VI.
Yo no soy ni la resurrección ni la vida,
la muerte viaja imantada al bolsillo trasero
de mis pantalones vaqueros.
Yo soy el déspota de la ilustración,
el sátrapa enganchado al mundo de tus sueños,
el vengador justiciero
y todos sus secuaces,
el vagabundo, el que invierte en pobreza,
el soldado que lucha por tus pañuelos,
por beberse cada una de tus lágrimas,
por arrullarte al calor de una chimenea imaginaria.
Yo soy la hipocresía personificada,
el rito solapado de la mentira,
del ocultismo, de las ciencias desconocidas;
el pragmatismo hecho hombre,
la bienaventuranza de tus fronteras,
la comida de perro hecha caviar,
el barro de tu cuerpo,
el moldeado de tus cabellos,
el anuncio de tu vejez,
de tu muerte,
de tu inexistencia.
Yo soy la mancha de tus bragas,
la mierda que se pega
a las suelas de tus zapatos;
tus jugos gástricos y tu orina,
la cera de tus oídos,
el dulce susurro de tus castigos,
el embrión arrancado de tus entrañas;
el embrujo de tus predicciones más oscuras…
el límite de tu tenebroso bosque,
de tus tinieblas,
de la humedad de tu sexo,
de tu boca llena de amor.
Amén.
Si una canción no sirve,
entonces grabaré una sinfonía
de aullidos lamentables,
un “Rock’N’Roll Nigger”,
un «ouside the society»
de sustos irrepetibles,
de larvas entumecidas.
En lo más hondo del pozo sin fin,
un eco restalla dentro de mi sabiduría.
Es él, el Dios que me castiga.
“¡Tú no existes, no eres…!”,
le grito enojado, violentamente exaltado.
Él no me responde porque teme mi indiferencia,
porque sabe de mi suerte.
A sus ángeles castrados
me los paso yo por el filo
de mi cuchillo afilado,
de mi navaja vengativa,
de mi odio sin aduanas,
sin límites territoriales.
Le lanzo una piedra
y el eco me devuelve un ¡ay!.
Al final del camino, resulta que no era etéreo.
Temo que no sea más que un minero
que pica y pica carbón,
del que sale de las paredes de mis arterias,
de mis venas,
de mi paciente colesterol,
labrado arduamente tras
los litros y litros de grasa
que han entrado en contacto con mi feo cuerpo.
Por si pretende olvidarme
y olvidarse de matarme un día,
yo voy a encender otro cigarrillo.
Uno más, tan sólo uno más…
ya lo dejaré mañana.
¡Guau! Me he quedado como nueva y me he encendido un cigarrillo. El primero del día; quizás, el único.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Eso nunca se puede saber… Bueno, sí, sólo al final del día. Gracias, Julia.
Me gustaLe gusta a 1 persona
No sé si pretendías hacer reír, pero yo he reído con lo escrito. Acabo de apagar el mío, ya si eso, mañana lo dejo.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Pues no lo sé, la verdad. Yo lo escribí hace mucho tiempo, y a partir de ahí, ya cada persona es libre de interpretarlo como quiera. A veces, si darme ni cuenta, dejó un poso cómico que está ahí, latente. 🙂
Un abrazo, Susana… Y sí, mañana es el día propició para dejarlo.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Me ha llegado al alma, tierno, romántico, existencial…
Me gustaLe gusta a 1 persona
Gracias, querida amiga. Palabras que salieron en su día de lo más profundo de mis monstruos, de mis miedos…
Un abrazo.
Me gustaLe gusta a 1 persona