“Quizás viajar no sea suficiente para prevenir la intolerancia, pero si logra demostrarnos que todas las personas lloran, ríen, comen, se preocupan y mueren, puede entonces introducir la idea de que si tratamos de entendernos los unos a los otros, quizás hasta nos hagamos amigos” – Maya Angelou
El Poeta Patético recibe un SMS, ya sabe que es la cita con la dentista, porque es la única que desde el móvil “antiguo” que tiene en su clínica le envía uno de esos mensajes casi tan ancestrales como el papiro. Cita para el lunes 24 de octubre, 5 en punto de la tarde; una de esas limpiezas para combatir la maldita piorrea, anestesia incluida, que le dejan la boca jodida para un día y medio o dos. Le gusta esta dentista por dos razones, porque tiene mortadelos en la sala de espera, y porque, si no te apetecen unas risas con las calamidades de estos dos agentes de la TIA, también hay muchas revistas de historia. Este lunes le apetece al bardo algo de historia. “Gilles de Rais, el primer asesino en serie de la historia”, ya ha elegido revista. Gilles, que había luchado codo con codo con la heroína del pueblo francés, Juana de Arco, y que en su declive se dedicaba a asesinar a niños, a desmenbrarlos, a torturarlos lentamente jugando como un loco cabrón con cada miembro u órgano amputado o arrancado. Aunque al final es capturado y ejecutado, tanto horror explícitamente explicado ha dejado un nudo marinero de los chungos en la boca del estómago del Poeta Patético. Devuelve con rabia la revista al revistero de la esquina y agarra en su lugar uno de los periódicos del día. “Stan Hilton, muere el último brigadista británico”; mira el poeta su reloj para ver si le da tiempo a leer el artículo. Miembro de la 15 Brigada, testigo de la Batalla de Teruel, luchó en los frentes de Aragón y Cataluña. Emigró a Australia. “Joder, ahora me llaman…” Decide, de camino a la silla de tortura, hacer un poema dedicado a los dos personajes, el yin y el yan, el cafre y el idealista. Se le ocurre, acordándose de la serie esa, El Ministerio del Tiempo, juntarlos en algún contexto… “Algo saldrá”, piensa mientras se está sentando sin dejar de reojo de mirar esa aguja plena de anestesia que amenaza ahora impunemente el cielo de su paladar blando.
Ya no quería volver más a la dentista porque sabía más que de sobra que acabaría quedándose sin dientes, que cada noche los rechinaba sin un propósito funcional específico, con los consiguientes y pertinaces dolores de cabeza mañaneros, por no hablar ya de los músculos del cuello y de la mandíbula, que eran pasto de constantes pinchazos del más ferviente dolor. Cuando le decían en el colegio de pequeño que su madre era una bruxa, nunca pensó que eso podría derivar más adelante en un galopante bruxismo del sueño. Va a intentarlo con unas sesiones de hipnosis a ver si acaba por fin con esta puta pesadilla. Mientras tanto, cuando duerme, Indalecio sigue rechinando sus dientes…
¡Cómo fastidia madrugar un día de agosto! Todo sea por mi hijo mayor, Martín, que tiene que ir a la dentista para que le quiten los brackets dentales metálicos, ¡por fin!, para cambiarlos a posteriori por unos alineadores transparentes, de ésos que parecen los protectores bucales de los boxeadores. ¡Si le está quedando la dentadura que parece una estrella yanqui de esas del cine, de las que gastan dientes mas falsos que un billete de veinticinco euros! Alsa de Llanes a Oviedo. En la estación subimos siete viajeros y dos viajeras. “Un viaje plácido”, pienso yo con ilusión, “igual hasta podemos echar un buen pigacín de hora y pico…” Celorio, para el alsa, Martín me da un codazo, “Papi, mira”, me dice señalándome la ventanilla a su derecha. Mis ojos se abren al instante como queriendo salir de sus propias órbitas: una horda de mujeres mayores, de entre 60 y 80 años, se agolpa frente a la puerta de entrada del autocar, ¡van a subir! Lucen todas un corte de pelo similar, corto sin pretensiones estilísticas de ningún tipo (me viene a la mente aquel sketch de Vaya Semanita, el de la peluquería abertzale, y pienso que también debería haber una peluquería para que todas estas mujeres puedan cortarse el pelo de la misma manera, lo cual, por pura lógica, me lleva a deducir que son ¡monjas! Pero monjas seglares, sin hábito alguno, aunque no es necesario para ir vestidas como tales.)
Las cuento, una, dos, tres… ¡treinta y cuatro! Adiós siesta, goodbye peace; mi cara compone cientos de poemas aceleradamente, pero soy un tío cabal, y sé que si no conduzco (ni carné de conducir tengo siquiera), tengo que conformarme estoicamente con lo que el transporte público me pueda llegar a deparar. Tras unos diez minutos de ir pagando un billete tras otro al conductor (van todas para Oviedo, ¡maldita sea!), se van sentando con regocijo y alboroto, el justo y necesario tratándose de siervas del Señor. A mi izquierda se sientan dos, al lado de la
That would be an ecumenical matter!!
ventanilla la Hermana Federica de unos 45 años, y en el asiento que da al pasillo una Hermana ya veterana, curtida y ducha en las duras batallas por el poder que en un convento puedan surgir; terminaré el viaje sin conocer su nombre. Se sientan ambas con un gesto la mar de serio. Arranca el conductor (que nos deleita con un CD que va de Melendi al Chica Loca de Paquirrín pasando por alguna Fitofitipaldiada – no las distingo, son todas iguales – o temas histriónicamente estúpidos que no dejan de decir una chorrada tras otra). Yo me dispongo a escuchar mi música para lo cual extraigo presto mis auriculares de la mochila, no quiero que mis oídos sufran. Cuando estoy a punto de introducirme el auricular izquierdo en el correspondiente pabellón auditivo, habiendo ya seleccionado antes a los Sleaford Mods, algo me interrumpe:
Se lo vuelvo a repetir, hermana Federica, ¡aquí vinimos a gozar de Nuestro Señor, no a odiar!
Lo sé, lo sé… Le pido disculpas.
Por descontado que esos auriculares regresan ipso facto al interior de la mochila. ¡Que le den a la música basura que aturulla el interior del autocar, que esto se pone la mar de interesante! Aprieto el botón de espía, ése que te abre las orejas incluso más allá del diámetro aconsejable por la ciencia humana, y me dispongo a disfrutar de una obra de teatro de carácter sacro ¡para mí solo!, si es que soy un privilegiado, joder.
No les faltó a las dos hermanas tema sobre el que comentar, dar su opinión, casi siempre con bastante mala hostia, como si estuviesen enfadadas con todo el mundo (no sé, igual hasta lo están y todo, porque la falta de sexo suele provocar mala baba, pero eso es mucho aventurar, ¿cómo puedo saber yo si les falta sexo o no? Ay, que no se puede ser presuntuoso, Jose… Bah, prosigamos, que se escapa el hilo, y no me refiero al musical, una pena.)
Que se lo digo yo, Hermana Federica, que da igual lo que el Santo Padre diga o deje de decir, que eso no es natural, que mucho se reían de aquello que dijo ana Botella de las peras y las manzanas, pero tenía razón, que lo que no es natural no es natural, y así nos lo dice la Biblia.
Ya, si ya lo sé, pero es que…
Ni peros ni nada, Hermana. La familia tiene que ser el padre, la madre y los hijos; fuera de eso, no existe nada más.
(¿Natural? Ah, ya lo entiendo, lo natural es lo de la serpiente, lo de quedarse embarazada siendo virgen… )
Y lo que le estaba contando, hermana Federica, que va y me dice mi sobrino Julián que no va a bautizar al niño. ¡Qué disgusto, qué disgusto más grande! Ya le dije yo, que callada no me quedo nunca, “podrás hacer lo que quieras aún sabiendo que estás equivocado, pero ya me encargo yo de dejarlo todo bien, en su sitio, que voy a rezar cada día por ti y por ese niño abandonado a su suerte, sin dios al que rezar.”
Ya, ¿por qué será que ahora mucha gente no bautiza a sus hijos?
(Ya, mira que es raro el hecho en sí mismo, con lo de fiar que ha sido siempre la Iglesia Católica. Yo no lo entiendo tampoco, no, no… )
Y esas colas para la cocina, hermana Federica, con familias enteras que pasan hambre, sin un pan que echarse a la boca, y el Rato ese alardeando de opulencia ahí, en Gijón, después de haber robado todo lo que robó. A ése sí que lo tenían que meter en la cárcel, y no a esos pobres padres que roban por dar de comer a sus hijos.
Estoy de acuerdo, el perdón ante el señor, pero que paguen ante los hombres por todo el mal que están haciendo, con tanta avaricia, tanta soberbia…
(Vaya, no sigan por ahí Hermanas, que cualquier día cae implacable sobre sus cabezas la Ley Mordaza…)
Ay, mire, Hermana Federica, toda esa juventud descarriada, a disfrutar sin límites de todas las tentaciones que les ponen delante de los ojos. (Estamos ahora en un embotellamiento a un kilómetro y medio para llegar a la rotonda que lleva a Arriondas, por un lado, y a Cangas de Onís, por el otro. Las Hermanas están observando como miles de personas están llegando al recinto donde se va a celebrar el Aquasella, un festival de música electrónica que atrae a miles de jóvenes venidos de muchos lugares. Algunos rostros, a pesar de lo temprano de la hora, ya denotan una perfecta mímesis con el evento.)
Ya, con lo sanas que son esas concentraciones mundiales de la JMJ, juventud comprometida con la fe cristiana, como tiene que ser.
(Estoy de acuerdo. En las dos últimas, Río de Janeiro y Madrid, casi se agotan los condones en las farmacias, y eso es sano, muy sano, siempre con protección… )
A ver… ¡A ver! Sí, sí, Hermana Virtudes, que ya estamos a 25 kilómetros de Oviedo… Sí, sí, vayan a esperarnos a la estación. Todo muy bien, sí, sí, salió todo muy bien… Sí, claro, ya se lo venía diciendo yo a la Hermana Federica, que no se puede vivir del odio, que aquí sólo estamos para gozar de Nuestro Señor Jesucristo – Habla a través de un teléfono móvil de aquellos Sony de los primeros dos mil. Predicando con el ejemplo de la austeridad. En cambio, la Hermana Federica se gasta un i-Phone 6 con carcasa celestial a juego y todo. Dos modos diferentes, y el odio, ¿qué coño pasará con el odio?
Ya le dije que llamara desde el mío, que en ése se oye fatal.
Ay, Hermana Federica, ¡que Dios la perdone, que tiene usted mucho apego a ciertos bienes materiales!
Y llegamos a Oviedo, a la estación. Martín logró dormir una hora larga; yo, en cambio, me lo pasé bien con la representación, una obra costumbrista, entretenida, plena de diálogos ágiles y con dos actrices muy buenas, muy versátiles. Faltaba un final con sorpresa para redondear la obra. Sale delante de mi hijo, las Hermanas y yo una chica llena de tatuajes, piercings, pelo corto, una camiseta de Bikini Kill, y nada más bajar el último escalón, con la Hermana Federica a su rebufo, da un salto y cae en los brazos de otra chica que la está esperando. Empiezan a besarse con una pasión demasiado extrema para los ojos poco acostumbrados de las Hermanas. Martín y yo nos miramos, las Hermanas lívidas, sin color ya en sus labios. Sonreímos y nos dirigimos a la salida, que ya es casi la hora de la cita con la dentista, no sin antes escuchar, “Ay, Dios mío, este mundo está perdido, Hermana Federica, ¡perdido!”
Aceleramos el paso mientras, sin saber ni cómo ni por qué, a mi mente llega “Death or Glory”, de los Clash… he who fucks nuns will later join the Church… (¡Vaya bien que silbo, rediós!)