Disgústame,
que me aburro,
que la persiana bajada
no los deja entrar;
y luego abúrreme,
que me disgusto,
que el timbre de la puerta
no suena
si no lo presionas
con un dedo cualquiera.
Y llama a mi puerta,
que no te abro,
que dice mi madre
que no se abre nunca
a seres desconocidos.
Desconóceme, pues,
que no te voy a ladrar
porque no soy cánido,
y como humano
las imitaciones
se me dan muy mal.
Muérdeme ahora,
y enjuaga tu boca
con toda esa sangre,
que de pureza
andamos los dos
en precaria condición.