Hay en el mundo mujeres
que caminan kilómetros, y muchos,
para conseguir un poco de agua marrón,
pero no somos nosotras.
Hay en el mundo miles de personas racistas
que le ríen las “gracias”
al imbécil de Donald Trump,
pero no somos nosotras.
Hay en el mundo niñas
que trabajan dieciséis horas al día
para coser nuestros ropajes,
pero no somos nosotras.
Hay en el mundo seres casi humanos
que pueden vivir todavía como putos millonarios
con tan sólo el uno por ciento de su dinero,
pero no somos nosotras.
Hay en el mundo jóvenes desesperadas
que acaban cobrando un sueldo
en un Estado listo y preparado para matar,
pero no somos nosotras.
Hay en el mundo gente rara
que convive con muñecas tenebrosas
para esconder en ellas su inmensa soledad,
pero no somos nosotras.
Hay en el mundo mujeres
que madrugan mucho, demasiado,
para salir a correr por calles desiertas,
pero no somos nosotras.
Hay en el mundo coleccionistas
que acumulan en sus casas
cientos, miles de cosas muy, muy raras,
pero no somos nosotras.
Entonces, ¿Quiénes somos?
¿Dónde nos ubicamos?
¿Por qué yo escribo esto y ahora lo leéis?
Quizá sea porque en este mundo,
a punto ya de acabarse,
tiene que haber personas
que no seamos nosotras,
personas que contemplen al resto
sonrientes, desde sus atalayas,
para, al final,
apagar la luz
cuando esos ejércitos vácuos
ya se hayan largado
a morir definitivamente
a sus infames infiernos inodoros.