Era su segundo día como conductor oficial de un alsa, hacía la ruta Oviedo – Gijón y a la inversa, pero la de paradas, la que iba (y sigue yendo) por la carretera vieja, nada de autovías ni y griega ni nada que acorte el trayecto. Tres viajeros se sentaban entre primera y segunda fila, la de la izquierda justo detrás de él. Aunque Indalecio aún no lo sabía, uno era ese poeta tan pesado que con el tiempo acabaría siendo su amigo, el tal Jose Yebra, e iba el muy cursi hablando inglés con dos extranjeros: un japonés de libro y un hindú (desconocía Indalecio que Vik era de raza hindú pero no de la India, sino de Isla Mauricio), los otros dos Koji y Vik.
Como es costumbre, recurrimos ahora al traductor simultáneo:
– ¡Anda, Jose, mira, Elvis Club! ¿Podemos venir aquí otro día? – Koji, que había viajado desde Londres junto a su amigo Vik para asistir a la boda de nuestros amigos comunes Ana y Gabi, tenía preparada una sorpresa para los novios a modo de imitación de Elvis Presley época Las Vegas. Gran fan e imitador del Rey del Rock, no sospechaba el pobre que casi todo el mundo acabaría dirigiéndose a él en las etílicas noches ovetenses como Koji Kabuto, y es que Mazinger nos marcó mucho de pequeños, justo es reconocerlo. Al residir en Londres y ser originario de un barrio de Tokio (cerca de Shibuya, sin casa azul), desconocía totalmente la acepción que el término club tenía en España, ya que para él un club no era más que otra discoteca a la que ir a bailar.
– A ver… ¡Cómo te explico yo estooooo….? Este club de ahí no tiene nada que ver con cualquiera de los que tú puedas conocer en Londres, o en Tokio, ni, por descontado, con Elvis – y termina Yebra su explicación acercando todos los detalles semánticos al entendimiento de sus dos amigos.
– Ah, joder, ya, ya… No, no, nada que ver, ya veo…
E Indalecio, con un gran oído para la lengua inglesa (nunca había bajado de un ocho con cinco en el instituto), sonríe desde su asiento sin dejar de controlar la carretera y el tráfico ni un mísero instante.
Ya en Gijón, aunque este día de mayo no invita en exceso a un baño en las frescas aguas del Cantábrico, Jose Yebra intenta convencer a sus dos amigos para que se adentren valientes con él en el mar. Por supuesto que no lo conseguirá.
Años más tarde, de casualidad, se da cuenta de que Indalecio sí que se habría arriesgado, porque Indalecio es un valiente, un hombre de pelo en los sobacos que jamás se planteará depilarse siquiera el contorno de sus cejas.