No.
Me dices no,
Y es no,
Porque su semántica, implícita,
La propia del no,
Indica que no es no,
Y ni la mierda
Que sobrevuela
Las nubes
De aquellos peinados
Podrá cambiar un no
Por nada indiferente
A la explicativa
Negación del no.
“¡No quiero no saber!”
Ahí sí, joder,
La doble negación
Afirmando lo innegable.
“Sir, I didn’t do nuffink!”
Me decían a veces
En la high school llamada Phoenix,
White City, un barrio de Londres,
Y ya cayeron unos años desde aquello,
Y yo les decía,
Desde mi “tarima” aun sin ser nativo,
“¡Ajá, malandrines,
Que os he pillado!
¡Que sí, cabrónazo,
Que has sido tú,
Que a mí no me la das!”
¿Con queso?
“No puedo no comer”
Definitivamente,
El negar la existencia
Del yo inexpugnable
Es tarea ingrata
De superhéroes de papel reciclado.
No puede no hacer calor,
Y en este instante…
Arde la puerta,
La manilla de aluminio
Que quema al contacto.
Demasiadas horas al sol, sí,
Sin un dedo amigo
Que la empuje al desconcierto
De una apertura inesperada.
Dentro, en el mismo portal,
Ya hace fresco,
Y las personas se pueden sentar
A respirar sin intervalos
Sentadas en los dos escalones
Previos al primer descansillo,
El de la puerta que da al sótano,
La de la gatera sin gato,
El preludio de las tinieblas,
Presente desde hace ya
Muchos lustros, no olvidados.
Aún tiemblo al verla,
Que era ella el umbral
Del territorio de castigo,
De alaridos a oscuras
Entre ratoncitos juguetones
Que gustaban de acariciar
Tobillos a la intemperie,
Media hora interminable,
A veces una entera.
Quizá habría roto un vaso,
O dado un pelotazo a un cuadro,
O pintarrajeado la pared del salón,
O simplemente habría corrido
Sin tiento alguno
A lo largo de aquel pasillo
Que, por aquel entonces,
Me parecía de longitud interminable.
Todavía escucho el toc… toc… toc…
Del bastón de mi abuela,
Que paseaba largo rato por él,
Cada noche, a oscuras,
Como si fuese ciega,
Porque “la luz no la regalan”,
Me decía si con ella me tropezaba
Antes de darme un abrazo
Que expiaba con serenidad
La pila inerte de la composición familiar.
Pongo mi mano derecha en la barandilla
Aún pintada de aquel marrón,
Un marrón mierda
Que digamos que desmerece
Con tan poca luz.
En vez de bajar saltando escalones,
Solía hacerlo dejándome resbalar,
Colocando mi sobaco izquierdo
Justo encima de su lisa
Y brillante superficie color mierda.
“¡Cagondiós, qué haces?”
Se escuchaba gritar dos segundos antes
De sentir la fuerza
De un tortazo imponente,
De los de otra época.
“Mal calculado”
Pensaba yo,
Porque sabía perfectamente
A qué hora volvía de trabajar.
Ya salgo.
La luz me ciega,
El calor te da hostias
Por toda la superficie,
Aun estando avisado,
Y sin brisa alguna que te acaricie,
Beso casi con lengua
Ese ardor puro, sin destilar.
Era la puerta que daba al mundo exterior,
Lejos de sótanos y de tortazos.
¡Ahí están mis amigos!
Hoy toca cintalabrea, fijo.
Seguro que sorteamos quien es la madre
A pares o nones.
Creo que eso de «la luz no la tegalan» es lenguaje univetsal de los viejos. Ja!
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Vienen de tiempos muy duros…
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Ciertamente
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El calor es un pegajoso adversario, un sudado enemigo y un fugaz aliado. Para compensar nos regala la luz y los recuerdos que rescatamos en la oscuridad
Salut
Carme
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Gracies, Carme, por tu comentario. Es cierto, a veces el calor excesivo puede recuperar percepciones que ya creíamos perdidas.
Un abrazo,
Jose Yebra
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Me gusta visitarte, siempre aprendo y me enriquezco. Hasta pronto!!
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Es algo mutuo, sin duda alguna. Aunque ahora tengo poco tiempo para visitar blogs queridos y amigos. Tres las vacaciones, me pondré al día, prometido.
Un beso.
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Genial!!!! Sin duda, será un placer. Disfruta de este maravilloso mes de agosto. Un abrazo!
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[…] NO MEANS NOPE! […]
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UN SALUDO CORDIAL AMIGO Y GRACIAS POR TUS COMENTARIOS
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Muchas gracias a ti. Un saludo y reitero que es un placer leerte casi cada mañana.
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