abren la destilería
de ocho a nueve
sin prisa por entrar
de canto
en los arrumacos
de su nevera deforme
de su boca
sin persianas
de oblicuos placeres
vuelta y vuelta
chorreando sangre
en cuanto aprietas
sin demasiada fuerza
de rostro pálido
la carne roxa
recién parida
y ocho millones de ojos
aislados
y ciegos
te miran desde el desdén
de un desván derivado
cuchillas que no afeitan
pieles irritadas
sin un solo pelo
que llevarse ya
al chorro del grifo
agua caliente
para tus huesos
para los míos
porque yo sí
recuerdo
haber comido
con mis manos
anguilas fritas
de las de río
madrugar para pescar
el olor del horno de pan
la sabiduría de los mayores
contra el sueño
de los pequeños
y el humo que no cesa
porque no quieren
bajar las ventanillas
de un coche amarillo
viejo y antiguo
los faros rotos
y trayectos sin manos
cuando los grillos
me asustaban
con su infinito canto
de cri tras cri
sacando ojos
de sus órbitas
colecciones malsanas
deportes eternos
instintos vencidos
y máquinas poco engrasadas
que si hubiesen funcionado
el picadillo de la fame
se habría retroalimentado
de nuestra saliva
astutamente reseca
en lo más alto
y frondoso
de nuestro
paladar
duro