Fue un asesinato vil, aquí no sirven ni eufemismos ni medias tintas.
Lo malo no es constatar que el asesinato de Federico García Lorca tuvo motivaciones políticas. Eso lo hemos sabido siempre, por más que algunos se hayan empecinado en ocultar o suavizar la verdad a lo largo de estos años. Lo peor, lo que realmente remueve la conciencia y el ánimo, es enfrentarse a la fría prosa administrativa con la que el funcionario de turno se refiere a la detención y el fusilamiento del poeta, constatar lo poco que vale la vida de un hombre en determinadas circunstancias, advertir que aún en 1965 —empezaban, recordemos, los años del desarrollismo, de la cacareada apertura al exterior: el franquismo ya no era tan franquismo, casi se estaba convirtiendo en una democracia camuflada, según los exégetas o revisionistas de un régimen que aún hoy sigue gozando de unos cuantos defensores, en la calle y en las instituciones— se podían esgrimir la masonería, el socialismo y la…
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