Es así de sencillo:
suena el teléfono
a las 7.17 de la mañana
de un 9 de julio
del año 2016.
– Sí, soy yo.
– Vale, ¿lo sabe ya mi madre?
De acuerdo, no era el peor de los hombres, ni siquiera el mejor de los padres, tan sólo era el pequeño de cinco hermanos que se quedaron huérfanos de padre demasiado pronto, mucho más pronto que yo, por supuesto.
Hoy, como es costumbre cada julio, nos fuimos Nuria y yo a tomar un café al Siglo XIX tras haber dejado a los niños en casa de mi madre, y de fondo, en la televisión, estaban retransmitiendo la correspondiente etapa del Tour de Francia, y en éstas que veo a Froome sin bicicleta corriendo cuesta arriba como un poseso. ¡La hostia! ¿Qué acaba de suceder? El caso es que, de vuelta a casa de mi madre (antes conocida como “de mis padres”) iba pensando en contarle a mi padre ese hecho curioso que acababa de ver en “La Grande Bouclé”, que él siempre tenía por costumbre estos últimos años preguntarme por el resultado de la etapa del día… hasta que me di cuenta de que ya no iba a ser así, que mi padre ya no me iba a preguntar nunca más por el resultado de la etapa del Tour, y no pude evitar sentir un escalofrío de ésos que provocan las ausencias que son ya para los restos.
La misma serenidad,
la misma sangre fría
que en mayo de 1983
cuando murió mi abuela.
A ella la quería más,
no tengo la menor de las dudas.
Aunque ya no hablamos de amor
ni de cariño:
es ese enlace genético
ese pegamento
que da gracias
por haber llegado aquí
y haber respirado
con los pies imantados
a la puta Tierra.
Reconozco que no éramos grandes amigos, que no coordinábamos ni empatizábamos nada bien, pero debe haber algo en la sangre que te envía una señal de vez en cuando con la única y simple intención de avisarte y recordarte de donde vienes.
Él, que en un intervalo de tres meses me explicó que el niño cocodrilo aquel que habían traído en un circo friki no era de verdad (era el gran atractivo de un circo que siempre venía a Ponferrada a las fiestas de la Encina a primeros de septiembre), y que los Reyes Magos no eran tales, que los padres se encargaban de todo. Tenía yo siete años. Yo fui transmisor de “malas noticias” al resto de mis amigos…
¿Y ahora, qué?
Rezos, misas, cristos y lloros.
No, por mi parte no.
Pocos fueron los momentos buenos,
de risas y complicidad:
densidades muy dispares,
poca comprensión,
mutua,
que yo no rehuyo mi parte
y sería muy hipócrita proclamar
ahora
desde el umbral de lo fácil
que era un gran hombre,
que lo quería a dolor
y que lo echaré un montón de menos.
“¿Para qué llamar por teléfono habiendo bicicletas? No paga la pena”, es una máxima literal que resume a la perfección la filosofía vital de mi padre; mitad graciosa, sí, y mitad bronca sutil por, según él, gastar a lo tonto, sin pensar.
En un cajón de su armario “yacían” dos cinturones de piel, de los buenos, que era “más cómodo atarse una cuerda” para evitar las constantes bajadas de pantalones.
Echaré de menos, sí
su ironía y su sarcasmo:
el ingenio tan veloz siempre
para definir situaciones
y personas.
Me hacía reír,
reír con ganas.
Gran contador de historias a la par que gracioso, es mi labor ahora mismo recuperar alguna de sus aventuras:
-
Recién cumplidos los seis años, comenzó a trabajar como pastor de ovejas, que el hambre proveniente de la guerra ya azuzaba, y una madrugada, mientras llevaba el rebaño desde Pieros, su pueblo, hasta Valtuille de Arriba, con luna llena, tuvo que esconderse de una manada de lobos que acabó desayunándose un par de ovejas. Para él, eso era el miedo y su misma metáfora.
No echaré de menos
su avaricia,
su no saber vivir,
sus nulas muestras de cariño,
sus exigencias exageradas,
carentes de un mínimo de apego
y comprensión
hacia un niño
que sólo quería agradar
y ser feliz.
-
En su casa, cuatro hermanos y una hermana más la madre, Amparo, viuda y huérfanos, no había vajilla alguna; se cocinaba en una perola al fuego de leña en medio del patio y luego ya comían todos juntos alrededor de la pota todavía humeante. Mi padre aún conservaba a sus 83 años una marca en su mano derecha que provenía del tenedor de su hermano Amador: “¡Come de tu lao, cagondiós!”, por atreverse a ir a buscar algo de chicho en zonas ajenas a las que correspondían a su lado de la olla.
-
Pasó hambre, mucha, pero eso, decía él, era puro alimento para el ingenio, que solía ir hasta la casa de la tía Rafaela que, no sólo le regalaba media hogaza de pan, sino que se aprovechaba de la visita de cualquiera de sus sobrinos para que los mismos le acercasen calderos de agua caliente hasta el barreño en el que se iba a dar su baño semanal y, de paso, cada uno de ellos alegraba su vista y grababa recuerdos para deseos venideros plenos de fantasía onanista.
¡Y lo era!
¡Lo es!
Quizá por haber sabido
huir a tiempo
de ese narcisismo
tan nocivo
como mal entendido
en el que viví
mis primeros años.
-
En el colegio le iba muy, muy bien, casi el número uno en la clase de Don Venancio y, aún así, no pudo irse a estudiar con los frailes cuando estos mismos lo seleccionaron porque en su casa no había dinero para una muda nueva, algo que siempre lamentó desde su siempre insistente anticlericalismo, ya que consideraba que una educación a un nivel superior podría haberle sido la mar de útil para saber más, para aprender más, para haber adquirido una cultura que, ahora que lo pienso, tampoco tuvo nunca demasiado interés en adquirir.
El terror contenido
de una mala nota
en el colegio,
de un mal paso,
de un tropezón inoportuno…
o de un vaso de Duralex
que resbala de tus manos
y estalla escandaloso
contra una baldosa del suelo.
-
Pero tuvo que emigrar a Francia, a Estrasburgo, a trabajar catorce o dieciséis horas y dormir en barracones con otros amigos del pueblo, Pieros. Un puesto en la Suchard, varios años que no sirvieron ni para aprender un mínimo indispensable de francés; una novia canadiense que duró poco y un regreso a casa sin pena ni gloria, eso sí, con un odio eterno al chocolate Suchard (“En estas Navidades, turrón de chocolate… ¡Y una puta mierda p’al turrón, p’al chocolate y pa Suchard!”).
-
Siempre contaba muy orgulloso que le había ganado dos juicios a Franco, juicios laborales por despidos improcedentes. Ahí empezó su etapa sindicalista y luchadora. Recuerdo huelgas indefinidas, manifestaciones, noches y más noches de encierros, alegrías y decepciones, suspensión de pagos en Talleres Canal, S. A., donde trabajaba como soldador, y los obreros a tomar viento fresco. Una pelea larga y sin cuartel, muy dura. Indemnización y, al final, prejubilación. Orgullo obrero y de clase hasta el final.
Y todo ello siempre desde el más puro y duro pragmatismo activo; el cariño ausente y la austeridad suma como patria y bandera. Por eso era mucho mejor y más sano ir a dar un recado en bicicleta que descolgar el teléfono y marcar el número correspondiente para darlo, porque eso luego lo cobraba Telefónica.
Ahora, adiós,
y si existe otro lugar,
otra dimensión,
que sea ésta ajena
a ese mundo
tan estoicamente
materialista
en el que te gustaba
vivir.
En verano, con la amanecida, solíamos ir juntos a sulfatar la viña, yo como aguador y, en ocasiones ya siendo yo un fornido adolescente, como sustituto sulfatador máquina a la espalda para dejar las hojas de vid teñidas de un azul demasiado exagerado, sin mascarillas ni hostias, con ese olor ya impregnado en el fondo de los pulmones durante dos o más días.
Ahí está su bastón, ya olvidado, descansando. Puede que no fuese un gran hombre, lo sé, y que el amor para él fuera tan sólo un sencillo “que no te falte de nada”, puede que suficiente o puede que demasiado escaso. Yo no lo sé, la verdad. Quizá el amor está sobrevalorado…
Hijo de la Guerra Civil, de la posguerra, del hambre, del odio, sin miedo a nada ni a nadie, austero hasta la extrema extenuación mental, el humor negro, negrísimo como bastión de su sorna y su deje gracioso…
y mi padre.
POST DATA
Dos momentos de aquellos buenos de verdad que recordaré mientras respire:
El primero, tendría yo unos cinco años, en el antiguo campo municipal de la Unión Deportiva Cacabelense, donde hoy se ubica el colegio público. La Unión ganaba 4 a 0 al Guardo, un baño descomunal de actitud y de juego, y en éstas que le llega el balón en un clarísimo fuera de juego a Ricardo el Relojero, uno de los jugadores con más clase de los que yo haya disfrutado jamás, que marca de tiro ajustado al palo derecho. “Fuera de juego por mucho”, me dice mi padre al mismo tiempo que comienza a explicarme qué era aquello del orsay. “¡Qué más da, que se jodan, haber estao atentos, joder!”, le responde un paisano que aún celebraba alborozado el quinto gol. “No, no da igual, es fuera de juego y ya está”, fue la seria contestación de mi padre.
El segundo sucedió como un mes y medio antes de que yo cumpliese los diecisiete años. Regreso casi de madrugada de un concierto en Ponferrada, son las fiestas de la Encina. El Castillo de los Templarios era un lugar cojonudo para albergar todo tipo de conciertos; aquél era de Gwendal, si no recuerdo mal. Mi madre, que encuentra algo en el bolsillo de mis vaqueros justo antes de meterlos en la lavadora al día siguiente. “Ay, que igual es droga”, sospecha. “Pepe, vete con esto y pregúntale al niño”. “¿Qué es esto que encontró tu madre en tus pantalones?”, “a veeeeer… Ah, no, nada, nada, sólo un poco de pólvora prensada para los petardos que tiramos ayer en las fiestas de la Encina… que sobró un poco y tal…”. “Vale, toma”, y me devuelve un buen trozo de mejor costo con cara de no haberse creído una mierda de lo que yo le acababa de contar a la vez que me indica con un gesto de su cara “cuidado, cuidado, hasta ahí y nada más” (la psicosis aquella de los años 80 con la droga, la de la gente desinformada y todo aquel fandango que sobre todo benefició a quienes traficaban). Asiento con cierto deje de chulería adolescente, se va y escucho acto seguido, “nada, que es pólvora para hacer petardos en las fiestas de la Encina”, lo cual no era del todo mentira, semánticamente hablando.
Sé que desde esa silla vacía
de la galería
sigues mirando la gente
que va
y que viene
porque tú no creías
en cielos
ni en infiernos
ni en nada que no pudieras
ver o tocar.
Sé que puedo ser injusto
o incluso quedarme corto,
que nadie es capaz de dar
aquello no tiene,
no sabe
o no comprende
cómo dar.
¡Buen viaje!
Nos veremos
sin dios mediante
en eso que aquí
conocen como
tresmundu.
(Un día cualquiera de febrero de 1975. Mi primo me regala un mes antes una radiocasete grabadora que ya no utiliza. Llego del colegio, la puerta de casa está abierta, que mi madre trabaja en la peluquería con la ayuda de mi abuela; entro y dejo la cartera en mi habitación, me dirijo a la cocina, que tengo hambre y huele la hostia da bien, a cabrito al horno, una de las especialidades de mi abuela Luisa, me paro en la puerta porque escucho como mi padre canta: “mañana por la mañana te espero Juana junto al café, que tengo ganas, querida Juana, de verte la punta’l pie, la punta’l pie, la pantorrilla y el peroné, te digo Juana que tengo ganas de verte la punta’l pie…”. Stop, play y a escuchar. “¿Qué haces, papá?” “Eeeeh, no, nada, nada, probando esto que te dejó tu primo…” En aquella cinta Tudor de 60 minutos le grabé yo posteriormente canciones de las Grecas que ponían siempre en la radio, que le gustaban un montón, lo más cerca que mi padre estuvo jamás de la modernidad entendida como tal. Nunca jamás volví yo a escuchar esa canción que hablaba de Juana y su peroné.)
“¿Pero dónde vas tú con esa pinta de jipi? Nunca me gustaron los jipis y tengo uno en casa.” – El aspecto, antes de irme a clase: botas militares, pantalones negros rotos, camiseta de Bauhaus y abrigo negro largo – que había sido suyo -, pelo de punta… Daba igual, todos éramos jipis para él.
Grandísimo homenaje a tu padre. Todo un testimono vital. Muchas gracias por compartirlo. Un saludo
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Muchas gracias, la verdad es que me costó muchísimo escribirlo…
Un abrazo.
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No me extraña que te haya costado parir esto, sobre todo cuando no sobra amor, mi caso es del estilo, así que conozco el sentimiento. Como bien dices, para eso está la sangre y un padre se merece un recuerdo, por lo bueno y por lo malo, que de todo se aprende mucho. Me ha encantado. Un abrazo
(Menos mal que tuviste una abuela de campeonato)
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Y el tiempo va sembrando curas, entendimiento posterior. Eran de otro mundo, no sabían dar cariño, aunque ellos creían que a su manera lo estaban ofreciendo.
Mi abuela era el referente principal, sin duda alguna.
Un abrazo infinito, Antonio
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A mi me costó mucho más porque el mio, de valiente y luchador tenía bien poco, lo suyo era desahogarse con los hijos, me costó extraer sabiduría de ahí, pero lo hice, simplemente estaba equivocado. Y de abuelas, fatal, solo conocí a la paterna y eso explicaba muchas cosas. Un abrazo
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Pues lo siento de veras, Antonio. En mi caso, aún tenía algún resquicio, alguna vía de escape, y mi padre compensaba momentos malos con otro sencillamente geniales.
Abrazo de los grandes.
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Gran tipo este que nos describes, qué suerte tuviste de tenerlo
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Al final, sí que pude aprender de su capacidad de lucha constante…
Mil gracias y un mega beso.
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Me «resuena» tu sentimiento, parto sin cesárea, casi eterno…
… la lágrima que no es capaz de brotar de mis ojos, del todo y después de todo; valga la mía ‘rebuznancia’. :*
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Muy Grande, besos!
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Gracias, Loli… Más besos.
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Brotan transcurridos unos cuantos días, por cualquier bobada que te abre la compuerta del dolor…
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Bueno pues como siempre eres capaz de «mover» a uno por dentro, y en este caso más. Ha sido precioso, y lo entiendo desde el perdón que da el paso de los años. De entender que hizo lo mejor que supo hacer con los recursos que tenía y que aprendió a base de una vida durísima. Eres un hijo maravilloso y el, allá donde se encuentre, estará orgulloso de ti. Un abrazo corazón, o dos que tengo guardados.
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Muchas gracias, Ana. Tampoco he sido yo un hijo maravilloso, pero supimos entendernos estos últimos años, respetarnos, reírnos juntos recordando momentos graciosos…
Más abrazos…
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Hace tiempo me extrañaba tu ausencia… no pregunté pa no ser metiche, pero hoy abrí fbk y vi tu actualización. Leí camino al colegio de mi peque y se me apretó el corazon en muchas frases que escribiste. Un homenaje postumo que no lo deje como santo sino como el hombre perfecto e imperfecto que fue y que gracias (si, gracias) a todo eso, ayudo a que te convirtieras en quien eres… te abrazo.
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Es como empezar (literalmente) un nuevo curso. Tenía que escribir todo esto para pasar página y dejar que los recuerdos puedan ser…
Recibo ese abrazo y te envío otro, de los grandes.
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Recibo tu abrazo entonces…
Ahora a continuar con este adorno en el alma… maravilloso leerte =)
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Gracias, Maritza. Lo aprecio de veras…
Besos también.
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(no se poner corazones aca, pero te envio uno, gigante)
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Y yo lo recibo con los brazos y el corazón abiertos 🙂
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Generaciones nacidas en épocas tan diferentes dan lugar al resentimiento por el poco entendimiento que se profesan. Él por antiguo, tú por moderno. Él te quería, intentando transmitir los valores de lo que le tocó sufrir, y tú lo querías a él, intentando inculcar la comprensión y la modernidad. Cada uno a su modo, pero los dos se querían.
El tiempo despertará anécdotas dormidas y seguro que suaviza la seriedad de sus palabras.
Un abrazo muy fuerte José.
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Es curioso, porque me sirve en muchas ocasiones como contraejemplo a la hora de hablar con mis hijos. El tiempo me hace descubrir momentos que en su día me parecieron aburridos, pero sé que no fueron así, que fueron hermosos.
Otro abrazo estratosférico, Valeria.
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Ay, José querido… Has hecho un homenaje precioso a ese hombre que te dio la vida, así como era, imperfecto, como somos todos. Como bien dices, nadie puede dar lo que no tuvo. Y es grandioso que puedas comprenderlo. Un abrazo muy fuerte, querido amigo.
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Así hay que aprender a querer a la gente, con sus imperfecciones, evitando que las mismas te puedan hacer daño.
Otro abrazo y un beso que surca un océano…
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Estoy segura que ese amor que sobrepasa las imperfecciones, es el verdadero. Recibo el beso con olor a mar.
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Con el paso de los años llegamos a comprender a nuestros padres, hicieron lo que supieron o pudieron. Tu historia no es muy diferente de otras muchas historias, eran tiempos duros. Las abuelas son muy importantes en nuestras vidas, son el lazo de unión que a veces no tenemos con nuestros padres.
Un placer leerte.
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Gracias mil. la verdad es que las relaciones familiares, aún pareciendo sencillas e innatas, son harto complicadas. Se trata de aprender y sobrevivir en cada contexto, siempre que se pueda, claro.
Un abrazo.
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Grandísimo relato. Brutalmente sincero, sin tapujos. ¡Me ha impresionado!
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Joder, Cándido, millones de gracias…
Un abrazo mega.
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Qué difícil es plasmar nuestros sentimientos y qué fácil parece que lo haces.
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No te creas, que me cuesta sudor y sangre, aunque no lo parezca…
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Caray, me has emocionado! Me parece que has hecho un homenaje precioso a un hombre imperfecto, como somos todos. Pero es que a esas generaciones, qué tiempos tan duros les tocó vivir. Un abrazo
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Esas imperfecciones hacen que seamos humanos, sin duda. Muchas gracias, Elena.
Un abrazo
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Me ha emocionado mucho leer el relato.Y rezuma a amor Jose…De la manera que analizas parece que no lo hay..pero surge a borbotonrs.Yo gran fan de Pepe se lo mucho que te queria pero tb de de tu dificultad para rxpredarlo pero obras son amores y no buenas razones.
Un abrazo .
Pepe y sus hostorias siempre estaran en nuestros rncuentros.
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Así es , Belén. No pertenecía a una generación cariñosa, y en eso igual tenían razón. La verdad es que sus historias al completo darían para una novela.
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Magnífico homenaje a tu padre que, a su manera, debió de ser un hombre bueno y comprometido aunque en aquella época tan dura que vivieron no era fácil mostrar sentimientos. Deseo que te haya servido también de reconciliación con él, de terapia que cierra todas las heridas desde la comprensión. Un abrazo especial.
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Todo eso lo vas apreciando a medida que vas viendo todo con la perspectiva que te da el paso del tiempo, te vas acordando de pequeños detalles que están ahí, que te hacen saber que el cariño existía aunque no se mostrase abierta y diáfanamente.
Otro abrazo bien grande.
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También sé de que va.
Buen epitafio: DIGNUM EST!
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También sé de qué va.
Buen epitafio: DIGNUM EST!
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