FORGOTTEN DOLL / EL BESO DE ANTAÑO

fontan-doll

te largaste

me quedé sola
y la muerte no es tu excusa

que con la vida
haces zapping
de un cuerpo a otro

sin corazón
sin sangre

con hambre
y más cuerpos inertes
a tu lado:

alimentando con sobras
tu ausencia de apego;


el alma encerrada
en un botijo
de cerámica

y mi amor por ti

en una esquina
de este maldito mercado

grua-y-farolaallí donde hubo
un atisbo de vida
libre y sin membrana
se besan hoy
una grúa
y esta farola
que de otro tiempo
parece haber viajado
para arrebatarnos
música y teatro
libros y risas
suelo firme
y cervezas frías:

un beso al viento
que ya no quedan frentes
en los que luchar
que la intemperie
ha podido
con las ganas
de matar
el espasmo que persevera
en las tardes
de tu ausencia:

no cerramos la puerta
hasta que no la tiran
abajo
a patadas
las coces de antaño
y esos rebuznos
políglotas
que respiran sin saberlo
un miedo asolador
que pervive agazapado
entre los muros
de nuestra memoria…

1995

en 1995 no estabas

no estábamos

yo si estaba

pero no respiraba

por las venas de tu cuello

tu cuello estirado

para ver lo que había al otro lado

al otro lado de la puerta

la puerta de la casa

de las brujas

que la historia no pudo quemar

quemar con fuego

quemar con ácido

quemar con palabras

dichas sin cerillas

ni mecheros:

puerta cerrada

agujas de coser

clavadas en ella

como alfileres

en un muñeco de vudú

sin boca ni ojos

ni ojos que te miren

que miren alterados

a los asesinos antiguos

bizcos

imberbes

de brujas asociadas

a demonios inciertos.

Era 1995

y tú no venías

porque nadie te llamaba

porque estabas muerto

de miedo

de amor

de odio y saliva

que repartir

en cuerpos desconocidos

desconocidos para ti

que no para otros

que se dedicaban

a reclutar cuerpos

para añadir muescas

estúpidas

a la polla tiesa de sus egos:

insaciables

narcisos

de bellos rostros

y vanos argumentos

en conversaciones

prolongadas

que no venían a cuento

a cuento de qué

de su hastío glorioso

enemigo de la risa

en aquel verano

innombrable

de 1995

un gran año

casi seguro

para algún vino

de esos de reserva

reserva y fermento

fermento de tu humor

que nunca fue la llave

que pudiese abrir

la risa de la gente

gente que pasa

a tu lado

sin mirarte

ni contemplar

tu aguda inexistencia

el formol que convierte

un año tan aburrido

como 1995

en el eterno columpio

de una vida fulgurante

jamás vivida

ni por ti

ni por nadie

que tú estás muerto

y la gente que te mira

también

porque leyes nos dan

y leyes cumplimos

natural

y

mente

EN COTIDIANO DECORO

Por si acaso abrí la puerta, sólo por si acaso, porque no quería ver a nadie; porque lo único que me apetecía realmente en aquellos aciagos momentos era vegetar inerte dentro de mi edredón, dar vueltas sin fin dentro de mi cabeza y de la tortura de aquel dolor con el que todavía no me había acostumbrado a convivir. Pero ella entró – ¡vaya si lo hizo! – y comenzó a hablar como siempre suele hacerlo, a toda pastilla, casi sin vocalizar ni coger un poco de aire para dar paso a la frase siguiente. Daba la impresión de que las pausas, naturales en cualquier discurso hablado, no existían siquiera en su estrategia vital. Daba ya lo mismo, ni siquiera podía molestarme su presencia Dolby Digital. Puso música en mi equipo nuevo – ¡qué osadía! – y Bill Laswell Project, con sus hipnóticos samples persas y la voz de Nicole Blackman casi vomitando más que cantando una tremenda oda al hachís, por poco me obliga a resucitar.

Al menos sí que me entraron ganas de fumarme un buen canuto de ese costo culero que tan buen resultado me estaba dando. Abrí al fin mi boca para emitir algún que otro sonido. Habían transcurrido sesenta y cinco horas, treinta y siete minutos y cincuenta y tres segundos desde que yo había hablado por última vez. “Lárgate y déjame en paz de una puta vez”, casi susurrándoselo al oído, dándole un tono que bordeaba lo maquiavélico, metiéndole el susto en el cuerpo, intentándolo al menos. Y me había hecho caso, se había largado. Pero aquí estaba de nuevo, como si nada hubiese sucedido, como si ella fuese la eterna portadora de la inmunidad absoluta, la que da sin pedir nada a cambio; la sufridora lasciva; el reflejo de la eterna agonía del pensamiento que dicen femenino, de su inútil dependencia; la convergencia suma de todos los puntos cardinales. “¿Me pasas el costo y el papel? Están en el cajón del taquillón de la entrada. Ah, y dame un cigarrillo, que a mí ya no me queda tabaco.” Obedeció de inmediato. Era ella. Había venido para salvarme. Era Jesucristo Nuestro Señor con un buen par de tetas. El viento frío que viene del norte, el siroco mortificador, la Santísima Trinidad empezando a quitarse toda su ropa para así justificar física y filosóficamente ese peliagudo asunto del tres en uno. Me sentía como el gilipollas de Abelardo frente a una hermosa Eloísa, con toneladas de deseo centrifugando dichosas, prestas y dispuestas en algún rincón lejano de mi maltrecho cerebro, pero plenamente discapacitado para poder palear con fuerza todo el peso de aquel deseo. Estaba castrado, sí, y yo mismo había sido el autor de semejante fechoría. El canuto ya estaba hecho. Su primera calada llegó al rescate alveolar en el mismo fondo de mis pulmones – efecto broncodilatador que lo llaman -. Mi estómago protestó débilmente, y ella se puso presta mi albornoz y, sin decir nada – ya lo había soltado todo, se había quedado a gusto, y ahora ejercía de enfermera-criada sin pronunciar palabra – se dirigió con paso firme hacia la cocina. Era capaz de sacar una comida deliciosa de una despensa abastecida sólo al uno o dos por ciento. ¡Qué bien me estaba sentando aquel porro acompañado de aquella sinuosa banda sonora! ¡Qué bien olía lo que aquella hija de puta me estaba cocinando! Nada, tío, que el fracaso de los torpes debe ser inversamente proporcional al amor que por ellos sienten sus patéticas seguidoras. ¿Quién se está justificando ahora? ¿Quién trata de dar sentido a un comportamiento rayano al de un pretendidamente sensible y barbilampiño ser? (¡Qué bueno es este chocolate… sí señor!) En estos días de monstruos alucinantes yo parezco habérmelos tragado todos. Joder… y cuesta un montón vomitarlos. Venga, tío, ya está bien de gilipolleces, levántate y anda, que una buena comida te está esperando sobre la mesa de la cocina. Puede que hasta me entren ganas de follar una vez que mi estómago vuelva a su normal actividad digestiva. He de reconocer que su capacidad de aguante es infinita, que su amor es tal que parece no costarle ningún esfuerzo cumplir su papel de vertedero cuando a mí me llega la hora de vaciar toda la basura acumulada en mi interior. Mato el porro contra el cenicero y ya estoy  (Siempre acaba apareciendo de la más ignominiosa de las nadas la típica persona que pregunta extrañada, “¿pero de verdad que está saliendo con este tío?”)

 

LEVÍTAME

Disgústame,

que me aburro,

que la persiana bajada

no los deja entrar;

y luego abúrreme,

que me disgusto,

que el timbre de la puerta

no suena

si no lo presionas

con un dedo cualquiera.

Y llama a mi puerta,

que no te abro,

que dice mi madre

que no se abre nunca

a seres desconocidos.

Desconóceme, pues,

que no te voy a ladrar

porque no soy cánido,

y como humano

las imitaciones

se me dan muy mal.

Muérdeme ahora,

y enjuaga tu boca

con toda esa sangre,

que de pureza

andamos los dos

en precaria condición.

VIAJES AL FONDO DEL ALSA – LAS MICROAVENTURAS DE INDALECIO, EL CONDUCTOR, PARTE II: EL JALOGÜÍN

Como esa persona llena de paradojas que siempre ha sido, Indalecio siempre celebra el Halloween aunque no pruebe jamás una Coca-Cola. Se ríe jactancioso de esa gente que dice que “el jalogüín no es más que una tradición yanqui, que celebren allí el Xiringüelu y beban culinos de sidra, no te jode.” “Ay, ignorantes, ignorantes”, piensa él mientras recuerda como vaciaba de pequeño calabazas con su abuela Rudigundis llevando una sábana a modo de disfraz de fantasma por encima.20151101_000431-1 Este año, como cada 31 de octubre, se va en su moto a La Fresneda, a disfrutar con sus hijos del truco o trato, y más tarde al baile terrorífico que tiene lugar en la carpa de la plaza, a bailar, a ver si hay suerte y se liga a una de esas muertas estilo mexicano que tan guapas le parecen. Pero él mismo sabe que la verdad verdadera se remonta al curso 1983/84, aquél en que repitió tercero de BUP y dos chicas estadounidenses vinieron de intercambio todo el curso a su instituto desde el mismísimo Salem, en el estado de Oregon. Charlotte se llamaba la que se encargó de organizar aquella mítica fiesta de Halloween, la misma que desvirgó impaciente a Indalecio en los vestuarios aquella misma noche de los muertos de 1984 al ritmo del “Last Caress” de los Misfits.

Cuando hubo él terminado, a Glenn Danzig todavía le quedaban 19 segundos de canción. Mientras él se enamoró como un pardillo, ella se enrolló una semana después con su mejor amigo, Darío, amor que fue eterno hasta el final de aquel curso iniciático. Por eso, cuando Darío ya estaba en las últimas por culpa del maldito SIDA y aquella manía imbécil que tenía de compartir jeringuillas con cualquier gilipollas, a él no le dio nada de pena; “¡que se joda!”, se dice siempre para sus adentros cada vez que se acuerda de aquél que una vez fue su mejor amigo. Sabe que todos los santos que Darío le pintó, terminaron por volverse demonios, pero demonios de los verdaderos, nada de cuentos ni de disfraces.

HABITUACIÓN, CUAL CEBOLLA RECIÉN CORTADA – PARTE VII

VII.

¿Quién si no yo abría las puertas?

¿Quién cortaba el viento en láminas finas

para que tú comieses de mis palmas?

¿Quién visitó las tinieblas,

quién los bajos fondos de tu entretenimiento,

y quién los vertederos de tus refranes?

¿Quién cocinó para ti suculentos platos

henchidos de ricas proteínas?

No me respondas, que no lo necesito.

No hables para soltar fuego por tu boca de dragón.

No me mires, que yo no puedo verte.

No me toques, que todavía hay sangre.

Microgameto en una pecera,

que nada y nada contra tu placenta.

Ictiófago en la sabana;

pero sólo se ve hierba seca,

también carne que huye,

y la sequía todo lo arrasa,

arruga la tierra,

la exprime y la mata.

Por suerte, mis microgametos no son ictiófagos,

son sólo camellos que cruzan el desierto

bien repletos de líquido,

bajo el sol,

libres de espejismos y de oasis malditos.

Si mi mano los malgasta,

será culpa de mi desenfreno,

de mi perspiración y de mis jadeos;

de tu desnudo atípico

y de mis ganas de salpicarte.

Me gustaría quedarme sin dientes,

sin encías, incluso.

Quisiera no poder tenerte

nunca más cerca de mi aliento,

sin dientes,

repito,

halitosamente podrido;

chimenea de mis malas digestiones.

Con un puré me basta,

con un vaso de agua me sobra;

con una caricia de perro corro a tu lado,

y con un silbido agudo, de urgente necesidad,

puedo hasta llegar al orgasmo;

hasta que se me llegue a partir la médula,

espinal, ficticia y mutante,

plastilina hecha bola entre las manos de un niño;

fado lisboeta saliendo airoso pero airado

de la garganta de una vieja borracha de fe;

persona sin rumbo.

Pessoa sin su “Brasileira”.

Niño negro sin su balón de reglamento.

Corazón independiente, gambeteo redundante;

Alfama vomitando coros de muertos vivientes.

Trapo enredado que entra por la mismísima escuadra.

Droga de inútiles y pasión de los débiles.

¿Cuándo se dignará llamar a mi puerta?

HABITUACIÓN, CUAL CEBOLLA RECIÉN PICADA – PARTE VI

VI.

Yo no soy ni la resurrección ni la vida,

la muerte viaja imantada al bolsillo trasero

de mis pantalones vaqueros.

Yo soy el déspota de la ilustración,

el sátrapa enganchado al mundo de tus sueños,

el vengador justiciero

y todos sus secuaces,

el vagabundo, el que invierte en pobreza,

el soldado que lucha por tus pañuelos,

por beberse cada una de tus lágrimas,

por arrullarte al calor de una chimenea imaginaria.

Yo soy la hipocresía personificada,

el rito solapado de la mentira,

del ocultismo, de las ciencias desconocidas;

el pragmatismo hecho hombre,

la bienaventuranza de tus fronteras,

la comida de perro hecha caviar,

el barro de tu cuerpo,

el moldeado de tus cabellos,

el anuncio de tu vejez,

de tu muerte,

de tu inexistencia.

Yo soy la mancha de tus bragas,

la mierda que se pega

a las suelas de tus zapatos;

tus jugos gástricos y tu orina,

la cera de tus oídos,

el dulce susurro de tus castigos,

el embrión arrancado de tus entrañas;

el embrujo de tus predicciones más oscuras…

el límite de tu tenebroso bosque,

de tus tinieblas,

de la humedad de tu sexo,

de tu boca llena de amor.

Amén.

Si una canción no sirve,

entonces grabaré una sinfonía

de aullidos lamentables,

un “Rock’N’Roll Nigger”,

un «ouside the society»

de sustos irrepetibles,

de larvas entumecidas.

En lo más hondo del pozo sin fin,

un eco restalla dentro de mi sabiduría.

Es él, el Dios que me castiga.

“¡Tú no existes, no eres…!”,

le grito enojado, violentamente exaltado.

Él no me responde porque teme mi indiferencia,

porque sabe de mi suerte.

A sus ángeles castrados

me los paso yo por el filo

de mi cuchillo afilado,

de mi navaja vengativa,

de mi odio sin aduanas,

sin límites territoriales.

Le lanzo una piedra

y el eco me devuelve un ¡ay!.

Al final del camino, resulta que no era etéreo.

Temo que no sea más que un minero

que pica y pica carbón,

del que sale de las paredes de mis arterias,

de mis venas,

de mi paciente colesterol,

labrado arduamente tras

los litros y litros de grasa

que han entrado en contacto con mi feo cuerpo.

Por si pretende olvidarme

y olvidarse de matarme un día,

yo voy a encender otro cigarrillo.

Uno más, tan sólo uno más…

ya lo dejaré mañana.

VIAJES AL FONDO DEL ALSA – PARTE XXXIX (DEATH OR GLORY / NUNS, NUNS, REVERSE, REVERSE!)

20 de agosto de 2015

¡Cómo fastidia madrugar un día de agosto! Todo sea por mi hijo mayor, Martín, que tiene que ir a la dentista para que le quiten los brackets dentales metálicos, ¡por fin!, para cambiarlos a posteriori por unos alineadores transparentes, de ésos que parecen los protectores bucales de los boxeadores. ¡Si le está quedando la dentadura que parece una estrella yanqui de esas del cine, de las que gastan dientes mas falsos que un billete de veinticinco euros! Alsa de Llanes a Oviedo. En la estación subimos siete viajeros y dos viajeras. “Un viaje plácido”, pienso yo con ilusión, “igual hasta podemos echar un buen pigacín de hora y pico…” Celorio, para el alsa, Martín me da un codazo, “Papi, mira”, me dice señalándome la ventanilla a su derecha. Mis ojos se abren al instante como queriendo salir de sus propias órbitas: una horda de mujeres mayores, de entre 60 y 80 años, se agolpa frente a la puerta de entrada del autocar, ¡van a subir! Lucen todas un corte de pelo similar, corto sin pretensiones estilísticas de ningún tipo (me viene a la mente aquel sketch de Vaya Semanita, el de la peluquería abertzale, y pienso que también debería haber una peluquería para que todas estas mujeres puedan cortarse el pelo de la misma manera, lo cual, por pura lógica, me lleva a deducir que son ¡monjas! Pero monjas seglares, sin hábito alguno, aunque no es necesario para ir vestidas como tales.)

Las cuento, una, dos, tres… ¡treinta y cuatro! Adiós siesta, goodbye peace; mi cara compone cientos de poemas aceleradamente, pero soy un tío cabal, y sé que si no conduzco (ni carné de conducir tengo siquiera), tengo que conformarme estoicamente con lo que el transporte público me pueda llegar a deparar. Tras unos diez minutos de ir pagando un billete tras otro al conductor (van todas para Oviedo, ¡maldita sea!), se van sentando con regocijo y alboroto, el justo y necesario tratándose de siervas del Señor. A mi izquierda se sientan dos, al lado de la

That would be an ecumenical matter!!

That would be an ecumenical matter!!

ventanilla la Hermana Federica de unos 45 años, y en el asiento que da al pasillo una Hermana ya veterana, curtida y ducha en las duras batallas por el poder que en un convento puedan surgir; terminaré el viaje sin conocer su nombre. Se sientan ambas con un gesto la mar de serio. Arranca el conductor (que nos deleita con un CD que va de Melendi al Chica Loca de Paquirrín pasando por alguna Fitofitipaldiada – no las distingo, son todas iguales – o temas histriónicamente estúpidos que no dejan de decir una chorrada tras otra). Yo me dispongo a escuchar mi música para lo cual extraigo presto mis auriculares de la mochila, no quiero que mis oídos sufran. Cuando estoy a punto de introducirme el auricular izquierdo en el correspondiente pabellón auditivo, habiendo ya seleccionado antes a los Sleaford Mods, algo me interrumpe:

  • Se lo vuelvo a repetir, hermana Federica, ¡aquí vinimos a gozar de Nuestro Señor, no a odiar!
  • Lo sé, lo sé… Le pido disculpas.

Por descontado que esos auriculares regresan ipso facto al interior de la mochila. ¡Que le den a la música basura que aturulla el interior del autocar, que esto se pone la mar de interesante! Aprieto el botón de espía, ése que te abre las orejas incluso más allá del diámetro aconsejable por la ciencia humana, y me dispongo a disfrutar de una obra de teatro de carácter sacro ¡para mí solo!, si es que soy un privilegiado, joder.

No les faltó a las dos hermanas tema sobre el que comentar, dar su opinión, casi siempre con bastante mala hostia, como si estuviesen enfadadas con todo el mundo (no sé, igual hasta lo están y todo, porque la falta de sexo suele provocar mala baba, pero eso es mucho aventurar, ¿cómo puedo saber yo si les falta sexo o no? Ay, que no se puede ser presuntuoso, Jose… Bah, prosigamos, que se escapa el hilo, y no me refiero al musical, una pena.)

  • Que se lo digo yo, Hermana Federica, que da igual lo que el Santo Padre diga o deje de decir, que eso no es natural, que mucho se reían de aquello que dijo ana Botella de las peras y las manzanas, pero tenía razón, que lo que no es natural no es natural, y así nos lo dice la Biblia.nuns-6-2-630x294
  • Ya, si ya lo sé, pero es que…
  • Ni peros ni nada, Hermana. La familia tiene que ser el padre, la madre y los hijos; fuera de eso, no existe nada más.

(¿Natural? Ah, ya lo entiendo, lo natural es lo de la serpiente, lo de quedarse embarazada siendo virgen… )

  • Y lo que le estaba contando, hermana Federica, que va y me dice mi sobrino Julián que no va a bautizar al niño. ¡Qué disgusto, qué disgusto más grande! Ya le dije yo, que callada no me quedo nunca, “podrás hacer lo que quieras aún sabiendo que estás equivocado, pero ya me encargo yo de dejarlo todo bien, en su sitio, que voy a rezar cada día por ti y por ese niño abandonado a su suerte, sin dios al que rezar.”
  • Ya, ¿por qué será que ahora mucha gente no bautiza a sus hijos?

(Ya, mira que es raro el hecho en sí mismo, con lo de fiar que ha sido siempre la Iglesia Católica. Yo no lo entiendo tampoco, no, no… )

  • Y esas colas para la cocina, hermana Federica, con familias enteras que pasan hambre, sin un pan que echarse a la boca, y el Rato ese alardeando de opulencia ahí, en Gijón, después de haber robado todo lo que robó. A ése sí que lo tenían que meter en la cárcel, y no a esos pobres padres que roban por dar de comer a sus hijos.
  • Estoy de acuerdo, el perdón ante el señor, pero que paguen ante los hombres por todo el mal que están haciendo, con tanta avaricia, tanta soberbia…

(Vaya, no sigan por ahí Hermanas, que cualquier día cae implacable sobre sus cabezas la Ley Mordaza…)

  • Ay, mire, Hermana Federica, toda esa juventud descarriada, a DESCENSO SELLA 006.JPGdisfrutar sin límites de todas las tentaciones que les ponen delante de los ojos. (Estamos ahora en un embotellamiento a un kilómetro y medio para llegar a la rotonda que lleva a Arriondas, por un lado, y a Cangas de Onís, por el otro. Las Hermanas están observando como miles de personas están llegando al recinto donde se va a celebrar el Aquasella, un festival de música electrónica que atrae a miles de jóvenes venidos de muchos lugares. Algunos rostros, a pesar de lo temprano de la hora, ya denotan una perfecta mímesis con el evento.)
  • Ya, con lo sanas que son esas concentraciones mundiales de la JMJ, juventud comprometida con la fe cristiana, como tiene que ser.

(Estoy de acuerdo. En las dos últimas, Río de Janeiro y Madrid, casi se agotan los condones en las farmacias, y eso es sano, muy sano, siempre con protección… )

  • A ver… ¡A ver! Sí, sí, Hermana Virtudes, que ya estamos a 25 kilómetros de Oviedo… Sí, sí, vayan a esperarnos a la estación. Todo muy bien, sí, sí, salió todo muy bien… Sí, claro, ya se lo venía diciendo yo a la Hermana Federica, que no se puede vivir del odio, que aquí sólo estamos para gozar de Nuestro Señor Jesucristo – Habla a través de un teléfono móvil de aquellos Sony de los primeros dos mil. Predicando con el ejemplo de la austeridad. En cambio, la Hermana Federica se gasta un i-Phone 6 con carcasa celestial a juego y todo. Dos modos diferentes, y el odio, ¿qué coño pasará con el odio?
  • Ya le dije que llamara desde el mío, que en ése se oye fatal.
  • Ay, Hermana Federica, ¡que Dios la perdone, que tiene usted mucho apego a ciertos bienes materiales!

Y llegamos a Oviedo, a la estación. Martín logró dormir una hora larga; yo, en cambio, me lo pasé bien con la representación, una obra costumbrista, entretenida, plena de diálogos ágiles y con dos actrices muy buenas, muy versátiles. Faltaba un final con sorpresa para redondear la obra. Sale delante de mi hijo, las Hermanas y yo una chica llena de tatuajes, piercings, pelo corto, una camiseta de Bikini Kill, y nada más bajar el último escalón, con la Hermana Federica a su rebufo, da un salto y cae en los brazos de otra chica que la está esperando. Empiezan a besarse con una pasión demasiado extrema para los ojos poco acostumbrados de las Hermanas. Martín y yo nos miramos, las Hermanas lívidas, sin color ya en sus labios. Sonreímos y nos dirigimos a la salida, que ya es casi la hora de la cita con la dentista, no sin antes escuchar, “Ay, Dios mío, este mundo está perdido, Hermana Federica, ¡perdido!”

Aceleramos el paso mientras, sin saber ni cómo ni por qué, a mi mente llega “Death or Glory”, de los Clash… he who fucks nuns will later join the Church… (¡Vaya bien que silbo, rediós!)

FUCK JOYCE!!!

– Espera, cari, no pases la página que todavía voy por la mitad.

Y ahí lo supo. Ya no era la gota gorda que hubiese colmado el vaso infinito de su paciencia, es que éste había desbordado hacía ya un par de semanas, interminables como eternas lápidas de mármol. Compatibilidad y paciencia no coordinaban nunca más, muertas ambas, yacientes en el lodazal del tedio sin luz propia.

– ¿Sabes? Se acabó. No puedo más con tu actitud, con ese buen rollo de querer estar todo el día juntos, abrazados, viendo las mismas películas, las mismas series, preparando juntos esa mierda de dieta paleo que me estás imponiendo sin que yo haya sido capaz ni de meter baza, ¡que tengo que comer cachopos a escondidas, joder ya!…

– P-pero, pero es que yo… yo pensaba que te gustaba todo eso, cari.

– ¿Gustarme? ¡Y una mierda. Hasta las putas narices ya, joder!

– Tranquilízate, mi amor, tienes que eliminar toda esa tensión acumulada, el estrés… trabajas demasiado, tienes que orientar tu vida hacia un karma más positivo. Podemos ir a hablar con Jorge, que conoce una coach muy buena, una gran orientadora sentimental.

– ¡Qué les den por culo a toda esa mierda de coaches o lo que cojones sean! ¡Qué no, hostias ya! ¡Que estoy hasta el culo de tanta ñoñería, de tanto rollo cursi! Y el colmo de los putos colmos, tener que leer esa novela juntos… ¡Que no, joder, que aguante al brasas ese del Joyce su putísima madre, que yo ya no, que tengo ahí ésa de Toni Morrison esperando, que paso al lado de ella y salivo por empezar a leerla, coño! Tanto control, tanto control, joder… Si salgo un sábado con mi gente, de morros; si voy a un concierto, más morros y malas caras… ¡Que no, hostia, que se acabó! Vete a controlarle la vida a otra persona, que ésta se apea del carro.

Y se levantó, dirigió sus pasos hacia la puerta que da a la calle no sin antes coger del aparador las llaves del coche y las del trastero. Allí guardaba su maleta, la Samsonite grande que su madre le había regalado cuando tomó la decisión de irse de casa. De eso hacía ya (o puede que tan sólo) cuatro meses, y la vida en común se había consumido deprisa, como si cada día fuese una semana, un mes, o quizá un año. Mientras se abría la puerta del garaje, comenzó a esbozar una sonrisa cómplice de su conciencia. Por el retrovisor vio como la puerta del garaje se cerraba lentamente. Esperó a que esa puerta bajase del todo y salió de allí calle abajo con toda la satisfacción que el momento le producía.

“Que se joda, que es un puto imbécil de mierda… tanto buenrollismo, tanto halago todo el puto día. ¡Ya está bien!… Joder, ¿y dónde está el mierda ese del manos libres ahora? Ah, ya… a ver”

Nic, noc, tac, toc, nic, tec, pip, tec, noc… piiiiip… piiiiip… piiiiip… piiiiip. Tlock

  • Dime, hija.
  • Hola mami, ¿qué tienes hoy para comer?
  • Hizo tu padre una quiche de ésas que le salen tan bien, la de espinacas y puerros.
  • Hmmmm, pues guardadme un buen trozo, o mejor, esperadme para comer que estoy ahí en diez minutos.
  • ¿Va todo bien, hija?
  • Genial, mejor no podría ir. Ya te cuento en casa.

Pues ya hacía un mes, más o menos, que no me daba a mí por seguir el reto de asignar una historia a una imagen, como nos propone cada viernes Fernando Vicente desde su blog elbicnaranja. El pasado 12 de junio nos retó a introducir conflicto a la imagen tan idílica que ilustra esta entrada, creación de Puuung, desde Corea del Sur. No sé si lo he conseguido, lo de crear conflicto, digo, pero sí puedo asegurar que me lo he pasado en grande pensando y escribiendo este relato.

CONVIC©IONES

Es increíble lo que me acaba de suceder… Si hace tan solo un día, un puto y mísero día, me llegan a decir que yo podría estar sumido en este lamentable estado les hubiese mandado a tomar por culo… como mínimo.

– ¿Por qué me quieres?

– No lo sé.

– Yo no me lo creo.

– Pues te jodes, que para eso has venido, ¿o no?

– ¡Ves, ya empiezas otra vez… !

– Ya he terminado, que es distinto.

– No, no has terminado; al menos hasta que yo lo diga.

– Tú decides, como siempre.

– ¡Anda y qué te follen!

– Así me gusta, que reacciones a tiempo, como los buenos caballos cuando ven perdida la carrera. Lo nuestro puede llegar a ser como el “Grand National”.

– Me largo, ya no te soporto más…

Y se largó. Se encaminó hacia su casa donde su marido la esperaba para que hiciese la cena. (Él, su encantador esposo, el que la mimaba en exceso cuando a ella le entraban los ataques de bulimia sexual.) Con cuarenta y seis años recién cumplidos no se deben perder las bragas detrás del primer niñato de diecisiete que te mire un poco obscenamente, ni con el segundo, ni con el tercero… ni con tu propio sobrino, puede que ni conmigo. Quince años de vida desde hace tan solo dos meses, y el “éxtasis” corre por sus venas como la insulina por las de un diabético. Y tú corres tras él, no sólo por las pastillas que te dan la fuerza necesaria para seguir, sino también por probar el suave tacto de una polla recién salida del cascarón, y siempre dura y dispuesta para taladrarte por cualquier agujero. No, no seré yo el primero en criticar tus actos. Tampoco el último. ¿Recuerdas cuando me masturbaste por primera vez? Yo sí. Ocurrió en tu habitación. Ese verano yo despertaba al mundo entre cervezas, porros poco cargados y morreos insulsos en lúgubres disco-bares. Gracias a ti comencé a lanzarme sin paracaídas delante de las chicas. Y alguna cayó, vaya si cayó… Pero yo estaba deseando en todo momento volver a perderme entre tus flujos vaginales. Llegue a no lavarme el dedo anular de mi mano derecha durante días. Necesitaba ese olor como ahora necesito la maldita nicotina… Resultaba gracioso bajo la ducha con mi dedo anular protegido por un trozo de látex que yo me había ocupado personalmente de cortar de un guante de los de la consulta de mi padre…

¿Ves? ¿A qué no resulta tan complicado?

– Joder. Tú no tienes toda la pierna escayolada. Y ahora me duele, me está doliendo mogollón.

– Siempre tan quejica.

– Ya, claro. Si te conformaras con chupármela, y que, mientras, yo te frotase a conciencia el clítoris…

– Pero ya sabes que yo necesito sentirla dentro, que se vaya abriendo camino en mis entrañas…

Ni siquiera la radiación ha hecho menguar ni un ápice tus ganas de conocer, de explorar nuevos cuerpos. Maldito cáncer. Los médicos dicen que tienes muchas posibilidades de superarlo con éxito. ¡Y una mierda! Al menos a mi no me engañan… ¡No quiero! ¡No soy gilipollas, hostia!

El otro día te vi por primera vez sin la peluca. No sentí nada especial… Bueno, sí que algo de curiosidad malsana invadió por un instante mi frágil pensamiento: ¿Te has quedado sin un puto pelo en todo el cuerpo? Nunca quisiste afeitarte el coño para mí…

– A los diecinueve años me operaron de apendicitis. Por aquella época yo salía con un amigo de mi hermano. Un buen chaval, pero un poco soso, muy parado. Yo quería acción, la estaba pidiendo a gritos. Y él nada, a lo suyo: a ver películas suecas, checas, ¡qué sé yo!, en el cine-club del barrio… Me tuve que follar al enfermero de guardia una hora y media antes de que me abriesen la barriga. No te quedes con esa cara, di algo al menos…

No recuerdo lo que te dije, pero seguro que fue alguna gilipollez. Mi novia no sabe nada. Se lo hubiese contado si… ¡Mentira!, lo nuestro no puede salir de nuestras bocas. Todavía me entran ataques de risa cuando te veo intentando fumar un porro utilizando tus labios vaginales; y hasta parecía que tragabas el humo y todo…

– ¿Es más importante ese puto partido que yo?

– No, claro que no… ¡Qué cojones! Sí, claro que es más importante que tú, al menos en este preciso instante…

– ¿Sabes lo que te digo? ¡Qué te folles al puto televisor, a ver si así de paso enculas a alguno de esos malditos futbolistas…!

– Más de uno lo agradecería, no te creas…

De entre todas mis aficiones, el fútbol, con la indescriptible pasión que despierta en todo mi ser, es la única que me separa por completo de las mujeres. Nunca he sido capaz de entenderlo del todo: ¿Por qué oscura razón una mujer siempre tiene que tocarnos los huevos cuando algo realmente importante está sucediendo en cualquiera de los campos o estadios de fútbol del planeta? ¿No habrá otros momentos para echar un polvo, o para hablar de cualquier pijada intranscendente tipo ‘me he comprado esto o lo de más allá’, o ‘hay que arreglar el grifo de la bañera, que pierde’?. ¡Cagondiós, también va perdiendo mi equipo y no tengo porque arreglar yo esa situación! Tú eras especialista en estos menesteres, la mas tocacojones del hemisferio norte, la más “hay-que” de todo el hemisferio norte… pero te quería, ¡vaya si te quería…!

– Creo que me apetece comprarme un gatito para tenerlo en nuestro apartamento.

– ¿Un qué? ¿Qué has dicho?

– ¡¡Un gato, joder, un puñetero gato!! Me haría mucha compañía cuando tú no vienes… cuando sales por ahí con esa zorra de Verónica.

– No te pases, que Vero no es ninguna furcia… no como…

– ¡Como yo…! ¡Anda, dilo! ¡Ten cojones para algo más que para joderme a mí, porque lo que es a esa estrecha! Virgen a estas alturas, en estos tiempos… ¡Ay! Quién los hubiera pillado con diecisiete años.

– Mejor cómprate un pekinés, que, según tengo entendido, lamen el coño de vicio… vamos, que así no tendrías porque lamentar mis ausencias.

– ¡Eres un hijo de puta…!

Puede que tu mala hostia haya provocado la metástasis. Te vas a morir y eso me jode en el alma. Veo a Verónica y no me reconozco en ella; sin embargo te veo a ti, con casi veinte kilos menos y con esa horrible peluca, y me entran unas ganas locas de metértela por el culo… No soporto la frigidez de mi mujer. No me tenía que haber casado con esta puta cabrona, que sólo ha sabido darme hijos que yo ni siquiera quería. Me dan ganas de mandarlo todo a tomar por culo. Si el cáncer fuese una enfermedad que se pudiese transmitir sexualmente, no dudaría ni un sólo instante antes de penetrarte sin haber tomado la más mínima precaución. ¡Ójala tuvieses el puto sida y no ese jodido cáncer de pulmón!

– ¿Qué es lo que sientes justo antes de metérmela?

– No sé… supongo que deseo, amor… ¡yo qué sé!

– Pero algo sentirás, algo concreto. Yo, por ejemplo, pienso en lo guapo y fuerte que eres, y me preparo mentalmente para sentir toda dureza de tu polla, todos los movimientos…

– La última vez estaba pensando en Verónica, y el domingo pasado en lo impresionante que había sido el gol de Romario… ¿Te vale?

– Si crees que así vas a ser capaz de fastidiarme, lo tienes claro.

– No, si yo no pretendo fastidiarte ni nada de eso, lo que pasa es que me defiendo de tu continuo ametrallamiento con preguntas… gilipollas, eso es, gilipollas hasta decir basta.

– Pero yo necesito saberlo todo de ti, y tú estás ahí, siempre tan callado, siempre leyendo o viendo la tele; en tu puto mundo.

(El día que me diagnosticaron cáncer de pulmón casi me muero. Acabábamos de dejar nuestra historia pasionalmente incorrecta dos semanas antes. Ya sabes que últimamente yo no me encontraba demasiado bien: me ahogaba entre tos y sofocos siempre que follábamos más de media hora… Y tú, grandísimo hijo de perra, después de cuatro meses ni siquiera te has dignado a llamarme para interesarte por mi estado. Ya, ya sé que hablas con mi marido, con tu jefe, que él te mantiene informado sobre la evolución de mi irreversible enfermedad… Pobre, él cree que me tiene engañada; piensa que yo no sé que me estoy muriendo un poco más cada día que pasa. ¡Qué les den por el culo a las putas sesiones de quimioterapia y también a las de radiación…! O ¿acaso la vida no es más que una carrera contra – reloj, una carrera infructuosa tratando de postergar inútilmente nuestras muertes…?)

– Tu coño tiene un sabor muy especial.

– ¿Sí? ¿A qué sabe entonces?

– Joder, a qué va a saber… ¡a tu coño!

– ¡Ya lo sé idiota! Sólo lo preguntaba para ver si, por una vez en tu puta vida, eras capaz de halagarme con algo a un nivel un poco más, más… poético, eso es, poético.

– ¡Vaya por dios, ahora se nos ha vuelto ‘fisna’ la ‘madame’!

– ¿Sabes…? Mi marido me escribía poemas cuando éramos novios.

– Ya, por eso ahora follas conmigo, porque él malgastó todas sus energías pensando esas cursiladas, y ahora no se le pone tiesa…

– ¡No seas tan injusto! Ramón me quiere… Me quiere a su manera… pero me quiere.

(Ninguno de los dos conoce la doble vida de Ramón, el siempre decente Ramón. Una vez, siendo un crío, su padre le arreó de lo lindo con la hebilla del cinturón porque lo había descubierto vistiendo a una de las muñecas de su hermana Marga. Desde ese día Ramón supo que estaba ‘enfermo’ y que debía intentar una curación progresiva que, se suponía, finalizaría el día en que contrajese matrimonio. Ahora esperaba como agua de mayo a que su mujer la palmase de una vez y para siempre para poder él dedicarse a su vida, a disfrutar como loco de su ‘enorme mal’.)

– Cada vez le pones menos entusiasmo al sexo, Ramón.

– Sí, ya lo sé.

– Con saberlo no basta.

– No.

– Y, claro, no piensas poner ningún remedio.

– … Es el trabajo, sabes que me estresa muchísimo.

– ¡Pues trabaja menos y fóllame más, que si no… !

Que si no me voy a liar con Roberto, tu secretario de confianza, el hijo de tu primo Jesús, el famoso cardiólogo. Si por algo se ha caracterizado nuestra vida en común ha sido por no saber nunca terminar una frase a tiempo. ¿Por qué esa desconfianza? ¿Por qué toda esa monotonía inacabada? De todas formas, yo te sigo queriendo… Sigo siendo ‘la chica más bonita del baile’… ¿O No?

– Vero, yo ya no puedo más, o lo hacemos… o me haces una paja.

– ¡Eres un obseso, siempre estás pensando en lo mismo!

– Joder, y tú, ¿en qué piensas? Porque algo pensarás, ¿no?

– Te he dicho una y mil veces que hasta que no nos casemos nada… nada de nada.

– Me la voy a sacar. Creo que si la vieras podrías cambiar de opinión.

Por supuesto que Verónica no cambió de opinión. Yo la deseaba – he de reconocer que la muy cabrona estaba que se salía de buena -, pero tuve que esperar hasta la maldita noche de bodas. ¡Vaya un mito más gilipollas…! La postura del misionero, y a correrse dentro de toda su frigidez. Casi salimos a polvo por hijo… y tenemos tres. Por eso tuve que llamarte nada más regresar del viaje de novios; por eso no soporto que tengas que morirte ya, tan pronto.

– ¡No quiero volver a verte más! ¿Me estás oyendo hijo de puta?

– Tú te lo pierdes.

– ¿Es eso todo lo que tienes que decirme?

– Sí, no hay más explicaciones.

– Pues entonces adiós… ¡Qué te den por culo!

– Lo mismo, pero que lo haga un negro con un buen rabo, que es lo que necesitas.

Aún no sé porqué te tuve que dejar. Reconozco que discutíamos más que jodíamos… pero es que eso me daba exactamente igual. Con mi sobrino Enrique no es lo mismo; es un chaval, son tan sólo quince años… y pasa de todo, tan sólo piensa en drogarse y en andar por ahí haciendo el imbécil con su monopatín… Además, nunca aguanta más de dos o tres minutos, no como tú, que eras capaz de estar dentro de mí una hora, una hora y media… ¡Qué bien me sentía al llegar a casa con mi coño todo irritado…!

– ¿Me llamaba, Don Ramón?

– Sí, pasa, hijo, pasa. Toma asiento. Quería que supieras que mi mujer tiene cáncer, no le queda más de un año de vida. Al principio nos dijeron que había esperanzas, pero ya ves…

– Lo siento… No sé qué decir.

– No digas nada, mejor no digas nada…

¿Por qué me contaba Ramón a mí todo esto? ¿Por qué no me llamaste y me lo contaste tú personalmente…?

El otro día, durante tu entierro tuve pensamientos necrófilos… y ahora me apetece matar a mi mujer. Me da la impresión de que tardaré un tiempo en superarlo… Puede que hasta le entre a saco a tu hermana Lourdes, tan parecida a ti, y que siempre me mira con ojos lujuriosos. Si al menos la chupase como tú lo hacías… (Me has querido antes, ¿me querrás ahora?)