III.
¿Dejarías de quererme si te contase
que me encanta la carne humana?
Nunca la he probado, de hecho;
jamás osaría traspasar los límites
del leve mordisco doloroso.
Pero me seduce la idea.
¿Qué es una mentira?
¿Cómo se le da vuelta tras vuelta,
hasta llegar incluso a vomitar,
a la mísera realidad que nos rodea?
¿Por qué me oculto indefenso y débil
tras las sombras zalameras de mis fantasmas?
Retórica, pura y simple retórica
untada pacientemente sobre el pan integral
del salvado de mis lamentos;
genuinos, sí, pero invariablemente posteriores
a toda presunta concordia mutua.
Si me tienes ya entre tus ojos,
y me aborreces sin límites,
la oportunidad que me merezco
se habrá difuminado pues,
se habrá largado con las hadas,
con las ánimas perdidas del purgatorio,
hasta cualquier cloaca de cualquier macrociudad,
junto a esos perros, dicen que ciegos y salvajes,
que las habitan sin que nadie arriba se dé cuenta.
Creo que yerro,
no hablamos ya de purgar penas,
hablamos de nosotros,
y el cielo no existe;
no existe ningún Dios;
la entelequia del ser supremo
sólo crece dentro de nosotros mismos,
y muere en las yemas de mis dedos,
en tu piel… en cada fusión apasionada.
Que me gusten las flores,
no significa que me gusten los hombres,
sólo su carne,
desangrada,
que no quede dentro ni una sola gota.
En el día del fin del mundo,
allí me encontraréis,
colgando del árbol más robusto,
mientras dos cuervos negros
arrancan hambrientos
esos dos ojos que me daban luz.