Una visita anual a un antiguo amigo… da lo mismo que éste lleve muerto ya unos cuantos años.
XXXIV.
Como todos los años, el quince de noviembre estaba reservado, era una fecha marcada para siempre en el calendario interior de Pedro. Había ido a su pueblo a visitar a Simón, a hacerle el correspondiente resumen de los acontecimientos del año transcurrido a su viejo amigo.
Allí estaba la madre de su amigo, en el cementerio, colocando un gran ramo de rosas rojas sobre la tumba de su añorado hijo, repitiendo automáticamente cada movimiento que, con el riguroso luto que aún la vestía, parecía, cada año, una nueva toma del mismo plano. Sólo su pelo, poblado ya de canas, y las arrugas que inundaban su cara delataban el paso del tiempo – quince años, cinco mil trescientos setenta y cinco largos e interminables días para una mujer cuyo único hijo se había muerto habiendo cumplido tan sólo seis primaveras -. No tuvo más hijos. Su marido se vio obligado…
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Que buen relato
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Gracias, Mai. Es parte de esa novela que voy subiendo por entregas cada miércoles.
Un abrazo.
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