ORSON WELLES WAS LAZY

Partimos de una premisa indiscutible, indisoluble, innegociable: no me gusta Céline Dion, ¡no la soporto! No es que la llegue a odiar, la verdad, aunque sí que existía cierto sentimiento de aversión muy visceral hacia sus vozarracas en la época aquella en la que se ahogaba Di Caprio ante la mirada fría (por la temperatura y diferente clase social) de Kate Winslet, James Cameron mediante. Estaba del “heart will go on” hasta el límite humano e intrínseco del mismo escroto duodenal. Y ahí yacía Céline, olvidada y oculta, lejos de mis límites, de mis acciones musicales cotidianas, hasta que ,¡toma hostia!, uno ve “Mommy”, la película del canadiense Xavier Dolan, joven, listo, ilusionista de sentimientos enganchados como lapas inmortales a la puta realidad, y se queda boquiabierto durante horas fruto de la emoción que a duras penas se puede contener. Esa escena, bailando libres, la personificación más emotiva de una felicidad que pudo llegar a ser pero que nunca fue. La libertad ajena al mundo de las ideas del resto de la gente, de lo que puedan llegar a pensar, decir u opinar. On ne change pas…

Porque, la verdad, no me emocionó en demasía la primera vez que la vi, tuve que revisitarla, la película, la escena (ahora ya sabiendo que era una canción de Céline Dion y, por supuesto, conociendo el final de la historia, que no destriparé porque soy enemigo acérrimo de los ‘spoilers’) y sentir toda la emoción en plena lucha contra ese interior que quiere aflorar y decir “¡que me gusta la canción, gilipollas!”, pero el corsé de aquel joven punki sigue ahí, dando por culo y haciendo que mantenga la compostura ante cualquier atisbo de rebelión contra la música de verdad, la buena, la que sólo nos gusta a unos pocos elegidos, no la que mueve a esa masa babosa e informe que sólo se fía de radiofórmulas ideadas para ser la mierda latente de los imbéciles que jamás se plantearán alguna opción distinta a la que nos mandan y obligan desde las oligarquías de las compañías discográficas. ¡Ja!… ¡La de dios es cristo, joder!

Y por eso puedo afirmar sin temor a equivocarme que Xavier Dolan es un cineasta de la hostia, de la de su puta madre, porque nunca antes (y si ocurrió así, pues no lo recuerdo en este momento) nadie había conseguido que me emocionase con una canción que, vamos a presuponer desde la semántica musical propia, odio a muerte. Y para mí eso ya es más que suficiente… casi de notable alto.

Prometo no volver a caer… (Y me estoy refiriendo a la Dion, no a Dolan, del cual seguiré fielmente cada nuevo estreno, hasta que llegue un día en el que me sorprenda y me diga a mí mismo desde la decepción de la volubilidad humana y carroñera , “¡pero qué puta mierda es ésta?”, y pase con premura al siguiente enfant terrible del cine… )

Y que no se me olvide recomendar por último este enorme alegato contra el bullying, esta canción de Indochine, College Boy, con videoclip escrito y rodado por el propio Dolan en el que el personaje interpretado por Antoine-Olivier Pilon (el Steve de «Mommy») sufre todo tipo de abusos y vejaciones, un proceso de pura y dura expiación no consentida ante ojos que se cierran, el miedo en el aire, mentes que huyen despavoridas y se niegan a ver lo que sucede por mucho que quieran intentarlo entre muecas de desagrado o lágrimas que se resumen ajenas… ¿Tintes autobiográficos? Tal vez, puede ser…

Enjoy if you can! (Es duro, muy duro de ver hasta el final, advierto)

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