Con el fósil de tu memoria
me masturbé
ochenta y ocho veces:
una vez a punto
de adentrarme
en la número
ochenta y nueve,
me di cuenta
de la realidad:
bajé despacio
mi brazo derecho;
tu encanto anterior
no era ya más
que pura arqueología.
y sigo queriendo, sí
habitar en la mansión
de los animales herbívoros,
alimentarme solo de hierba
y llenar el prado de mierda,
no sentir la lluvia
ni el frio;
alejarme de la historia,
escupir en los días
sin esconderme en el tiempo
y que mi humo
se acabe confundiendo
con esta niebla tan densa;
quiero recitar mis poemas
a burros y caballos,
a burras y yeguas,
que admiran mi palabra
sin apenas dejar de masticar
su total
y cuadrúpeda
indiferencia.