VIAJES AL FONDO DEL ALSA – PARTE XL – THEY MADE YOU A MORON

21 de diciembre de 2015

Ahí está, tan puntual como siempre. No es un alsa al uso, ahora hablamos de un autobús de línea urbana de Oviedo, la F1 de TUA. Las caras de la gente no me cuentan hoy demasiadas cosas, por tanto, subo, me siento al fondo y me dedico a pensar contemplativamente. En la radio lo acaban de decir, ¡ya tardaban!, «la resaca electoral», y ahora veo números ante mí que entre neblina funky-festiva se van transformando en canciones, jingles, en lo que sea que se me ocurra con tal de despistar con ecuanimidad (¡ja!) esta oscuridad mañanera.

  • 123 – Un, dos, tres, aquí estamos con usted otra vez… Viaje de nuevo al horror, como aquellas otras historias de Chicho Ibáñez Serrador, las que se suponía eran «para no dormir», sus dos rombos así lo indicaban.

  • 90 – ninety… nine red balloons. Sí, se han perdido nueve, o quizá más, pero, siendo justos, más de los azules subieron anoche al limbo de los globos que se escapan. Nena, ese one hit wonder de los años 80. Ay, que de entrada no, que no va a ser…

  • 69 – Obviedades aparte, recurro a las 69 canciones de amor de Stephin Merritt y sus Campos Magnéticos… Oh, How Fucking Romantic!

  • 40 – Virgen a los 40. Un Steve Carell sin gracia alguna, que de tanto puenting extremo se quedó en tobogán de parque infantil, así, a pelo.

  • 2 – Más de 900.000 personas, a más de 450.000 por escaño; dos escaños angula frente a montones de escaños mejillón en escabeche de marca blanca. (Y mi hijo mayor estudiando eso de la proporcionalidad en la asignatura de matemáticas. ¡A ver cómo le explico yo esto, que además soy de letras ? Mejor le pongo Song 2… )

Claro, D’Hondt you fuck with my law, you scumbags!!! 

No, no, no…

Veamos ahora a esos yanquis bailando tan electoralmente contentos:

D’Hondt stop, thinking about tomorrow!! Ahí los tenemos, mucho ‘Mac’ y poco ‘Fleetwood’. Mucha manzana y poca discordia.

Se aproxima mi parada en Menéndez Pelayo, Ciudad Naranco. Como mi mente es libre, viaja ahora hacia ese mundo raruno de los mashups, tan divertido como innecesario. ¿Camela y Muse? No, no se trata de parecidos o pseudoplagios esta vez.

¡Ya lo tengo! No Future, La Vida Sigue Igual; Sex Pistols y Julio Iglesias, y no lo encuentro, que no existe siquiera, por la gracia divina de los mercados y la empatía dicharachera e intachablemente histriónica de ese lugar de «culto» al que llaman Bruselas.

Lemmy, hoy es un día para que me lo digas tú y no Johnny Rotten: God save the Queen, a fascist regime, they made you a moron…

HABITUACIÓN, CUAL CEBOLLA RECIÉN CORTADA – PARTE VIII

VIII.

Si dejo que mis dedos se pierdan en lo intrincado de tu mundo,

si ato a mi caballo a una valla con ristras de ajos,

y si no como verduras por no ser como ellos,

entonces me habrás vencido y yo te entregaré las llaves de mi ciudad.

Si decido hacer deporte porque me veo gordo,

si como tocino frito en pura manteca de cerdo,

y si no quiero ver las películas que a ti te gustan,

al final no seré más que la flecha de un Navajo clavada en tu puto culo.

Prefiero la venganza de la Naturaleza

a la hipocresía hecha lengua, hecha habla de los humanos.

Si me pongo a nadar,

tú te encargas de variar el rumbo de la corriente.

Si muero antes que tú,

que no me entierren bajo una cruz,

que yo ni creo ni padezco,

que así nací y he de morirme con ello.

Mi cuerpo para la ciencia,

para que los estudiantes jueguen con mis nervios

sin sacarme de quicio…

para que puedas venir a verme y sentir tu culpa.

Formol inundando mis pulmones,

conservando a duras penas el tono negro de mi bofe.

Qué te puedo pedir, si mi boca no articula;

qué puedes hacer por mí, que no te cueste sufrimiento.

Venga, date la vuelta y suelta tu pelo,

antes de que llegue alguien más y te lo corte.

Desde mi ventana veía arder los árboles.

Y no podía hacer nada por ellos,

ni siquiera sentir su calor que quema,

ni siquiera poder hacer llagas de su lumbre.

Erudito entre miles de esclavos,

preso de tu mirada fulgente,

dios enano de una irritante carrera

hacia el infinito, hacia los confines de tu satisfacción.

Ahora abro mi ventana y los veo,

al fin puedo verlos,

entonces cerrar mis ojos

no resultará incomprensible,

y todo aquel humo lejano

pasará a formar parte de mi eterna respiración,

de mi sangre,

de mi pútrido futuro;

no hay futuro,

porque todos aquellos pinares

arden bajo tu indulgencia.

Ni siquiera los que lo intentan

bajo el peso de su perenne sueldo

lograrán cambiar la dirección del viento

que se lleva, que se va llevando incrédulo

toda esperanza de vida eterna,

a la vera de tu desatinada miseria.

Por favor os lo ruego,

Que la última persona apague todas las luces

(incluidas las de mi imaginación).

AL PRINCIPIO…

(“Al principio, cuando íbamos ganando, cuando nuestras sonrisas eran genuinas…” – Manic Street Preachers, “The Everlasting”, 1998)

Rocío nació una fría mañana de noviembre. Nadie se alegró de ello. Era la séptima y tampoco sería la última. Nunca vio a su padre sereno. Jamás vio sonreír a su madre. Con diez años recién cumplidos lo que más deseaba en el mundo era poder tener una muñeca a la que vestir, a la que dar mimos y golpes a partes iguales, como habían hecho con ella misma. A los doce le vino la regla; a los trece dejó de ser virgen por culpa de Roberto, un amigo de su hermano Arturo. A los catorce se quedó preñada, pero no de Roberto, sino de su primo Joaquín. Embarazada de cinco meses, dejó de ir al colegio, y recibió una gran paliza de su padre, tan borracho como de costumbre. Casi aborta, aunque al final, su hijo, al que puso Ramón por un chico que le gustaba, vino al mundo en perfecto estado de salud. Poco antes de cumplir los dieciséis, se – por llamarlo de alguna manera – escapó de su casa con el tal Ramón. Robó algún que otro bolso, algún que otro coche siempre al lado de su amor. Lo que era, al  principio, una cuestión de mera supervivencia, se convirtió en intrínseca necesidad. Encinta por segunda vez probó la maldita heroína – Ramón llevaba casi un año prendido en sus pegajosas redes.

El día en que Rocío cumplió veinte años, daba de mamar a su tercer hijo, una niña a la que llamó como ella, Rocío. Estaba colocada, demasiada dosis para el primer chute del día. Su pequeña Rocío se le cayó de las manos y ¡zuuump! se mató contra el suelo. La enterró en silencio, aún bajo los efectos del caballo, en el vertedero municipal – le quedaba muy cerca de casa, si es que se podía denominar así a la chabola en la que habitaba -. Ramón llevaba ya seis meses en la cárcel. Ella estaba sola. No tenía dinero. Como sólo vio luz al final de una salida, se metió a puta y abandonó a sus dos hijos, de seis y cuatro años, frente a la puerta de un orfelinato. Como a casi cada puta, rápido se le presentó voluntario un chulo. Más palizas y cada vez peor caballo, más y más cortado, cada vez menos heroína y más polvo de relleno. Su chulo también era camello. En noviembre Rocío cumpliría veintidós, pero no llegó a verlos. Un impulso vital la obligó a saltar del puente de la autopista. Ahí comenzaría su nueva vida, porque ella, Rocío, sí que creía en Dios.