Me acuerdo cuando de pequeño, estando con mi abuela en la cocina escogiendo lentejas, las campanas de la iglesia de la plaza de Cacabelos tocaban a muerto con su pausado ton… ton… ton… ton «Corre, José Luis, baja a ver quién murió «, me decía mi abuela Luisa, y yo corría a leer aquella esquela y memorizar aquellos nombres antiguos, Luciana, Pincio, Robustiano, Presentina… «Pues ni idea, como no ponen el apodo», solía ser la respuesta de mi abuela, que es que antaño en los pueblos la gente se conocía por el mote familiar y no por los nombres reales. «Y tú, ¿quién eres?» «Yo soy José Luis.» «Pero, a ver rapaz, ¿de quién eres?» «Nieto de Luisa, La Golondrina.» «Aaanda, de La Golondrina, mira tú. Vaya buen mozo que estás hecho ya…» Y Luisa se fue a pasar aquel invierno de 1982 a Bilbao, con su hijo Saturno, mi tío, y yo, que estaba en clase el día que se fue, no pude despedirla. Y se muró allí en mayo de 1983, de repente, mientras desayunaba pan duro con café, como era su costumbre cada mañana. Por eso sigue conmigo, está conmigo, porque nunca la despedí y procuro hablar con ella cada día.
Qué tierno! Mi abuela desayunaba lo mismo, a mí me parecía una porquería de desayuno, cosas de la infancia.
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A mí también me parecía asqueroso. Yo prefería las galletas maría o los bizcochos de Noel, pero si sobraba pan, pues taza y media de pan migado para el desayuno. Visto desde el recuerdo, una delicatessen.
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🙂 ¡Qué bonito recuerdo! Yo escribí un cuento dedicado a las abuelas. La mía también era de las que desayunaba pan, pero lo mojaba en café con leche 🙂
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Esos recuerdos nos acompañan siempre. en mi caso, son parte de una infancia feliz en un pueblo feliz. Sin querer parecer un «abuelo Cebolleta», ya nunca podrá haber infancias como aquellas, llenas de calle y despreocupación. El recuerdo de aquel pan de hogaza, de varios días, migado en leche con miel o en colacao hace que salive sin remisión 🙂
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Dicen que los más intensos son los recuerdos asociados al sabor… que se lo pregunten a Proust 😀 😀 😀
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Ay, poor old Marcel!!
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😀 😀 😀
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¡Hola! a mí también me ha hecho recordar, muchas gracias.
Mi abuela paterna, que era súper de pueblo, también mojaba el pan con la leche. Recuerdo que a mí me sorprendía mucho. 😉
Un abrazote y gracias, me ha gustado mucho.
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A mí me obligaban literalmente a dar cuenta de ese pan duro que había sobrado. Ahora, que lo hago de vez en cuando, lo veo con otra perspectiva. Será eso que llaman madurez, supongo 🙂
Otro abrazo grandote y veraniego, Ana.
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Cómo se nota que los abuelos pasaron penurias los pobres y aprovechaban todos el pan duro tomándolo con la leche caliente… A mí mis abuelos me pegaron esa costumbre y a veces la llevo a cabo, pan con leche, sin necesidad de mantequilla, aceite ni gaitas. Cuánto debimos aprender de ellos (yo aprendí poco, mi memoria es muy volátil).
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Yo aprendí un montón de ella, ya que fue la persona que me crió, pero se murió cuando yo tenía 15 años y me quedé con las ganas de seguir aprendiendo de su sabiduría vital.
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Cosa extraña que en este lejano continente yo también haya visto a mi abuela consumir ese inverosímil desayuno de pan duro (un tipo horrible de pan, por cierto) con café.
Vivan las buenas anécdotas con las abuelas!
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¡Vivan! La universalidad del pan migado en todo tipo de bebidas desayunables…
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Alguien a quien conoci tambien desayunaba pan duro con cafe, aunque no puedo recordar quien. Los recuerdos traen imagenes tan vivas de los que se fueron. Me gusto tu forma de narrarlo.
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Eran tiempos de pan duro con café, la verdad. Son tantas imágenes, tantos recuerdos, que a veces es complicado parar y estructurar una historia. Muchas gracias, Carmen.
Un abrazo.
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Con estas expresiones me has «teletransportado» a mi infancia.
«Y tú ¿De quién eres?»
«Escogiendo las lentejas!
«Pan migado en el café»
Gracias
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De nada. Las letras a veces nos pueden hacer viajar en el tiempo. Ay, aquellos recuerdos de infancia…
Gracias a ti, sin duda.
Un abrazo.
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He leído cacabelos y se me han abierto los ojos de par en par. Mi León, mi casa, mi tierra. He aquí a la nieta del «huevero» que en verdad era carpintero.
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Nieto de la panadera e hijo de la peluquera… ¡Qué gran vida se vivía en los pueblos, rediós!
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..Yo vivo en uno así que lo estoy reviviendo jaja
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En mi casa se estilaba más el pan frito mojado en leche. Yo he vivido siempre en la capital y mis recuerdos de infancia no se parecen en nada a los tuyos. Me encanta leer tus historias. Nosotros solemos ir en verano al pueblo de mi suegra en Zamora. Un día estando en la tienda me dijo una señora: «lo que te quieres parecer a la zurda» y dijeron el resto de señoras: «que esta es la nuera». Me hizo gracia, te sacan parecido si o si, aunque no seas ni del pueblo.
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En mi pueblo son capaces de sacar parecido hasta a un japonés que pase por aquí haciendo el camino de Santiago. Tremendo… y simpático al mismo tiempo 🙂
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