“Quizás viajar no sea suficiente para prevenir la intolerancia, pero si logra demostrarnos que todas las personas lloran, ríen, comen, se preocupan y mueren, puede entonces introducir la idea de que si tratamos de entendernos los unos a los otros, quizás hasta nos hagamos amigos” – Maya Angelou
en mi cabeza la mirada tan asustada como rebosante de dignidad de Czeslawa Kwoka 14 años de edad no cumplirá jamás el número 15 porque el fenol no es el mejor alimento para el latido de un corazón que ya había viajado hecho añicos desde Zamosc en Polonia y ese triángulo rojo como santo y seña de una culpa que solo es tal desde cerebros destruidos reconduce su significado aportando el necesario significante que la memoria necesita como alimento contra la culpable inanición del olvido como ley: fuera lágrimas fuera sangre “du bist eine kommunistische sau!” “eres una cerda comunista!” pero no entendías la lengua alemana la causa de las hostias en la cara de la sangre de las lágrimas y decidiste mirarnos de frente algo compungida, sí aunque con todo el orgullo que ellos pretendían desterrar; vamos, Wilhelm, ya puede usted sacar la foto.
Ante ustedes, tres microrrelatos propios que participaron en la segunda edición del concurso propuesto por Mónica Laga para el Toma 3 de Gijón. Un máximo de 100 palabras en cada uno de ellos.
DICEN QUE FRAY ELEUTERIO…
Yo era un niño bueno. Nunca me castigaban. Pero hubo una excepción: regresábamos de las cuevas de Valporquero cantando alegremente «Carrascal, carrascal, que bonita serenata…», y me tocó a mí rapsodiar unos versos.
Dicen que Fray Eleuterio
saltó la tapia del cementerio
y como había una losa a punto
le dió por culo al difunto
Noviembre de 1976. Recibí un buen sopapo de Don Rutilio, una gigantesca reprimenda del director. Me quedé sin paga. Tan solo mi abuela, de quien la había aprendido, se rió con ganas y me dijo: «Ya lo entenderás y te reirás bien a gusto conmigo»
LA MÁQUINA DE COSER ABANDONADA
Se largaron muy de madrugada, hace ya muchos, quizá demasiados años, y desde entonces nadie quiere ya coser conmigo, y quienes se acercan, carecen por desgracia de la materia imprescindible para poder hacerlo; me hablan, sí, me cuentan sus basuras y sus desgracias, pero no me interesan nada de nada, que yo, ni escucho ni hablo, solo busco que un exceso de excelsa concentración consiga mover mi rueda para que mi aguja vuelva a saltar feliz repartiendo hilo por telas de toda calaña. Velo constantemente por todos vuestros descosidos. Venid, acercaos, yo os puedo ayudar… porque sé que estáis rotos.
FOYO SOLO
Hace muchos años (aún estudiaba yo en el instituto de mi pueblo, Cacabelos, el Bérgidum Flavium) leí en un muro de un barrio de las afueras conocido como El Foyo, el mejor alegato independentista jamás creado: ¡FOYO SOLO!, rezaba la pintada. Siempre me quedó la duda, ¿quería esa persona que su barrio se independizarse de Cacabelos, o tan sólo estábamos ante una mera falta de ortografía y esa persona lo que en realidad pretendía era definir poéticamente su onanismo? Nunca lo llegué a saber, cuando volví al pueblo a pasar las Navidades de 1986, el mensaje, tristemente, ya había desaparecido.
Estos son dos relatos breves (100 palabras o menos) que recité el miércoles pasado en el Toma 3 de Gijón. Van en orden cronológico ya que cada uno se refiere a un personaje histórico más o menos relevante.
14 de abril de 1865
EL MAYOR RATHBONE
«¡No me vais a envenenar, cabrones. Lincoln está conmigo!» Henry Rathbone bebe un trago de agua y mira hacia la puerta como queriendo amenazar de muerte a las personas que él intuye que están allí, vigilando todos sus movimientos. Tampoco se fía demasiado de las mismas paredes, que hablan y cuentan que el presidente sigue con vida, engañan adquiriendo desde esos cuadros la forma de sus tres hijos y su esposa, Clara. Por eso los quiso matar y suicidarse a posteriori: cinco puñaladas en su pecho, todas dedicadas a John Wilkes Booth, desde el codo hasta el hombro.
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13 de julio de 1967
13 DE JULIO DE 1967, EN UN MONTE DESCUBIERTO POR PETRARCA
Una mueca de fastidio más un gesto de agotamiento dan comienzo a la esperada estrategia. Tom se deja caer al final del grupo de ocho y cede unos metros unos segundos antes de lanzar un ataque en el Mount Ventoux que él presiente demoledor. Pero no, Julio llega y lo sobrepasa. «¡Subidme de nuevo a la bicicleta!», esas fueron sus últimas palabras antes de caer muerto en la cuneta. Demasiado calor, paisaje lunar, anfetaminas y brandy no suelen combinar bien. Su madre recuerda ahora aquel cumpleaños, el octavo, en el que le regalaron a Tom su primera bicicleta.