Domingo 14 de febrero de 2016
Indalecio lee por tercera vez en la prensa del día, esa maldita manía suya de leer más allá de los titulares, la palabra miríada. “¡Su puta madre, panda de pijos pretenciosos!”, se dice a sí mismo antes de dar el último trago al segundo café solo de la mañana.
“De entre esa miríada de palillos, voy a escoger uno para luego hurgar azaroso entre mis sucios dientes”, comenta al aire, en voz baja, esbozando una sonrisa cómplice de su propia autoindulgencia…
La televisión, de fondo, emite una frase: “es tiempo de politólogos…”, dice una periodista con cara de interesante estreñimiento. “¡Oh, no, cagondiós ya!”, brama Indalecio, “hasta los putos cojones. Eso se merece un poema.”
“Es tiempo de politólogos”
Pasillos en fuga
rimbombantes al eco
de palabras desde la máquina.
“Es tiempo de politólogos”
nos cuenta ella
y yo, echo a pensar
si serán analizados
los pájaros que vuelan
y los que no;
los que migran
y los sedentarios;
todos los estorninos al unísono
o los ñandús solitarios.
Sí que me queda muy claro,
de clarinete barítono,
que nunca se dará profundo
ese hecho antaño extasiado,
aquél que nos decía eso de
‘pájaro que vuela,
a la cazuela’
Aquí los pájaros vuelan, sí,
y libres seguirán volando
porque desde nuestros asientos
dejamos que hagan,
que sigan haciendo,
nidos de barro
extraídos con sus picos
de nuestros cansinos tuétanos.