, ho, yo no suelo entrometeme en conversaciones privaes, al menos así, gratuitamente, mentendéis, ¿no? Pero ye que nun pude más al oir la bobada esa de siempre, que si Oviedo ye muy pijo y tal… Vamos a ver, chaval, escúchame bien, ho, yo llevo en Oviedo viviendo treinta y picu de años, y saliendo por ahí con camisetes de toda calaña y nunca, pero nunca en mi puta vida nadie miróme mal, ¡oiste? Que yo vi a entrada Green DayGreen Day en El Antiguo en mayo del ’94 justo antes de que fueren famosos, y allí no había pijo alguno… Y si no me crees, ponte de eses traces que dices, y vete pol mi barriu, Teatinos, que parez que pa vosotros Oviedo nun ye más que la Calle Uría, coime. Y, hala, seguid con esi botillo, que se vos enfría y ta cojonudo, como para perdese un bocau de semejante manjar… (laputamadrequemeparió…) – esto último en un tono muy, muy bajo, dicho para sí mismo, como pura reafirmación de toda la perorata que les acaba de soltar a esos Caminantes Blancos de la economía patria.

20151113_152318Y sigue Indalecio dándole vida a esa media ración de botillo del Bierzo con cachelos, repollo y garbanzos mientras disfruta como un auténtico cabrón del silencio que ha brotado en la mesa contigua, puede oler y respirar el pasmo, ese asombro limítrofe con el mismo miedo que emana desde el botillo con cachelos y repollo de los vecinos comensales.

En medio de una gran sonrisa, recuerda ahora Indalecio el día que llegó toda la familia a Oviedo desde el pueblo, aquel piso de la Calle Turina, el ascensor, muchos vecinos yendo y viniendo, los amigos que hizo con suma rapidez, y el primer beso que le dio a Nora, la fía del fruteru, en el portal, a oscuras, mientras desde el piso de su amigo Nacho salía con rabia la voz de Eduardo Benavente cantando Adictos a la Lujuria; era la hora de Caja de Ritmos, un sábado de agosto del año 1983. “Oviedo pijo, Oviedo pijo, ja. Pijo, mis cojones son neutrones.”

LOS DIAS DE LA ESCAROLA

Ponferrada, 9 – I – 2016

Los días de la escarola,

piezas enormes, gigantescas,

doce kilómetros de ida

y otros tantos de regreso,

caminando, de noche,

con el frío silbando al oído

canciones desconocidas;

al mercado, a vender,

al trueque que pudiese surgir,

subsistir masticando el odio,

en silencio,

para alimentar a diario

a esa prole famélica

que del miedo vivido

hacía pura religión.

La gente con la que me cruzo por la calle

en esta mañana fría de mercado

se sorprende con mis lágrimas,

ésas que buscan el asfalto

y se mezclan disimuladamente

con el agua de la lluvia

que hoy mismo nos acontece.

Desconoce esa gente

el significado,

la semántica propia

que esas escarolas tan grandes

tienen para mi persona.

Fueron horas y más horas

al calor del brasero

aprendiendo de sus historias,

de su vida, de su lucha,

de su genio y su carácter,

de aquella mala hostia,

indómita,

rebosante de hoz y de martillo,

de vidas agazapadas

en bosques completamente oscuros.

¿Cómo no llorar,

si las escarolas me hablan

y me dicen:

“tranquilo, aquí sigue,

contigo, para que nunca

extrañes la genética perspectiva

del sentido de la vida

de la cual provienes”?

Y ahora regreso a casa,

con dos escarolas,

las más grandes,

y mi madre al verlas

llora conmigo

su ausencia ya lejana,

la de su propia madre,

a la que ni una rodilla maltrecha

ni una cadera en el límite

le impedían ir a Ponferrada

cada sábado, demasiado temprano

como para que el mismo día

hubiese ya comenzado,

tirando firme de su carretilla,

a vender escarolas,

las que ella misma

cultivaba:

 

Mi abuela.

(Nonna, la classe operaia continua la sua lotta!!)