Sigo (y seguiré, que soy muy necio) opinando que la muerte está sobrevalorada, que le damos, quizá, demasiada importancia, que no nos la tomamos con la naturalidad de antaño, que ya no quedan plañideras profesionales, malabaristas escultoras de difíciles lágrimas ajenas. Será que nos quieren hacer creer que ahora hay menos guerras, no sé… Hoy hago una excepción, voy a ser esa plañidera de pañoleta negra que entra en la casa de otra gente en pleno éxtasis gutural. Porque sí, hoy hay menos luz en este mundo incierto, tan plagado de aspavientos incómodos e innecesarios. Günter Grass, que nos dijo aquello de que «en estadística, lo que desaparece tras los números es la muerte», y Eduardo Galeano, grande, muy grande siempre, «A diferencia de la solidaridad, que es horizontal y se ejerce de igual a igual, la caridad se practica de arriba-abajo, humilla a quien la recibe y jamás altera ni un poquito las relaciones de poder», nos dicen «hasta siempre»; hoy chubascos de lágrimas se vierten al suelo por vuestra culpa. Los Hijos de los Días seguimos aquí, nos echaremos a caminar en viaje de ida y vuelta de Montevideo a Lübeck, de Lübeck a Montevideo, sin equipaje que facturar y como única música un Tambor de Hojalata que resuene cercano en el eco distante de nuestras adormecidas neuronas.