WHOEVER HATH HER WISH, THOU HAST THY WILL

abren la destilería

de ocho a nueve

sin prisa por entrar

de canto

en los arrumacos

de su nevera deforme

de su boca

sin persianas

de oblicuos placeres

vuelta y vuelta

chorreando sangre

en cuanto aprietas

sin demasiada fuerza

de rostro pálido

la carne roxa

recién parida

Sunny day

y ocho millones de ojos

aislados

y ciegos

te miran desde el desdén

de un desván derivado

cuchillas que no afeitan

pieles irritadas

sin un solo pelo

que llevarse ya

al chorro del grifo

agua caliente

para tus huesos

para los míos

porque yo sí

recuerdo

haber comido

con mis manos

anguilas fritas

de las de río

Madame Tussaud's mannequins

madrugar para pescar

el olor del horno de pan

la sabiduría de los mayores

contra el sueño

de los pequeños

y el humo que no cesa

porque no quieren

bajar las ventanillas

de un coche amarillo

viejo y antiguo

los faros rotos

y trayectos sin manos

cuando los grillos

me asustaban

con su infinito canto

de cri tras cri

sacando ojos

de sus órbitas

colecciones malsanas

deportes eternos

instintos vencidos

y máquinas poco engrasadas

que si hubiesen funcionado

el picadillo de la fame

se habría retroalimentado

de nuestra saliva

astutamente reseca

en lo más alto

y frondoso

de nuestro

paladar

duro

HABITUACIÓN, CUAL CEBOLLA RECIÉN CORTADA – PARTE VIII

VIII.

Si dejo que mis dedos se pierdan en lo intrincado de tu mundo,

si ato a mi caballo a una valla con ristras de ajos,

y si no como verduras por no ser como ellos,

entonces me habrás vencido y yo te entregaré las llaves de mi ciudad.

Si decido hacer deporte porque me veo gordo,

si como tocino frito en pura manteca de cerdo,

y si no quiero ver las películas que a ti te gustan,

al final no seré más que la flecha de un Navajo clavada en tu puto culo.

Prefiero la venganza de la Naturaleza

a la hipocresía hecha lengua, hecha habla de los humanos.

Si me pongo a nadar,

tú te encargas de variar el rumbo de la corriente.

Si muero antes que tú,

que no me entierren bajo una cruz,

que yo ni creo ni padezco,

que así nací y he de morirme con ello.

Mi cuerpo para la ciencia,

para que los estudiantes jueguen con mis nervios

sin sacarme de quicio…

para que puedas venir a verme y sentir tu culpa.

Formol inundando mis pulmones,

conservando a duras penas el tono negro de mi bofe.

Qué te puedo pedir, si mi boca no articula;

qué puedes hacer por mí, que no te cueste sufrimiento.

Venga, date la vuelta y suelta tu pelo,

antes de que llegue alguien más y te lo corte.

Desde mi ventana veía arder los árboles.

Y no podía hacer nada por ellos,

ni siquiera sentir su calor que quema,

ni siquiera poder hacer llagas de su lumbre.

Erudito entre miles de esclavos,

preso de tu mirada fulgente,

dios enano de una irritante carrera

hacia el infinito, hacia los confines de tu satisfacción.

Ahora abro mi ventana y los veo,

al fin puedo verlos,

entonces cerrar mis ojos

no resultará incomprensible,

y todo aquel humo lejano

pasará a formar parte de mi eterna respiración,

de mi sangre,

de mi pútrido futuro;

no hay futuro,

porque todos aquellos pinares

arden bajo tu indulgencia.

Ni siquiera los que lo intentan

bajo el peso de su perenne sueldo

lograrán cambiar la dirección del viento

que se lleva, que se va llevando incrédulo

toda esperanza de vida eterna,

a la vera de tu desatinada miseria.

Por favor os lo ruego,

Que la última persona apague todas las luces

(incluidas las de mi imaginación).

VIAJES AL FONDO DEL ALSA – PARTE XXV (LE TOUR DE TEATINOS)

10 de diciembre de 2015

Suelo caminar rápido, sin demasiada prisa, pero a buen ritmo, cruzando en primera posición, siempre que me es posible, claro, pequeñas metas volantes imaginarias, adelantando a viandantes por la izquierda, por la derecha, sin mirar atrás. Esta tarde, cuando iba a buscar a mi hijo Oli al colegio, a eso de las 15.40, voy a mi habitual velocidad de crucero, hasta llegar al primer semáforo en rojo, me paro; una señora parada a mi derecha contesta la llamada que suena en su smartphone.

0ghhh– Nada, si ya te iba a llamar yo ahora… Claro, claro, boba… Mira, lo estuve pensando y ya sé qué puedes contar: les dices que la semana pasada le dio un infarto a tu marido… Joder, que ya sé que no estás casada, pero ellos no tienen ni puta idea… Que lo ingresaron en el hospital, pero nada, que se murió a los tres días… Pues no sé, eso ya lo inventas tú sobre la marcha, claro… Les dices también que necesitas dos o tres meses, que ya los avisas tú… ¡Pues claro que cuela!¡No ves que son medio gilipollas! Por lo demás, ¿todo bien?… ¿Vas a irte fuera en Navidades?… Ah, jajajajajajajaja… Ahí también me iba yo, cabrona… Venga, un besazo, ya hablamos… Chao, chao…

El semáforo ya hace rato que cambió el señorín rojo por su alter ego el señorín verde. A tomar por saco mi ritmo, mis metas volantes, llevo un rato aminorando conscientemente mi marcha, caminando detrás de esta señora de pelo rubio graso que fuma un Ducados a pulmón abierto y con muy poca gracia.

0 palomas– Será imbécil la tía ésta… Bah, qué asco que dan todos… – se dice a sí misma antes de mirar a su izquierda para ver cómo la adelanto sin esfuerzo alguno. Me hace una mueca despectiva y me sopla una bocanada espesa de humo de ése del de «fuma negro sucio blanco»…

Me la pela, por completo. Miro mi reloj; ¡cojonudo! voy bien de tiempo. Ahora tengo que sobrepasar a aquella señora de abrigo negro, la que lleva un carrito de la compra rojo, justo antes de llegar a la Plaza de las Palomas. ¡Vamos! ¡La meta volante de la York School es mía!