Ni el sonido
Ni la furia,
Ni siquiera el sigilo airado
De los tramposos,
Cualquier resquicio,
Invisible,
Angosto y oscuro
Nos puede servir,
Y nos escapamos
Como colocados
A través de él,
Y aparecemos en un mundo
Desconocido y fértil,
Sorprendente y alicatado
Por encima de nuestra imaginación,
Por debajo de nuestros bolsillos.
Nos acomodamos,
Y ya sentados,
Bien agarrados,
Disfrutamos de las vistas.
Ya no suena,
Ya no hay rabia,
No existe la ira
Endémica de la mera absorción
De usos,
Leyes y costumbres
Tan naturales
Como el pasillo de la bollería
De un supermercado cualquiera.
Y ahora el vértigo,
El miedo,
La nausea,
Ese cerrar los ojos propios
Para fiarse de aquellos ajenos,
Que aún confían
Y permanecen abiertos,
A la espera
De nuevas vidas
Que pueblen ufanas
Este planeta
Tan alejado
De una lógica
Cósmicamente humana.