UNDER THE INFLUENCE – CONMEMORACIÓN


Estúpido recuerdo, pútrido y maloliente; fantasía esquilmada y vicio de enganche que justificará odioso plagas venideras… Antes de cumplir los diez ya le decían el “triste”. No era para menos. (“¡Triste, triste, ahí viene el triste!”) Jamás una mueca similar a una leve sonrisa. Jamás un gesto de simple satisfacción tras uno de sus múltiples logros en el mundo átono y vulgar de los estudios. Paseaba siempre solo de vuelta a casa cargando casi impávido con su cartera de la escuela, tan vacía de libros como llena de ideas. Ningún amigo con quien comunicarse. Ningún padre, ninguna madre que abriese amistosamente sus brazos al final del camino andado cada jornada. (Ambos trabajaban, quizá demasiadas horas día tras día, y para el hijo sólo quedaban los momentos de cansancio postrados en un sofá frente a los estúpidos programas que pasaban por televisión.) Un peregrinar constante a vueltas consigo mismo y con los hirientes tornados de su cabeza… Hizo la primera comunión vestido con una túnica blanca cuando todos sus compañeros parecían recién sacados de la Juan Sebastián Elcano – y de Alférez p’arriba, que diría algún gracioso, que en todos los sitios abundan -. Treinta alféreces y un inmaculado peregrino escoltando a treinta y dos prototipos de católicas vírgenes vestales, con su misal a juego y todo; Simón del desierto atento a las múltiples tentaciones del mismísimo Satanás. La hostia quemaba en el paladar, lo mismo que la comunionsopa de cocido de la abuela, sólo que, a diferencia de la exquisita sopa rebosante de fideos, aquel pedazo de cuerpo de Cristo estaba frío, más frío que un polo de limón. Insípido también. Y le hacía sudar. Y allí olía a iglesia que apestaba. Y tenía unas ganas horribles de quitarse de encima aquella engorrosa túnica blanca, inmaculada y lejana como la nieve de la alta montaña. Desde el crucifijo que colgaba balanceante en su católico pecho, aquél supuestamente abocado a sufrir eternamente los dolores provocados por clavos oxidados atravesando sus pies y manos parecía mirarle a los ojos para insuflarle un poquito de fe. Tenía miles de preguntas que hacerle, pero estaba hecho de plata y no era capaz de hablar, ni siquiera de pensar. Sabía que volvería a acabar con su metálica osamenta enterrado en el cajón de algún armario ropero, que no le quedaría otro remedio que respirar ese asfixiante olor a alcanfor durante el resto de sus días, puede que incluso una pequeña eternidad condensada en unas cuantas décadas, entre algunas toallas, de esas bordadas que nunca se utilizan por resultar demasiado barrocas para ser impregnadas con nuestras diarias suciedades corporales. Dos semanas antes de recibir al mismísimo Dios dentro de su cuerpo, para que éste se mezclase definitivamente con sus glóbulos rojos, con sus plaquetas y sus propios excrementos, y así anidase incoherente en los más profundos temores que siempre perseguían al “triste”, Roberto había jugado a las canicas con otro niño. canicasPorque Roberto era su nombre verdadero, con el que había sido registrado y bautizado, y Roberto estaba ya harto de comprarse las canicas en la librería de Arturo el “exégeta”… y de jugar solo en la calle. Todos presumían de ganárselas a base de apostarlas jugando al gua. Él no podía ser menos, y en su clase había, presumiblemente, otro niño como él. Sí, como él, como Roberto García Lorenzana, el niño de la triste expresión, el de la parálisis facial libremente elegida. El incomunicado dentro de su aura, repleta de inexpresividad y carente de afecto por los demás. Pero perdió. Mala suerte. Las veinte que tenía. Y es que no es lo mismo jugar solo, contra uno mismo, como mero entrenamiento fantasioso, que hacerlo contra un rival, torpe, sí, pero acostumbrado al menos a jugar de vez en cuando con alguno de aquellos aguilillas que se sabían todas y cada una de las artimañas de todos y cada uno de los juegos infantiles. Y es que, al contrario que el “triste”, eran competitivos, siempre luchando por ganar, por ser el primero, el mejor; el más niño de entre todos los niños de la escuela. Jamás lo volvería a intentar. Para qué, si ello no haría más que ensanchar su propia celda. Hasta hacerla infinita. Hasta que pudiese perderse irremisiblemente en su lúgubre interior; aunque a él le diese la impresión de que cada vez se hacía más y más estrecha. O, ¿quizá era eso lo que estaba esperando, lo que le hacía levantarse de la cama cada mañana sin necesidad de que nada ni nadie lo despertase? Perdió veinte canicas, todas las que poseía. Nunca volvió a comprar más. Abrió la puerta de su habitación, tiró con auténtica desgana su cartera contra el suelo; sacó, a continuación, de uno de los cajones de su escritorio una peonza totalmente nueva, virgen, si se me permite la expresión, y la lanzó con rabia por la ventana. No más juegos compartidos. Autosuficiencia. A partir de ahora la autosuficiencia como método de supervivencia. Bastará con «mirarse al espejo y ser feliz.»

Ya el propio Einstein lo había predicho. Lo de los agujeros negros y todo ese rollo científico que sólo ellos son capaces de comprender. Más Allá. Jiménez del Oso. Estaba clarísimo. Algo tenía que esconderse tras toda esa capa de superficialidad que envolvía al mundo, que lo aislaba tras su aureola de papel de aluminio desde que a algún listo le dio por comenzar017 Boy with pigeons at [Circular] Quay, Sydney, 2261935  by Sam Hood “la Historia de la Humanidad”. Y el “triste” lo sabía, y como lo sabía, entró de lleno en un agujero negro, y pudo hablar con algunos de sus antepasados. Hizo amigos. Viajó y se divirtió a través del tiempo, porque Roberto, como todos los seres vivos hacemos, creció, y con él sus necesidades, incluida la de multiplicarse. Llegó hasta a enamorarse, de Albertina, la de los “curritos”. Lógicamente, ella no le hizo el menor caso, que desde hacía unos meses bebía los vientos por un chico tres años mayor que ella que la sacaba a bailar en la discoteca todos los domingos por la tarde. Pero al “triste” se le ocurrió una – él lo creyó así – brillante idea. Todos los domingos, a eso de las once de la noche, sus padres vegetaban catatónicamente frente a un programa de televisión de esa denominada, acertadamente, como basura. “¿Quién sabe cómo es el amor?”. Durante cualquiera de sus emisiones, por allí pasaban todos esos pequeños monstruos enamorados y despechados que alegraban la vida nocturna dominical de los padres del “triste” (y, al parecer, de otros tres millones de telespectadores). La parada de los monstruos, pensaba el “triste”, pasando totalmente desapercibido en una esquina del salón, ya libre de su túnica blanca de recibir-a-dios-en-tu-seno; “que si yo le pegaba unas hostias de campeonato, pero la quiero y no puedo vivir sin ella”, y viceversa, elevada ésta al infinito. Hacia ese submundo dirigió sus pasos el “triste”. Sin pensárselo dos veces. Y pasó lo que tenía que pasar, que llenó su enorme cesta con más kilos de calabazas. Y fue entonces cuando entró en el agujero negro para ya jamás salir de su interior. ¡Quién le había mandado beber de aquel extraño brebaje que los productores del mencionado programa de temática infra-amorosa ponían delante de cada invitado para que hiciese bonito ante la atónita mirada del estúpido presentador-actor de tan absurda trama celestinesca? ¿Acaso no se dio cuenta el “triste” de que aquel líquido de color azul celeste no podía contener nada bueno, nada terrenal, de este mismo mundo? De todas formas, siempre existen grandes remedios, y esa increíble capacidad mimética del “triste” logró el no va más. Se adaptó a su nueva vida en el agujero negro, su nuevo y acogedor ecosistema. Sus padres lloraron – poco, justo es reconocerlo, porque todavía eran capaces de encender la televisión después de cada jornada de trabajo, y ya había gente que se encargaba de limpiar la mierda de sus ojos desde las profundidades más abisales de la pantalla. Esta es la nueva vida de Roberto García Lorenzana: ha conocido por fin a Dios, y sabe que tiene los ojos almendrados, y que ha viajado hasta la tierra en más de una ocasión. Sabe también que hay muchos más como él y que no abundan en sentimientos, por eso los humanos se les escapan día tras día como agua entre los dedos. “Yo creo en Él… o en Ellos. Son toda mi vida, la luz que me guía sin preguntarme nada, sin pedirme nada a cambio. La verdadera religión… La vida eterna bajo un prisma distinto al terrenal, observando sus acciones, cada paso que dan, y resulta sumamente divertido visto desde aquí”. Un placaje frontal a todo atisbo de sentimiento, ahí radica el secreto de la vida eterna. Esa extraña hipocresía diaria cual barrera protectora de la propia estupidez interior. La extraña pareja se mira a los ojos al final de cada día, pero no para nadar relajado cada uno en las pupilas del otro, sino preguntándose cada uno a sí mismo: “¿por qué yo con éste?”; “¿por qué yo con ésta?”. Y todo vuelve a empezar. Y seguimos girando sin remisión hasta el final de los tiempos. No es lo mismo sin ti, aunque tampoco lo es contigo. ¿Por qué? Hijo mío, ten la bondad de explicárnoslo o nos moriremos sin saberlo. ¡Y tú, animal, apaga ya la maldita televisión, que tu hijo nos lo va a explicar! tumblr_m3nrzkf5hz1r3e62yo1_500“Puede que hubiese bebido un poco más de la cuenta… bueno, ¡qué cojones!, sí que había bebido más de lo aconsejable, mucho más. Y ella estaba cerca, tan cerca y tan frágil que yo, yo no tuve otra elección. Ya habían decidido por mí. Sólo debía dejarme llevar… Es como ir flotando suspendido en el aire a cámara lenta. No recuerdas su nombre y apenas eres capaz de atisbar sus rasgos. ¿Sería guapa, al menos? Qué más daba. Pero, es que no os dais cuenta, tan aletargados estáis dentro de vuestras inútiles vidas que no sois capaces de daros cuenta de que existen unos hilos invisibles que nos mueven. No somos más que unos putos teleñecos de mierda que vivimos vidas patéticas mientras ellos se ríen de nosotros. Cuando se hartan cambian de canal, lo que equivale a decir que, llegada la hora del The End, nos mandan a tomar por el puto culo. Ya, eso sería lo más fácil, la explicación más compasiva, pero no la verdad. Veréis… Sí, era guapa. Era simpática y comenzaba a generar en mí un ligero sentimiento parecido a la felicidad. Error. En ese instante se iniciaba la derivación visceral de todos mis porqués, todos los que yo me había planteado hasta la fecha. ¡Capullo de mierda! ¡Qué? ¡Qué? ¿Qué coño es eso de follar? ¿Qué significa eso de enamorarse? ¿Sirve acaso para empezar a morir? guatequeGracias a Él, que se encontraba a mi lado para llevarme con los demás, porque tras la luz azul se encuentra su mundo. Hablé con mi abuelo Esteban. El amor lo había matado. Sí, el amor, proclamo, porque aunque hubiesen condenado por su vil asesinato a su amigo del alma, el incombustible Nicanor el “ferrero”, no fue otro que el amor el detonante de su prematura desaparición del mundo de los vivos. No tenía porque ser nada malo, nada que hiciese enfermar a nadie, pero era mujer ajena (¿¡quién hostias sería capaz de explicar aquí y ahora y coherentemente qué significa ese concepto tan antinatural de posesión!? Ya veo, ningún voluntario…), la del propio “ferrero”, que de tanta herradura que fabricar se había olvidado de que le había tocado en suerte una hermosa mujer que ni siquiera necesitaba herraduras para…- ¿lo digo? No sé… bueno, sí, habrá que decirlo…- ser feliz. Y, claro, en el mundo azul no existen posesiones, nadie posee nada porque todos carecen… todos carecemos de sentimientos. Y se sobrevive. No me está permitido decir nada más.” No, porque es la hora de la pastilla para dormir. Roberto el “triste” debe dormir, o al menos eso es lo que dicen los médicos que estudian su caso. El Cristo de plata de su primera comunión sonríe esperanzado dentro del armario ropero. Ya no tiene brazos, ya no tiene piernas. Alguien, un buen samaritano, se las ha arrancado, y vegeta satisfecho a tres centímetros escasos de su enemiga la cruz de madera. Ya no sufre ni padece. No desea redimir a nadie porque su amo se ha ido lejos y ha perdido la fe. No desea ya salvar a ningún mortal porque ya no tiene sentimientos. Sabe que en el fondo «hay demasiado amor», aunque muy mal repartido.

6 comentarios en “UNDER THE INFLUENCE – CONMEMORACIÓN

    • Viene del título. «Under the influence», en inglés quiere decir bajo la influencia de cualquier sustancia alucinógena o similar. Es una persona con problemas de esquizofrenia paranoide, que acaba en un psiquiátrico cualquiera. De ahí ese cielo o mundo nuevo del que él mismo nos habla. Me basé en la historia real de un antiguo amigo de colegio e instituto. Es la realidad distorsionada… o puede que no, que la suya sea la verdadera. Who knows!?

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  1. José, mira que a veces me dejas con la boca abierta, luego con un nudo en el estomago y terminas dejándome con el ojo cuadrado. Primero me parecía un retrato cínico de la falsedad de las emociones, de su imposición al mundo y de cómo, los sintientes, «no sienten» con aquellos que no son como ellos. Un crudo y frío retrato sobre cómo funcionan muchas personas – o sociedades -.
    Luego me cambias el juego, y llevas al triste al terreno de la locura – porque pienso que es locura, a menos que realmente se haya tornado todo en magia y él viese a un dios en un mundo azul -, quizá en ese mundo que creó a fuerza de no encajar en el de los sintientes, ya sea por pura voluntad, locura franca o hasta por drogas. Quién sabe.
    Y al final terminas con frases que destilan odio, frustración y un coraje neto que alcanza cuotas hirientes.
    José, ¿quién te crees para jugar conmigo así y llevarme por emociones tan variadas en un mismo texto? Jaja. La verdad muy bueno. Me hacía falta leerte. Tienes una frescura que es un va y ven de tonos en una misma historia.
    Un saludo.

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    • Ese sabor agridulce que te queda cuando conoces a una persona que a lo largo de su vida ha sido unas cuantas diferentes, aunque en el fondo del pozo todavía ves aquel niño que se sentaba a tu lado en el colegio. Reír, llorar, sentir… todo en un corto intervalo de tiempo.
      Gracias por tus apreciaciones, Daniel.
      Saludos a raudales 🙂

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