“Quizás viajar no sea suficiente para prevenir la intolerancia, pero si logra demostrarnos que todas las personas lloran, ríen, comen, se preocupan y mueren, puede entonces introducir la idea de que si tratamos de entendernos los unos a los otros, quizás hasta nos hagamos amigos” – Maya Angelou
Ante ustedes, tres microrrelatos propios que participaron en la segunda edición del concurso propuesto por Mónica Laga para el Toma 3 de Gijón. Un máximo de 100 palabras en cada uno de ellos.
DICEN QUE FRAY ELEUTERIO…
Yo era un niño bueno. Nunca me castigaban. Pero hubo una excepción: regresábamos de las cuevas de Valporquero cantando alegremente «Carrascal, carrascal, que bonita serenata…», y me tocó a mí rapsodiar unos versos.
Dicen que Fray Eleuterio
saltó la tapia del cementerio
y como había una losa a punto
le dió por culo al difunto
Noviembre de 1976. Recibí un buen sopapo de Don Rutilio, una gigantesca reprimenda del director. Me quedé sin paga. Tan solo mi abuela, de quien la había aprendido, se rió con ganas y me dijo: «Ya lo entenderás y te reirás bien a gusto conmigo»
LA MÁQUINA DE COSER ABANDONADA
Se largaron muy de madrugada, hace ya muchos, quizá demasiados años, y desde entonces nadie quiere ya coser conmigo, y quienes se acercan, carecen por desgracia de la materia imprescindible para poder hacerlo; me hablan, sí, me cuentan sus basuras y sus desgracias, pero no me interesan nada de nada, que yo, ni escucho ni hablo, solo busco que un exceso de excelsa concentración consiga mover mi rueda para que mi aguja vuelva a saltar feliz repartiendo hilo por telas de toda calaña. Velo constantemente por todos vuestros descosidos. Venid, acercaos, yo os puedo ayudar… porque sé que estáis rotos.
FOYO SOLO
Hace muchos años (aún estudiaba yo en el instituto de mi pueblo, Cacabelos, el Bérgidum Flavium) leí en un muro de un barrio de las afueras conocido como El Foyo, el mejor alegato independentista jamás creado: ¡FOYO SOLO!, rezaba la pintada. Siempre me quedó la duda, ¿quería esa persona que su barrio se independizarse de Cacabelos, o tan sólo estábamos ante una mera falta de ortografía y esa persona lo que en realidad pretendía era definir poéticamente su onanismo? Nunca lo llegué a saber, cuando volví al pueblo a pasar las Navidades de 1986, el mensaje, tristemente, ya había desaparecido.
si una piedra nueva llega a tu casa un día, que el tejado no la acoja, que la puerta se abra, que no se esconda,
que alcancemos
abriendo bien
el ojo del entendimiento
a comprender su viaje,
su huida,
su llanto amargo de grava
que en su origen se queda,
triste y rabioso,
indicaciones de demora
para la muerte
que atrás
en la sombra
se suicida
en un tiempo
que a destiempo
no nos enseña
más amor,
nula empatía,
curiosa flor
que a sangre apesta
tras una imprevista ingesta
de odio multiplicado
por la potencia
elevada al cubo
de odio por plomo,
de asco por pólvora:
ahora ya,
baja despacio de mi tejado
y siéntate a la mesa,
tenemos macarrones
para cenar,
inventaremos conversaciones
antes de que regresen
y nos vuelvan a matar.
Érase una vez un río que pasaba por mi pueblo, que se llenaba de niños y niñas cada verano, que tenía un trampolín desde el que saltábamos una y un millón de veces, por cuyo puente trepábamos para zambullirnos desde allí arriba…
Sí, éramos demasiado jóvenes y despreocupados, la vida esperaba nuestro aterrizaje forzoso, y no nos ha ido del todo mal.
Tranquilo este invierno en contraste con otros de riadas increíbles, el río Cúa sigue su curso, y seguirá mucho tiempo después de nuestro adiós, porque él es mucho más eterno e inmortal que todos nosotros. Es el alma del norte, es el frío del norte, y en el norte siempre recordamos.
yo quiero vivir
en la mansión
de los animales
herbívoros
y alimentarme
sólo de hierba
y con su humo
crear neblinas eternas
cada mañana
y no preocuparme
por significado alguno;
respirar lejos,
muy lejos
de la semántica misma;
a saber:
comer, cagar y follar
y alimentarme
sólo de hierba
como los animales
herbívoros.
tobogán de vides
y ese monstruo que preside
que vigila
la caída de las hojas
el crecimiento de los racimos
el grado de la mencía
como se poda
como se sulfata
si hace falta arar este año
o no:
la puta vendimia… ese monstruo
que no lo vemos
y ahí sigue
pensando cada día
que tan sólo somos
una banda de imbéciles
que matamos nuestro tiempo
manejando a nuestro antojo
la naturaleza viva
para poder disfrutar
de unos vasos de vino… y él se descojona: «que trabajen otros
a mí
con cara de sumiller
gilipollas
que me pongan otra copa
que el vino no es
para quien pisa una viña
es para quien sonríe
y aprieta bien las manos
de los verdaderos
titiriteros…»
No sé bien qué es lo que sucede este curso que casi todos los viajes en alsa están siendo la mar de aburridos… (¿Todos? ¡No! Que los viernes en el trayecto de regreso de Arriondas a Oviedo siempre ha lugar a la sorpresa.)
Silencio. Total. Hasta llegar a Infiesto. Ahí suben dos polluelos de esos de camiseta justinbieberesca y gorra de las que tratan de ganar diez centímetros de altura hablando a voces. Parece que han fumado algún que otro cigarrillo de la risa a lo largo de la mañana. Llegan al fondo, última fila, y se sientan justo detrás de mí. (Como acto de rebeldía cuarentañera, dejo mi asiento abatido, que se jodan con menos espacio por haberme despertado.) Son estudiantes de algo que se me antoja cercano a la temática de su conversación. Vamos:
– Yo voy con mi chorba a una fiesta de jalogüín, que alquilamos un local entre todos los colegas, y allí mismo me la voy a follar.
– No jodas, tío, ¿pero con todos allí?
– Joder, claro, y si sale una orgía, pues mejor, ¿oíste? Jajajajajajaja.
– Jajajajajajajajajaja, ¡qué cabrón, tío, mazo cabrón! Bah, pero no te va a salir, fijo, que para que salga eso tiene que haber mucho convencimiento, y las chorbas no son como nosotros, que quieren estar de tranquis y románticas con sus novios y no andar coméndose pollas de otros.
– Joder… la verdad ye que no mola la idea de ver a la mi chorba comiéndole ahí la polla a un colega…
(Una señora que iba sentada cerca de nosotros aprovecha la ocasión de una parada y se larga con la cara más que desencajada hacia la parte frontal.)
– ¿Y entonces fuiste al Estilo – mítica discoteca del barrio de Pumarín de Oviedo que suele amenizar las veladas con orquestas varias, con un ambiente de treinta y cinco años para arriba – este fin de?
– Sí, ho, con mi madre, con mi tía Puri y una colega de mi tía… Espera, que te enseño una foto de la pava…
– Joder, está buena, pero mazo de buena, tío… ¿y te la pinchaste?
– ¡No, joder, qué va! Si es que…
– Pues ni lo pienses, tío, que las treintañeras, aún siendo viejas, tienen mucha experiencia, y yo el verano pasado en el pueblo me follé a una que hasta tenía la piel estirada y todo…
– No, bueno… yo si se deja, me la follo.
– Pues claro, ho, no seas gilipollas… ¿Te liaste ya el peta?
– Sí, sí, ho. Ya lo encendemos namás bajar del alsa.
(Miro medio de reojo y veo que se acaban de liar un petardo king size; seguro que los de la mañana en el instituto han sabido a bien poco.)
– ¿Seguimos jugando la partida?
– Espera, tío, que conecte el móvil.
Y allí que se ponen los dos a jugar a un juego bastante ruidoso que, por lo que puedo llegar a distinguir a nivel auditivo, debe ser de fútbol. El canuto puede esperar, y mis ansias de seguir escuchando semejante conversación, también. Como tiendo inconscientemente a relacionar casi todo con la música, viene a mi mente (“after shaking the thing for a sound”) Sing Me Spanish Techno, de los New Pornographers, puede que sea por el videoclip o por tener que escuchar una misma canción demasiado tiempo seguido (“listenin’ too long to one song”), esa cantinela de reminiscencias machopirulares que sigue ahí generación tras generación, ay, ay…
en tu óxido
nadan mis intestinos:
la nada de lo poco
que queda de simple
respiración intuitiva;
que si un día
bebiste en mí
viviste de ti
contemplaste sin luz
una época de gloria
y hastío
ya nada pervive
en imágenes
ni memorias
colectivas
de sudor ajeno
y caballo propio;
olvida pues tu memoria
y deja que pasen:
ya están agotados
de golpear
con desgana
el pomo fálico
de tu portón
ambidiestro.
ANIMALES CASI DOMÉSTICOS
El ser humano aún no está
al cien por cien domesticado,
piensan desde algunas cúpulas (que así las denominan
por su obtusa animadversión
por la arquitectura poliédrica).
Es por eso que volamos
a sólo un palmo del suelo,
que si ponemos un pie vertical
ya sentimos otra vez la tierra,
cómoda y esquilmada,
confort de agradecimiento,
de aplauso, de sonrisa,
de triunfos contra natura.
Todavía no estamos domesticados, no, porque sigue habiendo humanos en rebelión que continúan sordos al silbido «amable» del amo.
Desde mi ventana
Yo os saco la lengua.
Sé que no vais a entrar
Porque me tenéis miedo:
Pálidos, incomprendidos
malignos de mesa camilla
Y serial radiofónico.
Nunca llegará a engendrar en mí
Semilla alguna
De vida moderna.
Y no os maldigo
Porque no quiero
Ya jamás
Mezclarme
Con inútiles mortales
De hábitos inútiles,
De ilusa pacotilla.
no creas nada!
no escribes, nada!
no saltes, nada!
nada que creas
resiste
y la ilusión
del asfalto en movimiento
despereza bestias
agazapadas
tras creencias
inaceptables:
por eso no crees
tampoco creas
tan sólo manipulas
dedos y grafías
que no le cuentan
nada relevante
a tus animales
de reserva organizada;
no creas, no mires
escupe al cielo
y espera sentado
en el bordillo
de una acera cualquiera
que la gravedad
establezca
de una vez
su ineludible ley
hasta que el agua
redentora
aparezca colorada
un día
en tu merecido
auxilio:
mi expiación
tu epidemia;
no creas nada! don’t believe the hype!
En estos días que viran hacia ese lado oscuro de la misma abstención y su prima hermana la abstinencia en los que yo vuelvo a madrugar como un mandril del Congo, he vuelto al alsa, y en este trayecto de vuelta entre Arriondas y Oviedo, cuando ya había conseguido llegar a la etapa 3 del sueño de ondas lentas – ¡con lo que me cuesta, joder! – poco antes de entrar en Infiesto, van dos universitarias y no sólo suben a este alsa, sino que se sientan delante de mí y comienzan a hablar a viva voz; es una conversación que ya traen de la parada, por lo que puedo notar. A tomar por culo las ondas lentas: ojos aún cerrados, oídos abiertos y a ver qué me tienen que contar.
– Vaya, Sara, igual te pasaste un pelín, ¿no?
– Joder, que yo no la insulté ni nada, sólo di mi opinión, y eso se puede aún, que yo sepa…
– Ya, ya, pero ya sabes que a ella le gustan, que le hace ilusión ir, y vas tú y…
– No me jodas, ho, si ya sabe lo que pienso, a estas alturas, tía…
– Ye que dan prestigio y dinero, Sara, eso no lo puedes negar, por mucho que tú tengas tus ideas sobre los reyes y demás…
– En eso toy de acuerdo, Olaya, que los premiados son gente de mucho prestigio, pero ¿que dan pasta?… ¡venga ya! Dan pasta a los de siempre: a la familia Botín, a los de los bancos y tal, ¿pero para nosotras? ¡Nosotras que estudiamos como hijas de puta y por un puto notable de mierda nos dejan sin beca mientras esto se llena de fartones que sólo buscan su puto beneficio, que quieren mercantilizar y privatizar la universidad para saciar sus putos intereses? ¡Y una mierda, tía! Que llevan años desfilando frente al Campoamor todos estos cabrones de la Gürtel y las tarjetas Black, joder, que se ríen de nosotros a nuestra puta jeta y no hacemos nada…
– No, si en eso tienes razón, ho, claro que sí, pero ye bueno para Asturias, eso no se puede negar. Que Oviedo y Asturias sean noticia mundial por unos días nos viene muy bien, trae gente, y la gente viene, y gasta, y…
(Casi me dan ganas de intervenir en este instante al recordar aquel día del año 2002 en el que llegué yo a la sala de profesores de Phoenix High School, en Londres, comentando muy ufano que le habían concedido el Premio Príncipe de Asturias de las Artes a Woody Allen… Por descontado, nadie, salvo otras dos profesoras españolas, sabía nada de aquellos premios que yo mencionaba. Es que yo era ya muy mayor, aunque un pelín inocente aún.)
– Yo no veo un céntimo de todo eso. Somos de familias obreras, Olaya, y nos quieren quitar todo para estar a sus anchas, ¿es que no lo ves? Cada vez menos derechos, menos inversiones… A ver, unos premios como estos, sí, pero nada de fartones que vengan al Reconquista a vivir como señorones y señoronas unos días… ¡y jurados de treinta y picu persones! ¡Venga ya, joder! ¿No pueden votar por Skype y ya está? ¿Y no pueden llamase de otra manera? ¿Princesa de Asturias? ¡Homenomejodas! ¡Por haber salido de un coño “real”, por un óvulo fecundado por un pavo que se apellida Borbón? ¿Y eso ye igualdá? ¡Y una puta mierda, tía! Premios sí, pero sin fartones, joder.
– Ya, ya… pero sabes que a Ainhoa le hacen ilusión, que ya fue de azafata tres veces, que se emociona y todo, tía… Y ye tu amiga desde piquiñina, ho…
– Ya, y yo la quiero, tía, la quiero mogollón… pero que me saque así del grupo sólo por expresarme… jodeeeer.
– ¡Anda, mira, Sara, ya te metió otra vez! Espera, que ta escribiendo…
– … prdona, Sara, ya sabs q me dan stos impulsos. N t nfades, q yo n me enfad. T kiero, tia!!
Y es ahí, en el momento en el que Sara centra su vista en la pantalla de su smartphone y sus ojos comienzan a llenarse de lágrimas, cuando sé que llegarán unos momentos de silencio y sollozos que procuraré aprovechar para intentar de nuevo llegar a la última etapa de un sueño de ondas lentas que se me antoja ya casi como una entelequia efímera y mentecata. Ay, estos premios, qué bonicos que son, con esa Mafalda defendiéndolos a capa y espada como si… O, esperad, ¿no será que se apropian de su imagen aún a sabiendas de lo que la misma Mafalda podría opinar sobre estos premios?
Antes de intentarlo de nuevo – lo de dormir, digo – me imagino a Sara protestando el viernes que viene en la plaza de la Escandalera, y a Ainhoa en la Calle Uría aplaudiendo a premiados, premiadas y autoridades varias, y cuando todo acabe, las veo a las dos tomándose unas cañas por el Antiguo y riéndose como eso que son, buenas amigas.
Nah, como sé de sobra que el sueño se ha largado a otros mundos, a otras gentes, saco mis auriculares de la bolsa y vuelvo a perderme en la música…
Esa sensación que produce el retorno, pleno de matices y del recuerdo de momentos ya vividos con anterioridad: vuelvo a Arriondas y vuelvo al alsa, al fondo, a abatir el asiento y tratar de cerrar mis ojos para intentar dormir un poco. Hoy es viernes, 16 de septiembre de 2016, son las 6.30 a. m.
Entro al autocar saludando muy feliz, con esa cara bobalicona de un “decíamos ayer”, pero todo el mundo, como es lógico, pasa de mí en este año olímpico; ya nadie me recuerda, y el conductor es un ente extraño que me mira como preguntándose, “pero, ¿quién es este gilipollas?”
Nada, lo dicho, al fondo, a intentar recuperar ese sueño que se pierde cada noche antes de irse a dormir.
“… y allí estaba la tía, tumbada en el sofá, sorbiendo por la pajita de un vaso de plástico tan grande como ella; y así lleva unos días… no, no, no, si desde que dejó al mozu (que eso ye lo que ella diz) y volvió a casa nun fai otra cosa… Si ya le digo yo, fía, ‘recoge tu habitación, limpia, cocina, ¡fai algo!’, pero no hay manera. Y va y me dice la Puri el otro día que vaya bien que tenía la casa cuando taba con Raúl, que aquello hasta brillaba y todo de limpio que taba… Ya, ya… ya lo sé, fía… ¡Con lo bien que taba yo!”
Llegados a este punto, ya sé que ese menester de echar un pigacín mañanero no va a poder ser. Resignado, abro bien mis oídos y me dispongo a disfrutar del relato con toda la atención que esta mañana tan temprana merece (por cierto, ¿a quién se le ocurre llamar a una amiga o familiar a estas horas? Ni idea. La verdad está aquí adentro.)
“… Ye que ya nun toy yo acostumbrada, boba, que fueron casi cinco años de paz, de vivir en mi casa a mis anchas, a mi puta bola… ¡Si es que ni el Sálvame puedo ver en mi sofá, en mi salón, que ta t’ol día viendo series en el rollo ese del Netflix!… Claro, claro, boba, como ta cobrando el paro aún, diz que son sólo ocho euros al mes y que se lo paga ella… Muy esplendida, sí… ¡Toy del Pablo Escobar esi hasta la punta’l coño, joder!… Ay, no, no, que sal casi todos los días hasta les tantes… Ay, ya sé, si lo sé, boba, que ye fía mía y tengo que querela, pero me tien hasta’l ratu, fía… No, no, qué va… Nun te lo pierdas, ho, que p’al día de San Mateo voy dir con Rosi, Lupe y la mi prima Mari a comer el bollu al Naranco, y nun pienso dejale ni un putu bollu pa ella, que baje y se lo compre, coime, que yastá bien de vivir con la fañagüeta en horizontal t’ol putu día… Sí, sí, bajóme en la Pola ahora… Claro, ho, dame tiempu pa un cafetín, o dos… jajajajajajajajaja. Eso, eso. Venga, cuca, vémonos ahora en un ratín. Chao, chao.”
Ay, la maternidad, que compleja se vuelve cuando una menos se lo espera. La señora baja del alsa en Pola de Siero, y ahora sí que, observando el panorama triste y tranquilo del interior de este autobús, puedo volver a esa dura tarea de la siesta ante meridiem. Busco en mi bolsa los auriculares de emergencia y de vuelta al modo aleatorio en el reproductor de música. A veeeeer… Bueno, vale, OK, los Sisters of Mercy, no está mal eso de escuchar el rugido de una gran máquina que me pueda llevar rauda a ese ansiado estado alfa.
Al acabar el concierto nos fuimos de allí. Había demasiada gente, gente que apuraba su superávit de adrenalina a base de más y más tragos de mezcla de refresco de cola – cualquiera servía – con una bebida alcohólica destilada. El ambiente olía a marihuana, podías respirar su aroma a cada paso que dabas. Teníamos hambre; teníamos sed… y también miedo, porque el calor y la humedad obligaban a la rápida descomposición del pobre Julio, que yacía cadáver dentro del maletero del BMW de Carlos. ¿Por qué cojones se tenía que haber muerto así, tan repentinamente, cinco horas antes del concierto, cuando estábamos tranquilamente en Llanes preparándonos para un viaje hasta Gijón a presenciar el que luego sería el conciertazo del año…?
Ocho horas antes del concierto
En la playa de Barro, al menos unas siete familias almorzaban pollos asados en el chiringuito. A pesar de ser ya el noveno día del mes de septiembre, el calor abrasaba con vehemencia, ayudado por la ausencia de nubes, que permitían al otrora (otrora querría decir en este caso ‘agosto’, el mes traicionero por excelencia)… como iba diciendo, la falta de nubes que permitían al otrora desaparecido Lorenzo desplegar zalamero todos sus recursos aduladores. Teníamos hambre, pero no disponíamos del suficiente dinero para matarla. Un poco de cerveza engañaría gentilmente a nuestros protestones estómagos. ¿Algún porro? No, no merecía la pena, que eso solo serviría para aumentar la intensidad del hambre. Nos conformaríamos con “alimentarnos” olfativamente con aquel aroma de pollo asado que otros podían gustosamente manjar. Julio sí podría, si quisiera, porque Julio era de los pijos, aunque de aquellos que viven en un estado de constante autoafirmación (no sé para qué, la verdad, porque si la vida te ofrece algunas ventajas deberías aprender a utilizarlas en tu propio beneficio. Joder, que nos estábamos muriendo de hambre y aquel cabrón sólo tenía que acercarse a Llanes y sacar unas migajas de cualquier cajero automático. Pero no, el puto orgullo de clase, de anticlase, de vaya usted a saber qué pajas mentales de las múltiples que poblaban la mente del que se había educado interno con los jesuitas… se me olvida por momentos que está muerto y ni eso soy capaz de respetar). Julio nadaba contra las olas. Julio se fumaba un peta… y otro a continuación. Vuelta a la natación. Una rayita de coca, otra de speed… Pero nada de esa nouvelle cuisine con la que en ocasiones nos daba bien la paliza. Hablemos un poco del concierto, pues. Qué poco faltaba ya, y qué poco avanzaba el tiempo, ese hijo puta que siempre va en primera cuando mas necesitas su velocidad punta. Venga, ahora una siesta tumbados boca abajo sobre la toalla, pero corta, que a ver si se nos va el santo al cielo y nos perdemos el concierto. Julio que ronca. “Que raro”, pienso yo tomando en consideración toda la coca que se había metido aquel prototipo de ser anormal en tan corto intervalo de tiempo. Carlos también duerme, pero eso en él es lo habitual, sobre todo si vamos de doblete. Me prometo no caer; me siento; me vuelvo a tumbar, esta vez boca arriba; alucino con las nubes que acaban de llegar de allende los mares y sobre todo con sus formas, hasta llego a adivinar la cara de Cate Blanchett haciendo el papel de Elizabeth I de Inglaterra… Seguro que las drogas no ayudan, y eso que soy el más recatado, el que más se corta a la hora de meterse. Ha llegado la hora de probar la fría agua del Cantábrico. Eso sí que será un buen despertador. Salgo corriendo y tiritando tras dos minutos de intenso chapoteo y ardua lucha contra las olas. Me refugio en el calor de la toalla. Sonrío al darme cuenta que una familia que acababa de irse se había olvidado La Nueva España. Me apetece mucho leer todo lo que cuenten acerca del concierto, y miro el reloj casi instintivamente. Cinco horas de cuenta atrás.
Cinco horas a. de C.
Julio ya no ronca, aunque yo ni me doy cuenta de ello. Sencillamente, leo lo que en el periódico me cuentan sobre Manu Chao. Estoy recordando aquella memorable actuación de Junio del ’90 en El Parque del Piles. Eran otros tiempos; yo estudiaba, y Manu era el líder de Mano Negra. Hasta fotos tengo de aquel glorioso día… pero Julio ya no roncaba, y Carlos se acaba de despertar, me dice que se va a dar una reparadora ducha allá al fondo de la playa. “Vale”, digo yo. “Despierta a ése”, me dice él. Pero todavía espero un par de minutos para así terminar de leer aquel interesante reportaje. Cierro la Nueva, y ya me dispongo a despertar a Julio, que, como ya se sabe, no despertará más. Mantengo la calma y espero que llegue Carlos de la ducha. Sólo pienso que el hijo puta de Julio puede que nos acabe de joder el concierto del año, lo que tantos días llevamos esperando tan ansiosamente. No es justo, y como así lo decidimos Carlos y yo por unanimidad, llegamos a la dura aunque lógica determinación de seguir adelante con lo que ya estaba planeado. Muy sencillo, Julito al maletero; mochilas en los asientos de atrás, y camino hacia Gijón, que la playa de Poniente nos estaba esperando (además, Julio seguiría estando muerto al cabo de unas horas, así que…).
Nada más justo que reconocer, ahora, con la mente ya fría, que el pobre Julio no tuvo la culpa de los hechos que paso a relatar a continuación. Era domingo, nueve de septiembre, día posterior al día de Asturias. Estábamos en Llanes… primera retención de tráfico de camino a Gijón: fiestas en Arriondas. Veinte por hora; parados; otra vez veinte por hora; de nuevo parados, y así desde cinco kilómetros antes de Arriondas hasta Lieres… La autopista nos liberó de aquel calvario. Pusimos el BMW a 140 a las once menos cinco. El concierto había comenzado a las nueve y media de la noche. Nos mirábamos Carlos y yo, y sin decir ni palabra sabíamos en aquellos momentos que Julio tenía la culpa de todo aquel desastre. Suya había sido la idea de ir a Llanes el sábado anterior por la tarde. Nos había convencido vilmente, y ahora, no sólo estaba muerto, sino que nos había jodido el concierto de nuestras vidas, el concierto del siglo. Nos habría encantado que estuviese con vida en aquel momento, porque así podríamos haberlo matado con nuestras propias manos. Aún pudimos disfrutar de tres cuartos de hora de Manu Chao. ¡Tres míseros cuartos de hora! Sí que al menos habíamos tenido suerte para encontrar aparcamiento cerca de la playa de Poniente. Incluso Julio había disfrutado de Manu desde la oscuridad del maletero del BMW de Carlos, porque dicen que los muertos pueden seguir oyendo unas horas después de haber fenecido… Qué más da ya. Tras cuatro horas de atascos, de retenciones, de acumular adrenalina dentro de un estómago vacío de comida… pues eso, no se nos ocurrió nada mejor que hacer que tirar al imbécil de Julio por el acantilado que está donde el Elogio ese del Horizonte. Es que yo había leído una vez en el periódico que allí se había suicidado una chica, por las notas creo recordar. Y nos pareció una buena idea para quitarnos literalmente el muerto de encima. Como íbamos a saber que tenía el rollo ese de la narcolepsia. Para ser sinceros, inspector, yo no me considero un homicida… Hombre, involuntariamente sí que podrá parecerlo, pero jamás habría hecho algo así de forma consciente, y creo que Carlos tampoco. No conocíamos tan bien a Julio como sus padres quieren hacerles entender… ¡Qué se yo, joder! Si lo único que me sigue jodiendo hoy en día es no haber podido ver todo el concierto. Venga, estoy ya muy cansado, dígame donde tengo que firmar… Aquí… Vale, de acuerdo. No, no hace falta, de todas formas, eso teníamos que haberlo pensado antes, que Julio está muerto, por el amor de Dios…
¡Cómo fastidia madrugar un día de agosto! Todo sea por mi hijo mayor, Martín, que tiene que ir a la dentista para que le quiten los brackets dentales metálicos, ¡por fin!, para cambiarlos a posteriori por unos alineadores transparentes, de ésos que parecen los protectores bucales de los boxeadores. ¡Si le está quedando la dentadura que parece una estrella yanqui de esas del cine, de las que gastan dientes mas falsos que un billete de veinticinco euros! Alsa de Llanes a Oviedo. En la estación subimos siete viajeros y dos viajeras. “Un viaje plácido”, pienso yo con ilusión, “igual hasta podemos echar un buen pigacín de hora y pico…” Celorio, para el alsa, Martín me da un codazo, “Papi, mira”, me dice señalándome la ventanilla a su derecha. Mis ojos se abren al instante como queriendo salir de sus propias órbitas: una horda de mujeres mayores, de entre 60 y 80 años, se agolpa frente a la puerta de entrada del autocar, ¡van a subir! Lucen todas un corte de pelo similar, corto sin pretensiones estilísticas de ningún tipo (me viene a la mente aquel sketch de Vaya Semanita, el de la peluquería abertzale, y pienso que también debería haber una peluquería para que todas estas mujeres puedan cortarse el pelo de la misma manera, lo cual, por pura lógica, me lleva a deducir que son ¡monjas! Pero monjas seglares, sin hábito alguno, aunque no es necesario para ir vestidas como tales.)
Las cuento, una, dos, tres… ¡treinta y cuatro! Adiós siesta, goodbye peace; mi cara compone cientos de poemas aceleradamente, pero soy un tío cabal, y sé que si no conduzco (ni carné de conducir tengo siquiera), tengo que conformarme estoicamente con lo que el transporte público me pueda llegar a deparar. Tras unos diez minutos de ir pagando un billete tras otro al conductor (van todas para Oviedo, ¡maldita sea!), se van sentando con regocijo y alboroto, el justo y necesario tratándose de siervas del Señor. A mi izquierda se sientan dos, al lado de la
That would be an ecumenical matter!!
ventanilla la Hermana Federica de unos 45 años, y en el asiento que da al pasillo una Hermana ya veterana, curtida y ducha en las duras batallas por el poder que en un convento puedan surgir; terminaré el viaje sin conocer su nombre. Se sientan ambas con un gesto la mar de serio. Arranca el conductor (que nos deleita con un CD que va de Melendi al Chica Loca de Paquirrín pasando por alguna Fitofitipaldiada – no las distingo, son todas iguales – o temas histriónicamente estúpidos que no dejan de decir una chorrada tras otra). Yo me dispongo a escuchar mi música para lo cual extraigo presto mis auriculares de la mochila, no quiero que mis oídos sufran. Cuando estoy a punto de introducirme el auricular izquierdo en el correspondiente pabellón auditivo, habiendo ya seleccionado antes a los Sleaford Mods, algo me interrumpe:
Se lo vuelvo a repetir, hermana Federica, ¡aquí vinimos a gozar de Nuestro Señor, no a odiar!
Lo sé, lo sé… Le pido disculpas.
Por descontado que esos auriculares regresan ipso facto al interior de la mochila. ¡Que le den a la música basura que aturulla el interior del autocar, que esto se pone la mar de interesante! Aprieto el botón de espía, ése que te abre las orejas incluso más allá del diámetro aconsejable por la ciencia humana, y me dispongo a disfrutar de una obra de teatro de carácter sacro ¡para mí solo!, si es que soy un privilegiado, joder.
No les faltó a las dos hermanas tema sobre el que comentar, dar su opinión, casi siempre con bastante mala hostia, como si estuviesen enfadadas con todo el mundo (no sé, igual hasta lo están y todo, porque la falta de sexo suele provocar mala baba, pero eso es mucho aventurar, ¿cómo puedo saber yo si les falta sexo o no? Ay, que no se puede ser presuntuoso, Jose… Bah, prosigamos, que se escapa el hilo, y no me refiero al musical, una pena.)
Que se lo digo yo, Hermana Federica, que da igual lo que el Santo Padre diga o deje de decir, que eso no es natural, que mucho se reían de aquello que dijo ana Botella de las peras y las manzanas, pero tenía razón, que lo que no es natural no es natural, y así nos lo dice la Biblia.
Ya, si ya lo sé, pero es que…
Ni peros ni nada, Hermana. La familia tiene que ser el padre, la madre y los hijos; fuera de eso, no existe nada más.
(¿Natural? Ah, ya lo entiendo, lo natural es lo de la serpiente, lo de quedarse embarazada siendo virgen… )
Y lo que le estaba contando, hermana Federica, que va y me dice mi sobrino Julián que no va a bautizar al niño. ¡Qué disgusto, qué disgusto más grande! Ya le dije yo, que callada no me quedo nunca, “podrás hacer lo que quieras aún sabiendo que estás equivocado, pero ya me encargo yo de dejarlo todo bien, en su sitio, que voy a rezar cada día por ti y por ese niño abandonado a su suerte, sin dios al que rezar.”
Ya, ¿por qué será que ahora mucha gente no bautiza a sus hijos?
(Ya, mira que es raro el hecho en sí mismo, con lo de fiar que ha sido siempre la Iglesia Católica. Yo no lo entiendo tampoco, no, no… )
Y esas colas para la cocina, hermana Federica, con familias enteras que pasan hambre, sin un pan que echarse a la boca, y el Rato ese alardeando de opulencia ahí, en Gijón, después de haber robado todo lo que robó. A ése sí que lo tenían que meter en la cárcel, y no a esos pobres padres que roban por dar de comer a sus hijos.
Estoy de acuerdo, el perdón ante el señor, pero que paguen ante los hombres por todo el mal que están haciendo, con tanta avaricia, tanta soberbia…
(Vaya, no sigan por ahí Hermanas, que cualquier día cae implacable sobre sus cabezas la Ley Mordaza…)
Ay, mire, Hermana Federica, toda esa juventud descarriada, a disfrutar sin límites de todas las tentaciones que les ponen delante de los ojos. (Estamos ahora en un embotellamiento a un kilómetro y medio para llegar a la rotonda que lleva a Arriondas, por un lado, y a Cangas de Onís, por el otro. Las Hermanas están observando como miles de personas están llegando al recinto donde se va a celebrar el Aquasella, un festival de música electrónica que atrae a miles de jóvenes venidos de muchos lugares. Algunos rostros, a pesar de lo temprano de la hora, ya denotan una perfecta mímesis con el evento.)
Ya, con lo sanas que son esas concentraciones mundiales de la JMJ, juventud comprometida con la fe cristiana, como tiene que ser.
(Estoy de acuerdo. En las dos últimas, Río de Janeiro y Madrid, casi se agotan los condones en las farmacias, y eso es sano, muy sano, siempre con protección… )
A ver… ¡A ver! Sí, sí, Hermana Virtudes, que ya estamos a 25 kilómetros de Oviedo… Sí, sí, vayan a esperarnos a la estación. Todo muy bien, sí, sí, salió todo muy bien… Sí, claro, ya se lo venía diciendo yo a la Hermana Federica, que no se puede vivir del odio, que aquí sólo estamos para gozar de Nuestro Señor Jesucristo – Habla a través de un teléfono móvil de aquellos Sony de los primeros dos mil. Predicando con el ejemplo de la austeridad. En cambio, la Hermana Federica se gasta un i-Phone 6 con carcasa celestial a juego y todo. Dos modos diferentes, y el odio, ¿qué coño pasará con el odio?
Ya le dije que llamara desde el mío, que en ése se oye fatal.
Ay, Hermana Federica, ¡que Dios la perdone, que tiene usted mucho apego a ciertos bienes materiales!
Y llegamos a Oviedo, a la estación. Martín logró dormir una hora larga; yo, en cambio, me lo pasé bien con la representación, una obra costumbrista, entretenida, plena de diálogos ágiles y con dos actrices muy buenas, muy versátiles. Faltaba un final con sorpresa para redondear la obra. Sale delante de mi hijo, las Hermanas y yo una chica llena de tatuajes, piercings, pelo corto, una camiseta de Bikini Kill, y nada más bajar el último escalón, con la Hermana Federica a su rebufo, da un salto y cae en los brazos de otra chica que la está esperando. Empiezan a besarse con una pasión demasiado extrema para los ojos poco acostumbrados de las Hermanas. Martín y yo nos miramos, las Hermanas lívidas, sin color ya en sus labios. Sonreímos y nos dirigimos a la salida, que ya es casi la hora de la cita con la dentista, no sin antes escuchar, “Ay, Dios mío, este mundo está perdido, Hermana Federica, ¡perdido!”
Aceleramos el paso mientras, sin saber ni cómo ni por qué, a mi mente llega “Death or Glory”, de los Clash… he who fucks nuns will later join the Church… (¡Vaya bien que silbo, rediós!)