(“Cualquier objeto, por inofensivo que pueda éste parecer, puede ser utilizado como arma arrojadiza y mortífera” – Adolescente palestino, año 2005)
Desde el primer instante supe que aquella operación no saldría bien. Y ahora que ya estoy casi muerta, agonizando aplastada contra esta pared, puedo afirmarlo con toda rotundidad: un desastre, un auténtico desastre.
Surgí del agua estancada en aquel charco y comencé a volar libre hasta que me divisaron mis jefes. “Tienes que adentrarte en aquella casa”, me ordenaron, “porque debes alimentarte”, se justificaron. Volé hacia la casa que me habían indicado, el viento de cara – mal comienzo; menos mal que tengo mis balancines, que si no…; mas, una vez allí, vi con gran satisfacción que una ventana se encontraba abierta. Era un día soleado, con el viento cálido del sur haciéndonos sudar en infame combinación con la humedad del ambiente. Entré rauda, aunque sigilosa, y me escondí agazapada tras una cortina cerrada. Nadie me había advertido del peligro. “Tu propio instinto te irá aconsejando qué paso dar a continuación”. Como no sabía aún qué debía hacer, eché una siesta. Al despertar, ya se había hecho de noche. Tuve miedo, mucho miedo, pero una luz en la habitación, que me atrajo irremisiblemente hacia ella, lo eliminó de un solo plumazo. Aparecieron dos gigantes en la estancia. Tras un grotesco ritual en el que se iban quitando capas de piel, los gigantes se escondieron bajo una enorme tela, de un grosor considerable, dejando al descubierto sólo sus cabezas. Se apagó la luz y dejé de dar vueltas a su alrededor. Por fin supe en qué consistía mi misión, supe además que aquellos eran dos especímenes de humanos de los cuales me habían hablado los jefes. Tenía hambre, un hambre atroz, y los rostros de aquellos enormes homínidos brillaban en la oscuridad llamándome a gritos. Emprendí de nuevo mi vuelo. Aterricé con extrema suavidad, extendí mi aguijón y, ¡oh, dios, qué maravilla, qué sabor tan rico! De momento, ya me siento saciada, volaré hacia esa pared.
(“¿No lo has oído?”, “¿El qué?”, “Un mosquito, un jodido mosquito revoloteando cerca de nuestras caras… Espera”, “Pero, ¿qué coño estás haciendo con los calzoncillos en la mano? ¡Apaga esa luz y déjame dormir, pesado! ” … … “¡Ya está! ¡A tomar por culo!”, “Qué… ¡Serás imbécil! ¡A ver cómo limpias eso! A quién se le ocurre despachurrar un mosquito contra la pared… recién pintada, joder, y con los calzoncillos, además”, “Eh, eh, que estaban ya para lavar, así que…”)
Ja ja. Muy bueno.
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Mil gracias, Maruja.
Un beso y muy buen día 🙂
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jajajaja, genial!
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Gracias, Lux.
Un abrazo.
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Qué listos son los condenados mosquitos. Siempre encuentran el trozo de piel que has dejado al descubierto.
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Se ve que no se han enterado de que Raid los mata bien muertos y sin ensuciar la pared no sabemos de que con exactitud. XD XD
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Nunca hay que subestimar el poder del lado oscuro… de unos calzoncillos castellanos blancos cuajados de zurraspas.
Si es para atentar contra un mosquito lo que haga falta.
Aunque no se le ha de quitar el mérito a unos calcetines gelatinosos de varios días de uso porque se pueden usar de arma arrojadiza y el mosquito… ni los ve venir.
Genial la entrada.
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Seguro que los calcetines no los tenía tan a mano… O quizás los llevaba puestos aún 🙂
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Igual no tenían tiempo de salir de la habitación a buscar el Raid. Hay que buscar soluciones rápidas y efectivas, jejejeje.
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Jajajajajaja, me ha encantado!!
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¡Muchas gracias! 🙂
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Reblogueó esto en Ramrock's Blog.
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Pues una historia repetible e imposible de no vivir.
Un abrazo.
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Se repite cada verano, lo queramos o no 🙂
Otro abrazo, Efe.
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Real como la vida misma. Un calcetín también da buen resultado.
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Sin duda. Conviene utilizar siempre lo que se tenga más a mano.
Un saludo, Óscar.
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Atento a mi entrada de mañana. Va con sorpresa. Espero haber estado aa laaltura de las circunstancias.
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Jajaja, muy bueno!
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Gracias!! 🙂
Un abrazo muy fuerte.
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