«WHEN ORDER IS LOST, TIME SPITS»

A lomos de un caballo inexistente

luchas por aprehender la memoria,

finita, caduca,

estéril en mundos ajenos;

perecedera,

no se escapa,

ya la tienes.

Un tajo certero, nunca,

¡hussssh! Y no es ya jamás.

Mas viene el sueño,

y ahora eres la chica,

esa guerrillera desenfrenada

que destruye sin temor,

en un incierto infinito,

esa polla tiesa

que desde dentro revoluciona

tiempos remotos y olvidados,

que no ceja en su empeño

de correrse por su cuenta

en cielos iluminados

por el semen de su vanidad

de nuevo coño creada.

Porque ésa eres tú,

y ésa mereces ser,

despierta y altiva

tras haber surcado en soledad

aquel rugoso océano de confusión.

¿Qué es el género sino tú?

Por eso, ¡despierta ya!,

que el cielo de la mañana

ya se ha tragado y luego digerido

esa polla inventada,

que de imposible

nunca debió haber existido.

IMG_20151207_143344

EN COTIDIANO DECORO

Por si acaso abrí la puerta, sólo por si acaso, porque no quería ver a nadie; porque lo único que me apetecía realmente en aquellos aciagos momentos era vegetar inerte dentro de mi edredón, dar vueltas sin fin dentro de mi cabeza y de la tortura de aquel dolor con el que todavía no me había acostumbrado a convivir. Pero ella entró – ¡vaya si lo hizo! – y comenzó a hablar como siempre suele hacerlo, a toda pastilla, casi sin vocalizar ni coger un poco de aire para dar paso a la frase siguiente. Daba la impresión de que las pausas, naturales en cualquier discurso hablado, no existían siquiera en su estrategia vital. Daba ya lo mismo, ni siquiera podía molestarme su presencia Dolby Digital. Puso música en mi equipo nuevo – ¡qué osadía! – y Bill Laswell Project, con sus hipnóticos samples persas y la voz de Nicole Blackman casi vomitando más que cantando una tremenda oda al hachís, por poco me obliga a resucitar.

Al menos sí que me entraron ganas de fumarme un buen canuto de ese costo culero que tan buen resultado me estaba dando. Abrí al fin mi boca para emitir algún que otro sonido. Habían transcurrido sesenta y cinco horas, treinta y siete minutos y cincuenta y tres segundos desde que yo había hablado por última vez. “Lárgate y déjame en paz de una puta vez”, casi susurrándoselo al oído, dándole un tono que bordeaba lo maquiavélico, metiéndole el susto en el cuerpo, intentándolo al menos. Y me había hecho caso, se había largado. Pero aquí estaba de nuevo, como si nada hubiese sucedido, como si ella fuese la eterna portadora de la inmunidad absoluta, la que da sin pedir nada a cambio; la sufridora lasciva; el reflejo de la eterna agonía del pensamiento que dicen femenino, de su inútil dependencia; la convergencia suma de todos los puntos cardinales. “¿Me pasas el costo y el papel? Están en el cajón del taquillón de la entrada. Ah, y dame un cigarrillo, que a mí ya no me queda tabaco.” Obedeció de inmediato. Era ella. Había venido para salvarme. Era Jesucristo Nuestro Señor con un buen par de tetas. El viento frío que viene del norte, el siroco mortificador, la Santísima Trinidad empezando a quitarse toda su ropa para así justificar física y filosóficamente ese peliagudo asunto del tres en uno. Me sentía como el gilipollas de Abelardo frente a una hermosa Eloísa, con toneladas de deseo centrifugando dichosas, prestas y dispuestas en algún rincón lejano de mi maltrecho cerebro, pero plenamente discapacitado para poder palear con fuerza todo el peso de aquel deseo. Estaba castrado, sí, y yo mismo había sido el autor de semejante fechoría. El canuto ya estaba hecho. Su primera calada llegó al rescate alveolar en el mismo fondo de mis pulmones – efecto broncodilatador que lo llaman -. Mi estómago protestó débilmente, y ella se puso presta mi albornoz y, sin decir nada – ya lo había soltado todo, se había quedado a gusto, y ahora ejercía de enfermera-criada sin pronunciar palabra – se dirigió con paso firme hacia la cocina. Era capaz de sacar una comida deliciosa de una despensa abastecida sólo al uno o dos por ciento. ¡Qué bien me estaba sentando aquel porro acompañado de aquella sinuosa banda sonora! ¡Qué bien olía lo que aquella hija de puta me estaba cocinando! Nada, tío, que el fracaso de los torpes debe ser inversamente proporcional al amor que por ellos sienten sus patéticas seguidoras. ¿Quién se está justificando ahora? ¿Quién trata de dar sentido a un comportamiento rayano al de un pretendidamente sensible y barbilampiño ser? (¡Qué bueno es este chocolate… sí señor!) En estos días de monstruos alucinantes yo parezco habérmelos tragado todos. Joder… y cuesta un montón vomitarlos. Venga, tío, ya está bien de gilipolleces, levántate y anda, que una buena comida te está esperando sobre la mesa de la cocina. Puede que hasta me entren ganas de follar una vez que mi estómago vuelva a su normal actividad digestiva. He de reconocer que su capacidad de aguante es infinita, que su amor es tal que parece no costarle ningún esfuerzo cumplir su papel de vertedero cuando a mí me llega la hora de vaciar toda la basura acumulada en mi interior. Mato el porro contra el cenicero y ya estoy  (Siempre acaba apareciendo de la más ignominiosa de las nadas la típica persona que pregunta extrañada, “¿pero de verdad que está saliendo con este tío?”)

 

CONVIC©IONES

Es increíble lo que me acaba de suceder… Si hace tan solo un día, un puto y mísero día, me llegan a decir que yo podría estar sumido en este lamentable estado les hubiese mandado a tomar por culo… como mínimo.

– ¿Por qué me quieres?

– No lo sé.

– Yo no me lo creo.

– Pues te jodes, que para eso has venido, ¿o no?

– ¡Ves, ya empiezas otra vez… !

– Ya he terminado, que es distinto.

– No, no has terminado; al menos hasta que yo lo diga.

– Tú decides, como siempre.

– ¡Anda y qué te follen!

– Así me gusta, que reacciones a tiempo, como los buenos caballos cuando ven perdida la carrera. Lo nuestro puede llegar a ser como el “Grand National”.

– Me largo, ya no te soporto más…

Y se largó. Se encaminó hacia su casa donde su marido la esperaba para que hiciese la cena. (Él, su encantador esposo, el que la mimaba en exceso cuando a ella le entraban los ataques de bulimia sexual.) Con cuarenta y seis años recién cumplidos no se deben perder las bragas detrás del primer niñato de diecisiete que te mire un poco obscenamente, ni con el segundo, ni con el tercero… ni con tu propio sobrino, puede que ni conmigo. Quince años de vida desde hace tan solo dos meses, y el “éxtasis” corre por sus venas como la insulina por las de un diabético. Y tú corres tras él, no sólo por las pastillas que te dan la fuerza necesaria para seguir, sino también por probar el suave tacto de una polla recién salida del cascarón, y siempre dura y dispuesta para taladrarte por cualquier agujero. No, no seré yo el primero en criticar tus actos. Tampoco el último. ¿Recuerdas cuando me masturbaste por primera vez? Yo sí. Ocurrió en tu habitación. Ese verano yo despertaba al mundo entre cervezas, porros poco cargados y morreos insulsos en lúgubres disco-bares. Gracias a ti comencé a lanzarme sin paracaídas delante de las chicas. Y alguna cayó, vaya si cayó… Pero yo estaba deseando en todo momento volver a perderme entre tus flujos vaginales. Llegue a no lavarme el dedo anular de mi mano derecha durante días. Necesitaba ese olor como ahora necesito la maldita nicotina… Resultaba gracioso bajo la ducha con mi dedo anular protegido por un trozo de látex que yo me había ocupado personalmente de cortar de un guante de los de la consulta de mi padre…

¿Ves? ¿A qué no resulta tan complicado?

– Joder. Tú no tienes toda la pierna escayolada. Y ahora me duele, me está doliendo mogollón.

– Siempre tan quejica.

– Ya, claro. Si te conformaras con chupármela, y que, mientras, yo te frotase a conciencia el clítoris…

– Pero ya sabes que yo necesito sentirla dentro, que se vaya abriendo camino en mis entrañas…

Ni siquiera la radiación ha hecho menguar ni un ápice tus ganas de conocer, de explorar nuevos cuerpos. Maldito cáncer. Los médicos dicen que tienes muchas posibilidades de superarlo con éxito. ¡Y una mierda! Al menos a mi no me engañan… ¡No quiero! ¡No soy gilipollas, hostia!

El otro día te vi por primera vez sin la peluca. No sentí nada especial… Bueno, sí que algo de curiosidad malsana invadió por un instante mi frágil pensamiento: ¿Te has quedado sin un puto pelo en todo el cuerpo? Nunca quisiste afeitarte el coño para mí…

– A los diecinueve años me operaron de apendicitis. Por aquella época yo salía con un amigo de mi hermano. Un buen chaval, pero un poco soso, muy parado. Yo quería acción, la estaba pidiendo a gritos. Y él nada, a lo suyo: a ver películas suecas, checas, ¡qué sé yo!, en el cine-club del barrio… Me tuve que follar al enfermero de guardia una hora y media antes de que me abriesen la barriga. No te quedes con esa cara, di algo al menos…

No recuerdo lo que te dije, pero seguro que fue alguna gilipollez. Mi novia no sabe nada. Se lo hubiese contado si… ¡Mentira!, lo nuestro no puede salir de nuestras bocas. Todavía me entran ataques de risa cuando te veo intentando fumar un porro utilizando tus labios vaginales; y hasta parecía que tragabas el humo y todo…

– ¿Es más importante ese puto partido que yo?

– No, claro que no… ¡Qué cojones! Sí, claro que es más importante que tú, al menos en este preciso instante…

– ¿Sabes lo que te digo? ¡Qué te folles al puto televisor, a ver si así de paso enculas a alguno de esos malditos futbolistas…!

– Más de uno lo agradecería, no te creas…

De entre todas mis aficiones, el fútbol, con la indescriptible pasión que despierta en todo mi ser, es la única que me separa por completo de las mujeres. Nunca he sido capaz de entenderlo del todo: ¿Por qué oscura razón una mujer siempre tiene que tocarnos los huevos cuando algo realmente importante está sucediendo en cualquiera de los campos o estadios de fútbol del planeta? ¿No habrá otros momentos para echar un polvo, o para hablar de cualquier pijada intranscendente tipo ‘me he comprado esto o lo de más allá’, o ‘hay que arreglar el grifo de la bañera, que pierde’?. ¡Cagondiós, también va perdiendo mi equipo y no tengo porque arreglar yo esa situación! Tú eras especialista en estos menesteres, la mas tocacojones del hemisferio norte, la más “hay-que” de todo el hemisferio norte… pero te quería, ¡vaya si te quería…!

– Creo que me apetece comprarme un gatito para tenerlo en nuestro apartamento.

– ¿Un qué? ¿Qué has dicho?

– ¡¡Un gato, joder, un puñetero gato!! Me haría mucha compañía cuando tú no vienes… cuando sales por ahí con esa zorra de Verónica.

– No te pases, que Vero no es ninguna furcia… no como…

– ¡Como yo…! ¡Anda, dilo! ¡Ten cojones para algo más que para joderme a mí, porque lo que es a esa estrecha! Virgen a estas alturas, en estos tiempos… ¡Ay! Quién los hubiera pillado con diecisiete años.

– Mejor cómprate un pekinés, que, según tengo entendido, lamen el coño de vicio… vamos, que así no tendrías porque lamentar mis ausencias.

– ¡Eres un hijo de puta…!

Puede que tu mala hostia haya provocado la metástasis. Te vas a morir y eso me jode en el alma. Veo a Verónica y no me reconozco en ella; sin embargo te veo a ti, con casi veinte kilos menos y con esa horrible peluca, y me entran unas ganas locas de metértela por el culo… No soporto la frigidez de mi mujer. No me tenía que haber casado con esta puta cabrona, que sólo ha sabido darme hijos que yo ni siquiera quería. Me dan ganas de mandarlo todo a tomar por culo. Si el cáncer fuese una enfermedad que se pudiese transmitir sexualmente, no dudaría ni un sólo instante antes de penetrarte sin haber tomado la más mínima precaución. ¡Ójala tuvieses el puto sida y no ese jodido cáncer de pulmón!

– ¿Qué es lo que sientes justo antes de metérmela?

– No sé… supongo que deseo, amor… ¡yo qué sé!

– Pero algo sentirás, algo concreto. Yo, por ejemplo, pienso en lo guapo y fuerte que eres, y me preparo mentalmente para sentir toda dureza de tu polla, todos los movimientos…

– La última vez estaba pensando en Verónica, y el domingo pasado en lo impresionante que había sido el gol de Romario… ¿Te vale?

– Si crees que así vas a ser capaz de fastidiarme, lo tienes claro.

– No, si yo no pretendo fastidiarte ni nada de eso, lo que pasa es que me defiendo de tu continuo ametrallamiento con preguntas… gilipollas, eso es, gilipollas hasta decir basta.

– Pero yo necesito saberlo todo de ti, y tú estás ahí, siempre tan callado, siempre leyendo o viendo la tele; en tu puto mundo.

(El día que me diagnosticaron cáncer de pulmón casi me muero. Acabábamos de dejar nuestra historia pasionalmente incorrecta dos semanas antes. Ya sabes que últimamente yo no me encontraba demasiado bien: me ahogaba entre tos y sofocos siempre que follábamos más de media hora… Y tú, grandísimo hijo de perra, después de cuatro meses ni siquiera te has dignado a llamarme para interesarte por mi estado. Ya, ya sé que hablas con mi marido, con tu jefe, que él te mantiene informado sobre la evolución de mi irreversible enfermedad… Pobre, él cree que me tiene engañada; piensa que yo no sé que me estoy muriendo un poco más cada día que pasa. ¡Qué les den por el culo a las putas sesiones de quimioterapia y también a las de radiación…! O ¿acaso la vida no es más que una carrera contra – reloj, una carrera infructuosa tratando de postergar inútilmente nuestras muertes…?)

– Tu coño tiene un sabor muy especial.

– ¿Sí? ¿A qué sabe entonces?

– Joder, a qué va a saber… ¡a tu coño!

– ¡Ya lo sé idiota! Sólo lo preguntaba para ver si, por una vez en tu puta vida, eras capaz de halagarme con algo a un nivel un poco más, más… poético, eso es, poético.

– ¡Vaya por dios, ahora se nos ha vuelto ‘fisna’ la ‘madame’!

– ¿Sabes…? Mi marido me escribía poemas cuando éramos novios.

– Ya, por eso ahora follas conmigo, porque él malgastó todas sus energías pensando esas cursiladas, y ahora no se le pone tiesa…

– ¡No seas tan injusto! Ramón me quiere… Me quiere a su manera… pero me quiere.

(Ninguno de los dos conoce la doble vida de Ramón, el siempre decente Ramón. Una vez, siendo un crío, su padre le arreó de lo lindo con la hebilla del cinturón porque lo había descubierto vistiendo a una de las muñecas de su hermana Marga. Desde ese día Ramón supo que estaba ‘enfermo’ y que debía intentar una curación progresiva que, se suponía, finalizaría el día en que contrajese matrimonio. Ahora esperaba como agua de mayo a que su mujer la palmase de una vez y para siempre para poder él dedicarse a su vida, a disfrutar como loco de su ‘enorme mal’.)

– Cada vez le pones menos entusiasmo al sexo, Ramón.

– Sí, ya lo sé.

– Con saberlo no basta.

– No.

– Y, claro, no piensas poner ningún remedio.

– … Es el trabajo, sabes que me estresa muchísimo.

– ¡Pues trabaja menos y fóllame más, que si no… !

Que si no me voy a liar con Roberto, tu secretario de confianza, el hijo de tu primo Jesús, el famoso cardiólogo. Si por algo se ha caracterizado nuestra vida en común ha sido por no saber nunca terminar una frase a tiempo. ¿Por qué esa desconfianza? ¿Por qué toda esa monotonía inacabada? De todas formas, yo te sigo queriendo… Sigo siendo ‘la chica más bonita del baile’… ¿O No?

– Vero, yo ya no puedo más, o lo hacemos… o me haces una paja.

– ¡Eres un obseso, siempre estás pensando en lo mismo!

– Joder, y tú, ¿en qué piensas? Porque algo pensarás, ¿no?

– Te he dicho una y mil veces que hasta que no nos casemos nada… nada de nada.

– Me la voy a sacar. Creo que si la vieras podrías cambiar de opinión.

Por supuesto que Verónica no cambió de opinión. Yo la deseaba – he de reconocer que la muy cabrona estaba que se salía de buena -, pero tuve que esperar hasta la maldita noche de bodas. ¡Vaya un mito más gilipollas…! La postura del misionero, y a correrse dentro de toda su frigidez. Casi salimos a polvo por hijo… y tenemos tres. Por eso tuve que llamarte nada más regresar del viaje de novios; por eso no soporto que tengas que morirte ya, tan pronto.

– ¡No quiero volver a verte más! ¿Me estás oyendo hijo de puta?

– Tú te lo pierdes.

– ¿Es eso todo lo que tienes que decirme?

– Sí, no hay más explicaciones.

– Pues entonces adiós… ¡Qué te den por culo!

– Lo mismo, pero que lo haga un negro con un buen rabo, que es lo que necesitas.

Aún no sé porqué te tuve que dejar. Reconozco que discutíamos más que jodíamos… pero es que eso me daba exactamente igual. Con mi sobrino Enrique no es lo mismo; es un chaval, son tan sólo quince años… y pasa de todo, tan sólo piensa en drogarse y en andar por ahí haciendo el imbécil con su monopatín… Además, nunca aguanta más de dos o tres minutos, no como tú, que eras capaz de estar dentro de mí una hora, una hora y media… ¡Qué bien me sentía al llegar a casa con mi coño todo irritado…!

– ¿Me llamaba, Don Ramón?

– Sí, pasa, hijo, pasa. Toma asiento. Quería que supieras que mi mujer tiene cáncer, no le queda más de un año de vida. Al principio nos dijeron que había esperanzas, pero ya ves…

– Lo siento… No sé qué decir.

– No digas nada, mejor no digas nada…

¿Por qué me contaba Ramón a mí todo esto? ¿Por qué no me llamaste y me lo contaste tú personalmente…?

El otro día, durante tu entierro tuve pensamientos necrófilos… y ahora me apetece matar a mi mujer. Me da la impresión de que tardaré un tiempo en superarlo… Puede que hasta le entre a saco a tu hermana Lourdes, tan parecida a ti, y que siempre me mira con ojos lujuriosos. Si al menos la chupase como tú lo hacías… (Me has querido antes, ¿me querrás ahora?)