Un nuevo personaje que regresa del otro lado del océano. Vigésimo novena entrega.
XXVIII.
Muchas veces Pedro se quedaba ensimismado observando las fotografías de su abuela, esas fotos en un rancio blanco y negro retocadas hasta dar un tono angelical a la expresión que emanaba de cada rostro allí plasmado para los restos… esa mirada siempre desafiante, en duro contraste con el amago de sonrisa que estaba presente en todos y cada uno de los retratos. Se imaginaba gestos y, algunas veces, partiendo del fotograma que tenía enfrente, continuaba la acción: Dolores posaba; el estallido de luz daba paso a una ligera conversación entre el retratista de Cacabelos, llamado Honorio, y esa mujer a la que acababa de inmortalizar. En la mayor parte de esas ocasiones, Pedro despertaba de sus ensoñaciones al oír la voz de su madre que requería su presencia para solventar cualquier nimiedad.
– ¡Mamá?
– Dime, hijo
– ¿Cuándo murió la abuela?
– ¡Uf! Hace mucho tiempo ya, en…
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Qué boludo sos, mirá que imitás bien lo che, viejo.
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La concha de tu madre (o hermana), parafraseando a Mascherano 😉
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jajajajaja te van a contratar para ir al chiringuito de Pedrerol jajajaja
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Jajajajajajaj… ¡No se atreven, que me los como vivos sin importarme una mierda lo que diga la OMS esa!
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