IV
Perversión de los sentidos;
el gusto no me gusta,
tampoco me da placer,
ya con una venda en mis ojos
me dejo llevar por la inerte gravedad
de mis impulsos más primarios.
Sé cómo tocarte
hasta hacer que te estremezcas
perdida sin rumbo
entre la enmarañada miseria
de tus conexiones nerviosas,
pero no sé aún qué hacer conmigo,
con mi apatía,
con mi ausencia de rebeldía.
Los cambios radicales
sólo son cosa de valientes;
y yo soy cobarde,
terriblemente cobarde,
pusilánime hasta la frontera
del dolor incesante e inacabado
de mis quebradizos huesos.
Ahora suena esa música,
y me inunda de nostalgia,
me arrebata entre sus notas
indescifrablemente caóticas.
Será mejor que me abandone
al ritmo flojo de los blandos,
que me una al coro de los sin voz
para gritar al horizonte
toda la felicidad perdida.
Eres radical.
Lo soy.
¿Por qué existen las guerras
si el hombre es bueno por naturaleza?
¿Por qué tanta travesura?
¿Por qué no follamos y nos dejamos de cuentos?
¿Por qué me estoy haciendo estas preguntas,
inútiles,
pasajeras,
volátiles,
perecederas,
si tú no quieres escuchar el arrullo de mi gemido?
¿De qué sirve la historia del pensamiento,
si ya nadie piensa?
Una bomba certera destruyó mi morada,
pero yo he resistido en su interior,
imperturbable a la fragilidad de sus paredes,
de sus cimientos,
fiel a la memoria de mi puta estirpe,
impávido ante los cambios,
cojo a los dictados de mi propio ritmo.
Ciego de ira y de lodo…
¡Mentira!
Si el amor y el odio consistiesen en esto,
yo ya no estaría aquí para verlos.
Si no naciesen más hombres,
reinaría por doquier el bestialismo,
y la tierra descansaría de sus cosechas,
harta ya de ser programada
cíclica y cíclicamente hasta el albor
de los tiempos lejanos a toda posible memoria.
Si existe vida lejos de este planeta,
no sé a qué coño espera para darse a ver.
Puede que hasta nuestras propias mentes
se olvidasen por fin de que son desesperantemente finitas.