EL VIEJO PROFESOR DE QUÍMICA

Las mordazas me atan. Los sinsabores del pánico me encienden cada mañana. ¿Qué? ¿A qué? ¿Por qué? No tengo ni puta idea. Mi juicio no fluye con el ritmo que yo habría deseado inconscientemente para él. Acabo de parir y no me veo con fuerzas para recuperar mi estilizada figura.”

El viejo profesor de Química acababa de publicar su primera novela, ‘La Ira de los Átomos’. Ella había consumido gran parte de su tiempo libre durante los dos últimos años, y ahora se sentía vacío, sin más ideas que plasmar sobre un papel en blanco. Y luego el calor, el maldito verano. Desde pequeño siempre había sentido como el tiempo se desvanecía entre sus manos cada vez que “perdía” una tarde de verano en la playa (maldita molicie). Hoy se sentía igual que antaño, pero con una pequeña diferencia: no estaba ya solo, su mujer y sus dos hijas, de siete y tres años, parecían estar pasándoselo en grande a su lado.

Abstraído como estaba tratando de hilvanar una especie de argumento fantástico que le sirviese como punto de partida para su segunda novela, no fue capaz de intuir que un fantasma del pasado inmediato se le iba a aparecer de repente aquella tarde: Lorena Menéndez. El viejo profesor no se había dado cuenta de que él y su familia se habían situado a tan sólo unos metros de Lorena y su chico. Los dos componían una escena de lo más rebelde y provocadora: ella llena de pendientes y colgantes por todos los rincones de su cuerpo, los visibles y los no visibles – el viejo profesor lo sabía muy bien, hasta el más mínimo detalle -; y él, un punki de cresta rizosa, enemigo acérrimo de los bañadores al uso, que se adentraba en el mar con unos desgastados vaqueros negros cortados justo por debajo de las ingles. Camisetas de Manolo Kabezabolo para ella, y de Gwar para él. Retozaban con toda la libertad del Universo en caída libre, lo que exasperaba a los más reaccionarios de entre los presentes. No al viejo profesor. No. Él estaba nervioso por otros motivos. A su depresión ‘post-parto’ se unía ahora el recuperado despecho, el sutil abandono que le había obligado a sentarse a escribir la historia de un asesino en serie que actuaba en pos de la ansiada venganza después de sentirse engañado por una chica que había succionado todas sus ansias de vida amorosa. Ese era él, la proyección de su otro yo, del esquizofrénico que cada ser humano esconde en su interior.

No es verdad, ¡no es verdad! Nunca se puede decir que lo que uno escribe sea la proyección de los trapos sucios que se esconden viscosos en cualquier conexión de su cerebro. Yo tuve aquel affaire con Lorena porque necesitaba un poco de evasión… porque me estoy haciendo viejo, y todos somos vampiros… hasta cierto punto. Todos buscamos inconscientemente la juventud perdida; y a mi mis hijas no me servían. No me entiendas mal, querido contador de historias ajenas, que yo no soy ningún pederasta. Para mi los hijos son símbolos de muerte; están ahí para avisarte de que vas a morir, tarde o temprano, pero te vas a morir y ellos seguirán caminando….. los muy cabrones.”

Lorena estudiaba COU, y Lorena buscó premeditada e intencionadamente al viejo profesor. Sabía que estaba buena, y sabía también que ese simple hecho podría darle el siempre tan difícil aprobado en química. Le sacó todos los símbolos químicos uno a uno hasta ver reflejado en su libro de notas un inesperado sobresaliente. Para ser sinceros, ella también disfrutó lo que pudo de esa relación; pero además tenía claro, muy claro, que en cuanto su nota quedase sellada en su expediente, en las actas del instituto, el nombre del viejo profesor pasaría automáticamente a engrosar la lista – amplia, demasiado amplia para la mentalidad del viejo profesor – de sus novios y amantes. Él en un tris estuvo de dejarlo todo atrás: mujer, hijas y hasta su carrera como investigador en el departamento de bioquímica de la Facultad de Biología. También pudo sentir el frío tacto del cañón de su pistola contra su sien derecha durante quince minutos que le parecieron una eternidad condensada.

Nunca llegué a pensar seriamente en el suicidio. Ni siquiera estaba cargada… Sí que sufrí; para que engañarnos. ¡Yo sí que sigo con mi vida de engaño permanente! No quiero a mi esposa… tampoco mis hijas me aportan nada gratificante. A veces pienso que tampoco las quiero…”

El día de playa era perfecto: no demasiado calor; de vez en cuando alguna nube permitía, como gran sombrilla salvadora, tomar un respiro; la temperatura del agua era la ideal: 18 grados centígrados. Pero al viejo profesor todo eso le importaba hoy un carajo. Lorena acababa de unirse a los productos de su desesperación, y eso sí que era insoportable.

La digestión de tanto crustáceo se hacía dificultosa en su interior. Se lo podía permitir. Sólo era dinero, del que a espuertas entra cada mes. Todo en esta vida iba sobre ruedas para el viejo profesor: tenía dinero, posición social… pero no tenía entre sus manos ese apetitoso bocadillo de foie-gras que su joven ex-amante se disponía a manducar con cara de hambre atrasada. Quería ser parte de aquel hígado de cerdo hecho papilla que se mezclaba con la saliva que él tanto había saboreado dos años atrás. Quería matar a aquel joven punki que osaba meterle mano descaradamente a ‘su’ joven ex-amante ante sus narices… Lorena lo vio, y le envió un gesto afectuoso con su mano izquierda antes de incorporarse para ir a saludarlo.

– Hola, profesor.

– Hola… ¿Lorena?

– Sí, eso es. Lorena Menéndez. Me dio usted clase de química hace dos años, en el instituto.

– ¡Ah, sí…! Era usted una de mis alumnas más brillantes… por no decir la que más.

– También era usted ‘mi profesor más brillante’. Pude disfrutar de sus mejores clases…

– ¡Ejem, ejem! Mire, le presento a mi esposa Laura y a mis dos hijas…

Tus oscuros pensamientos enviaban tus manos directamente a su cuello. Ya estaba muerta, muerta para ti, muerta “por su bien”. ¡Qué sufrimiento provocaba en ti su muerte! ¡Y cómo duele por dentro, cómo hurga sin compasión en nuestras vísceras más necesarias…!

En verdad, yo no pretendía haber llegado a tanto… Creo que se me fue un poco la mano. De todos modos, su muerte pasó por accidental. No fue más que eso, un accidente, un imprevisto accidente. No tengo más que decir.”

Es cierto. La muerte de Jorge, el punki de la camiseta de Gwar, se debió única y exclusivamente a su imprudencia, a su temeridad, a su “valentía” de nadar y nadar contra marea, lejos, muy lejos de la orilla. Se ahogó en sus pretensiones. El que tú estuvieses nadando lejos, también lejos, pero cerca de él, no fue más que un fruto de las incongruencias de la casualidad, de la puta casualidad de haber coincidido ese domingo en la playa, en la misma playa… y con la misma chica, Lorena Menéndez.

APALANC-ARSE

Apalancarse

X. APALANCarse

mi sillón, mullido

tu dignidad, hundida

mi mar, tu mar

no son el mismo:

a esa cala

en mi yate

quiero llegar:

aparta tu bote

salvavidas,

tu patera, tu propio ser

que voy con prisa.

Argus Looking Back Mods 1964

Y. apalancARSE

contamos cada noche las estrellas

si las mareas así nos dejan:

atrás, nuestro infierno;

al frente, vuestra fortificación,

y nuestras retinas

súbditas infinitas

de una intemperie jamás deseada,

por ti ignorada,

muerte demasiado ajena,

vidas olvidadas al instante

una vez apagadas

vuestras voraces pantallas.

VIAJES AL FONDO DEL ALSA – PARTE XXXV (SCHOOL’S ALMOST OUT…)

Domingo 21 de junio de 2015.

¡Albricias!, interjección pelín pija que se utiliza un fin de semana en Asturias cuando ves que el sol no es sólo ese ajeno huevo frito que ponen en la información meteorológica por la zona del levante.

Decisión en firme, a Gijón a la playa.

Viaje de ida

Perdemos el primer alsa porque tan sólo quedaban dos sitios cuando éramos cuatro, toda la familia, los que íbamos. Al menos quedamos en pole position para el siguiente. Viaje normal, de algo de lectura y contemplación de paisaje astur bajo la luz de un sol radiante, para variar. Llegamos a la estación de autobuses de Gijón.

  • ¡A QUIÉN LE LLAMAS TÚ CHUPAPOLLAS, IMBÉCIL!
  • A ti…

Y de repente, un empujón que casi nos saca por la puerta a cinco personas en tropel. Gracias a mi envergadura, puedo frenar a una pobre adolescente que, de lo contrario, se habría ido de bruces contra el pavimento.

– ¡QUE ERES UN MIERDA, QUE TE VOY A REVENTAR LA CABEZA, HIJOPUTA!

00 girl fighting boyBrama con violencia una chica de unos treinta y cinco años, en bikini desde mucho antes de la playa, que ya había subido al autocar introduciéndose el dedo índice de su mano derecha a modo de pseudo mamada mientras miraba desafiante al resto del pasaje. Va acompañada de un francés que, más que ir a la playa, parece que va a hacer hoy mismo la ruta de los Apalaches, demasiada ropa para tanto calor sin ser el Doctor Livingstone, supongo. Ya fuera del autocar el gabacho se dirige a mí.

  • A ver si contgolamos mejog a su hijo.
  • ¿Cómo? Mis hijos están dentro, todavía no han salido del autobús.
  • Eh… Ah, pegdone, cgeía que… Mil pegdones, ya sabes, sang-gue caliente, ufff – y hace un gesto así como premonitorio moviendo su mano derecha rápido de arriba abajo poniendo cara de silbido preocupado, como previendo el día que se le estaba viniendo encima.

El guaje que llamó chupapollas a la chica, y que por un momento alguien nacido al norte de los Pirineos incluso llegó a pensar que era mi vástago, ya ha huido de la escena. Ahora, con mucha vehemencia, la chica se queja amargamente a dos guardas de seguridad que se han acercado al intenso olor del alboroto. Nada más que hacer u observar allí. Nos vamos para la playa de San Lorenzo. Ya huele casí como a vacaciones, ¿no?

Viaje de vuelta.

Bastante cola para regresar a Oviedo a eso de las ocho de la tarde. Según mis cálculos, entramos los cuatro de sobra en el siguiente, aunque tenemos bastante gente delante de nosotros en la fila. ¡Bien, primera batalla ganada! Llegamos al fondo, tenemos sitio juntos de dos en dos. En la última fila, cuatro adolescentes de 4º de ESO discuten amistosamente sobre sus notas de fin de curso y acerca de las asignaturas optativas que van a tener que elegir en el primer curso de bachillerato. Se levanta el conductor para contar el número de asientos que quedan libres. Son tres. Suben un padre y su hijo y otro paisano ajeno a ellos. Yo, en el asiento de pasillo de la penúltima fila, a la derecha, veo como el señor simétrico a mi posición en el autocar se levanta y dice, “el niño aquí, que yo soy muy grande, y dos grandes juntos van incómodos.” Lleva en su mano un libro sobre el Románico en Asturias y una película en DVD que no alcanzo a distinguir. A partir de este momento, que fluya el diálogo. ¡Atención!

Chico 1: Pues yo de momento sólo sé que apruebo Inglés y Ética.

Señor Grande: Eso está muy bien. Con esas dos materias superadas ya puedes viajar sin problema por todo el mundo.

Chico 1: Ya, me imagino.

Señor Grande: Hablo de ética, de la de verdad, no de eso de lo que presumen ésos que llamáis cracks, que no son más que unos minusválidos intelectuales… Sí, sí, el Messi ese y el Cristiano. Nada de nada en sus cabezas, sólo serrín.

Chico 2: Ya.

Señor Grande (mirándome y dirigiéndose ahora a mí): ¿Ves? Me parece que habría que ponerles esta película, ¿no te parece? (Me enseña una copia de Matar a un Ruiseñor, de ésas que daban hace tiempo con El País.) ¿La conoces?00 atticus & scout

Yo: Claro, el gran Atticus Finch.

Señor Grande: Ése sí que es un hombre con principios, rediós, aunque sea abogado. «Uno no comprende realmente a una persona hasta que no se mete en su piel y camina dentro de ella.” ¡La hostia en verso! Aunque yo prefiero la novela de Harper Lee, lógicamente. ¿La leíste?

Yo: Sí, hace ya unos años, sí.

Señor Grande: ¡Qué importante es leer, coño! Niño, que te veo aburrido (se dirige al niño que subió en el último momento y que se sienta a su lado mirando distraído por la ventanilla.), ¿quieres leer un poco sobre el Románico en Asturias?

Niño: No me gusta leer.

Señor Grande: Ay…

Transcurren unos diez minutos en silencio. Señor Grande lee con detenimiento lo que ese libro antiguo le tiene que enseñar acerca del Románico Astur. Se acabó el silencio. El niño juega ahora con un globo amarillo del MacDonald’s haciendo con ello bastante ruido, y muy molesto. Shhhñiiieeek, de ese aire que va saliendo a duras penas por la boquilla casi cerrada. Su padre le riñe a voces desde varias filas más adelante. “¡Iván, para ya, joder, deja de molestar con ese puto ruido!”

Señor Grande: Iván… ¿Sabías que Iván es Juan en ruso?

Niño: No, ni idea.

Señor Grande: Pues sí, así es. Iván IV, el creador del estado ruso, el primer Zar, más conocido por el sobrenombre de “El Terrible”, ¿y sabes por qué le llamaban El Terrible?

Niño: No.

Imagen de Iván el Terrible, Primera Parte (1945), de Serguéi M. Eisenstein

Imagen de Iván el Terrible, Primera Parte (1945), de Serguéi M. Eisenstein

Señor Grande: Porque era un psicópata. Estaba loco, tan loco que hasta mató a una de sus esposas a puñetazos. Todo el mundo le tenía miedo. Y te preguntarás, “¿por qué este señor que tanto habla sabe todo eso?” Pues muy sencillo, Iván, porque leo. Llevo leyendo a diario más de cincuenta años. Ahí radica todo el saber.

Niño: A mi no me gusta leer.

Señor Grande: Ya. Es muy triste. Así nos va. Vivimos la época del chandalismo ilustrado. Premiamos a gente que patea pelotas y no a la gente que aporta sabiduría e intelecto a la humanidad. Muy triste. Ahora os gusta mucho más flexionar que reflexionar. Piénsatelo bien, Iván, piénsatelo bien. Un libro es mejor amigo que un balón.

Llegamos a la parada del Milán en Oviedo. Ahí nos bajamos más de la mitad del autocar, incluido Señor Grande. La cara de Iván es un poema. La de los cuatro chicos que a punto están de finalizar la Educación Secundaria Obligatoria también. Más que un poema, parecen recién sacados de un pasaje sombrío de La Tierra Baldía, de T. S. Eliot. Callados, cuasi petrificados. “Adiós, chicos, no os olvidéis de leer en verano, aunque se haya acabado la escuela, que es el único entrenamiento que os hará libres”, les grita ya desde la puerta. Yo voy justo tras su estela. Se despide también de mí con un fuerte apretón de manos. Parece tener prisa por llegar a casa y ponerse a ver al Atticus Finch tan magistralmente interpretado por el gran Gregory Peck. Ya se huele el perfume intenso de las vacaciones de verano.

School’s out for summer.

School’s out forever.

School’s been blown to pieces…