1987 – OPERACIÓN PRIMAVERA


Éste es mi relato para el recopilatorio «O. Anatomías del Antiguo». Una batallita con tistes muy autobiográficos

Si no recuerdo mal, lo llamaron Operación Primavera – sería porque tuvo lugar en la primavera de 1987. Por aquel entonces, Poch, el chico más pálido de la playa del Gros y líder de los míticos Derribos Arias, pinchaba muy buena música en el Factory y además, íbamos a escuchar buena música al Cecchini y al Channel; compartíamos jarras de cerveza (e imagino que por añadidura montones de babas ajenas) entre unos cuantos. De vez en cuando también estudiábamos, pero, no lo voy a negar, salíamos casi todas las noches con mucha más imaginación que pasta, la verdad.

Llegué a Oviedo desde Cacabelos en octubre de 1986, dispuesto a ser un filólogo especializado en la lengua inglesa. Para un chico de pueblo como yo, llegar a una ciudad como la capital de Asturias supuso un salto vital con pértiga de dimensiones considerables, a nivel de libertad personal, de puro y duro aprendizaje con todo tipo de condimentos y sin deconstrucción alguna. Primer curso como habitante el Colegio Mayor San Gregorio. Allí, por suerte, encuentro gente tan sanamente descerebrada como yo. Tras varias noches en vela plenas de música, risas, tabaco y demás materiales, huyendo en perfecto y armónico grupo salvaje de las novatadas, decidimos crear de la nada más espesa un grupo punk, ‘Bicho, Evan & The Garban Zin Band’ (Evan era yo, que me había caído ese apodo una noche de ciego total en la que, al parecer, hablaba exactamente igual que el boxeador aquél que respondía por Alfredo Evangelista). Letras guarras y comprometidas (luego por las noches, poluciones nocturnas; me hago muchas pajas y me bebo la lefa mía”, ése era el nivel). Dos conciertos, dos. Uno en la fiesta del Colegio Mayor, y un segundo, pura y devastadora improvisación, en la mencionada sala Factory de Oviedo.

Actuaban aquel jueves de abril “Los Hermanos Pinza”, un grupo rollo punk cabaretero que tenía Poch, con signos ya harto evidentes de la enfermedad crónica que acabó prematuramente con sus branquias fuera del agua, el corea de huntington. Como teloneros de los Pinza, estaban los Hipohuracanados, una banda tan numerosa como divertidamente anárquica y salvaje. Fuimos a ver los cinco del grupo etílico-punk aquel bolo de jueves. Esperamos y esperamos sin casi dinero ya, sin cerveza, la garganta seca, pero no empezaba. Se nos acerca Rubén, el de los Hipohuracanados, y nos dice ya muy alterado, oye, ¿queréis tocar conmigo, que los del grupo me han dejado totalmente colgao, los muy hijosdelagranputa?” Sin dudarlo ni un segundo, y sin mirarnos siquiera, respondemos al unísono, Sí, claro, tío.” Y allí me vi yo con el Bicho, aporreando con unas baquetas medio rotas unos cubos de la basura de los más grandes que os podáis imaginar. Cada poco le propinábamos una patada a uno de aquellos contenedores verdes y tenía yo que bajar del escenario de un salto a recogerlo a oscuras entre el público asistente que, oh sorpresa, era numeroso y nos aplaudía, ¡nos vitoreaba y todo! Me acuerdo de cantar todos juntos eso de un día cualquiera, comeré lentejas”, cutre alusión al temazo de Parálisis Permanente, “Un Día en Texas”. Grabamos una cinta que se perdió sin remisión en algún confín raruno de alguna maleta (al menos, mi copia, que sé que alguno de los otros tiene alguna cinta a buen recaudo por tierras chilenas). Hicimos, además, un corto en Super 8 dirigido por Andrés “el de Avilés” (que no se llamaba Andrés, pero como había rima consonante, pues eso, carajo, manteniendo el nivel) que se titulaba “¡Qué Pasa, Monstruo?”, una clara alusión a Enrique López, el Figuras, que de aquella andaba por allí preparando las oposiciones a juez, que siempre nos saludaba con aquella coletilla caspa-lux de precursor visionario del cuñadismo más activo cada vez que nos cruzábamos con él por algún pasillo tan interminable como aquellos del hotel Overlook, y que, hace no demasiado tiempo en una mañana madrileña no muy lejana fue pillado in fraganti en su moto guay dando una tasa de alcohol muy superior a la permitida (lo sé porque lo vi en las noticias); ay, el superjuez, ¿dónde está ahora el Consejo General del Poder Judicial, monstruo? Puro rock y puro roll, como podréis observar…

Pero, ¿y qué pasa con la dichosa Operación Primavera?, os preguntaréis intrigados. Allá va, que no sólo de anécdotas cebolleta vive el ser humano, sea éste punki o no. (Se me fue la pinza con los Hermanos… )

Salía una noche (otra más de aquellas eternas) del Cechinni con Aníbal, un punki de Colindres que contaba los chistes más surrealistas que os podáis imaginar, cuando, de repente miro al suelo y veo algo que se asemeja a una serie de papeles enrollados y sujetos con la típica goma de toda la vida de dios. Me agacho, lo recojo y “¡Hostias, Aníbal, que esto es pasta, mogollón de pasta!”; “¡pero qué dices, tío? A ver, déjame ver… ¡Joder, sí! Guárdala rápido, que anda la pasma por la calle Mon de redada, ¿no los ves?” Y eso hice. Cuarenta y cinco mil pelas del ala que nos “agenciamos” por obra y gracia de la Operación Primavera. Imagino que se le caerían a algún camello apurado ante la cercana presencia de un más que inminente cacheo. A gastar y beber cerveza de la buena.

Regresando a casa por etapas, nos sentamos un rato en la plaza del Fontán. Aníbal rebusca por sus bolsillos y encuentra una última china. Me pide un cigarrillo rubio ya que él no fuma tabaco. Se lía con su pasmosa habilidad el último porro de esa noche de primavera. Lo mira con satisfacción y se dispone a encenderlo con su mechero Bic.

– ¡Quietos paraos! – una voz bastante afectada por los supuestos excesos de una noche de sábado nos grita.

– ¡Eh, pero qué pasa? – responde Aníbal.

– ¡Policía! ¡Deme eso!

– ¡Eso, qué? Identifíquese primero.

Y con las mismas, bajo una extrema dificultad en los movimientos corporales, el señor consigue sacar una placa que lo identifica como policía secreta. No salimos de nuestro asombro. Ni siquiera nos registra, tan sólo nos pide el porro, fuego, y se va caminando en un continuo zigzag, muy despacio, y exhalando humo aromático por su boca y fosas nasales. “Ta cojonudo, joder”, le escuchamos decir antes de mirarnos el uno al otro con esos ojos que pasan de un colocón de los divertidos a un asombro alucinante. Comenzamos a reírnos con unas ganas que no van a parar en la siguiente media hora. Nos vamos a desayunar, que todavía queda mucha pasta de aquellas cuarenta y cinco mil pelas que nos encontramos al lado del Cecchinni. La Operación Primavera también requiere su parte de alimento, que no sólo de hachís va a vivir el estudiante universitario.

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